jueves, 21 de julio de 2011

"LA IMPOSIBILIDAD DE LA SOCIEDAD" (1983) por Ernesto Laclau





Querría referirme a varios problemas centrales en la teoría marxista contemporánea de la ideología. La simple discusión de estos problemas hace evidente que hoy nos encontramos en el centro de una paradoja teórica. Los términos de esta paradoja podrían formularse del modo siguiente: en ningún período anterior la reflexión acerca de la "ideología" ha estado tan en el centro de los enfoques teóricos marxistas; al mismo tiempo, sin embargo, en ningún otro período los límites y la identidad referencial de "lo ideológico" han sido tan borrosos y problemáticos. Si el creciente interés en la ideología corre paralelo a la ampliación de la efectividad histórica atribuida a lo que tradicionalmente fue considerado como el dominio de las "superestructuras" —y esta ampliación es una respuesta a la crisis de una concepción economicista y reduccionista del marxismo— entonces esta misma crisis pone en cuestión la idea de la totalidad social constituida en torno de la distinción base/superestructura. Como consecuencia, ya no es posible identificar al objeto "ideología" en términos de una topografía de lo social.

Dentro de la tradición marxista podemos identificar dos enfoques clásicos al problema de la ideología. Con frecuencia —pero no siempre— estos dos enfoques se han presentado combinados. En uno de ellos la "ideología" ha sido pensada como nivel de la totalidad social; en el otro, ha sido identificada como falsa conciencia. Actualmente ambos enfoques han sido desacreditados, como resultado de la crisis de los supuestos en los que se fundaban. La validez del primero dependía de una visión en la sociedad que la concebía como una totalidad inteligible, que veía en esta última la estructura fundante de sus elementos y procesos parciales. La validez del segundo enfoque dependía de una visión de los sujetos sociales que les atribuía una última homogeneidad esencial cuyo desconocimiento era postulado como fuente de la "ideología". Desde este punto de vista, ambos enfoques se basaban en una concepción esencialista, tanto de la sociedad como de los agentes sociales. Para ver claramente los problemas que han conducido a la teoría de la ideología a sus dificultades presentes, necesitamos referirnos a la crisis de esta concepción esencialista en sus dos variantes.

Comencemos por la crisis en el concepto de totalidad social. La ambición de todos los enfoques totalizantes ha sido la de fijar el sentido de todo elemento o proceso social fuera de sí mismo, es decir, en un sistema de relaciones con otros elementos. Desde este punto de vista, el modelo base-superestructura jugaba un papel ambiguo; si bien afirmaba el carácter relacional de la Identidad tanto de la base como de la superestructura, al mismo tiempo dotaba a ese sistema relacional de un centro. Y así, de un modo muy hegeliano, las superestructuras concluían por vengarse al afirmar la "esencialidad" de las apariencias. Más importante aún, la totalidad estructural se presentaba como un objeto dotado de una positividad propia, que era posible describir y definir. En tal sentido, esta totalidad operaba como principio subyacente de inteligibilidad del orden social. El estatus de esta totalidad era el de una esencia del orden social que era preciso reconocer por detrás de las variaciones empíricas expresadas en la superficie de la vida social. (Adviértase que de lo que aquí se trata no es de la oposición estructuralismo versus historicismo. Es irrelevante que la totalidad sea diacrónica o sincrónica; el punto importante es que en los dos casos ella es una totalidad fundante que se presenta a sí misma como un objeto inteligible de "conocimiento", concebido, este último, como proceso de re-conocimiento). Frente a esta visión esencialista, hoy día tendemos a aceptar la infinitud de lo social, es decir, el hecho de que todo sistema estructural es limitado, que está siempre rodeado por un "exceso de sentido" que el es incapaz de dominar y que, en consecuencia, la "sociedad" como objeto unitario c inteligible que funda sus procesos parciales, es una imposibilidad. Examinemos el doble movimiento que este reconocimiento implica. El gran avance llevado a cabo por el estructuralismo fue el reconocimiento del carácter relacional de toda identidad social; su límite fue la transformación de estas relaciones en un sistema, en un objeto identificable o inteligible (es decir, en un esencia). Pero si mantenemos el carácter relacional de toda identidad y si, al mismo tiempo, renunciamos a la fijación de esas identidades en un sistema, en ese caso lo social debe ser identificado con el juego infinito de las diferencias, es decir, con lo que en el sentido más estricto del término podemos llamar discurso —a condición, desde luego, de que liberemos al concepto de discurso de un significado que lo restringe al habla y a la escritura.

Este primer movimiento implica, así, la imposibilidad de fijar el sentido. Pero éste no puede ser el fin de la cuestión. Un discurso en el que ningún sentido pudiera ser fijado no es otra cosa que el discurso del psicótico.

