sábado, 2 de abril de 2011

"Árboles y redes: Crítica del pensamiento rizomático" por Carlos Reynoso.


El objetivo de este breve estudio es señalar, de cara a las ciencias sociales, las embarazosasinexactitudes que atraviesan el famoso primer capítulo de Mil mesetas (Deleuze yGuattari 2006 [1980]), uno de los libros más celebrados de lo que se ha dado en llamarpos-estructuralismo. Aunque yo mismo he pretendido ser deleuziano cuando era muyjoven y aunque no han faltado antropólogos, geógrafos y urbanistas que quisieron incorporar en crudo los raciocinios del texto en su investigación empírica,en la demostración
que sigue quedará en evidencia la distancia metodológica que media entre un planteo
argumentativo de factura literaria (por seductor que él sea, lo que no es aquí el punto)
y los requisitos más básicos de la conceptualización científica.
Anticipando lo que Fritjof Capra haría con sus redes un cuarto de siglo más tarde, Gilles
Deleuze y Félix Guattari presentaron en el capítulo señalado su modelo rizomático, al
que mostraron como si fuera lo opuesto a las jerarquías, a las estructuras en árbol, a las
estructuras centradas o a las estructuras sin más. Escriben los autores:
A [los] sistemas centrados, los autores oponen sistemas acentrados, redes de autómatas finitos
en los que la comunicación se produce entre dos vecinos cualesquiera, en los que los
tallos o canales no preexisten, en los que los individuos son todos intercambiables, definiéndose
únicamente por un estado en un momento determinado, de tal manera que las
operaciones locales se coordinan y el resultado final o global se sincroniza independientemente
de una instancia central (Deleuze y Guattari 2006: 22).
Aunque alegan disentir de dualismos y dicotomías, Deleuze y Guattari terminan contraponiendo
(a) una concepción arbórea, jerárquica, ramificada, como la que presuntamente
encarnan Chomsky, la lingüística, el estructuralismo, la lógica binaria, el psicoanálisis
y la informática y (b) la idea de rizoma, encarnación de la multiplicidad, de los
agenciamientos colectivos, de las redes de autómatas finitos igualitarios y de los procesos
que se muestran refractarios a la codificación y a las genealogías (Op. cit.: 9-32).
Lo menos convincente de esta pirueta discursiva es el montaje axiológico de las contrapartidas
del rizoma: las estructuras arbóreas, figuras de paja identificadas con el plan de
las gramáticas y demasiado prestamente identificadas con el mal. Dejando de lado las
inexactitudes proliferantes que examinaré más adelante, es evidente que esas etiquetas
deconstruccionistas de celo justiciero (que aspiran a ser esquizos pero suenan más bien
1 Véase por ejemplo Crary y otros (1986); Fischer (1995); Lotfalian (1996); Westwood y Williams (1997:
245-246, 251-252); Marcus (1998: 86); Hernandez (2000: 277); Llano y Valencia (2004); Cuthbert
(2006); Delgado (2007: 65, 188-119); Dovey (2005); Warf (2006: 36, 377); Taylor y otros (2007: 259,
261-262, 263, 265, 266, 268 n. 4); Oakes y Price (2008: 329); Wood (2009); Gregory y otros (2009: 283,
502, 655, 717); José Pérez de Lama [osfa] http://www.hackitectura.net; Cobarrubias y Pickles (2009).
Reynoso – Crítica del pensamiento rizomático
2
paranoides) incurren en un exceso de metáfora: ni los diversos géneros gramaticales que
existen en la literatura o que puede urdir la imaginación son todos ellos sustancialmente
arbóreos, ni los mecanismos gramaticales o sus eductos son sistemas centrados en algún
sentido inteligible, ni cuando se orquestó la trama rizomática Chomsky utilizaba ya gramáticas,
ni sus gramáticas generativas modelaron otra cosa que no fuera un fragmento
de la competencia lingüística de los hablantes, la cual está muy lejos de ser impuesta por
una burocracia tiránica o una academia totalitaria, pues se supone que es innata.
Atrapada en el juego de contrastes que ella misma ha urdido y que la motiva por completo,
la proclama rizomática deviene sesgada, en blanco y negro, carente de matices: no
concede al régimen arbóreo ninguna virtud (a pesar de su productividad manifiesta) ni
admite para sí misma ningún impedimento, límite o contraindicación. Tenemos aquí una
dialéctica tan infalible como infalsable: si sale cara gano yo, si sale ceca pierdes tú.
Correlativamente, Deleuze y Guattari, cuidándose de llamar estos obstáculos por su
nombre, minimizan, injurian o disimulan bajo una espesa capa de retórica la relevancia
de los asuntos que por su propia especificación de diseño la estrategia rizomática es
inherentemente incapaz de modelar: la memoria, la evolución, la historia, el modelado
lógico, matemático y científico, las algorítmicas, la ideología, las jerarquías, las estructuras,
las redes sociales concretas, las máquinas abstractas, la subjetividad, las matemáticas,
los sistemas semánticos, biológicos, cognitivos e informáticos, los saberes sistemáticos,
genéticos, genealógicos y taxonómicos, y, por supuesto, la lengua como sistema
y la lingüística generativa transformacional como teoría (D-G 2006: 16, 27, 519-
522).
Sospecho, a todo esto, que nuestros autores no han leído a Chomsky o que lo han hecho
muy de prisa, creyendo quizá que los árboles que eventualmente se encuentran diseminados
en sus escritos, ilustrando algún concepto circunstancial, constituyen la médula
de su formulación.2 Sucede como si la lectura chomskyana que motivó el manifiesto
rizomático, y que por ello mismo habría debido ser particularmente escrupulosa, hubiera
tenido por objeto precipitarse en una impugnación sugerida por viñetas y diagramas sin
que importase gran cosa lo que tenían que decir textos de los cuales nunca se ha escuchado
la voz y a los cuales nunca siquiera se menciona. En último análisis, Deleuze y
Guattari han consumado un silenciamiento del Otro tan taxativo como el que el realismo
etnográfico de la antropología perpetrara sobre el nativo, armando su querella contra el
autoritarismo de árboles y gramáticas en base a atribuciones que demuestran ser infundadas
o extravagantes y no en función de lo que los autores impugnados pudieran haber
dicho exactamente.
2 En última instancia, es imposible saber qué texto chomskyano pudieron haber leído los autores si es que
de veras han leído alguno. Ni aun en el ensayo “Postulados de la lingüística”, el cuarto capítulo de Mil
mesetas, atestado de referencias bibliográficas, los autores escriben una frase o nombran algún texto suyo,
a excepción de un diálogo insustancial entre Chomsky y Mitsou Ronat. Entiendo que afirmar que han faltado
las lecturas esenciales (o que se olvidó, malentendió o tergiversó negligentemente lo que se ha leído)
es una hipótesis fuerte en relación a las evidencias de que dispongo; pero más extremo todavía es aseverar
que Chomsky pensaba lo que estos autores le quieren hacer pensar.
Reynoso – Crítica del pensamiento rizomático
3
Cuando de la palabra se trata, Deleuze y Guattari permanecen en torno de las connotaciones
vulgares de los términos, aferrándose a los estereotipos más descarnados y a
trazos de brocha gorda en un asunto que requiere como pocos una extrema precisión
conceptual. Para el público en general, en efecto, una gramática evoca un canon de
reglas mandarinescas y preceptos imperativos que rigen el habla. Ahora bien, las gramáticas
formales del primer período chomskyano y las gramáticas normativas del buen hablar
que hemos sufrido en la escuela elemental comparten por desdicha un mismo nombre.
Si Chomsky ha renunciado a las gramáticas desde hace décadas (detalle que Deleuze
y Guattari prefieren ignorar) es porque ha optado por formalismos cognitivos más
abstractos y de más refinada adecuación. Las gramáticas ya no le son indispensables, es
cierto; pero es ofensivo a la inteligencia de la comunidad científica que alguien insinúe
que aquellas ideas de su período temprano han sido por la mera coincidencia de sus
nombres igual de estúpidas que las prescripciones escolares más mandonas y obtusas.
Aquí comienza a percibirse que la lingüística chomskyana y los saberes rizomáticos no
están en la misma liga ni tuvieron el mismo impacto civilizatorio. Malgrado la soberbia
de nuestros autores, la jerarquía de la complejidad de Chomsky, muy por encima de
cualquier idea posmoderna, ha sido instrumental en el desarrollo de los lenguajes formales
y de la tecnología que de ellos depende: no existirían lenguajes de programación,
ni intérpretes, ni compiladores, ni teoría de autómatas, ni programas basados en autómatas
finitos, ni redes informáticas, ni computadoras programables tal cual hoy las conocemos
de no haber mediado una clarificación de esa naturaleza. Un esclarecimiento de
talante relacional, analítico y sensitivo al contexto –dicho sea de paso– que categóricamente
