sábado, 20 de julio de 2013

"Futurismo y Fascismo" por Ernesto Milá.




Existe una total unanimidad en reconocer al futurismo un carácter “revolucionario” aunque no esté claro exactamente que se quiere afirmar con ello. Para unos, el futurismo sería “revolucionario” en la medida en que rompería con los esquemas de expresión artísticas vigentes hasta ese momento y, en este sentido sería una de las vanguardias aparecidas en las primeras décadas del siglo XX. El futurismo fue, en efecto, una corriente artística pero, como posteriormente ocurrió con el surrealismo, sus miembros participaron políticamente y a diferencia de esta corriente mayoritariamente ganada por el marxismo, los futuristas –especialmente sus máximos exponentes– se identificaron con el fascismo.

El camino hacia el futurismo

Para otros, “lo revolucionario” en el futurismo serían todas aquellas connotaciones destructivas y provocativas que se incluyeron en sus manifiestos. Así pues, el futurismo sería “revolucionario” porque exaltaría la violencia, la máquina, el desenfreno tecnológico y la guerra. Hay en el futurismo un evidente “signo de los tiempos” que remite a tres influencias perfectamente identificadas: de un lado la filosofía de Nietzsche en interpretación libre, de otro una reacción neorromántica que en lugar de tender hacia el medievalismo como fue usual en esta corriente decimonónica se orientó hacia una especie de culto al progreso, el maquinismo y la velocidad; y, finalmente, un estilo de vida exaltado, libre y aventurero que conducía directamente a excesos.

El movimiento arranca oficialmente con la publicación del Manifiesto Futurista de 1909 y se transforma en partido político en las últimas semanas de la I Guerra Mundial. El propio fundador del movimiento, Filippo Tommaso Marinetti será uno de los “sansepolcristas” que participaron en la reunión de la plaza del San Sepolcro el 23 de marzo de 1919 en donde se fundaron los Fasci di Combattimento (1). Cuando eso ocurría, el movimiento futurista hacía seis meses que había cristalizado en la formación del efímero Partido Político Futurista (2). Sin embargo, cuando los Fasci resultan derrotados en las elecciones de 1919, Marinetti pareció desinteresarse de la vida partidaria y retornó a sus experiencias artísticas denotando cierto desencanto por la política. A pesar de la brevedad en el tiempo de la existencia del Partido Futurista, lo incuestionable es que lo esencial de sus representantes confluyó con el fascismo (3) constituyendo otra de sus componentes originarias.

El caldo de cultivo futurista

En el clima cultural italiano de principios de siglo apareció lo que se ha llamado una “reacción antipositivista” de la mano de Benedetto Croce (4) que fue asumida por los redactores del periódico de Giovanni Papini y Prezzolini, La Voce (5), de orientación nacionalista. A través de esta revista fueron conocidos en Italia algunos pensadores franceses de carácter revolucionario que lograron interesar a intelectuales italianos. Uno de ellos fue Alfredo Oriani.

 

Oriani, novelista de poco éxito fallecido en 1907, escribió algunos ensayos políticos en los que tocó temas propios de los nacionalistas hasta el punto de ser considerado como uno de sus precursores. Mussolini lo premió prorrogando su obra completa durante el Ventennio. Oriani consideraba que el Risorgimento había sido una “revolución inacabada” y lo consideraba como una excrecencia de la burguesía italiana de la que la mayoría de la población había estado completamente ausente. Apelaba a que “el pueblo” continuara la tarea iniciada por Mazzini y Garibaldi. Mussolini quien recogió el guante. Oriani concebía esta continuación del Risorgimento como una tarea heroica, violenta, liberadora y radical que prefigura algunos de los elementos que veinte años después serán habituales en la literatura futurista.

Otros poetas como Gabriele D’Annunzio y Giovanni Pascoli transitaron por la misma senda. Pascoli, aun sosteniendo un “socialismo nacional”, se adhirió al nacionalismo italiano mientras que D’Annunzio asumió pronto en su poesía las ideas las ideas de quienes añoraban una “Italia Imperial”. Fue él quien rescató el viejo lema de las ciudades hanseáticas que luego inspiraría un famoso artículo de Mussolini (6): “Navigare necesse est, Vivere non est necesse”.

D’Annunzio se había ubicado a finales del XIX en el nacionalismo y en el imperialismo que alternaba con poesías inflamadas (especialmente durante la guerra de Libia en 1910-12), lances de amor más o menos escandalosos y gestas militares heroicas (7). La experiencia bélica radicalizó sus convicciones nacionalistas y la cesión de Fiume a Yugoslavia pactada en la Conferencia de París de 1919, fue mucho más de lo que estaba dispuesto a soportar pasando a la acción y ocupando la ciudad. D’Annunzio no fue futurista, pero su comportamiento si influyó decididamente en el movimiento fundado por Marinetti (8) y especialmente sus “gestos” fueron recogidos por los futuristas que los revalidaron e incorporaron a su poesía y a sus manifiestos.

Algunos autores han destacado que D’Annunzio prodigaba gestos escénicos, dramáticos y espectaculares de los que luego Mussolini usó y abusó: “El culto a D’Annunzio fue el anunciador innegable del culto de que Mussolini intentaría rodearse” (9).

Sobre estas bases, a las que debe unirse por supuesto la eclosión de las vanguardias de principios del siglo XX (10) nacería el futurismo que, en honor a la verdad sería la “primera vanguardia italiana del novecento”.

Filippo Tommaso Marinetti

La biografía literaria de Marinetti no fue en absoluto brillante, sino más bien discreta, hasta la aparición de los llamados manifiestos futuristas a partir de 1908. Tales documentos, siempre exaltados, paradójicos, sorprendentes y extremadamente radicales y violentos le valdrán el ser llamado “la cafeína de Europa” (11). El primer manifiesto futurista fue publicado en el diario francés Le Figaro el 20 de febrero de 1909 firmado por Giovanni Papini, Aldo Palazzeschi, Corrado Govoni, “Luciano Folgore” (Omero Vecchi) y el propio Marinetti. El manifiesto incluía algunas intuiciones geniales:

“(…) Un inmenso orgullo henchía nuestros pechos, pues nos sentíamos los únicos, en esa hora, que estaban despiertos y erguidos como faros soberbios y como centinelas avanzados, frente al ejército de las estrellas enemigas que nos observaban desde sus celestes campamentos. Solos con los fogoneros que se agitan ante los hornos infernales de los grandes barcos, solos con los negros fantasmas que hurgan en las panzas candentes de las locomotoras lanzadas en loca carrera, solos con los borrachos trastabilleantes con un inseguro batir de alas a lo largo de los muros.

De repente, nos sobresaltamos al oír el ruido formidable de los enormes tranvías de dos pisos, que pasaban brincando, resplandecientes de luces multicolores, como los pueblos en fiesta que el Po desbordado sacude y desarraiga de repente para arrastrarlos hasta el mar sobre las cascadas y a través de los remolinos de un diluvio. (…)

«¡Vamos! -dije yo-. ¡Vamos, amigos! Finalmente, la mitología y el ideal místico han sido superados. Estamos a punto de asistir al nacimiento del Centauro y pronto veremos volar a los primeros Ángeles!.. ¡Habrá que sacudir las puertas de la vida para probar sus goznes y sus cerrojos!... ¡Partamos! ¡He aquí, sobre la tierra, la primerísima aurora! ¡No hay nada que iguale el esplendor de la roja espada del sol que brilla por primera vez en nuestras tinieblas milenarias!».