El segundo movimiento consiste, por consiguiente, en llevar a cabo una fijación que es, en última instancia, imposible. Lo social no es tan sólo el infinito juego de las diferencias. Es también el intento de limitar este juego, de domesticar la infinitud, de abarcarla dentro de la finitud de un orden. Pero este orden —o estructura— ya no presenta la forma de una esencia subyacente de lo social; es, por el contrario, el intento de actuar sobre lo "social", de hegemonizarlo. De un modo similar al nuestro, Saussure intentaba limitar el principio de la arbitrariedad del signo con la afirmación del carácter relativo de esa arbitrariedad. De tal modo, el problema de la totalidad social se plantea en términos nuevos: la "totalidad" no establece los límites de "lo social" mediante la transformación de este último en un objeto determinado (es decir, la "sociedad" ). Por el contrario, lo social siempre excede los límites de todo intento de constituir la sociedad. Al mismo tiempo, sin embargo, la "totalidad" no desaparece: si la sutura que ella intenta es en última instancia imposible, resulta posible, sin embargo, proceder a una fijación relativa de lo social a través de la institución de puntos nodales. Pero si este es el caso, las cuestiones que conciernen a esos puntos nodales y a su peso relativo no pueden ser resueltas sub species aeternitatis. Cada formación social tiene sus propias formas de determinación y de autonomía relativa, que son siempre instituidas a través de un complejo proceso de sobredeterminación y no pueden, por consiguiente, ser establecidas a priori. Como consecuencia de esto, cae la distinción base/superestructura, y con ella la concepción de la ideología como nivel necesario de toda formación social.

Si pasamos ahora al segundo enfoque acerca de la ideología —la ideología como falsa conciencia— nos encontramos en una situación similar. La noción de falsa conciencia sólo tiene sentido si la identidad del agente social puede ser fijada. Es sólo sobre la base de reconocer su verdadera identidad que podemos afirmar que la conciencia de un sujeto es "falsa". Y esto implica, desde luego, que esa identidad debe ser positiva y no contradictoria. Dentro del marxismo, una concepción de la subjetividad de este tipo está en la base de la noción de "intereses objetivos de clase". No voy a discutir aquí en detalle las formas de constitución, las implicaciones y las limitaciones de tal concepción de la subjetividad. Tan sólo mencionaré dos procesos que condujeron a su progresivo abandono. En primer lugar, el hiato entre la "conciencia efectiva" y la "conciencia atribuida" se tomó crecientemente más amplio. El modo en que este hiato fue llenado—a través de la presencia de un Partido, instituido como la encarnación de los intereses históricos objetivos de la clase— condujeron al establecimiento de un despotismo "ilustrado" por parte de intelectuales y burócratas que hablan en nombre de las masas, explicaban a estas sus verdaderos intereses o imponían sobre ellas formas crecientemente totalitarias de control. La reacción a esta situación tomó inevitablemente la forma de una afirmación de la identidad efectiva de los agentes sociales frente a los "intereses históricos" con los que se intentaba agobiarlos. En segundo lugar, la propia identidad de los agentes sociales fue crecientemente cuestionada cuando el flujo de las diferencias en las sociedades capitalistas avanzadas indicó que la identidad y homogeneidad de los agentes sociales era una ilusión, que lodo sujeto social es esencialmente descentrado, que su identidad no es nada más allá de la articulación inestable de posicionalidades constantemente cambiantes. El mismo exceso de sentido, el mismo carácter precario de toda estructuración, que encontramos en el terreno del orden social, se encuentra también en el campo de la subjetividad. Pero si todo agente social es un sujeto descentrado, si cuando intentamos determinar su identidad no encontramos otra cosa que el movimiento caleidoscópico de las diferencias, ¿en qué sentido podemos decir que los sujetos se representan falsamente a sí mismos? El terreno teórico que daba sentido al concepto de "falsa conciencia" se ha disuelto, evidentemente.

Parecería, por lo tanto, que los dos marcos estructurales que habían dado previamente sentido al concepto de ideología se han disuelto, y que el concepto mismo, en consecuencia, debería ser eliminado. No creo, sin embargo, que ésta sea una solución satisfactoria. No podemos abandonar enteramente el concepto de falsa representación, precisamente porque la misma afirmación de que "la identidad y homogeneidad de los agentes sociales es una ilusión" no puede formularse sin introducir el supuesto de una representación falsa. La crítica a la "naturalización del sentido" y a la "esencialización" de lo social es una crítica a la falsa representación de su verdadero carácter. Sin esta premisa, toda deconstrucción carecería de sentido. Parece, por lo tanto, que podríamos mantener el concepto de ideología y la categoría de falsa representación en la medida en que invirtamos su contenido tradicional. Lo ideológico no consistiría en la falsa representación de una esencia positiva, sino exactamente en lo opuesto: consistiría en el no reconocimiento del carácter precario de toda positividad, en la imposibilidad de toda sutura final. Lo ideológico consistiría en aquellas formas discursivas a través de las cuales la sociedad trata de instituirse a sí misma sobre la base del cierre, de la fijación del sentido, del no reconocimiento del juego infinito de las diferencias. Lo ideológico sería la voluntad de "totalidad" de todo discurso totalizante. Y en la medida en que lo sociales imposible sin una cierta fijación de sentido, sin el discurso del cierre, lo ideológico debe ser visto como constitutivo de lo social. Lo social sólo existe como el vano intento de instituir ese objeto imposible: la sociedad. La utopía es la esencia de toda comunicación y de toda práctica social.


[Aparecido originalmente como “The Impossibility of Society” en el Canadian Journal of Political and Social Theory (Vol. 7, Nº 1 y 2, Hiver-Printemps, 1983). Republicado en “Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo”, Nueva Visión, Buenos Aires, 2da. Ed., 2000]