no habría podido llevarse a cabo con un formalismo basado en la emergencia y
en la yuxtaposición de elementos indistintos, homogéneos e intercambiables como lo es
el que articula el principio rizomático.
Lo cierto es también que sólo uno de los cuatro tipos identificados por Chomsky (los
autómatas de almacén que procesan lenguajes independientes de contexto) admite representarse
mediante árboles (Reynoso 2010: 159-176); aun así, ésa no es más que una representación
alternativa, un recurso pedagógico entre los muchos que existen. No es
imperioso usar precisamente árboles para diagramar esa gramática: se puede optar por
matrices, álgebra de procesos, reglas de sustitución, listas recursivas, formas de Backus-
Naur, grafos existenciales, lenguaje en prosa y hasta redes (Reynoso 2011: cap. 12). Las
piezas distintivas de las tempranas gramáticas chomskyanas no son tampoco los árboles
generativos (que se remontan al estructuralismo de Zellig Harris) sino las reglas de
transformación, las cuales son imposibles de expresar mediante diagramas arbolados.
La contribución de Chomsky (1956: 120-121), después de todo, consistió precisamente
en haber cuestionado la capacidad de las reglas generativas (y de los diagramas arborescentes
concomitantes) como modelos adecuados de la competencia lingüística. Afirmar
que la gramática generativa transformacional chomskyana se basa en expresiones
arbóreas y que implica modos de agenciamiento y de poder social que segregan mandatos
tales como “dividirás cada enunciado en sintagma nominal y sintagma verbal” o
(más todavía) alegar que “los árboles chomskyanos establecen relaciones constantes enReynoso
– Crítica del pensamiento rizomático
4
tre variables de poder” tal que “formar frases gramaticalmente correctas es [...] la condición
previa a toda sumisión a las leyes sociales” (D-G 2006: 13, 104) constituye un
error de una magnitud colosal. No sólo es una exageración im-probable e infalsable en
materia de teoría política y antropológica, sino que resulta insostenible como predicado
relativo a la historia de la teoría lingüística.
Cualquier estudiante de lingüística sabe, en efecto, que no existen cosas tales como “árboles
generativos construidos según el modelo sintagmático de Chomsky” (p. 20), o “el
método lineal arborescente de Chomsky” (p. 96) o un “árbol-raíz” chomskyano que
“responde a la lógica binaria” y procede luego por dicotomía (p. 13). La idea misma de
un árbol chomskyano ya es un desatino: Chomsky utiliza los árboles sintácticos derivados
de la lingüística estructural precedente para explicar sus alcances, pero más fundamentalmente
para demostrar a lo largo de capítulos enteros su inadecuación para la
comprensión de las lenguas naturales (cf. Chomsky 1974 [1959]: 51; compárese con los
diagramas de Hockett [1971 [1958]: 160, 172, 173] o con la notación de Zellig Harris
1951; Chomsky 1956: 116-117). Menos todavía es verdad que la gramática chomskyana
es un “marcador de poder” normativo (D-G 2006: 13) obsesionada por enseñar cómo es
que deben construirse las frases gramaticalmente correctas: es por el contrario el hablante-
oyente quien decide en base a su conocimiento intuitivo la corrección de una gramaticalidad
(o en la teoría de rección y ligamento, la correspondencia con un conjunto de
principios) a la cual el modelo de la competencia debe ajustarse.
Figura 1 – Regla de re-escritura
Los árboles del modelo de constituyentes cuestionado por Chomsky tampoco son análogos
a una “lógica binaria” cualquiera sea el significado de esta expresión. En los árboles
binarios (si de ellos se trata) el binarismo atañe a valores de verdad opuestos (+/-) que
se van sucediendo; en los árboles del modelo de constituyentes cada expresión es sustituida
por una concatenación de otras, que pueden ser más de dos, en la que se puede
proponer una elección entre muchas opciones, y en la que puede reaparecer un signo
que se definió con anterioridad o la expresión de cabecera misma (S ® SN+SV; SN ®
Reynoso – Crítica del pensamiento rizomático
5
A+N; SV ® V+SN) (Figura 1). En estos árboles todas las ramas conectan tarde o temprano
con un solo símbolo terminal, mientras que los árboles binarios son binarios all
the way down. Ninguno de los símbolos de un diagrama de estructura de frase es un valor
de verdad.
Los lenguajes independientes de contexto son, como bien se sabe, una entre las clases
de lenguajes formales; de ningún modo constituyen un modelo del lenguaje natural o
del logos como racionalidad. Ni por asomo tampoco los términos que se alojan más
arriba en una estructura arbolada (“Sintagma Nominal”, pongamos por caso) ejercen alguna
forma de opresión sobre los que se encuentran por debajo (“Artículo” o
“Nombre”). La idea de “subordinación” tiene aquí que ver con procedimientos seriales
de re-escritura o con pertenencia a conjuntos anidados, antes que con hegemonías dictatoriales
o subalternidades gramscianas. Si la pertenencia a clases implica jerarquía, entonces
también los elementos de una matriz celular, de una red o de un grafo pertenecen
a clases: vecindarios, cliques, comunidades, sub-redes, bloques, cuencas de atracción y
hasta árboles, o como quiera que se los desee organizar.
Tampoco poseen los algoritmos un signo político distintivo que defina quiénes habrán
de ser sus usuarios o las causas a las que resultarán funcionales: un izquierdista como
Noam Chomsky ha utilizado ocasionalmente árboles para ilustrar un punto, mientras un
ultraconservador como John Von Neumann desarrolló su estudio sobre máquinas que se
auto-reproducen en base al modelo “rizomático” de los autómatas celulares. Hay algo
de obsceno, por otra parte, en endilgar ideologías opresoras precisamente a Chomsky,
quien ha sido órdenes de magnitud más radical y consistente que Deleuze o Guattari en
lo que atañe a su militancia libertaria.
Dejando de lado unos pocos opúsculos característicamente autoindulgentes o técnicamente
descabellados (pienso en Chaosmose), ni duda cabe que tanto Deleuze como
Guattari han sido pródigos en ideas brillantes. Pero el esquema rizomático ostenta demasiados
flancos débiles que no solamente se manifiestan en su lectura de la lingüística
o de las ciencias formales (cuya miopía en esta corriente filosófica ha sido proverbial)
sino que tocan de lleno a su visión de la historia, la cultura y la antropología. En contraste
con un Occidente arbóreo y absolutista, por ejemplo, Deleuze y Guattari (maoístas
en ese entonces) imaginan una China y una India en las que los tiranos son magnánimos
y refinados y el propio árbol de Buddha deviene rizomático (2006: 24).
Hasta la ejemplificación del caso resulta chocante por su falta de competencia en el tratamiento
de la historia cultural y por el escamoteo de datos esenciales; pues fue en la
India de la quema de viudas, del Código de Leyes de Manu y de la jerarquía de castas
más despiadada que se conoce donde se originó el Aṣṭādhyāyī [अ टा यायी] de Pāṇini,
la madre de todas las gramáticas. Y fue el Celeste Imperio, al que se pinta imbuido de
una cosmovisión rizomática de ensueño, el lugar al que desde el siglo VII se llevaban
esclavos del Zenj (la actual Zanzibar) y en el que en el siglo XI se concibieron el Yingzao
Fashi [營造法式] y lo que luego sería el triángulo de Yang Hui, que son respectivamente
la primera gramática arquitectónica de la historia y la primera representación
arbolada de los coeficientes binomiales (Oliver 1975: 192; Li 2001; figura 2). Si la múReynoso
– Crítica del pensamiento rizomático
6
sica tonal de la tradición europea se considera arborescente mientras la atonalidad o las
pautas modales de Oriente se juzgan rizomáticas (D-G 2006: 98-99), cuando miramos
los cánones musicales de China y la India la distinción decididamente no funciona, pues
tanto los antiguos sistemas tonales shí èr lü [十二律] o el del gǔqín [古琴] como los sistemas
de rāgas de Hindustan o de Karnāṭaka constituyen regímenes más centrados, hipercodificados,
jerárquicos y normativos de lo que jamás fuera el caso en el mundo occidental.
Un rāga regula mucho más que un modo o una escala; es una normativa que
rige la escala, la línea ascendente y la descendente, las notas enfatizadas, el registro, la
ornamentación, la entonación y el fraseo. Una pieza elaborada en un rāga específico
debe tocarse de cierta manera minuciosamente prescripta a cierta hora del día y en
determinadas estaciones del año, a riesgo de que sobrevenga el infortunio o el cosmos
colapse si así no se hiciere.
Figura 2 – Triángulo de Yang Hui (dominio público)
Si se pretende que la “jerarquía” de un sistema taxonómico de inclusión de clases y la
de un sistema político totalitario son la misma cosa (igualación que no hace justicia ni a