Nos acercamos a las tres fieras resoplantes para palpar amorosamente sus tórridos pechos. Yo me recosté en mi automóvil como un cadáver en el ataúd, pero en seguida resucité bajo el volante, hoja de guillotina que amenazaba mi estómago.

La furibunda escoba de la locura nos arrancó de nosotros mismos y nos lanzó a través de las calles, escarpadas y profundas como lechos de torrentes. Aquí y allá, una lámpara enferma tras los cristales de una ventana nos enseñaba a despreciar la falaz matemática de nuestros ojos perecederos.

(…) Y nosotros, como jóvenes leones, seguíamos a la Muerte de pelaje negro y manchado de pálidas cruces que corría por el vasto cielo violáceo, vivo y palpitante.

Y, sin embargo, no teníamos una Amante ideal que irguiera hasta las nubes su sublime figura, ni una Reina cruel a la que ofrendar nuestros despojos, retorcidos a guisa de anillos bizantinos. Nada para querer morir, sino el deseo de liberarnos finalmente de nuestro valor demasiado pesado. (…)

Entonces, con el rostro cubierto del buen fango de los talleres empaste de escorias metálicas, de sudores inútiles, de hollines celestes-, nosotros, contusos y con los brazos vendados, dictamos nuestras primeras voluntades a todos los hombres hijos de la tierra:

1. Nosotros queremos cantar el amor al peligro, el hábito de la energía y de la temeridad.

2. El valor, la audacia, la rebelión serán elementos esenciales de nuestra poesía.

3. Hasta hoy, la literatura exaltó la inmovilidad pensativa, el éxtasis y el sueño. Nosotros queremos exaltar el movimiento agresivo, el insomnio febril, el paso ligero, el salto mortal, la bofetada y el puñetazo.

4. Nosotros afirmamos que la magnificencia del mundo se ha enriquecido con una belleza nueva: la belleza de la velocidad. Un automóvil de carreras con su capó adornado de gruesos tubos semejantes a serpientes de aliento explosivo..., un automóvil rugiente que parece correr sobre la metralla, es más bello que la Victoria de Samotracia.

5. Nosotros queremos cantar al hombre que sujeta el volante, cuya asta ideal atraviesa la Tierra, ella también lanzada a la carrera, en el circuito de su órbita.

6. Es necesario que el poeta se prodigue con ardor, con lujo y con magnificencia para aumentar el entusiástico ferv9r de los elementos primordiales.

7. Ya no hay belleza si no es en la lucha. Ninguna obra que no tenga un carácter agresivo puede ser una obra de arte. La poesía debe concebirse como un violento asalto contra las fuerzas desconocidas, para obligarlas a arrodillarse ante el hombre.

8. Nos hallamos sobre el último promontorio de los siglos!... ¿Por qué deberíamos mirar a nuestras espaldas, si queremos echar abajo las misteriosas puertas de lo Imposible? E1 Tiempo y el Espacio murieron ayer. Nosotros ya vivimos en lo absoluto, pues hemos creado ya la eterna velocidad omnipresente.

9. Nosotros queremos glorificar la guerra -única higiene del mundo-, el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los libertarios, las hermosas ideas por las que se muere y el desprecio por la mujer.

10. Nosotros queremos destruir los museos, las bibliotecas, las academias de todo tipo, y combatir contra el moralismo, el feminismo y toda cobardía oportunista o utilitaria.

11. Nosotros cantaremos a las grandes muchedumbres agitadas por el trabajo, por el placer o la revuelta; cantaremos a -las marchas multicolores y polifónicas de las revoluciones en las capitales modernas; cantaremos el vibrante fervor nocturno de los arsenales y de los astilleros incendiados por violentas lunas eléctricas; las estaciones glotonas, devoradoras de serpientes humeantes; las fábricas colgadas de las nubes por los retorcidos hilos de sus humos; los puentes semejantes a gimnastas gigantes que saltan los ríos, relampagueantes al sol con un brillo de cuchillos; los vapores aventureros que olfatean el horizonte, las locomotoras de ancho pecho que piafan en los raíles como enormes caballos de acero embridados con tubos, y el vuelo deslizante de los aeroplanos, cuya hélice ondea al viento como una bandera y parece aplaudir como una muchedumbre entusiasta.

Pero nosotros no queremos saber nada del pasado. ¡Nosotros, los jóvenes fuertes y futuristas! ¡Vengan, pues, los alegres incendiarios de dedos carbonizados! ¡Aquí están! ¡Aquí están! ¡Vamos! ¡Prended fuego a los estantes de las bibliotecas! ¡Desviad el curso de los canales para inundar los museos!... ¡Oh, qué alegría ver flotar a la deriva, desgarradas y desteñidas en esas aguas, las viejas telas gloriosas!... ¡Empuñad los picos, las hachas, los martillos, y destruid destruid sin piedad las ciudades veneradas!

(…) Los más viejos de nosotros tienen treinta años; sin embargo, nosotros ya hemos despilfarrado tesoros, mil tesoros de fuerza, de amor, de audacia, de astucia y de ruda voluntad; los hemos desperdiciado con impaciencia, con furia, sin contar, sin vacilar jamás, sin jamás descansar, hasta el último aliento... ¡Mi rad nos! ¡Todavía no estamos exhaustos! ¡Nuestros corazones no sienten ninguna fatiga porque se alimentan de fuego, de odio y de velocidad!... ¿Os asombráis?... ¡Es lógico, porque vosotros ni siquiera os acordáis de haber vivido! ¡Erguidos en la cima del mundo, nosotros lanzamos, una vez más, nuestro reto a las estrellas!

(…) ¡Erguidos en la cima del mundo, nosotros lanzamos, una vez más, nuestro reto a las estrellas!” (12)

Esto es el futurismo: pasión desatada, desafío, esteticismo dramático, ansia de destrucción, zambullido en la piscina de la modernidad, arrebato de furia y deseo implícito de quemarse en cualquier aventura. La “personalidad fascista” debe mucho a estas líneas exaltadas. Drieu la Rochelle y también André Malraux estuvieron cerca de este estilo de vida y ambos afirmaron que el fascismo era una forma de “pesimismo activo” (13).

Cuando en 1912 Marinetti y sus amigos ya habían lanzado el Manifiesto de la Pintura Futurista, el Manifiesto de la Mujer Futurista, el Manifiesto de la Escultura Futurista y otros documentos similares, empezó a calibrar la posibilidad de dedicarse a la política. Sus primeros contactos fueron en dirección de los sindicalistas revolucionarios (14) en un momento  en el que este sector (como veremos en el próximo capítulo) y los nacionalistas de la ANI vivían en plena efervescencia. Marinetti en este período hace guiños a unos y a otros y alude frecuentemente a “nuestros enemigos comunes” (15). En ese momento ya está convencido de que “el sindicalismo revolucionario y el nacionalismo son las dos únicas fuerzas realmente subversivas de la Europa Latina” (16)

Es poco después, cuando tiene lugar la guerra de Libia a la que es enviado como corresponsal, Marinetti vive su mejor momento: publica su novela más famosa –Mafarka (17) de “inspiración africana”– y vive de cerca por primera vez la experiencia de la guerra que en él, como en Ernst Jünger unos años después, tendrá una virtud transfiguradora. A partir de ese momento, para Marinetti, la guerra pasa a ser “la única higiene del mundo” (18).

Futuristas y política

Poco antes del inicio de la Primer Guerra Mundial, los futuristas publicaron su primer Manifiesto Político que insistirá en los temas propios que habían dado vida al movimiento artístico: antisocial y anticlerical, imperialista (proponía una “política exterior agresiva, astuta, cínica”, exigía la “Restauración de la Roma Imperial”. Intervencionista como Mussolini, D’Annunzio o los nacionalistas, el propio Marinetti en septiembre de 1914 organizó en Milán las primeras manifestaciones contra Austria (19).

