I.- Sobre el Ur-Fascismo
Sería absolutamente bizarro, casi de ciencia ficción, poder observar actualmente un totalitarismo puro, como bien han señalado Federico Welsch en su ponencia de ayer y Fernando Mires en la que se ha leído hace poco.
Históricamente, los sistemas más cercanos al totalitarismo que hemos podido observar y reseñar debidamente fueron la Alemania nazi y la Unión Soviética de Stalin. Actualmente los sistemas totalitarios son aves raras que no se dejan observar y que parecieran en peligro de extinción, afortunadamente....
Pero para los demócratas del siglo XXI, el hecho de que un régimen real no sea un totalitarismo puro no basta. Que en una sociedad se detecten dos o tres características que puedan describirse como tendientes al totalitarismo es razón más que suficiente para encender las señales de alarma.
Umberto Eco, en su texto Fascismo Eterno, dice que con el fascismo –y aquí yo diré ‘con las tendencias al totalitarismo’- ocurre como con los juegos: un juego puede implicar apuestas, otro, puede implicar competitividad, otro puede implicar dos o más jugadores, o un jugador en solitario. Pero al ver a un individuo o a un grupo de individuos practicando este tipo de actividades, enseguida todos entendemos que se trata de un juego, percibimos un aire de familia, independientemente de que las formas y reglas varíen notablemente de uno a otro. Al ver cosas tan distintas como un partido de ping-pong, uno de béisbol, uno de fútbol o uno de naipes, todos sabemos que se trata de un juego.
Eco dice que bastan 3 ó 4 características para que un régimen sea percibido como proto-fascista, como Ur-fascista. No tienen que ser 14 ó 20: no tienen que ser obligatoriamente determinadas características, la 1, la 3 ó la 7 de una lista o baremo que uno siga cual detective democrático: puede tratarse de dos regímenes que tienen –el primero- las características a, b y c, y el segundo las características f, g y h: ello quiere decir que no comparten características comunes, pero sin embargo, podemos percibir, por una especie de transitividad invisible, que esos dos regímenes, tan diferentes, son Ur-fascistas.
Eco menciona 14 características: yo, por razones de tiempo, resumiré 7.
1.- El culto a la tradición. Cuando veamos un régimen que empieza a revivir el panteón de los héroes y semidioses de la historia patria para aplicarlos en la política ordinaria del día a día, hasta para comprar víveres, empieza a oler a tendencias totalitarias, a Ur.Fascismo.
2.- No se acepta el pensamiento crítico, porque éste opera mediante distinciones y matices. Nótese que para la comunidad científica el desacuerdo y el debate son instrumentos para el progreso del conocimiento. Pero para el Ur.Fascismo todo desacuerdo es traición.
3.- A los que carecen de una identidad cultural cualquiera, el Ur.Fascismo les dice que su privilegio es el más vulgar de todos: haber nacido en el mismo país. Por esto, quienes mejor ofrecen identidad a la nación son los enemigos: y a ello se debe que en la raíz psicológica del Ur.Fascismo está la obsesión por el complot, posiblemente internacional como bien ha señalado el profesor Hugo Pérez en su ensayo sobre la teoría de la conspiración en manos de gobiernos autoritarios. Todo eso porque los secuaces deben sentirse asediados por poderosos enemigos externos. Y la manera más fácil de hacer que asome un complot es la xenofobia o el imperialismo.
4.- Los secuaces deben sentirse humillados por la riqueza ostentada y por la fuerza de los enemigos. Pese a todo, los secuaces deben estar convencidos de que pueden derrotar a los enemigos. Los enemigos son simultáneamente demasiado fuertes y demasiado débiles. Los fascismos están condenados a perder las guerras porque no son capaces de valorar con objetividad la fuerza del enemigo.
5.- Para el Ur-Fascismo no hay lucha por la vida sino ‘vida para la lucha’. El pacifismo es pactar con el enemigo. El pacifismo es malo porque la vida es una guerra permanente.