las abstracciones de la lógica ni a las materialidades de la política), entonces es igualmente
inaceptable la presunción deleuziana de que sólo en Occidente han habido sistemas
linneanos de múltiples niveles, “significantes despóticos” afines a los “modos logocéntricos”
del saber (Pinzón Castaño, Suárez Prieto y Garay Ariza 2004: 20). Por el
contrario, la antropología cognitiva ha testimoniado la existencia de taxonomías, partonomías,
árboles binarios y claves clasificatorias en la tradición oral y escrita de la virtual
totalidad de las lenguas, las culturas y los campos semánticos, mucho más allá y
desde mucho antes de que el ethos conceptual de Occidente llegase siquiera a plasmarse
(Tyler 1978; Reynoso 1986; D’Andrade 1994).
Reynoso – Crítica del pensamiento rizomático
7
En la misma tesitura, nada hay en un modelo gramatical que implique jerarquía en el
sentido de un poder opresor ejercido desde “arriba” hacia “abajo”; a menos que estemos
desesperados por desvelar síntomas escondidos u otorgar significación trascendental a la
analogía más peregrina, tampoco hay ecos ciertos y sistemáticos de esa implicación en
los árboles genealógicos, en los diagramas antropológicos de parentesco, en los cladogramas,
en los diagramas filogenéticos o en los esquemas clasificatorios. Tanto en estos
grafismos como en la topología de los grafos la orientación y la topología del dibujo se
saben convencionales: un artificio que varía, además, según la dirección en que se escriba
y lea la escritura circunstancial de la lengua que se trate. Apenas uno se asoma a la
antropología cognitiva, a la etnociencia o al análisis componencial se comprueba además
que una forma arbolada que represente paradigmas ortogonales, claves o taxonomías
se puede trasponer sin pérdida de información a un esquema matricial más parecido
a una red celular rizomática que a cualquier otro objeto (Reynoso 1986). Al experimentar
con los rudimentos del análisis de redes sociales se aprende, del mismo modo,
que todo árbol es susceptible de representarse como (o de convertirse en) una matriz de
incidencia conmutable de celdas cualitativamente idénticas.
Deleuze y Guattari olvidan, asimismo, que la clave de un formalismo radica en su forma
lógica, no en su representación ocasional o en las asociaciones de ideas que ésta despierte;
la representación es sólo un recurso heurístico, un artefacto didáctico, una plasmación
de una idea en una imagen pero no la idea en sí. Los matemáticos de línea dura
en teoría de grafos, de hecho, no conciben primariamente los grafos como dibujos de línea
y punto sino más bien como matrices o colecciones de elementos: “La gente considera
útiles los dibujos (escribe Lawler 1976: 20). Las computadoras no”. “Es útil (llegan
a conceder Bunke y otros 2007: 32) representar los grafos con un diagrama”. Útil,
entonces, pero no primordial.
No es verdad tampoco que los mecanismos gramaticales generen necesariamente lenguaje
y que los contamine por ello un pecado original de logocentrismo. Mientras una
gramática (un algoritmo generativo o generativo-transformacional, a fin de cuentas)
puede engendrar tanto árboles como hierbas, laberintos, embaldosados, espirales, música,
muebles, rizomas, casas o ciudades, una colección de autómatas finitos igualitarios
se puede usar (y de hecho es lo que se usa con frecuencia) para modelar las formas más
crudas de segregación social (Sakoda 1971; Schelling 1969). Si las reglas son la piedra
de toque y los signos diagnósticos de lo autoritario nos aguarda otra decepción, pues es
posible concebir gramáticas cuyos operadores no son reglas: las gramáticas irrestrictas o
de tipo 0 que procesan lenguajes recursivamente enumerables mediante máquinas de
Turing tipificarían los ejemplares canónicos de esta variante; no es posible, por el contrario,
implementar redes de autómatas finitos sin especificar reglas de transición.
El hecho más inoportuno para la ideología rizomática, imagino, radica en que entre árboles
y redes no existe necesariamente la contraposición que sus promotores postulan.
Desde la teoría de grafos en más, los árboles son simplemente grafos (o redes) en las
que no se presentan ciclos o circuitos cerrados: una clase especial de un conjunto que
abarca ambas ideas. Y por añadidura en todo grafo (en toda red, por ende) se aloja un
Reynoso – Crítica del pensamiento rizomático
8
número crecido, usualmente enorme, de árboles abarcadores y de todo género de estructuras,
flujos y trayectorias arbóreas: un rasgo presente en todos los ejemplares del conjunto
(Harary 1969: 32-42; Wilson 1996: 43-59; Balakrishnan 1997: 31-34; Bollobás
2001: 8-14).
Incidentalmente, hay que decir que los árboles abarcadores se conocen desde hace un
tiempo; ya en 1886, Arthur Cayley [1821-1895] (el primer matemático que definió a los
grupos como un conjunto engendrado por una operación binaria y que creó el portentoso
grafo fractal epónimo) había desarrollado una fórmula bien conocida, nn–2 para el
número de árboles abarcadores que existen en un grafo completo Kn (Cayley 1889; Wu
y Chao 2004: §2.1). Esta fórmula en apariencia inocente vuelve a demostrar la impropiedad
de la antítesis que Deleuze y Guattari establecen entre árboles y redes rizomáticas:
no sólo un árbol es también una red, sino que toda red contiene un número formidable
de árboles abarcadores, exactamente nn–2. La impresión “jerárquica” que comunican
los árboles, por otro lado, depende de la forma en que se los mire o se los dibuje (Reynoso
2010: 167-169).
Alcanza con modelar la misma realidad de un modo ligeramente distinto para que un
árbol genealógico (por ejemplo) que sólo contempla algunas relaciones de filiación,
alianza y consanguinidad se convierta palpablemente en una densa red. O para decirlo
de otro modo: un diagrama arbolado de parentesco es de hecho una red en la que a los
efectos de claridad analítica se han omitido algunas relaciones.
Hace ya algunas décadas que el filósofo Nelson Goodman (1972) nos advirtió sobre las
falacias y dilemas de las analogías, de los señalamientos de similitudes, de la agrupación
en clases y de las oposiciones amañadas. No es necesario suscribir a su relativismo
extremo para comprobar que, al igual que tantas otras, la popular oposición entre redes
y árboles se funda en una falsa antinomia. Si por alguna razón arbitraria se torna ineludible
encontrar el opuesto “natural” de una red celular que se auto-organiza, no será
en modo alguno un árbol o una gramática analítica sino más probablemente un modelo
holístico top to down.3
Párrafo aparte merecería la exégesis de la caracterización de los autómatas celulares que
constituyen el arquetipo formal del principio rizomático (D-G 2006: 22). Igual que
sucede con la de los algoritmos arbóreos esta semblanza también es incorrecta. Verdad
es que en estos autómatas no hay una instancia central que determine el estado del conjunto;
los elementos que constituyen el sistema, sin embargo, no son autónomos y obedecen
a reglas de transición que generalmente son de carácter global (Reynoso 2010:
39-90). Particularmente errada es la noción de que en un sistema de este tipo los individuos
son intercambiables y que sólo se definen por su estado. Lo primero es altamente
improbable y dependerá de la distribución de los patrones en el conjunto; los “indivi-
3 En términos algorítmicos genéricos, lo contrario de un autómata celular, por ejemplo, no ha de ser un
sistema de Lindenmayer sino un modelo de dinámica de sistemas. En una implementación concreta de
(digamos) un modelo de predicción de la expansión urbana, lo opuesto al sistema celular SLEUTH es en
todos los respectos la dinámica urbana de Forrester.
Reynoso – Crítica del pensamiento rizomático
9
duos” (que sólo serían tales en el sentido usual de la palabra dependiendo de la interpretación
que se asigne a los elementos) no se definen sólo por su estado sino también por
los estados de su vecindades.
Igualmente es inexacta la afirmación que establece que el resultado final o global de un
conjunto de autómatas finitos tiende a sincronizarse de manera más o menos inexorable.
Hay fenómenos diversos de sincronización estudiados en la ciencia compleja (Strogatz
2003); algunas reglas específicas (la simulación de Belousov-Zhabotinsky) dan excepcionalmente
la impresión de un sincronismo global; pero de ningún modo tal patrón es
peculiar o definitorio de los sistemas celulares en general. Aunque primero habría que
consensuar muy cuidadosamente qué clase de conducta rítmica o periódica puede considerarse
sincronizada, la probabilidad de que un sistema de autómatas finitos celulares
adopte un comportamiento que la mayoría de nosotros tipificaría como tal ha probado
ser extremadamente pequeña.