Sus dos escritos políticos más relevantes serán Democracia Futurista publicado en 1919 y Más allá del comunismo aparecido el año siguiente. Su lectura permite advertir con facilidad lo que le uniría y le separaría del fascismo: el “posibilismo” (20). Lo que para Mussolini era “estrategia” móvil, cambiante, según soplaran los vientos y le aproximara en las más diversas circunstancias al gobierno de la nación, no dejaba de repugnar a Marinetti, poco pragmático y de escasa visión política, refugiado en el “purismo” y, por tanto, en buena medida en la esterilidad política. El Marinetti republicano y anticatólico difícilmente podría entenderse durante mucho tiempo con el Mussolini convertido en aliado de la monarquía y firmante del Concordato con la Santa Sede. Ambos, apasionados de la italianeidad, terminaron siendo antisocialistas y anticomunistas y rechazaban cualquier forma de cosmopolitismo. Ambos soñaban con una revolución, pero la de Mussolini era de “masas” y la de Marinetti de “élites intelectuales”. Esto explica que tanto antes como después de la Marcha sobre Roma, menudearan las rupturas y las reconciliaciones. Solamente cuando Mussolini rompió –forzosamente, hay que decirlo– con la monarquía en 1943 y fundó la República de Saló, Marinetti apreció el reverdecimiento del Mussolini revolucionario y se adhirió sin fisuras.

Durante la Primera Guerra Mundial, los futuristas se presentaron voluntarios a las unidades de élite, los llamados “Exploradores de la Muerte” que fue la médula de los famosos Arditi (21). Algunos mueren en combate como el arquitecto futurista Sant’Elia y el pinto Boccioni, otros muchos fueron condecorados por acciones de guerra demostrando que los principios futuristas no eran una simple pose o un mero gesto, sino que afectaba al núcleo de su personalidad. Marinetti, por supuesto, se alistó también y otro tanto hizo Mario Carli el futuro director de L’Impero y, especialmente, de Roma Futurista.

El 20 de septiembre de 1918 aparece el primer número de Roma Futurista subtitulada Periódico del Partido Futurista que llamaba a “todos los italianos” que terminaría constituyendo el núcleo del Partido Político Futurista. En esta publicación aparecen algunos de los temas que el fascismo incorporaría (la estructura corporativa del Estado) y otros que encontraron el rechazo del “posibilista” Mussolini (el anticlericalismo, la socialización de la tierra y otros temas propios de la izquierda como el sufragio femenino).

En la postguerra, los Arditi, una vez desmovilizados, se reagruparon en la Associazione Nazionale d’Arditi d’Italia fundada por Mario Carli. Este había sido inicialmente relegado a trabajos administrativos a causa de su miopía, pero insistiendo logró enrolarse en la 18ª Compañía de Asalto de los Arditi alcanzando pronto el grado de capitán por méritos de guerra y varias condecoraciones al valor. Próximo a la paz, junto con Marinetti fundó la revista Roma Futurista, que sería la tribuna de los Arditi futuristas. Su símbolo era la llama negra propia de estas tropas de asalto. Carli había escrito: “El Ardito y el futurista de guerra, la vanguardia despeinada y dispuesta a todo, la fuerza y la agilidad de los años veinte, el joven que lanza bombas silbando recuerdos de la variedad” (22). El 10 de diciembre de 1918 se constituyó la ANAI cuando en varias ciudades italianas se constituían “fasci futuristi”. Muchos Arditi seguían en activo en el ejército que veía con cierta hostilidad su creciente compromiso político y en especial la difusión en los cuarteles de la revista L’Ardito. A la prohibición y a las sanciones que se lanzaron para que los futuristas cesaran de hacer política en los cuarteles, Carli contestó con un famoso artículo titulado: “Arditis, no gendarmes”, indicando que no serían ellos quienes salvaran al régimen. Luego siguió la aventura de D’Annunzio en Fiume protagonizada mayoritariamente por Arditi.

Futurismo y fascismo

Ya, por entonces, los futuristas se habían aproximado al proyecto mussoliniano de convocar una Constituyente del intervencionismo que aproximó a Marinetti y a Mussolini y los unió en un acto convocado en la Scala de Milán donde boicotearon a los intervencionistas de izquierda.

Un año después, Marinetti participó en la reunión de los “sansepolcristas” reunidos en la plaza del mismo nombre. El primer programa de los Fasci di Combatimento incluye algunas de las propuestas futuristas: en lo relativo al Estado (“El Estado es soberano, y esta soberanía no puede ni debe ser limitada o disminuida por la Iglesia”), a las Corporaciones (“Las corporaciones deben ser promovidas según dos direcciones fundamentales: como expresión de la solidaridad nacional y como medio de desarrollo de la producción”), a los Principios de política exterior (“Italia debe reafirmar su derecho a realizar su plena unidad histórica y geográfica, incluso allí donde aún no la ha realizado”), etc. Esto ocurría el 23 de marzo de 1919. Pocos días después, Mussolini y Marinetti lanzan a los Arditi contra el diario socialista Avante! cuya redacción resulta completamente saqueada. A pesar de que Mussolini asumiera la responsabilidad del asalto, la mayoría de participantes eran Arditi y buena parte de estos eran futuristas (23).

A partir de ese momento, las relaciones entre el fascismo y los futuristas se van estrechando especialmente en Milán en donde Marinetti era miembro del Fasci de esa ciudad. Sin embargo, cuanto tuvo lugar el segundo congreso de los Fasci se produce la primera tensión notable: Marinetti percibe una atenuación de la tensión ideal del fascismo y una aproximación al Vaticano cuya “soberanía espiritual” se reconoce. A pesar de que Marinetti dimitiera del movimiento, en ese momento, el futurismo ya estaba roto como unidad política: Carli había pasado a publicar un semanario ultramonárquico (Il Principe) que no dudaba en proponer para horror de Marinetti que “la monarquía absoluta es el régimen más perfecto”. Después de sucesivas transformaciones, la revista pasó a llamarse primero L’Impero y luego L’Impero Fascista.

En cuanto a la ANAI fue disuelta por Mussolini al considerarla “poco fiable para el fascismo”. La mayoría de Arditi se adhirieron al fascismo y solamente un grupo de Arditi romanos –los llamados Arditi del Popolo, esencialmente romanos– rechazaron esta aproximación. Para sustituir a la ANAI se fundó la Federazione Nazionale Arditi D’Italia el 22 de octubre de 1922. Los Arditi del Popolo desde el principio se configuraron como una fuerza activista antifascista que contó entre sus militantes con anarquistas, socialistas y comunistas (que pronto fueron mayoritarios).

Las esperanzas de Marinetti de que después de la Primera Guerra Mundial estallara una “revolución” se vieron pronto decepcionadas y él mismo fue el primero en hablar de la “vitoria mutilada”. La aventura de Fiume le dio solamente una breve esperanza. Pronto rompió con D’Annunzio y fue de los primeros en invitarle a abandonar la ciudad. La existencia del Partido Político Futurista fue breve (apenas dos años, desde la creación de los primeros Fasci Futuristi en 1917 hasta la reunión de la plaza del San Sepolcro en 1919) y tenue. Con la fusión entre fascistas y futuristas los Arditi se convierten en un sector de los camisas negras mussolinianos de los que constituyen su tropa de asalto tal como demuestra el saqueo de la redacción del Avanti!. Con la publicación Al di là del Comunismo (1920), Marinetti da por concluida su aventura política y retorna a la literatura. Pero su hora ha pasado: ya no es considerado ni en Roma ni en París, “la cafeína de Europa”. Han surgido otras vanguardias, el dadaísmo durante la guerra y el surrealismo cuando esta última periclitó.

