(Llamamiento pronunciado por la Pasionaria, el 19 de julio de 1936.)
¡Obreros! ¡Campesinos! ¡Antifascistas! ¡Españoles patriotas!...
Frente a la sublevación militar fascista ¡todos en pie, a defender la República, a defender las libertades populares y las conquistas democráticas del pueblo!...
A través de las notas del gobierno y del Frente Popular, el pueblo conoce la gravedad del momento actual. En Marruecos y en Canarias luchan los trabajadores, unidos a las fuerzas leales a la República, contra los militares y fascistas sublevados.
Al grito de ¡el fascismo no pasará, no pasarán los verdugos de octubre!... los obreros y campesinos de distintas provincias de España se incorporan a la lucha contra los enemigos de la República alzados en armas. Los comunistas, los socialistas y anarquistas, los republicanos demócratas, los soldados y las fuerzas fieles a la República han infligido las primeras derrotas a los facciosos, que arrastran por el fango de la traición el honor militar de que tantas veces han alardeado.
Todo el país vibra de indignación ante esos desalmados que quieren hundir la España democrática y popular en un infierno de terror y de muerte.
Pero ¡no pasarán!
España entera se dispone al combate. En Madrid el pueblo está en la calle, apoyando al gobierno y estimulándole con su decisión y espíritu de lucha para que llegue hasta el fin en el aplastamiento de los militares y fascistas sublevados.
¡Jóvenes, preparaos para la pelea!
¡Mujeres, heroicas mujeres del pueblo! ¡Acordaos del heroísmo de las mujeres asturianas en 1934; luchad también vosotras al lado de los hombres para defender la vida y la libertad de vuestros hijos, que el fascismo amenaza!
¡Soldados, hijos del pueblo! ¡Manteneos fieles al gobierno de la República, luchad al lado de los trabajadores, al lado de las fuerzas del Frente Popular, junto a vuestros padres, vuestros hermanos y compañeros! ¡Luchad por la España del 16 de febrero, luchad por la República, ayudadlos a triunfar!
¡Trabajadores de todas las tendencias! El gobierno pone en nuestras manos las armas para que salvemos a España y al pueblo del horror y de la vergüenza que significaría el triunfo de los sangrientos verdugos de octubre.
¡Que nadie vacile! Todos dispuestos para la acción. Cada obrero, cada antifascista debe considerarse un soldado en armas.
¡Pueblos de Cataluña, Vasconia y Galicia! ¡Españoles todos! A defender la República democrática, a consolidar la victoria lograda por el pueblo el 16 de febrero.
El Partido Comunista os llama a la lucha. Os llama especialmente a vosotros, obreros, campesinos, intelectuales, a ocupar un puesto en el combate para aplastar definitivamente a los enemigos de la República y de las libertades populares. ¡Viva el Frente Popular! ¡Viva la unión de todos los antifascistas! ¡Viva la República del pueblo! ¡Los fascistas no pasarán! ¡No pasarán!
martes, 30 de septiembre de 2008
¡NO PASARAN! por Dolores "La Pasionaria" Ibárruri
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"EL FIN DEL EPICENTRO FINANCIERO" por Miguel Rodríguez
Un sistema finaciero para el siglo XXI
El paradigma económico de las últimas décadas llega a su fin. La próxima era traerá más regulación, menos apalancamiento e inversiones de menor riesgo.
El pasado 8 de agosto, un mes antes de la quiebra de Lehman Brothers, el secretario del Tesoro estadounidense, Henry Paulson, recibió una carta firmada por los representantes de 16 de las mayores instituciones financieras del país, en la que entonaban una suerte de mea culpa. 'Consideramos que la crisis de 2007 y 2008 es la más severa desde la II Guerra Mundial. Mientras que el desarrollo de los acontecimientos tiene múltiples causas y factores que han contribuido, la raíz de los excesos tanto al alza como a la baja del ciclo es el comportamiento humano colectivo: optimismo desenfrenado en las subidas y miedo -bordeando el pánico- en las bajadas'.
El grupo firmante, entre los que figuran la quebrada Lehman y otras víctimas como Merrill Lynch, Morgan Stanley y Goldman Sachs, reconoce que el financiero es un sector que requiere de una especial vigilancia, aunque aboga porque la supervisión se vea complementada por la autorregulación.