Más errada todavía es la aserción que alega que la lógica binaria y los modelos arbóreos
jamás han entendido la multiplicidad y que para llegar a dos, tres, cuatro, etc necesitan
proceder serialmente y disponer de una fuerte unidad primordial, un principio-raíz,
Grund, roots y fundations [sic] (D-G 2006: 11, 13-15). En la ciencia compleja, de hecho,
los sistemas de Lindenmayer o sistemas-L, basados en autómatas de almacén estrictamente
arbóreos, implementan de manera ejemplar y a escala masivamente paralela
operaciones recursivas de sustitución que (junto a los algoritmos de enjambre y de colonia
de hormigas) se reconocen como la encarnación de la multiplicidad por antonomasia.
No hay en estos sistemas ninguna unidad principal a modo de pivote inmóvil: cada
operando existe sólo para ser sustituido la cantidad de veces que se quiera por cadenas
cuyos elementos serán a su vez objeto de sustitución. Aristid Lindenmayer era botánico;
en su modelo, para más añadidura, cuando se configura el axioma que convencionalmente
se toma como punto de partida no se habla de pivotes o de raíces, sino de
semillas, término que cubre tanto a los árboles como a los rizomas. Los sistemas-L se
utilizan hoy rutinariamente en diversos campos del saber, desde la arquitectura y el
diseño urbano a la composición musical, una empresa que Deleuze y Guattari reputan
más rizomática que arbórea (D-G 2006: 99; Reynoso 2010: 159-206).
El argumento más equivocado del modelo rizomático, por último, ha de ser el que establece
no sólo que los árboles son despóticos sino que las redes son inherentemente democráticas.
Este es un viejo lugar común de la literatura de divulgación científica que
todavía se encuentra de tarde en tarde. En La trama de la vida Fritjof Capra (2003) ha
codificado una visión reticular que niega dignidad a las jerarquías y que exalta el igualitarismo
y la benevolencia de las redes que se auto-organizan sin necesidad de un gobierno
o jerarquía vertical. Escribe Capra:
La visión de los sistemas vivos como redes proporciona una nueva perspectiva sobre las
llamadas jerarquías de la naturaleza. [...] [L]a trama de la vida está constituida por redes
dentro de redes. En cada escala y bajo un escrutinio más cercano, los nodos de una red se
revelan como redes más pequeñas. Tendemos a organizar estos sistemas, todos ellos anidando
en sistemas mayores, en un esquema jerárquico situando los mayores por encima
de los menores a modo de pirámide invertida, pero esto no es más que una proyección huReynoso
– Crítica del pensamiento rizomático
10
mana. En la naturaleza no hay un “arriba” ni un “abajo” ni se dan jerarquías. Sólo hay redes
dentro de redes (Capra 2003: 54-55).
Siendo Capra un autor que cita a Bateson como su referencia cardinal (cf. Capra 2003:
38, 72-74, 80, 174, 315-318) resulta inexplicable que denuncie el carácter construido de
las jerarquías (“una proyección humana”) mientras silencia el hecho de que las redes y
sus anidamientos son construcciones igualmente arbitrarias, mapas de un territorio que
por definición no son sino una clase entre las muchas clases de mapas posibles. Todavía
nos esperan más inconsistencias. Por un lado, una creencia tal como que “en la naturaleza
[…] no se dan jerarquías” ignora de plano los hallazgos de la etología en torno de la
organización social de las especies, desde las hormigas hasta los primates superiores, así
como la brutal realidad de las cadenas tróficas.4 Por el otro, alcanza con pensar en las
redes de trata de blancas o de prostitución infantil, o en las de tráfico de esclavos, bebés,
armas, órganos y drogas para comprobar, por otro lado, sin necesidad de remitirnos a la
cruel constatación del enojoso principio de San Mateo (Merton 1968), que no necesariamente
hay en las redes (por contraste con los árboles o las jerarquías) una bondad,
una armonía con la naturaleza o un igualitarismo constitutivo.
En el campo de la complejidad, en fin, las redes y los autómatas finitos existen codo a
codo con las gramáticas y con toda suerte de principios algorítmicos, algunos sumamente
abstractos, otros henchidos de metáfora. Todos ellos se pueden adaptar a diversos fines
o combinar entre sí cuando hace falta. Desde ya que es dudoso que exista una investigación
ideológicamente neutra o libre de proyecciones humanas, sea eso lo que fuere.
Pero sería un disparate insigne y una ingenuidad imperdonable pretender que la mera
decisión de suma cero de promover un algoritmo en vez de otro ha de ser la contienda
política y teórica más urgente en que debemos embarcarnos.
Conclusiones
Hay un largo trecho entre el modo literario o incluso filosófico de tratar las ideas y los
requerimientos del razonamiento científico. Como yo los entiendo, estos últimos implican
un tratamiento dialógico de las fuentes, un examen sereno del estado de la cuestión,
un régimen de adecuación descriptiva y un instrumental demostrativo de los que aquél
con obstinada frecuencia acostumbra prescindir sin que (por lo visto) se desencadene el
escándalo que debería.
Implican también saber reprimir las tentaciones del espíritu que homologan métodos
más ilusorios que esclarecedores: diagnosticar disyuntivas existenciales o conspiraciones
ideológicas donde no está probado que las haya, atribuir valor moral a meras inflexiones
aritméticas, antropomorfizar formalismos, confundir las propiedades de una en-
4 Todas las multiplicidades son rizomáticas, aseguran los autores, argumentando que los elementos de una
multiplicidad son intercambiables, que los animales son rizoma cuando van en manada y que no hay jerarquías
dentro de un rizoma o en la naturaleza sin más (D-G 2006: 11-12). Invito a pensar en la dimensión
etológica de los enjambres, piaras y manadas, en las que la jerarquización, la imposición funcional y
el orden de picoteo llegan a generar extremos de dimorfismo sexual y social en una misma especie (machos
alfa, hembras alfa, hormigas obreras, soldados, jardineras, constructoras y machos fértiles, abejas
reinas y así hasta el éxtasis), para juzgar la congruencia de estas apreciaciones.
Reynoso – Crítica del pensamiento rizomático
11
tidad real con las de la herramienta abstracta que se le pudiera aplicar para comprenderla,
propiciar una compulsión a la diagnosis especulativa más fóbica y febril que la
del psicoanálisis o culpar maquinalmente al capitalismo, al patriarcado, al logocentrismo,
al positivismo, a “todo el pensamiento Occidental” (D-G 2006: 23) o a cualquier
entelequia que nadie se molestará en defender por los obstáculos reales, imaginarios y
simbólicos que nos impiden vislumbrar el mundo tal cual es.
En el mundo hay y seguirán habiendo organizaciones e instancias que algunos juzgarán
perversas al lado de otras benéficas o solidarias; algunas de ellas admiten que se las indague
a través de formalismos arbóreos, rizomáticos o de muchas otras clases, o de varias
clases combinadas dependiendo de los fines de la investigación y de la libertad que
debe concederse al estudioso para que nos ayude a explicar y transformar la realidad a
través del instrumento que estime apropiado. A menos que demos crédito a un tejido de
resonancias y analogías cósmicas como aquél en el que los oscurantistas o los guenonianos
creen a pies juntillas, nada de esto es razón suficiente para glorificar o repudiar a las
redes, los árboles, los grafos, los organigramas, las álgebras, los rizomas, los sistemas
de autómatas finitos o el artificio que fuere como mecanismos alternativos de representación
y modelado.
No pretendo aquí impugnar el ideario de Deleuze y Guattari en su conjunto, ni poner en
tela de juicio sus figuras del lenguaje, ni contraponer su filosofía a la ciencia: señalo,
simplemente, el camino a recorrer por un modelo para que la metáfora en que se inspira
sea fiel a la verdad en los hechos que refiere y metodológicamente sostenible en las promesas
que formula.
El problema con el postulado rizomático no finca sólo en que resulte internamente contradictorio,
en que no proporcione una implementación de referencia o en que carezca
de aparato erudito, sino en que incluso como pura rumia intelectual se presenta forzada,
chapucera, grandilocuente, previsible. Su precariedad en materia de los conocimientos
lingüísticos, matemáticos, históricos y antropológicos que están en juego, su rimbombanciapedagógica sin respaldo genuino y la superficialidad con que se expide sobretodo cuanto atañe a la epistemología de la modelización y a los métodos formales no
debieran pasar sin consideración. Pues el modelo que propone, crispado como pocos, no
está a la altura de lo que las ciencias sociales cabalmente necesitan ni muestra tampocola inteligencia y el rigor que Deleuze y Guattari han sabido ofrecernos en sus momentosmás afortunados.