Su decadencia artística le vuelve a aproximar al fascismo. Es entonces cuando recibe honores del régimen y cuando corresponde sumando su nombre al Manifiesto de los Intelectuales Fascistas publicado en 1925. Luego viajó como representante del régimen fascista a varios países, entre ellos España (24). En 1929, Marinetti entrará, por deseo expreso de Mussolini en la Academia de Italia recién fundada. En esos años vuelve a reverdecer en su espíritu la fascinación por la guerra: cantará la guerra de Etiopía y a los 66 años se enrolará en la Armata Italiana in Russia, el cuerpo expedicionario italiano que apoyó a la Werthmach en la Operación Barbarroja. Volvió con la salud quebrantada y murió el 2 de diciembre de 1944, después de adherirse incondicionalmente a la República Social Italiana en la que identificó la pureza del fascismo de los orígenes.

Conclusión

El futurismo fue, inequívocamente, otra de las tendencias que dieron vida al fascismo, pero a su vez, era un conjunto de tendencias cuyo comportamiento político no era siempre homogéneo. Las relaciones entre futurismo y fascismo fueron oscilantes, pero lo esencial es reconocer que el proyecto político de Marinetti terminó convergiendo mayoritariamente con el de Mussolini, tal como demuestra inequívocamente su presencia entre los “sansepolcristas”. No todo el futurismo fue fascista, pero sí que lo esencial del futurismo y de los Arditis, se decantó hacia el futurismo.

Desde el punto de vista doctrinal la personalidad fascista, tanto en Italia como en otros países en los que se manifestó, debe mucho al futurismo y, en lo esencial, supone una modulación de las posiciones radicales de Marinetti en la década de 1909-1919. De ahí surge la transformación del pesimismo en acción, de ahí también la consideración de la guerra como “única higiene”, el canto a la juventud (los futuristas sostenían que todo lo que no se hiciera antes de la edad de 40 años ya no tenía importancia), la vida aventurera, casi de lansquenete, los golpes de audacia, la violencia como arma política, el gusto por el enfrentamiento directo, que estuvieron presentes en el futurismo, reaparecieron incluso en modelos de fascismo en otros países que ni siquiera habían oído hablar del futurismo.

¿Dónde situar geométricamente a la componente futurista dentro del fascismo? ¿A la derecha, en el centro, a la izquierda? No era, desde luego, un movimiento conservador… si bien Carli y muchos más entre los Arditi futuristas se orientaron a la derecha, incluso mucho más a la derecha que Mussolini y asumieron la defensa de la monarquía. Su polémica anticlerical y sus contactos iniciales son los sindicalistas revolucionarios podía asimilarlos a la izquierda, sin olvidar que llamaron al enfrentamiento con anarquistas socialistas y comunistas. Y si bien es cierto que compartieron algunos de los puntos de vista de Mussolini (intervencionismo, necesidad del imperio, corporativismo) también es cierto que Marinetti denostó algunas de las orientaciones del futuro Duce (especialmente el “posibilismo” y su aproximación posterior al Vaticano).

De hecho, el futurismo tuvo también tres componentes, a modo de fotocopia reducida de lo que luego sería el fascismo y estas tres componentes luego se superpusieron a las que aparecieron en el Partido Nacional Fascista.

 

Notas:

(1)    R. Paris, explica que Marinetti “fue la única personalidad de cierta importancia que participó en la reunión de la plaza San Sepolcro del 23 de marzo de 1919. La elaboración del programa de los Fasci debía mucho, entre otros, a los futuristas. Marinetti fue elegido, pues, miembro del Comité Central y, a continuación, de la comisión de propaganda y prensa” (op. cit., pág. 57).

(2)      El partido también fue ocasionalmente conocido como “Partido Futurista Italiano”, así se le cita, por ejemplo, en Marinetti Futurista   (obra colectiva, Guida Editori, Nápoles 1977, pág. 98) probablemente la exposición más completa del pensamiento estético-político de Marinetti. En cuanto a la intervención política de los futuristas es tratada de manera exhaustiva en La nostra sfida alle stelle: futuristi in política, Emilio Gentile, Laterza 2009. En esta obra también se alude al “Partido Futurista Italiano” (pág. 53).

(3)      “Cuando el Estado fascista de Mussolini se alzó con el poder tras la “Marcha sobre Roma” de 1922, aunque pareció encarnar todas estas expresiones anteriores de renovación cultural y política, también heredó todas las incertidumbres y contradicciones propias de la esfera artística y cultural que, como siempre, quedaron sin resorber. El futurismo y el fascismo estuvieron indisolublemente unidos pero mantuvieron una relación sutilmente tensa, confusa e incluso cómica. Mussolini promovió ciertos aspectos del futurismo, mientras que actuó con extrema precaución e incluso hostilidad, frente a otros”, Richard Humpheys, Futurismo, Movimientos en el Arte Moderno, Serie Tate Gallery, Encuentro Ediciones, 2000, pág. 15.

(4)      El positivismo afirma que el único conocimiento auténtico es el científico y solamente puede afirmarse a través del método científico. En sus interpretaciones más extremistas terminó desembocando en una especie de religiosidad laica. En cuanto a Benedetto Croce, reprochaba a Compté, máximo representante francés de esta corriente, el que “dejaba insatisfecha la necesidad religiosa del hombre” que era justamente lo mismo que le reprochaba Bergson.

(5)      R. Paris, op. cit., pág. 48.

(6)      El artículo en cuestión llevaba este mismo título y fue publicado en Il Popolo d’Italia en 1º de enero de 1920: “… contra los demás, contra nosotros mismos… Nosotros hemos destrozado todas las verdades reveladas, hemos escupido sobre todos los dogmas, hemos rechazado todos los paraísos, hemos ridiculizado a todos los charlatanes –blancos, negros y rojos- que ponen en venta las drogas milagrosas para proporcionar la “felicidad” al género humano. No creemos en los programas, en los esquemas, en los santos, en los apóstoles; sobre todo, no creemos en la felicidad, en la salvación, en la tierra prometida… Volvamos al individuo. Nosotros apoyamos todo lo que exalta y engrandece al individuo, todo lo que le da mayor bienestar, libertad y una mayor independencia; combatimos todo lo que deprime y mortifica al individuo. En las actualidad hay dos religiones que se disputan el dominio sobre el individuo y sobre el mundo: la negra y la roja; las encíclicas provienen, hoy, de dos Vaticanos, el de Roma y el de Moscú. Nosotros somos los herejes de estas dos religiones” (Citado por A. Tasca, op. cit., págs. 48-49), puede observarse la retórica danunziana que destila el artículo –se diría que es el propio poeta el que habla en algunas frases– y que define perfectamente la personalidad apasionada, vitalista y rebelde del Mussolini de 1920

(7)    Al estallar la Primera guerra Mundial, D’Annunzio, que se encontraba en esos momentos en Francia, regresó a Italia, realiza una campaña a favor del intervencionismo italiano a favor de Francia e Inglaterra y fue piloto de guerra voluntario. El 9 de agosto de 1918 protagonizó una de sus habituales “acciones heroicas” sobrevolando Viena con el Escuadrón 87 “La Serenísima” del que era comandante, lanzando panfletos, un trayecto extremadamente difícil para la aviación de la época. Esta acción y la ocupación de Fiume le valieron el ser considerado como el mayor héroe italiano de la época.