6.- Cada uno está educado para convertirse en un héroe. En la mitología, los héroes son seres excepcionales: pero en el Ur-Fascismo el heroísmo es la norma de vida cotidiana. Esto conlleva a un culto por la muerte. El Ur-Fascista está impaciente por morir y convertirse en un héroe: pero en su impaciencia más a menudo consigue hacer que mueran los demás.
7.- El Ur-Fascismo habla una ‘neolengua’, crea su propio registro, su propio léxico, su propio juego de lenguaje, y cambia las palabras, los nombre de las cosas, cambia los símbolos históricos, para que estos signos pierdan su conexión con el pasado, con otros registros y lenguajes, de manera que se terminen pensando de una manera única: los oponentes son despojados de sus palabras, de su identidad, y se les exhorta a que se sumen a la nueva identidad, a la neo-lengua, so pena de ser molidos por el trapiche de la historia, como dice mi amigo Fausto Masó.
Siguiendo a Eco, si en una sociedad encontramos al menos 3 de estas características ó 3 de las siete restantes, ya no huele, sino que apesta a Ur-Fascismo.
Hay diversos mecanismos para tratar de implementar estos mecanismos totalitarios en una sociedad, ampliamente reseñados por los estudios históricos y políticos. Yo me referiré aquí al estado de excepción permanente.
II.- Sobre el estado de excepción
En su libro Homo sacer: El poder soberano y la nuda vida I3 –y siguiendo la idea de Karl Schmitt de que soberano es aquel que puede decretar el estado de excepción- Giorgio Agamben ha señalado que el estado de excepción se ha convertido en la condición permanente de la política actual.
La teoría política clásica señala que uno de los orígenes del estado de excepción se encuentra en la figura romana del dictador, que ejercía poderes casi ilimitados durante un lapso que el senado considerara suficiente para superar el estado de necesidad o calamidad que motivaba la solicitud a un ciudadano notable para que asumiera tal magistratura.
Otro límite impuesto a esa magistratura era que el dictador no podía modificar las leyes fundamentales, puesto que no ejercía un poder soberano originario sino uno delegado por el senado.
Estos dos límites –lapso prefijado e imposibilidad de modificar la Constitución- son, junto con la inviolabilidad de los derechos humanos, características habituales de los actuales estados de excepción, de sitio o de conmoción, que están tutelados en la mayoría de las Constituciones democráticas del mundo.
Caso paradigmático en el estudio Agamben es la suspensión indefinida de la Constitución de Weimar por Hitler en el momento en que asumió la Cancillería. Hitler usó el estado de excepción permanente para legitimar una serie de medidas –entre ellas la llamada solución final de los campos de concentración- que acaso no hubiera podido ejecutar tan expeditamente sin los poderes plenos de la excepción, que lo liberaban de los límites impuestos en la política ordinaria por las garantías constitucionales.
En América Latina hemos presenciado re-ediciones de esa estrategia: tiranías que persiguieron, torturaron y desaparecieron a sus opositores utilizando un estado de excepción permanente que justificaban aduciendo una amenaza comunista externa o un peligro subversivo interno.