Pero, cuando aún está por ver la eficacia del plan de rescate del Gobierno de EE UU -estimado en 700.000 millones de dólares-, el mercado ya descuenta que en el mundo después de Lehman, como podría llamarse la próxima era financiera, las reglas van a ser más estrictas.
'En Nueva York la frase que predomina en estos momentos es regular, regular y regular', afirma el profesor de Esade Robert Tornabell. Por el momento, la estructura que regía las finanzas estadounidenses desde los años 30 se ha quebrado. La banca de inversión como entidad autónoma ha desaparecido: Lehman ha certificado su bancarrota, Merrill Lynch se ha integrado en Bank of America y Morgan Stanley y Goldman Sachs se han convertido en conglomerados sujetos a la normativa de la banca comercial.
¿Significa esto que desaparece un negocio, el de la banca de inversión? En absoluto, pero a partir de ahora las prácticas de la banca de inversión quedarán supervisadas bajo el paraguas de la Reserva Federal y no de la SEC, el regulador de los mercados estadounidenses. Y esto se traduce en mayor control y bonus menos millonarios. 'Los bancos de inversión apalancados que veíamos hace 15 días ya no existen', explica Leonardo Mathias, director general de Schroders para España. 'A partir de ahora pertenecerán a grandes conglomerados y serán los grupos más pequeños, las boutiques, las que harán el trabajo que hacían estas entidades'.
Para el profesor Tornabell, una supervisión similar a la que aplica el Banco de España a las entidades españolas será la que rija ahora para los bancos estadounidenses. 'Ellos han creado todo este lío porque no aceptan Basilea II', comenta, en referencia a los estándares internacionales sobre los requerimientos de capital necesarios para asegurar la protección de entidades frente a los riesgos financieros y operativos. 'Seguramente terminarán por aplicarlo'.
Es pronto para saber cómo quedará el paisaje financiero mundial una vez se recojan los escombros de esta crisis. Pero no hay duda de que será diferente. 'Está claro que algo va a cambiar', sostiene Juan Laborda, economista de Abante Asesores. 'Se ha quebrado un paradigma global que ha movido la economía en los últimos años, basado en el apalancamiento y en la toma de riesgo'.
Termina un periodo en el que los mercados financieros tomaron el relevo a la banca como financiadores; un periodo en el que el negocio bancario ha pasado de depender de los márgenes por la captación de depósitos y la concesión de créditos a apoyarse en los ingresos generados por las comisiones y ganancias de operaciones realizadas fuera de balance, ya sea la gestión de fondos de inversión, la operativa con derivados o la titulización de activos. Termina la era del apalancamiento en la que las mesas de Tesorería de los grandes bancos de inversión han sido los mayores hedge funds, gracias a un entorno de escasa regulación y bajos tipos de interés que permitían endeudarse hasta el extremo para realizar operaciones de riesgo.
Entramos en un mundo en el que el grado de riesgo de las inversiones va a descender significativamente. Al igual que la oferta de las entidades financieras para sus clientes: depósitos, deuda a corto plazo y garantizados se antojan los productos por los que apostarán las redes comerciales de los bancos, al menos hasta que se confirme el final de la desaceleración económica y del ciclo bajista de las Bolsas.
En el mundo después de Lehman, aún debe definirse la globalización financiera. Porque lo que ha reinado hasta la fecha ha sido un modelo internacional de diseminación de riesgos, donde, aún habiendo muchos actores actuando en los mercados, el dinero se ha concentrado en unas pocas manos capaces de mover a su antojo el precio de los activos. Con el agravante de que la supervisión no ha sido global, sino nacional, lo que ha limitado la capacidad de actuación de los vigilantes.
Por lo pronto, la Unión Europea trabaja ya para la creación de un órgano colegiado de supervisores capaz de hacer frente de manera conjunta a las crisis de corte global. Pero hay voces entre la clase política que ya proponen un supervisor internacional.
Todo sea porque sector privado, supervisores y reguladores pongan el empeño y la voluntad para que en el mundo después de Lehman los mercados financieros vuelvan a ser instrumentos de canalización de recursos para el enriquecimiento del conjunto de la sociedad, y no el patio trasero donde unos pocos hacen y deshacen a sus anchas.
El fin del epicentro financiero
La crisis financiera ha desatado no poco debate sobre si la caída de los grandes bancos de inversión de Wall Street significa el final de la hegemonía financiera de Estados Unidos en el mundo. Esta misma semana, el ministro de Finanzas alemán, Peer Steinbrück, vaticinaba que después de esta crisis Estados Unidos perderá su estatus de superpotencia en el sistema financiero mundial, que será multipolar.