Referencias bibliográficas
Balakrishnan, V. K. 1997. Theory and problems of graph theory. Londres, McGraw-Hill.
Bollobás, Béla. 2001. Random graphs. 2a edición, Cambridge, Cambridge University Press.
Bunke, Horst, Peter Dickinson, Miro Kraetzl y Walter Wallis. 2007. A graph-theoretic
approach to enterprise network dynamics. Boston-Basilea-Berlín, Birkhäuser.
Capra, Fritjof. 1996. The web of life: A new scientific understanding of living systems. Nueva
York, Anchor Books. [Traducción castellana: La trama de la vida. 5ª edición,
Barcelona, Anagrama, 2003].
Reynoso – Crítica del pensamiento rizomático
12
Cayley, Arthur. 1889. “A theorem on trees”. Quarterly Journal of Mathematics, 23: 376-378.
Chomsky, Noam. 1956. “Three models for the description of language”. IRE Transactions for
Information Theory, 2: 113-124. http://dx.doi.org/10.1109%2FTIT.1956.1056813.
Visitado en enero de 2011.
Chomsky, Noam. 1974 [1957]. Estructuras sintácticas. México, Siglo XXI Editores.
Cobarrubias, Sebastián y John Pickles. 2009. “Spacing movements: The turn to cartographies
and mapping practices in contemporary social movements”. En B. Warf y S. Arias
(compiladores), Op. cit., pp. 36-58.
Crary, Jonathan, Michel Feher, Hal Foster y Sanford Kwinter (compiladores). 1986. ZONE ½:
The contemporary city. Nueva York, Zone Books.
Cuthbert, Alexander. 2006. The form of cities: Political economy and urban design. Malden,
Blackwell Publishing.
D’Andrade, Roy Goodwin. 1994. The development of cognitive anthropology. Cambridge,
Cambridge University Press.
Deleuze, Gilles y Félix Guattari. 2006 [1980]. Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Madrid,
Pre-Textos.
Delgado, Manuel. 2007. Sociedades movedizas: Pasos hacia una antropología de las calles.
Barcelona, Anagrama.
Dovey, Kim. 2005. Fluid city: Transforming Melbourne’s urban waterfront. Londres,
Routledge.
Fischer, Michael M. J. 1995. “Eye(I)ing the sciences and their signifiers (Languages, Tropes,
Autobiographers): InterViewing for a Cultural Studies of Science and Technology”. En:
George Marcus (editor), Technoscientific imaginaries: Conversations, profiles, and
memoirs. Chicago, The Chicago University Press, pp. 43-84.
Goodman, Nelson. 1972. Problems and projects. Nueva York, Bobbs Merrill.
Gregory, Derek, Ron Johnston, Geraldine Pratt, Michael Watts y Sara Whatmore
(compiladores). 2009. Dictionary of human geography. 5a edición, Chichester, Wiley-
Blackwell
Harary, Frank. 1969. Graph theory. Reading, Addison-Wesley.
Harris, Zellig. 1951. Methods in structural linguistics. Chicago, University of Chicago Press.
Hernandez, Marie Theresa. 2000. “Technology, television, and myth: Reportajes de Alvarado
and the Story of Nuevo León”. En: George Marcus (editor), Para-sites: A casebook
against cynical reason, Chicago y Londres, The University of Chicago Press, pp. 257-
286.
Hockett, Charles. 1971 [1958]. Curso de lingüística moderna. Buenos Aires, Eudeba.
Lawler, Eugene. 1976. Combinatorial optimization: Networks and matroids. Nueva York, Holt,
Rinehart & Winston.
Li, Andrew I-kang. 2001. A shape grammar for teaching the architectural style of the Yingzao
Fashi. Disertación doctoral, MIT.
Llano, José y Marco Valencia. 2004. “Breve genealogía de los discursos urbanísticos: Tradición
y crisis del pensamiento sobre la ciudad moderna”. Diseño urbano y paisaje, año 1, n°
3.
Lotfalian, Mazyar. 1996. “A tale of an electronic community”. En: George Marcus (editor),
Connected: Engagements on media. Chicago y Londres, The University of Chicago
Press, pp. 117-156.
Reynoso – Crítica del pensamiento rizomático
13
Marcus, George. 1998. Ethnography through thick and thin. Princeton, Princeton University
Press.Merton, Robert. 1968. “The Matthew effect in science”. Science, 159(3810): 56-
63.
Oakes, Timothy y Patricia Price (compiladores). 2008. Cultural geography: A reader. Londres
y Nueva York, Routledge.
Oliver, Roland. 1975. Africa in the Iron Age: c.500 BC-1400 AD. Cambridge, Cambridge
University Press.
Pinzón Castaño, Carlos Ernesto, Rosa Suárez Prieto y Gloria Garay Ariza. 2004. Mundos en
red: La cultura popular frente a los retos del siglo XXI. Bogotá, Universidad Nacional
de Colombia.
Reynoso, Carlos. 1986. Teoría, historia y crítica de la antropología cognitiva. Buenos Aires,
Búsqueda-Yuchán.
Reynoso, Carlos. 2010. Análisis y diseño de la ciudad compleja: Perspectivas desde la
antropología urbana. Buenos Aires, Editorial Sb.
Reynoso, Carlos. 2011. Redes sociales y complejidad: Modelos interdisciplinarios en la gestión
sostenible de la sociedad y la cultura. Buenos Aires, Editorial Sb.
Sakoda, James. 1971. “The checkerboard model of social interaction”. Journal of Mathematical
Sociology, 1: 119-132.
Schelling, Thomas. 1969. “Models of Segregation”. The American Economic Review, 59(2) :
488-493, Mayo.
Strogatz, Stephen. 2003. Sync: The emerging science of spontaneous order. Nueva York, Theia.
Taylor, Peter, Ben Derudder, Pieter Saey y Frank Witlox (compiladores). 2007. Cities and
globalization. Practices, policies and theories. Londres, Routledge.
Tyler, Stephen. 1978. The said and the unsaid. Mind, meaning and culture. Nueva York,
Academic Press.
Warf, Barney (compilador). 2006. Encyclopedia of human geography. Thousand Oaks-Londres,
Sage.
Westwood, Sallie y John Williams (compiladores). 1997. Imagining cities: scripts, signs,
memory. Londres y Nueva York, Routledge.
Wilson, Robin. 1996. Introduction to graph theory. 4a edición, Essex, Addison Wesley.
Wood, Stephen. 2009. “Desiring docklands: Deleuze and urban planning discourse”. PlanningTheory, 8(2): 191-216.
Wu, Bang Ye y Kun-Mao Chao. 2004. Spanning trees and optimization problems. Boca Raton,Chapman & Hill/CRC.