Agamben recurre en primer lugar a Walter Benjamin, quien señala que: “el estado de excepción (...) se ha convertido en regla...” 4También a Tingsten, en un estudio que este autor elabora sobre el problema. Dice Tingsten:
El ejercicio regular y sistemático de la institución (el estado de excepción), conduce necesariamente a la liquidación de la democracia (...) La Primera Guerra Mundial –y los años subsiguientes- aparecen desde esta perspectiva como el laboratorio donde se han experimentado y puesto a punto los dispositivos funcionales del estado de excepción como paradigma de gobierno.5
Otro autor al que recurre Agamben es Rossiter, para sugerir la conversión de lo excepcional en permanente:
Los instrumentos de gobierno que se han descrito aquí como dispositivos temporales de crisis se han convertido en algunos países, y pueden convertirse en todos, en instituciones duraderas incluso en tiempo de paz.6
Su ejemplo más reciente –que le ha valido gran notoriedad a Agamben- es la afirmación de que el campo de detenidos de Guantánamo es una manifestación del campo de concentración, del lager, y que allí se espacializa la condición permanente del estado de excepción. Dice Agamben en una página que le ha dado la vuelta al mundo:
El significado inmediatamente biopolítico del estado de excepción como estructura original en que el derecho incluye en sí al ser viviente por medio de su propia suspensión se manifiesta con claridad en la military order promulgada por el Presidente de los Estados Unidos el 13 de noviembre de 2001, que autoriza la indefinite detention y el procesamiento por military commissions (que no hay que confundir con los tribunales militares previstos por el derecho de guerra) de los no-ciudadanos sospechosos de estar implicados en actividades terroristas Ya el USA Patriot Act, acordada por el senado el 26 de octubre de 2001, faculta al Attorney General “para someter a detención” al extranjero (alien) sospechoso de realizar actividades que se suponga son un peligro para la “la seguridad nacional de los Estados Unidos”; pero en un plazo de siete días debía ser expulsado o bien acusado de violación de las leyes de emigración o de cualquier otro delito.7
Agamben argumenta que Guantánamo adquiere la condición de lager en el momento en que los allí detenidos no son considerados como combatientes de guerra (pues en tal caso los protegerían las Convenciones de Ginebra sobre prisioneros de guerra) y tampoco son aliens detenidos en territorio de USA, porque si lo fueran podrían recurrir a la disposición del General Attorney para ser enjuiciados por algún delito o deportados a sus países de origen.
Esta suspensión permanente del orden jurídico (derechos y garantías constitucionales de los detenidos) argumentando la lucha contra el terrorismo constituye un estado de excepción que ya se prolonga durante años.
A partir de esta denuncia emerge una pregunta importante: ¿existe el riesgo de que una nación tan poderosa como los Estados Unidos vea disminuidas sus libertades –y que además lesione las del resto del mundo- debido a la implementación de medidas excepcionales que se pretenden justificar en la lucha contra el terrorismo pero que pueden ser zarpazos autoritarios de una administración inescrupulosa?
Lo denunciado por Agamben es parcialmente cierto y éticamente censurable, pero pienso que Guantánamo no es homologable con Auschwitz. La amenaza a la libertad, que es real, ha generado resistencias y respuestas oportunas y efectivas.
Afortunadamente para el mundo, la administración Bush no controla totalitariamente ni las instituciones ni la vida civil de los Estados Unidos. Una executive order (decreto presidencial) o una military order tienen que pasar por el control del senado, que las ratifica o deroga. En este caso, el legislativo puede impedir que el Presidente se abrogue un poder excepcional en detrimento de las libertades, de acuerdo a las previsiones de la Constitución.
Pero supongamos teóricamente que –burlando al senado- Bush intenta mantener un estado de excepción permanente. Su intento, sin embargo, tendría otro límite: el tiempo. Le quedan dos años en la Presidencia, y en las situaciones más calamitosas de la historia de los Estados Unidos –sea la Guerra de Secesión o las Guerras Mundiales- esa nación ha realizado las elecciones presidenciales en el momento en que correspondía.
Durante más de 200 años el pueblo norteamericano nunca ha sido privado del derecho de elegir un nuevo Presidente al concluir el lapso del saliente, independientemente de que ciertos grupos –aborígenes, mujeres y negros- hayan sido mantenidos fuera de la categoría de pueblo durante muchos años.
