“ El premiado ornitólogo Martín Klein, en uno de sus últimos escritos dedicados a los procesos de aprendizaje de vuelo, había subrayado la importancia de estado de la pluma y la capacidad de extensión del ala.
Hacía hincapié en la lubricidad de la fibra y en estado de la musculatura del omóplato que permita una mayor envergadura…”
National Geografic n° 333.Edic. Latinoamericana
Esto que les comento, nunca se lo comenté a nadie por una cuestión de fidelidad. Para que a nadie se le ocurra molestarla.
Todo es fidedigno de su boca…
Había descrito que:
En el lado más apartado de la habitación, tenía (como habitualmente
sucede), un ropero extremadamente profundo, austero y con llave.
Sabía detalladamente que había puesto en cada estante, en cada cajón, en cada percha. Sabía detalladamente los motivos de dicha distribución y los porqués de lo archivado.
Cada tanto, muy de vez en cuando, sobre todo las tardes en las que al sol intenso, el azimut de su órbita le permitía ingresar hasta la almohada de la cama, sacaba la caja más recóndita.
Ritualmente, antes de desatar el nudo de la cinta que aseguraba la tapa, tomaba un trapito húmedo, lo enjuagaba y limpiaba la tierra acumulada por el tiempo de guardado. Cuidadosa, prolija, correspondiente, Paula repetía ésta ceremonia de los permisos y los poderes cada día que estaba melancólica.
Me había contado que la caja era común, que a simple vista se identificaba la estampilla de “Repiquant Bells”, una sencilla sastrería londinense a metros del London Millenium Bridge, por lo cual diría que en su momento habría sido embalaje de un traje y creo que anteriormente había contenido tan sólo ropa de temporada.
Me contó que esa caja se la había regalado a su abuela el hombre que más la amó y que su abuela se la había reservado para que ella ponga sus cosas más queridas.
Una vez que se aseguraba que no existiría peligro para sus alas, Paula, retiraba la tapa de cartón amarillento. Con extremo cuidado las extendía sobre la cama con el fin de cepillarle las plumas y hacer que el sol les devuelva su coloración original.
Algunos días, de esos donde la emoción desborda, luego de cepillarlas, las tomaba y salía a dar un paseo, siempre con la mesura de saber que era sólo eso,
un paseo,
una visita a otros mundos para luego, irremediablemente, regresar a la
misma ventana por donde entrar a su normal habitación.
Otros días,
de esos donde la emoción sobrecoge, las observaba como pidiéndoles
auxilio!!!.
Algunas noches, sobre todo las más oscuras y confusas, se había visto tentada de huir. Deseaba poder no ser la que era, deseaba poder ir…, ir hacia…, sin destino…, sin meta.
Tan sólo dejarse llevar, inconcientemente. Ser lo necesariamente inconveniente y anómica como para no buscar más razón a las cosas que ser. Sólo contemplar el mar, verlo ir y venir, mecerse a su ritmo, tomar su cadencia y acompañar eróticamente el roce del mar con la arena, unir sus ritmos y ser ola.
Sólo el deseo de gozar del disfrute injustificado y obsceno.
Sólo vivir las cosas por el merecimiento de ser vividas.
Otra tarde, Paula fue largamente esperada…..
La pensaron, la llamaron, la lloraron, la extrañaron.
Y Paula nunca llegó…
Y Paula viró…
Y Paula dejó su ventana abierta…
Y dejó sobre la cama la cinta, la caja de cartón amarillento, el trapito y el piso de su habitación cubierto de plumas descoloridas,
a pesar que el azimut marcara lo contrario y ese
vuelo no fuera un paseo.
miércoles, 19 de agosto de 2009
"LA MUJER ALADA" por Darío Yancán
Etiquetas:
CUENTO
Publicado por DARÍO YANCÁN en 1:07 1 comentarios
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