(8)    El entones secretario general del Partido Comunista Italiano, Antonio Gramsci escribió el 8 de septiembre de 1922 una Carta sobre el futurismo fechada en Moscú, en donde dice: “D'Annunzio nunca ha tomado posición pública respecto al futurismo. Hay que señalar que el futurismo, en su nacimiento, surgió expresamente contra D'Annunzio. Uno de los primeros libros de Marinetti tenía por título Les Dieux s'en vont, d'Annunzio reste. Aunque durante la guerra los programas políticos de Marinetti y de D'Annunzio hayan coincidido en todos los puntos, los futuristas han permanecido antid'annunzianos. Prácticamente no han demostrado interés alguno por el movimiento de Fiume, aunque luego hayan participado en las manifestaciones.” (el texto completo puede leerse en http://www.ddooss.org/articulos/textos/Gramsci.htm). A pesar de que Gramsci exagera algo, lo cierto es que D’Annunzio y Marinetti nunca se llevaron bien: “D’Annunzio dirá a sus amigos que Marinetti es "una nulidad atronadora" o "un necio fosforescente" o también –parece– "un necio con algunos rayos de imbecilidad"; y Marinetti le contestará definiéndolo confidencialmente como un tradicionalista, un "Montecarlo de todas las literaturas", "aburrido y anacrónico". Pero en público, a regañadientes, se alabarán recíprocamente y en sus pocos encuentros se intercambiarán hasta flores, regalos y abrazos; sin menoscabo de la admiración que siente Marinetti por la "vida futurista" de d’Annunzio; o, durante los años siguientes, la aprobación sufrida y limitada de d’Annunzio por las novedades introducidas por el Futurismo en las letras, las artes figurativas, la música e incluso en las expresiones más corrientes del gusto, como el periodismo, la publicidad y la moda.” (http://www.internetculturale.it/genera.jsp?id=893&l=es).

(9)    R. Paris, op.cit., pág. 52.

(10)    Sobre las relaciones entre futurismo y fascismo y sobre otros movimientos artísticos de vanguardia del novecento puede leerse la Historia de las literaturas de vanguardia, Guillermo de Torre, Ediciones Guadarrama, Madrid, especialmente el capítulo La esquina peligrosa: futurismo y fascismo, págs. 149-152.

(11)    Nos ha sido imposible establecer el origen de este apelativo que suele acompañar a nombre de Marinetti. Mientras que para unos se trata de un mote puesto por algún crítico avisado, para otros el propio Marinetti se lo dio a sí mismo y se autoproclamó como tal (Cfr. http://desdemendoza.com.ar/index.php/revistasdmza/revista-artedmza/957-a-100-anos-de-qla-cafeina-del-mundoq.html).

(12)    Para el texto completo del manifiesto cfr.:  http://elcraneo.8m.com/manifiestosfuturistas.htm

(13)    La frase se ha atribuido habitualmente a Drieu la Rochelle, el cual, a su vez se consideraba como tal y decía que un “pesimista activo” será siempre un fascista. Sea esta atribución cierta o no, André Malraux pudo decir, a su vez, que “el pesimismo activo era la antesala fatal del fascismo” (Citado en La diversidad asediada, Escritos sobre culturas y mundialización, Pedro Susz K.,  Plural Editores, La Paz 2005, pág. 385).

(14)    “En ese momento en el que empieza a esbozarse en el seno del sindicalismo revolucionario la tendencia “nacionalista revolucionaria” [1910], Marinetti decide dar una conferencia sobre “la belleza y la necesidad de la violencia”, además de mover todos los hilos a su alcance para obtener un mandato parlamentario en la circunscripción del Piamonte. Ahora bien, en esta circunscripción ha surgido una corriente política en torno del periódico Il Tricolore, que preconiza una alianza del nacionalismo y del sindicalismo revolucionario. Marinetti pronuncia su conferencia en Nápoles, en Milán y en Parma, donde Alceste de Ambris publica la revista L’Internazionale, órgano del sindicalismo revolucionario. Al imprimir el texto casi íntegro de la conferencia de Marinetti, De Ambris rinde homenaje a este “magnífico y soberbio himno a la violencia”, a esta hermosa incitación a la vida “en pleno cementerio de la vida italiana”. En esencia esta conferencia hace apología de la guerra, entona un himno a la Patria, estigmatiza el utilitarismo estrecho y mezquino de la democracia reformista y magnifica, en suma, el “gesto destructor de los anarquistas”, la huelga general y la revolución”, Z. Sternhell, El nacimiento… op. cit., pág. 361. Tal es el origen del período en el que Marinetti estuvo próximo al sindicalismo revolucionario.

 

(15)    Z. Sternhell, op. cit., pág 360. Marinetti dedicó uno de sus famosos manifiestos a este tema y unas semanas después en mayo de 1910, junto con la revista La demolizione (revista anarquista de matriz sindicalista-revolucionaria dirigida por Ottavio Dinale) realiza una encuesta sobre “la fundación de un partido revolucionario”.

(16)    Z. Sternhell, op. cit., pág. 361.

(17)    Existe una reciente edición española de esta obra: Mafarka, F. T. Marinetti, Editorial Renacimiento, Colección Pompadour, Madrid 2007.

(18)    Tal es el título de una obra publicada por Marinetti en 1915 y editada por las Edizioni Futuriste de Poesia en Milán: Guerra sola igiene del mondo.

(19)    R. Paris, op. cit., pág. 55.

(20)    Cfr. Vintila Horia, Introducción a la Literatura del Siglo XX, Universidad Gabriela Mistral, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1989, págs. 27 y sigs, dedicadas a Marinetti.

(21)    Cfr. Z. Sternhell, op. cit., pág. 362. La historia más accesible actualmente sobre este cuerpo de élite es Italian Arditi, Elite Assault Troops 1917-20 de Angelo L. Pirocchi, Osprey Publishing, Oxford 2004. Un resumen puede encontrarse en Wikipedia edición inglesa http://en.wikipedia.org/wiki/Arditi o bien en la edición italiana http://it.wikipedia.org/wiki/Arditi

(22)    Escrito en Roma Futurista, año 1, nº 1, 20 de septiembre de 1918. Reproducido en Wikipedia edición italiana http://it.wikipedia.org/wiki/Mario_Carli

(23)    R. Paris, op. cit., pág. 57.

(24)    Cfr. Vanguardias Artísticas en España, Jaime Brihuega, Ediciones Itsmo, Madrid 1981, pág. 296-8 y en Italia-España en la época contemporánea, Assumpta Camps, Peeter Lang AG, Berna 2009, págs. 89-92, se mencionan ampliamente los desplazamientos de Marinetti por España.

domingo, 14 de julio de 2013

"ENTRE LA JUSTICIA Y EL DERECHO. Una lectura crítico-deconstructiva de QUE ES LA JUSTICIA de hans kelsen" por Jorge Roggero.


 

                                               Hans Kelsen
 

El 27 de mayo de 1952, Hans Kelsen dicta una lección magistral en la Universidad de California con motivo de su retiro. El tema elegido es la pregunta por la justicia: “¿Qué es la justicia?”. El profesor germanófono se ve obligado a dirigirse a su audiencia en inglés. Su Was ist Gerechtigkeit? es traducido en What is justice?; y, sin embargo, ¿no es ésta acaso la condición de posibilidad de la justicia? Ser justos con la justicia ¿no implica un compromiso radical de traducción? ¿No exige hablar la lengua del otro?