Agamben, citando a Friedrich, ofrece otra vacuna para prevenir la conversión del estado de excepción en estado permanente de la política:
No hay ninguna salvaguardia institucional capaz de garantizar que los poderes de emergencia sean efectivamente utilizados con el objetivo de salvar la constitución. Sólo la determinación del propio pueblo para comprobar que sean utilizados con este objetivo puede garantizar eso.8
Me parece que la prescripción de Friedrich se ha cumplido: una sociedad civil altamente organizada está movilizada para impedir que medidas excepcionales del tipo Patriot Act sean utilizados para objetivos diferentes a los de preservar la seguridad de la nación y salvaguardar la Constitución. También hay una reacción política del pueblo norteamericano en el momento en que el Partido Demócrata le ha ganado la mayoría en la cámara baja y el senado (51 a 49 en el caso de la cámara alta) al gobierno republicano de Bush en las recientes elecciones parlamentarias del mid-term. Ello ha hecho que el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld haya tenido que renunciar ayer.
Y en países como el nuestro, se observa una movilización tanto de las fuerzas políticas como de la sociedad civil –ustedes y nosotros somos una muestra de ello- en lucha por preservar formas de ejercicio de la democracia que han costado muchos años, mucho esfuerzo y muchas vidas.
III.- Sobre la democracia directa y el momento constituyente perpetuo
Constantemente, podemos percibir que se pronuncian discursos en los que se enfatiza una oposición –falsa por supuesto- entre la llamada ‘democracia representativa burguesa’ y la llamada ‘democracia participativa, protagónica y directa’.
Pero quienes defienden la democracia directa y además de corte marxista, seguramente han olvidado lo que dijo Marx acerca de su modelo democrático, un modelo que le da todo el poder a los comités, tomado de la Comuna de París, y que de hecho confunde –o funde- el poder soberano constituyente originario con los poderes delegados de una asamblea.
¿Cuál es el riesgo de una indistinción entre el poder constituyente y el poder soberano si en la teoría y en la praxis están fundidos como en una aleación? ¿Cómo y para qué diferenciarlos? ¿Y qué riesgo puede implicar la permanencia del poder constituyente en el poder constituido?
El riesgo de una indistinción entre el poder constituyente y el poder soberano y de la permanencia del poder constituyente en el poder constituido es que los comités –o un líder carismático revolucionario- pueden –usando tal poder soberano en sus manos- instaurar una constituyente permanente, de manera que refundar el Estado o la revolución se conviertan en una labor sin fin, en un eterno Work in progress.
Creo que Agamben quiere distinguir el poder constituyente del poder soberano para evitar que el depositario legítimo de la soberanía –el pueblo- sea engañado por demagogos carismáticos que hipostasien su persona individual con el colectivo, usurpando así la soberanía para sus proyectos tiránicos.
Revisemos el modelo de Marx para explicar los temores que creo compartir con Agamben:
La Comuna estaba formada por concejales municipales, elegidos por sufragio universal en los distintos distritos electorales de la ciudad, responsables y revocables en mandatos cortos. La mayoría de sus miembros eran naturalmente hombres trabajadores, o representantes reconocidos de la clase trabajadora. La Comuna era un cuerpo obrero, no parlamentario, ejecutivo y legislativo al mismo tiempo. En lugar de continuar siendo el agente del gobierno central, la policía fue despojada de sus atributos políticos y convertida en un agente de la Comuna responsable y en todo momento revocable. Lo mismo ocurrió con los funcionarios de todas las otras ramas de la administración. Desde los miembros de la Comuna hacia abajo, todo el servicio público debía hacerse con salario de trabajadores. (...) No sólo la administración municipal sino el conjunto de iniciativas hasta entonces ejercidas por el estado pasaron a manos de la Comuna. (…) Al igual que el resto de los funcionarios, los magistrados y los jueces serían elegidos, responsables y revocables. (…) Las comunas rurales de cada distrito debían administrar sus asuntos comunes mediante una asamblea de delegados en la ciudad principal, y estas asambleas de distrito debían mandar a su vez a sus diputados a una Delegación Nacional en París, siendo cada miembro revocable en cualquier momento por mandato imperativo de sus electores.9
Esta facultad revocatoria permanente de los comités sobre cualquier legislación, institución o funcionario, genera un momento constituyente perpetuo: estamos ante una variante –atroz- del estado de excepción convertido en política ordinaria. Porque la Constituyente suspende las leyes, los derechos, y si se hace una constituyente a cada rato, o una asamblea dominada por un gobierno forajido cambia las leyes a cada rato, esto deja a los ciudadanos desnudos, a-bando, como dice Agamben. Desprotegidos, segregados si no pertenecen al clan de los Ur-Fascistas, los ciudadanos pueden ser objeto de cualquier vejamen, se les puede tomar la vida sin temor a represalias legales, tal y como los espartanos podían cazar ilotas en Peloponeso sin temor, o como los ingleses podían cazar maoríes en Nueva Zelanda.