'Nueva York, como plaza financiera ha perdido mucho peso frente a Londres', comenta Juan Laborda, economista de Abante Asesores. 'Pero, además, los países asiáticos van a tener mucho que decir. Están financiando la economía americana y no se van a conformar sólo con bonos; querrán también el control'.
Para el profesor de Esade, Robert Tornabell, hablar del fin de Wall Street como centro financiero mundial es exagerado. Pero reconoce que va a haber una recomposición del sistema debido a la llegada de nuevos capitalistas, como los países del Golfo Pérsico, que han acumulado reservas en dólares gracias al alza del precio del petróleo.
Hasta el momento, se ha producido la entrada de fondos soberanos en el accionariado de algunas entidades estadounidenses como Merrill Lynch, y sobre todo se ha producido el desembarco de entidades japonesas, que en Lehman Brothers (Nomura) y Morgan Stanley (Mitsubishi).
Sin embargo, existen argumentos que apoyan la hegemonía estadounidense. 'El 95% del comercio mundial -y especialmente por las transacciones de materias primas - se realiza en dólares. Eso significa coberturas en el mercado de futuros de Chicago y Nueva York, donde cotizan los futuros del petróleo de referencia mundial'.
Tornabell añade otros dos factores: EE UU sigue siendo la mayor potencia económica y además su lengua es el inglés, el idioma de los negocios.
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domingo, 28 de septiembre de 2008
"THE NEW, NEW DEAL" by Saskia Sassen
The current moment would be a remarkable and revealing one for any United States
government, and is even more so when the current administration has been so firm in
proclaiming its desire to keep out of the economy. The fact that the White House, the treasuryand the Federal Reserve want to inject [1] at least $700 billion of taxpayers' money into theeconomy in order to stabilise a fragile and exposed financial system is a stunning departure [1]from long-held neo-liberal mantras.
But astonishment at this turn of events, far less satisfaction at
the belated acknowledgment of the state's proper role in the
market, should not lead critics of financial capitalism astray.
Rather, they should argue firmly that this plan must not be a
golden parachute for a small elite of people and firms paid for
by the country's already hard-pressed citizens: rather, it must
become a golden opportunity to create a new model of and a
new phase in the US economy itself.
The taxpayers' money should not go to bail out a financial
sector that has brought the country to the most severe crisis
since 1929 - and which will have (like the great-depression [5]
era) economic and political reverberations across the world. The
US has a strong banking sector, whose regulation and capital
requirements have allowed it to survive the crisis of the financial
sector. The fact that the two titans of Wall Street, Goldman
Sachs and Morgan Stanley, have voted with their feet by joining
[6] the banking sector is another indication of a possibility of
returning to a financial model centred more on banking - with
more regulation, stiffer capital-reserves requirements, and fewer
leveraging options.
The early signs of congressional scepticism [7] about the
"troubled asset relief program" (Tarp) proposed by Hank
Paulson, US treasury secretary, are hopeful in this regard; but
they need to go much further, and become part of a coherent
counter-proposal to reshape the very direction of economic
activity in the United States - to the immediate benefit of tens of
millions of people across the land, and of the long-term
sustainability of their social and environmental livelihoods.
A plan for life
What would this counter-plan involve? The most important item would be to focus on the kind of work the economy needs desperately but seems unable to perform, work that involves wide sectors of the population and of the economy. A rebuilding of the country's infrastructure [8] is a prime example. There are vast numbers of essential tasks waiting to be done: repairing flood defenses and unsafe bridges, environmental clean-ups, developing alternative-energy sources, introducing suburban train systems, rebuilding devastated inner-cities, creating urban parks and
green belts, helping low- and modest-income households to acquire foreclosed properties; and allowing recently foreclosed on households to recover [9] their homes. There is so much more.
These tasks alone would require the creation of huge numbers of jobs and enterprises of all sizes [10], in almost all economic sectors. This in turn would feed directly into GDP growth and heave a healthy effect eventually on the value of the dollar. At present, actual economic growth is more urgent than lowering the interest-rate so that households can borrow more; households need income and employment, firms need buyers of their goods and services. In this dispensation, banks would do the lending through conventional loans rather than financial firms selling high-risk structured financial instruments.