Treinta y siete años después, en octubre de 1989, Jacques Derrida lee la conferencia de apertura del coloquio Deconstruction and the possibility of justice, organizado por la Cardozo Law School. Nuevamente se habla de la justicia en la lengua del otro.

“Dos textos, dos manos, dos miradas, dos escuchas. Juntos a la vez y separados” (DERRIDA, 1968a, 75). Un texto es siempre dos textos en uno. El primer texto es aquel que contiene el “querer- decir” del autor; es el que responde a los cánones de la lectura clásica. El segundo es el texto que se cuela en las fisuras del primero; es el decir sin querer que escapa al control del autor, escapa a su autoridad. Una vez escrita, la palabra comete parricidio, su sentido comienza a rodar, se disemina sin poder ser reconducida a un significado originario. La escritura es diseminación de sentido. Por eso Derrida invita a emancipar el lenguaje, laisser la parole, “dejar la palabra [...] dejarla hablar completamente sola, cosa que sólo puede hacerse en lo escrito” (cf. DERRIDA, 1964, 106).

Este trabajo se propone “dejar la palabra” de “¿Qué es la justicia?” de Hans Kelsen aun en contra del supuesto “querer-decir” del autor, o, mejor dicho, del “querer-decir” de sus intérpretes que creen dominar el texto, “dominar su juego, vigilar a la vez todos sus hilos, engañándose así al querer mirar el texto sin tocarlo, sin poner la mano en el ‘objeto’, sin arriesgarse a añadir a él. [...] Añadir no es aquí otra cosa que dar a leer” (DERRIDA, 1968b, 71). Un texto nunca es un texto. Un texto es una multiplicidad de voces, de citas, de intertextualidades. “Dar a leer” es advertir la imposibilidad de controlar todos los hilos de su entramado. “Arriesgarse a añadir” implica aceptar el compromiso de abrir el texto a su irreductible heterogeneidad constitutiva.

Una lectura deconstructiva es, en palabras de Cristina de Peretti, “una lectura que ‘sospecha’, una lectura que vigila las fisuras del texto, una lectura de síntomas que rechaza por igual lo manifiesto y la pretendida profundidad del texto, una lectura que lee entre líneas y en los márgenes para poder, seguidamente, empezar a escribir sin líneas”(DE PERETTI, 1989, 152). Una lectura deconstructiva entiende la lectura como una operación activa y transformadora del texto. “La lectura siempre debe apuntar a una cierta relación, no percibida por el escritor, entre lo que él domina y lo que no domina de los esquemas de la lengua de que hace uso. Esta relación no es una cierta repartición cuantitativa de sombra y de luz, de debilidad o de fuerza, sino una estructura significante que la lectura crítica debe producir” (DERRIDA, 1967, 227). La lectura deconstructiva produce la “estructura significante del texto” que permite poner en acción todos sus efectos.

Este trabajo se propone una lectura deconstructiva de “¿Qué es la justicia?” de Hans Kelsen desde la perspectiva de una teoría crítica del derecho. Esta perspectiva implica aceptar que la comprensión del fenómeno jurídico en su especificidad conlleva la necesidad de no emprender el análisis desde su aislamiento como un sistema normativo autónomo, sino de tener presente su co-implicación con el resto de la interacción humana. Esto obliga a la apertura del estudio del derecho a otras disciplinas y, principalmente, conmina a una revisión de los presupuestos filosófico-epistemológicos en los que se asienta la iusfilosofía. En este sentido, el pensamiento de Derrida constituye un valioso aporte para el enfoque de una teoría crítica del derecho.

 

Entre la pregunta y la respuesta

“¿Qué es la justicia?”. Ésta es la pregunta conductora de la reflexión kelseniana. En las líneas introductorias, Kelsen considera que quizás se trate de “una de esas preguntas para las cuales vale el resignado saber que no se puede encontrar jamás una respuesta definitiva [endgültige Antwort] sino tan sólo procurar preguntar mejor” (KELSEN, 1953, 1). Kelsen propone que no es posible encontrar una endgültige Antwort. Ernesto Garzón Valdés traduce correctamente esta expresión por “respuesta definitiva”. En la versión en inglés se lee definitive answer. Pero los términos “definitiva” o definitive no dan cuenta de la presencia del adjetivo gültig en la conformación de esta palabra alemana. Gültig significa “vigente”, “válido”, “de curso legal”, “legítimo”; endgültig mienta literalmente una legalidad o validez final. Este matiz permite acercar el adjetivo endgültig al campo semántico del derecho.2  Kelsen está diciendo que jamás será posible encontrar una respuesta con vigencia legal y, sin embargo, hay que seguir buscando, procurando preguntar mejor. La justicia jamás podrá ser reducida al campo del derecho, pero la tarea es continuar intentándolo. Éste es el hilo por el que comienza a deconstruirse el texto de Kelsen. La pregunta kelseniana se deconstruye desde un comienzo.

La primera dificultad está dada en la forma misma del preguntar. Las preguntas por el “qué” buscan un contenido por respuesta, pero “no se puede tematizar u objetivar la justicia, decir ‘esto es justo’ y mucho menos ‘yo soy justo’ sin que se traicione inmediatamente la justicia” (DERRIDA, 1990, 934). Derrida recuerda la reflexión de Pascal. La justicia no puede identificarse con un contenido porque “nada, según la sola razón, es justo en sí, todo se tambalea con el tiempo” (PASCAL, 1670, 38). Kelsen podría suscribir estas palabras sin más. El texto kelseniano parece vislumbrar el problema de la forma de la pregunta cuando sugiere la posibilidad de “mejorar la pregunta”. E incluso va más allá señalando que esta tarea de mejoramiento no debe esperar respuestas absolutas. Kelsen parece estar proponiendo adoptar una estrategia más radical: como ha sugerido Heidegger, quizás se pueda convertir en virtud este “dar vueltas sobre preguntas previas” propio de la filosofía (HEIDEGGER, 1920-21, 5). Se trata de sostener la difícil tarea de mantenerse en el cuestionamiento.

En este sentido, el enfoque de la deconstrucción parece el más adecuado. Ésta se caracteriza justamente por permanecer en la pregunta. “La deconstrucción [...] busca el cuestionamiento incesante de la autoridad de toda opinión, convencional o política, aun la de los filósofos” (MCCORMICK, 2001, 400). La pregunta de la deconstrucción es la pregunta radical que “incluso puede llegar, si se presenta el caso, a poner en cuestión o a exceder la posibilidad o la necesidad última del cuestionamiento (o del preguntar) mismo, de la forma interrogante del pensamiento, interrogando sin confianza ni prejuicio la historia misma de la pregunta y de su autoridad filosófica” (DERRIDA, 1990, 930).

La pregunta de la deconstrucción no se detiene y no evade su tarea conformándose con respuestas que violentan el carácter aporético, contingente e histórico de nuestra existencia. La pregunta parece erigirse en la estructura misma de nuestra existencia. Sostenerse en la incertidumbre del preguntar es la única manera de ser justos con el fondo abismal, indecidible, en que reside la aporía constitutiva de nuestro existir.

Y sin embargo, la cuestión de la justicia exige una respuesta urgente, una decisión impostergable. “Una decisión justa es requerida siempre inmediatamente, ‘right away’” (DERRIDA, 1990, 966). Pero ¿cómo responder?

¿Cómo ser responsable ante tan inmensa tarea? ¿Cómo decidirnos por una respuesta que no se sustraiga a ese fondo de indecidibilidad?