Despojados de sus rasgos y derechos humanos, de sus palabras, de su identidad, los disidente acorralados pueden exclamar como Caín: ‘Quien me halle que me mate’.
Lo que estoy diciendo es que en el caso de Marx los comités pueden decidir en cualquier momento qué cambios constitucionales se requieren para readaptar las instituciones al proyecto revolucionario, de acuerdo con las instrucciones de la asamblea… o de un líder carismático que hipostasie su persona individual con el colectivo, es decir, que los convenza de que él es el pueblo.
En las actuales condiciones de la política global –debido a la observación internacional- es cada vez más difícil implementar sin vetos, bloqueos y otras sanciones, un estado de excepción permanente de viejo cuño.
Pero, como hemos señalado en otras lecturas, algunos gobernantes autoritarios actuales han aprendido a utilizar los propios mecanismos de elección –y los de control o accountability- para legitimar y prolongar su poder tiránico, sin llegar ser intervenidos por los organismos internacionales debido a la aparente ‘legalidad’ de sus actuaciones.
Estos autoritarismos que aspiran a ser ‘invisibles’ han prosperado en democracias debilitadas por la corrupción, la división y polarización interna, la decadencia de los partidos políticos y la abulia de la sociedad civil traducida en tendencias electorales abstencionistas. A todo esto se suele añadir la existencia de una oposición desleal10 que para derrotar al gobierno a toda costa no duda en aliarse con factores antidemocráticos en busca de triunfos momentáneos, sin darse cuenta de que con su oportunismo están contribuyendo con el hundimiento de la democracia, una calamidad de la cual ellos también terminan víctimas a mediano plazo, como ha señalado claramente Juan Linz en su libro El quiebre de las democracias.
Los líderes de tipo carismático que aquí señalamos, una vez en el poder, pueden iniciar una paulatina toma de los poderes institucionales, toma que en primer lugar puede apuntar a los órganos de la política ordinaria, pero que en segunda instancia puede estar enfilada hacia las leyes fundamentales, buscando modificarlas para reforzar su poder autoritario y usando para ello instrumentos que en teoría son democráticos y legítimos como los referendos y las constituyentes.
Ya controlados los poderes institucionales, sobre todo el sistema electoral, con una oposición asfixiada por sus propias contradicciones, con una ciudadanía deprimida, desconfiada y abstencionista, toda nueva consulta electoral –que teóricamente debería servir para oxigenar y democratizar el sistema- puede contribuir a lo contrario, a asfixiar la democracia y fortalecer el proyecto autoritario, el Ur-Fascismo.
Debido al uso perverso de las nuevas tecnologías y la informática, los vicios y fraudes electorales cada día son más difíciles de probar en los países que usan sistemas automatizados de votación y conteo, sistemas que –no por casualidad- son los que prefieren estos autoritarismos que pretenden pasar como ‘invisibles’ ante los radares de los organismos observadores internacionales y locales.