lunes, 28 de marzo de 2011

"LA METÁFORA ARQUITECTÓNICA". Entrevista a Jacques Derrida por Eva Meyer.


La arquitectura como tecnica, a dónde va, sin invención.


Queremos interrogarle sobre las posibles consecuencias de su filosofía en la arquitectura: ¿qué supone esta actividad en el ámbito de la deconstrucción?, ¿puede haber cierta síntesis entre arquitectura y pensamiento que supere las limitaciones convencionales?, ¿existe, por expresarlo en sus propios términos, un nuevo pensamiento «arquitectónico»?

Consideremos el problema del pensamiento arquitectónico. Con ello no pretendo plantear la arquitectura como una técnica extraña al pensamiento y apta quizá, entonces, para representarlo en el espacio, para constituir casi su materialización, sino que intento exponer el problema arquitectónico como una posibilidad del pensamiento mismo... Ya que alude a una separación entre teoría y práctica podemos comenzar preguntándonos cuándo comenzó esta división del trabajo. Pienso que, en el momento en que se diferencia entre theoría y praxis, la arquitectura se percibe como una mera técnica, apartada del pensamiento. No obstante, quizá pueda haber un camino del pensamiento, todavía por descubrir, que pertenecería al momento de concebir la arquitectura, al deseo, a la invención.


Pero si la arquitectura se concibe como una metáfora y en consecuencia, remite siempre a la necesidad de materialización del pensamiento, ¿cómo reintroducir la arquitectura en el pensamiento de un modo no metafórico? ¿Quizá no centrándonos en esa materialización sino permaneciendo siempre en el camino, en un laberinto, por ejemplo?