If there is $700bn of taxpayers money available to spend, let's
spend it in the right way [12]. Let's use this rare chance of the
United States's political leaders feeling the political - democratic,
from-below - pressure to force them to use such a large
intervention in the economy for the benefit of everyday citizens.
In recent times, Congress and other branches of government
have shown little inclination or determination - even when
confronted with shocking levels of social and infrastructural
neglect - to act in this direction. This is a once-in-a-lifetime
opportunity [13] for them - with the breath of popular,
democratic sentiment at their backs - to take a major step
towards a new economy that delivers a broad distribution of
benefits, and fuels direct economic growth rather than financial
growth.
The US can learn here from previous rich-world financial
meltdowns such as Sweden [14] and Japan. The US is today
facing (according to IMF estimates) an approximately $1 trillion
financial debt/loss across its diverse sectors, from consumers to
firms. Japan faced equivalent loss in the 1980s when it went
into crisis. It decided to launch massive infrastructural
development projects that kept GDP growth stable, albeit low.
The country remained [15] in this state for a number of years:
there was economic activity involving a cross-section of
economic sectors and households. This allowed Japanese firms
and households to keep paying off their debt, supported by
traditional banking, and today Japan has cleared that $1 trillion
debt.
A time to pause
The implication of this experience is that there are better ways
for the American people to respond than to rescue the particular kind of financial sector that emerged [16] in the 1980s. A further reason lies in this sector has come to be dominated by two processes that impinge on the lives of every citizen.
The first is accelerated boom-and bust-cycles that are followed by regular taxpayer bailouts that serve to feed yet another boom - until the whole cycle is repeated. The massive late-1980s bailout through the Resolution Trust Corporation [17] (RTC, active 1989-96); the stock-market mini-crash of 1987; the debt bailout in Mexico when the $50bn-plus of taxpayers' money destined there went straight to Wall Street; the crisis bailout in southeast Asia in 1997; the Long- Term Capital Management (LCTM [18]) bailout in 1998 - these are only some of the more prominent examples. The massive official disbursements of cash involved were meant to be a
lifeline - but in these cases, they only reinforced the existing type of financial sector, while providing the occasion for new regulatory moves (notably the cancellation of the deprtession-era Glass-Steagall Act [19] [1933]).
The second process is that the big winners have been an increasingly small percentage of the US population - not the middle and working classes. In the 1960s the share of national income going to the top 10% was 30%; from the 1980 the figure approached almost 50%.
On 4 November 2008, the United States will elect [20] a new
president whose fresh team will seek to guide the country
through the inescapably stormy times ahead. So why is it
necessary now to rush through a bailout of at least $700bn -
taxpayers' money, which Americans will be paying off for years?
The answer is that it is not necessary. Because the plan as it
stands [21] is designed to re-consolidate a system that has
simply not delivered for vast sectors of the population, and
which in addition puts the whole economy at risk every few
years. Indeed, the fact that the mere announcement of the
decision to ask for a bailout on 19 September sent stock
markets into a sharp rise [22] is a symptom of the underlying
problem rather than a step towards its solution - for this
indicates that a new boom-bust sequence can be triggered at
any moment.
What needs to happen instead is that the nature of the systemic
predicament needs to be understood and its gravity registered.
Only then should the representatives of the people who are to
decide on how to spend the people's taxes respond to the
request and decide how the funds are to be used. The United
States Congress must not spend vast sums of money saving financial firms in order that the country can return to an unstable boom-and-bust cycle that benefits a shrinking sector of the economy and the people.
There is also a fundamental issue of accountability [23]. Section 8 of the Paulson proposal grants the treasury secretary full responsibility over its implementation, something that no other party (legislator, lawsuit, or judge, for example) can contest; in its words [24], "(decisions) by the Secretary pursuant to the authority of this Act are non-reviewable and committed to agency discretion, and may not be reviewed by any court of law or any administrative agency." None of
the other bailouts has entailed such an immense power-grab. It is another instance of the growing "executisation" of government (see "Globalisation, the state, and the democratic deficit [24]", 19 July 2007).
This is another reason for politicians and citizens alike to take time to consider how to spend public funds. In the current desert of uncertainty, six weeks before the presidential election and four months before the inauguration, it is worth taking a serious look at what kind of financial model the United States (and the world) needs; and deciding as a result to spend taxpayers'
money in ways that best deliver it.
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