Con estos fabulosos recursos a su entera disposición ¿qué miedo puede tener el líder carismático de contarse, de someter sus propuestas a referéndum o de convocar al poder constituyente cuando requiera ajustar a su nueva talla el sistema político y la constitución?
En el momento en que el líder note que la oposición se le acerca peligrosamente, puede convocar al poder constituyente para cambiar las reglas de juego y así garantizar su permanencia en el poder. Es como si a la mitad de un partido de béisbol usted dijera: “¡Ah. No! Pero ahora tú para sacarme el inning tienes que hacerme cinco outs en vez de tres.”
Sabiendo que va a ganar cualquier elección, puede cambiar el nombre de la república, de los meses del año (Thermidor, Brumario, en vez de Enero, Agosto…) el régimen político, el sistema de producción económica, el régimen de propiedad privada, puede cambiar las reglas de mayoría en el Congreso –reglas vitales para promulgar y modificar Leyes Orgánicas y para nombrar altos cargos- o puede prolongar su mandato de por vida.
En el momento en que trataba de concluir este texto, me he quedado en blanco, algo que les aseguro que no me sucede nunca, porque como no confío en las musas siempre llevo un esquema claro de lo que voy a escribir en cada ensayo o lectura. Por lo cual debo declarar que este es un texto sin final, sin conclusión.
Una interpretación benévola de mi incapacidad puede ser el siguiente argumento: no podemos darle un final todavía a este ensayo por la sencilla razón de que la historia que aquí se cuenta no ha concluido, porque el tema está en pleno desarrollo y es un work in porogress, cuyo desenlace ha de ser escrito mediante actos, mediante acciones, por los ciudadanos de este país tanto en las elecciones como en los días, meses, años subsiguientes, pero sobre todo mediante los actos subsiguientes de que seamos capaces.
Por ahora, sirva esta modesta lectura como una simple advertencia de los riesgos que corremos.
1 Este ensayo fue leído en el marco de las III Jornadas de Reflexión Política de la UCAB, dedicadas al tema ‘Totalitarismos de Izquierda y Derecha en el Siglo XXI’ realizadas en el campus de Montalbán el 8 y 9 de Noviembre de 2006.
2 Oscar Reyes es profesor de Filosofía Política en la UCAB, asesor de la oficina de la diputada Marisa Bafile ante la cámara de Diputados del Parlamento Italiano e integrante del Observatorio Antitotalitario Hannah Arendt.
3 Giorgio Agamben: Homo sacer: El poder soberano y la nuda vida I, Pre-textos, primera reimpresión, Valencia, España, noviembre de 2003.
4 Citado por Agamben: Estado de excepción... p. 17 5 Citado por Agamben: Ibid. p. 18.
6 Citado por Agamben, Ibid., p. 20. las cursivas son mías.
7 Agamben, Ibid. P. 12. La cursiva en biopolítico es nuestra.
8 Friedrich, citado por Agamben, Estado de excepción... p. 19.
9 Mis ideas sobre el modelo de democracia marxista provienen de Norberto Bobbio en Ni con Marx ni contra Marx y El Futuro de la Democracia –ambos publicados por el Fondo de Cultura Económica- así como de David Held en Modelos de Democracia (Alianza Editorial, Madrid, 2001) quien en las páginas 165-167 me recordó este largo y esclarecedor pasaje de La guerra civil en Francia de Marx.
10 Por supuesto que esta terminología procede del libro canónico de Juan Linz La caída de las democracias, aunque también me he servido de algunas ideas de Samuel Huntington en El orden político en las sociedades en cambio, de O´Donnell en Accountability Horizontal y, más recientemente, de Fareed Zakaria en El futuro de la libertad.
lunes, 19 de noviembre de 2007
"TOTALITARISMO Y ESTADO DE EXCEPCIÓN PERMANENTE" recopilado por Darío Yancán para RECONSTRUYENDO EL PENSAMIENTO
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Publicado por DARÍO YANCÁN en 3:59
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