Luego hablaremos del laberinto. Previamente, me gustaría bosquejar cómo la tradición filosófica ha utilizado el modelo arquitectónico como metáfora de un tipo de pensamiento que, en sí mismo, no puede ser arquitectónico. En Descartes encontramos, por ejemplo, la metáfora de los fundamentos de la ciudad, y se supone que tales cimientos son los que propiamente han de soportar al edificio, la construcción arquitectónica, la misma ciudad. Existe, por lo tanto, un tipo de metáfora urbana en la filosofía. Las Meditaciones y el Discurso del método están plagados de estas metáforas arquitectónicas que, además, tienen siempre una relevancia política. Cuando Aristóteles quiere poner un ejemplo de teoría y práctica, cita al architekton, al que conoce el origen de las cosas: es un teórico que también puede enseñar y que tiene bajo sus órdenes a trabajadores que son incapaces de pensar de forma autónoma. De este modo se establece una jerarquía política. La arquitectónica se define como un arte de sistemas; como un arte, por lo tanto, idónea para la organización racional de las ramas del saber en su integridad. Es evidente que la referencia arquitectónica es útil para la retórica, para un lenguaje que en sí mismo no ha conservado ningún carácter arquitectónico. Por ello me pregunto cómo pudo haber existido una forma de pensamiento relacionada con el hecho arquitectónico antes de la separación entre teoría y práctica, entre pensamiento y arquitectura. Si cada lenguaje sugiere una especialización -cierta disposición en un espacio no dominable sino sólo accesible por aproximaciones sucesivas- entonces es posible compararlo con una especie de colonización, con la apertura de un camino. Una vía no a descubrir sino que debe crearse. Y la arquitectura no es en absoluto ajena a tal creación. Cada espacio arquitectónico, todo espacio habitable, parte de una premisa: que el edificio se encuentre en un camino, en una encrucijada en la que sean posibles el salir y el retornar. No hay edificio sin caminos que conduzcan a él o que arranquen de él, ni tampoco hay edificios sin recorridos interiores, sin pasillos, escaleras, corredores o puertas. Pero si el lenguaje no puede controlar la accesibilidad de esos trayectos, de esos caminos que llegan a este edificio y que parten de él, únicamente significa que el lenguaje está implicado en estas estructuras, que está en camino, «de camino al habla» [Unterwegs zur Sprache], decía Heidegger, en camino para alcanzarse a sí mismo. El camino no es un método; esto debe quedar claro. El método es una técnica, un procedimiento para obtener el control del camino y lograr que sea viable.

Y ¿qué sería, entonces, el camino?

Vuelvo a referirme a Heidegger, quien señala que el camino no es entonces métodos; que existe una senda que no se puede reducir a la definición de método. La definición del camino como método fue interpretada por Heidegger como una época en la historia de la filosofía que tuvo su inicio en Descartes, Leibniz y Hegel, y que oculta el «ser camino» del camino, sumiéndolo en el olvido, mientras que de hecho, tal «ser camino» indica la infinitud del pensamiento: el pensamiento es siempre un camino. Por tanto, si el pensamiento no se eleva sobre el camino o si el lenguaje del pensamiento o el sistema lingüístico pensante no se entienden como un metalenguaje sobre el camino, ello significa que el lenguaje es un camino y que, por lo tanto, siempre ha tenido una cierta conexión con la habitabilidad. Y con la arquitectura. Este constante estar en camino, esta habitabilidad del camino que no nos ofrece salida alguna, nos atrapa en un laberinto sin escapatoria; o, de un modo más preciso, en una trampa, en un artificio deliberado como el laberinto de Dédalo del que habla Joyce. La cuestión de la arquitectura es de hecho el problema del lugar, de tener lugar en el espacio. El establecimiento de un lugar que hasta entonces no había existido y que está de acuerdo con lo que sucederá allí un día: eso es un lugar. Como dice Mallarmé, ce qui a lieu, c'est le lieu. En absoluto es natural. El establecimiento de un lugar habitable es un acontecimiento. Y obviamente tal establecimiento supone siempre algo técnico. Se inventa algo que antes no existía; pero al mismo tiempo hay un habitante, hombre o Dios, que desea ese lugar, que precede a su invención o que la causa. Por ello, no se sabe muy bien dónde situar el origen del lugar. Quizá haya un laberinto, ni natural ni artificial, en el seno de la historia de la filosofía greco-occidental, que es donde afloró el antagonismo entre naturaleza y tecnología, y en él habitamos. De esta oposición surge la distinción entre los dos laberintos. Pero volvamos al lugar, a la espacialidad y a la escritura. Durante algún tiempo se ha ido estableciendo algo parecido a un procedimiento deconstructivo, un intento de liberarse de las oposiciones impuestas por la historia de la filosofía, como physis / téchne, Dios / hombre, filosofía / arquitectura. Esto es, la deconstrucción analiza y cuestiona parejas de conceptos que se aceptan normalmente como evidentes y naturales, que parece como si no se hubieran institucionalizado en un momento preciso, como si careciesen de historia. A causa de esta naturalidad adquirida, semejantes oposiciones limitan el pensamiento. Ahora, el propio concepto de deconstrucción resulta asimilable a una metáfora arquitectónica. Se dice, con frecuencia, que desarrolla una actividad negativa. Hay algo que ha sido construido, un sistema filosófico, una tradición, una cultura, y entonces llega un deconstructor y destruye la construcción piedra a piedra, analiza la estructura y la deshace. Esto se corresponde a menudo con la verdad. Se observa un sistema platónico-hegeliano, se analiza cómo está construido, qué clave musical o que ángulo musical sostienen al edificio, y entonces uno se libera de la autoridad del sistema... Sin embargo, creo que ésta no es la esencia de la deconstrucción. No es simplemente la técnica de un arquitecto que sabe cómo deconstruir lo que se ha construido, sino que es una investigación que atañe a la propia técnica, a la autoridad de la metáfora arquitectónica y, por lo tanto, deconstituye su personal retórica arquitectónica. La deconstrucción no es sólo -como su nombre parecería indicar- la técnica de una «construcción trastocada», puesto que es capaz de concebir, por sí misma, la idea de construcción. Se podría decir que no hay nada más arquitectónico y al mismo tiempo nada menos arquitectónico que la deconstrucción. El pensamiento arquitectónico sólo puede ser deconstructivo en este sentido: como intento de percibir aquello que establece la autoridad de la concatenación arquitectónica en la filosofía. En este punto podemos volver a lo que vincula la deconstrucción a la escritura: su espacialidad, el pensamiento del camino, de esa apertura de una senda que va inscribiendo sus rastros sin saber a dónde llevará. Visto así, puede afirmarse que abrir un camino es una escritura que no puede atribuirse ni al hombre ni a Dios ni al animal, ya que remite a un sentido muy amplio que excede al de esta clasificación: hombre / Dios / animal. Tal escritura es en verdad laberíntica, pues carece de inicio y de fin. Se está siempre en camino. La oposición entre tiempo y espacio, entre el tiempo del discurso y el espacio de un templo o el de una casa carece de sentido. Se vive en la escritura... Escribir es un modo de habitar. Me gustaría mencionar la forma de escribir del arquitecto. Desde la creación de la proyección ortogonal, planta, alzado y sección se han vuelto medios de representación básicos de la arquitectura, y transmiten a su vez los principios que la definen. En los planos de Palladio, Bramante o Scamozzi se puede leer el paso de una concepción del mundo teocéntrica a una concepción antropocéntrica; la forma en cruz se abre en cuadrados y rectángulos platónicos, para, finalmente, disgregarse por completo. La modernidad, por su lado, se distingue por criticar esta actitud humanística. La Maison Dom-ino de Le Corbusier es paradigmática al respecto: un tipo de construcción hecha mediante elementos prismáticos, de techos planos y grandes ventanales, articulado de un modo racional y carente de ornamentos. Una arquitectura, pues, que no representa ya al hombre, que en sí misma -como dice Peter Eisenman- se vuelve signo autorreferente... Pero una arquitectura que se explica por sí misma suministra información sobre lo que le es propio. Refleja una relación básicamente nueva entre hombre y objeto, entre casa y habitante. Una posibilidad de representar este tipo de arquitectura es la axonometría: una guía para la lectura de un edificio que no presupone su habitabilidad. Me parece que en esta reflexión de la arquitectura sobre la arquitectura se dibuja una crítica profunda sobre la perspectiva del método, inclusive filosófico, y que se puede relacionar con su deconstrucción. Si la casa, aquella que se siente como «la casa propia», se hace accesible a la imitación e inesperadamente entra en la realidad, entonces surge una nueva concepción del construir, no como realización sino como condición del pensamiento.