 

Entre el afuera y el adentro

Kelsen flaquea en esta tarea y se decide por una respuesta que escapa al fondo de indecidibilidad. Luego de un recorrido a través de las diversas soluciones que el pensamiento occidental ha ofrecido, Kelsen se pronuncia por una respuesta que reduce la indecidibilidad a través de una serie de oposiciones. La respuesta de Kelsen se asienta en un conjunto de pares opuestos que se remiten mutuamente: emotividad/ciencia, irracional/racional, relativo/absoluto, subjetivo/objetivo, política/neutralidad.

Kelsen inscribe su pregunta por la justicia en un campo ya delimitado por su concepción de la ciencia y de la racionalidad. Albert Calsamiglia, en su “Estudio preliminar” a ¿Qué es justicia?, destaca que la concepción irracional y emotiva de la Justicia, sostenida por Kelsen, es coherente con su concepto de ciencia y de racionalidad. “Kelsen identifica la razón científica con la racionalidad y considera que todo aquello que no sea abordable mediante el método de la Ciencia es irracional” (CALSAMIGLIA, 1982, 12). Sólo lo racional puede tener validez absoluta. Como la racionalidad es reducida a la racionalidad científica, y la justicia no es abordable mediante el método científico, la justicia tiene un carácter irracional. Sin embargo, si bien la razón indica que “la justicia absoluta es un ideal irracional”, esta afirmación no excluye la posibilidad ni la necesidad de concebir una justicia de carácter relativo.

Consecuentemente, Kelsen formula su concepción de la justicia, una concepción relativa (relativa principalmente a su concepción de ciencia). “Como la ciencia es mi profesión y, por lo tanto, lo más importante en mi vida, para mí la justicia es aquella bajo cuyo amparo puede avanzar la ciencia y, con la ciencia, la verdad y la sinceridad. Es la justicia it is the futility of the attempt to establish, in the way of rational considerations, an absolutely correct standard of human behavior.” (KELSEN, 1957, 21) de la libertad, la justicia de la paz, la justicia de la democracia, la justicia de la tolerancia” (KELSEN, 1953, 43). Más allá de que se pueda compartir o no el espíritu de esta afirmación, y más allá de la imperiosa necesidad de afirmar y, a un tiempo, deconstruir los conceptos de libertad, democracia y tolerancia en tanto dependientes de una concepción moderna de sujeto y de una idea de liberalismo decimonónico, Kelsen defiende una visión de la ciencia que se ha vuelto insostenible después de las críticas y reformulaciones hechas en la segunda mitad del siglo XX. En este sentido, es pertinente la observación de Calsamiglia: “Si se abandona el rígido monismo metodológico y deja de considerarse indigno de atención todo aquello que no concuerde con la convención establecida, entonces, y sólo entonces, podremos realmente relativizar nuestros saberes, que son productos de convenciones y desarrollos de estas convenciones, y no podremos afirmar que nuestro conocimiento es la verdad, y que nuestra convención es la verdadera, la que corresponde a la razón humana, sino que simplemente mantendremos que es una forma de interpretar la realidad, un esquema de interpretación de la realidad que pretendemos conocer. Subrayo: un esquema de interpretación, ni el único posible ni el verdadero en última instancia” (CALSAMIGLIA, 1982, 32). Se puede concluir que Kelsen obstaculiza el desarrollo de una auténtica justicia de la libertad y la tolerancia a través de las tajantes demarcaciones que imponen su concepto de ciencia y racionalidad, y la serie de reducciones que se siguen de estas delimitaciones. Ni el derecho ni la justicia pueden corresponderse completamente con alguno de los polos de estos dualismos. En palabras de Frances Olsen: “El derecho no es racional, objetivo, abstracto y universal. Es tan irracional, subjetivo, concreto y particular como racional, objetivo, abstracto y universal.” (OLSEN, 1990, 495).

Derrida ha sugerido que este tipo de demarcaciones a través de oposiciones binarias son siempre reconducibles al par afuera/adentro. “Para que estos valores contrarios [...] se puedan oponer, es necesario que cada uno de los términos resulte simplemente exterior al otro, es decir, que una de las oposiciones (adentro/afuera) esté ya acreditada como la matriz de toda oposición posible” (DERRIDA, 1968b, 117). El proyecto de purificación del derecho en tanto ciencia del derecho emprendido por Kelsen exige una delimitación clara de un adentro y un afuera.

La consideración sobre la justicia queda excluida del campo jurídico. Son elocuentes las palabras de Robert Walter: “es una exigencia epistemológica aprehender el derecho positivo ‘puro’, es decir, separado del sistema de justicia representado por él. Sea para informar claramente sobre un determinado y efectivo sistema normativo (obviamente sin justificarlo con ello), o para poder indicar nítidamente si y en qué medida ese sistema se desvía de un determinado modelo de justicia y es, en consecuencia, ‘injusto’” (WALTER, 1997, 17). Kelsen no está negando la necesidad de emitir juicios de valor respecto a los sistemas normativos; simplemente está señalando que éstos son exteriores a la validez misma del sistema. Es importante no perder de vista que son motivos éticos y políticos los que lo llevan a establecer esta demarcación entre un adentro y un afuera. Kelsen intenta sustraer la posibilidad de una utilización política del derecho. En palabras de Oscar Correas: “La Teoría ‘pura’ no es una ciencia sino una filosofía política que, por razones políticas, quiere fundar un ciencia apolítica: quiere quitar a los juristas la posibilidad de incluir, en la descripción de las normas, su justificación, cosa que es la que hacen principalmente los iusnaturalistas, pero también - según Kelsen- los marxistas y otros totalitarios” (CORREAS, 1989, 8-9).

Ahora bien, el precio de la estrategia kelseniana es el ocultamiento de que “cada momento de fundación y conservación del derecho está cargado políticamente y tiene implicaciones para las relaciones de poder en la sociedad a pesar de la declaración del derecho de una fundada neutralidad” (DAVIES, 2001, 219). Su teoría pura, pensada como apolítica por razones políticas, entra en tensión con el propio carácter político del derecho. El estudio científico del derecho exige trazar un límite respecto a la política, a la ética, al contexto social e histórico, pero ¿es posible tal tarea? ¿Puede tener éxito la táctica de Kelsen?

El establecimiento del límite entre el adentro y el afuera exige una “ley de leyes” que controle la frontera.

Esta ley de leyes sólo puede tener características aporéticas. Derrida observa al examinar la cuestión de los géneros literarios en “La loi du genre”, que esta ley de leyes tiene la característica de una presencia ausente o de una ausencia presente. La delimitación de un género implica la determinación de una característica definitoria, una marca. Sin embargo, esa marca que define lo que está dentro de un género no está ella misma dentro del género. “La marca de la pertenencia o inclusión no pertenece propiamente a ningún género o clase. La marca de pertenencia no pertenece.

Pertenece sin pertenecer” (DERRIDA, 1979, 264). Aquello que determina qué pertenece a un género, la ley de leyes de los géneros, no pertenece a ningún género y, sin embargo, está presente en ellos como una huella. La ley de leyes “no es sólo un borde externo, sino también una impronta interna, lo que significa que nunca hay una clara distinción entre el afuera y el adentro de una categoría, porque el adentro lleva consigo la huella de lo otro” (DAVIES, 2001, 220). Esto implica que cualquier ley de leyes que pretenda establecer categorías puras está condenada al fracaso.

Previo a la ley de leyes hay una ley de la impureza, una ley de la contaminación, que ya no se aplica a un campo determinado (género literario, derecho, etc.), sino que rige en el ilimitado campo de la textualidad general. La ley de la contaminación es la verdadera ley de leyes que desarticula toda pretensión de categorías puras, pues desenmascara cómo éstas se encuentran siempre marcadas por la otredad que excluyen.

Este principio de contaminación es el fondo de indecidibilidad al que Kelsen se sustrae estableciendo un espacio puro para la ciencia del derecho, y subordinando su decisión, su respuesta sobre la justicia, al aseguramiento de ese terreno neutral para la ciencia. Kelsen no asume el riesgo que el preguntar implica. Su pregunta por la justicia ya se encuentra respondida antes de ser formulada. La pregunta kelseniana no es justa con la justicia. Sólo entregándose al peligro de la exposición, de la apertura al acontecimiento, a lo incalculable, a lo indecidible, puede comprenderse qué es la justicia.

 

Entre la justicia y el derecho

La justicia corresponde al plano de lo incalculable, de lo imposible. Éste es el motivo por el cual es irreductible al derecho. El derecho es un ámbito de ordenamiento racional, es decir, de cálculo de lo posible; lo imposible no puede volverse posible sin dejar de ser imposible. Y sin embargo, ¿no es acaso imprescindible que estos ámbitos interactúen, que la justicia se haga presente, de alguna manera, en el derecho? Y ¿no es precisamente ésta la tarea del juez: enfrentar la aporía y hacer posible lo imposible?

La justicia es aquel elemento radicalmente heterogéneo al derecho, que lo excede como lo imposible excede a lo posible, como lo incalculable a lo calculable, como lo indeconstruible a lo deconstruible. Pero, al mismo tiempo, esta “justicia incalculable ordena calcular”. La justicia ordena hacer posible lo imposible. “El encargado de administrar justicia debe realizar la conjunción entre lo singular y lo general, hacer lo imposible. Quien es juez y sabe de esta imposibilidad puede negar ese saber, conformarse con aplicar mecánicamente la ley, el precedente, la doctrina y tranquilizarse diciendo que actúa ‘conforme a derecho’. O puede hacerse cargo de la angustia que todo acto de juzgar supone y procurar lo imposible” (RUIZ, 1995, 10).

Kelsen intuye la imposibilidad de la justicia cuando afirma que la justicia es la felicidad. “El deseo de justicia es tan elemental y está tan profundamente enraizado en el corazón del hombre, porque no es más que la expresión de su inextinguible deseo de propia subjetiva felicidad” (KELSEN, 1953, 5). Siendo la felicidad irreductiblemente singular, también debe serlo la justicia. El deseo de justicia es el deseo del reconocimiento del carácter único, acontecimental, de la existencia humana irreductiblemente singular. Y sin embargo, Kelsen niega la posibilidad de hacer posible lo imposible, pues no advierte la forma en que lo imposible interviene en lo posible como aquello que lo devuelve a su dimensión temporal, histórica, contingente. La justicia contamina al derecho como una advertencia permanente respecto a lo que éste excluye. La justicia es radicalmente heterogénea al derecho y sin embargo inescindible a él, como el supuesto mismo de su deconstrucción.

La justicia nos recuerda que “el derecho es esencialmente deconstruible, ya sea porque está fundado, construido sobre capas textuales interpretables y transformables (y esto es la historia del derecho, la posible y necesaria transformación, a veces la mejora del derecho), ya sea porque su último fundamento por definición no está fundado. Que el derecho sea deconstruible no es una desgracia. Podemos incluso ver ahí la oportunidad política de todo progreso histórico” (DERRIDA, 1990, 942). La afirmación del carácter deconstruible del derecho es clave para poder comprender el rol del derecho en el cambio social. “El papel del derecho […] depende de una relación de fuerzas en el marco del conflicto social. En manos de grupos dominantes constituye un mecanismo de preservación y reconducción de sus intereses y finalidades, en manos de grupos dominados, un mecanismo de defensa y contestación política” (CÁRCOVA, 1991, 152). Por este motivo, “lo que se necesita es pensar al derecho de tal manera que sea posible entrar en él, criticarlo pero sin rechazarlo completamente, y manipularlo sin dejarse llevar por su sistema de pensamiento y funcionamiento” (KENNEDY, 1990, 563).

El problema del carácter predominantemente conservador que el derecho generalmente adquiere en todo orden social ha sido advertido también por Kelsen. Su teoría pura del derecho se propone impedir toda utilización política del derecho que busque demostrar racionalmente la verdad eterna del valor último que sostiene. Y si bien el propósito de Kelsen no es negar el conflicto social, sino limitarse a “sacar el tema [de la justicia] del terreno de la metafísica para ponerlo en el terreno de la política” (CORREAS, 1989, 8), su solución –basada en la oposición política/neutralidad científica– adolece de los mismos problemas señalados en el apartado anterior. No es posible delimitar un campo neutral porque el derecho se encuentra existencialmente “contaminado” por la relación de fuerzas en el marco del conflicto social.

En este sentido, se puede afirmar que si “solamente donde se plantean conflictos de intereses aparece la justicia como problema” (KELSEN, 1953, 6), entonces la justicia es aquello que devuelve al derecho a su dimensión social. La justicia pone en evidencia que el derecho es “una práctica social específica que expresa históricamente, los conflictos y las tensiones de los grupos sociales que actúan en una formación social determinada.” (CÁRCOVA, 1991, 148). La justicia habita el derecho como un llamado de atención respecto a su carácter contingente e histórico, como aquello que convoca y posibilita su transformación.

Si el objetivo de Kelsen es evitar la posibilidad de algún tipo de “naturalización” del derecho que permita la afirmación de valores absolutos, Derrida parece señalar que la mejor estrategia para responder a este tipo de argumentación es desarticular la oposición misma entre physis y nómos, es decir, poner en cuestión la base filosóficoepistemológica de los reduccionismos propuestos tanto por el iusnaturalismo como por el positivismo. Para ello, no sólo es necesario admitir la irreductibilidad de la justicia al derecho, sino también la mutua implicación de ambos en esta compleja y aporética relación en la cual no hay derecho sin justicia, pero tampoco hay justicia sin derecho. Pues, si bien la justicia no es reductible al derecho, nuestra tarea no puede ser otra que continuar intentando que así sea. En tanto la pregunta por la justicia se siga sosteniendo, lo imposible encontrará el modo de actuar en lo posible.

 

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NOTAS

1 Jorge Roggero es abogado y se encuentra trabajando en su tesis de grado para finalizar la carrera de Filosofía de la U.B.A.. Es docente de la materia “Teoría General y Filosofía del Derecho” de la carrera de Abogacía de la U.B.A. y adscripto a la cátedra de Metafísica de la carrera de Filosofía de la U.B.A. Ha participado como expositor en diversos congresos, jornadas y eventos académicos similares. Ha publicado artículos en sus áreas de especialidad.

2 Si bien el término más utilizado en la jerga jurídica alemana para calificar la validez es geltend, se puede considerar el término gültig dentro del campo semántico normativo. Es más, ambos términos comparten la misma raíz etimológica. Cf. KLUGE, Friedrich, Etymologisches Wörterbuch der deutschen Sprache, Berlin, Walter de Gruyter, 1995, S. 342 und S. 310. En la reflexión final, el propio Kelsen utiliza el adjetivo gültig: “Wenn die Geschichte der menschlichen Erkenntnis uns irgend etwas lehren kann, ist es die Vergeblichkeit des Versuches, auf rationalem absolut gültige Norm gerechten Verhaltens zu finden.” (KELSEN, 1953, 40) (“Si la historia del conocimiento humano puede enseñarnos alguna cosa, es la inutilidad de los intentos de encontrar por medios racionales una norma absolutamente válida de conducta justa.”) En la versión en inglés se pierden estas connotaciones: “If the history of human thought proves anything, Facultad de Derecho – Universidad de Buenos Aires