¿Sería pensable que la concepción del mundo teocéntrica y antropocéntrica, a la que se añade el propio «tener lugar», se transformara en una nueva, distinta red de relaciones?

Lo que se perfila en esta reflexión puede ser entendido como la apertura de la arquitectura, como el inicio de una arquitectura no representativa. En este contexto podría ser interesante recordar el hecho de que, en sus comienzos, la arquitectura no era un arte de representación, mientras que la pintura, el dibujo y la escultura siempre pueden imitar algo de cuya existencia se parte. Me gustaría recordarle de nuevo a Heidegger, y sobre todo «El origen de la obra de arte» [en Holzwege], en donde se hace referencia al Riß (trazo, hendidura). Es este un Riß que debe considerarse en un sentido original, independientemente de ciertas modificaciones como Grundriß (plano, planta), Aufriß (alzado) o Skizze (esquicio, boceto). En la arquitectura hay una imitación del Riß, del grabado, la acción de hendir. Esto hay que asociarlo con la escritura. De aquí deriva el intento por parte de la arquitectura moderna y posmoderna de crear una forma distinta de vida, que se aparte de las antiguas convenciones, donde el proyecto no busque la dominación y el control de las comunicaciones, la economía y el transporte, etc. Está surgiendo una relación completamente nueva entre lo plano -el dibujo-, y el espacio -la arquitectura-. El problema de dicha relación ha sido siempre central. Para hablar de la imposibilidad de una objetivación absoluta, vamos a ir desde el laberinto hasta la torre de Babel. También ahí debe conquistarse el cielo en un acto de epónima, acto que permanece aún indisociablemente ligado a la lengua materna. Una estirpe, los semitas, cuyo nombre significa un nombre -una estirpe, pues, que se llama un nombre [Sem, su epónimo]-, quiere construir una torre para alcanzar el cielo, para -así está escrito- «lograr un nombre». Esta conquista del cielo, ese logro de un punto de observación [rosh: cabeza, jefe, inicio] significa darse un nombre; y con esta grandeza, la grandezas el nombre, de la superioridad de una metalengua, pretende dominar a las restantes estirpes, a las otras lenguas: colonizarlas. Pero Dios desciende del cielo y desbarata esta empresa pronunciando una palabra: Babel. Y dicha palabra es un nombre propio similar a una voz que significa confusión [de balal, confundir]; y con ella condena a los hombres a la multiplicidad de lenguas. Ellos deben renunciar a un proyecto de dominio mediante una lengua universal. El hecho de que esa intervención en la arquitectura, en una construcción -y ello supone también en una deconstrucción- represente el fracaso o la limitación impuesta en un lenguaje universal para desbaratar el plan de un dominio político y lingüístico del mundo, nos informa entre otras cosas de la imposibilidad para dominar la multiplicidad de los lenguajes. Es imposible la existencia de una traducción universal. También significa que la construcción en arquitectura siempre será laberíntica. No se trata de renunciar a un punto de vista en favor de otro, que sería el único y absoluto, sino de considerar la multiplicidad de posibles puntos de vista. Si la torre de Babel se hubiera concluido, no existiría la arquitectura. Sólo la imposibilidad de terminarla hizo posible que la arquitectura así como otros muchos lenguajes tengan una historia. Esta historia debe entenderse siempre con relación a un ser divino que es finito. Quizá una de las características de la corriente posmoderna sea tener en cuenta este fracaso. Si el movimiento moderno se distingue por el esfuerzo para conseguir el control absoluto, el movimiento posmoderno podría ser la realización o la experiencia de su final, el fin del proyecto de dominación. Entonces el movimiento posmoderno podría desarrollar una nueva relación con lo divino, que ya no se manifestaría en las formas tradicionales de las deidades griegas, cristianas u otras, sino que indicaría aún las condiciones para el pensamiento arquitectónico. Quizá el pensamiento arquitectónico no exista; pero si tuviera que haber uno, sólo se podría expresar con las dimensiones de lo elevado, lo supremo y lo sublime. Vista así, la arquitectura no es una cuestión de espacio, sino una experiencia de lo supremo que no sería superior sino, en cierto modo, más antigua que el espacio y, por tanto, es una espacialización del tiempo.


¿Podría concebirse esta especialización como una concepción posmoderna de un proceso que envuelve al sujeto en su maquinaria de modo tal que no se reconoce ya en ella? ¿Cómo puede entenderse ésta como técnica si no implica ya una conquista, una dominación?

Todo lo que hemos hablado hasta ahora reclama atención sobre el problema de la doctrina, y ésta sólo puede situarse en un contexto político. Por ejemplo, ¿cómo es posible desarrollar una nueva facultad inventiva que permita utilizar al arquitecto las posibilidades de la nueva tecnología sin, por ello, aspirar a una uniformidad, sin pretender desarrollar modelos para todo el mundo?, ¿cómo es posible una capacidad de invención de la diferencia arquitectónica, esto es, que se pueda generar un tipo nuevo de multiplicidad, con otros límites, con distintas heterogeneidades, sin reducirse a una técnica panificadora? En el Collége International de Philosophie se ha constituido un seminario en el que trabajamos conjuntamente filósofos y arquitectos, ya que parece evidente que su programación debe ser también una empresa arquitectónica. El Collége no puede encontrar su sitio si no encuentra un lugar, una forma arquitectónica adecuada a lo que quiera ser pensado. El Collége debe ser habitable de tal modo que le distinga sustancialmente de la Universidad. Hasta ahora no existe ningún edificio para el Collége. Se toma un espacio de aquí, una sala de allá; pero, como arquitectura, el Collége no existe aún y quizá no exista nunca. Existe un deseo informe de otras formas. El deseo de un lugar nuevo, de unas galerías, unos corredores, de un nuevo modo de habitar, de pensar. Esto es una promesa. Y si he dicho que el Collége no existe aún como arquitectura, ello significa que quizá no exista aún la comunidad necesaria para lograrla, y que por tal motivo no se establece el lugar. Una comunidad debe asumir la promesa y empeñarse hasta lograr un pensamiento arquitectónico. Se dibuja una relación nueva entre lo singular y lo múltiple, entre el original y la copia. Pensemos, por ejemplo, en China y en Japón donde los templos se construyen con madera, y se ven renovados por completo periódicamente sin que la originalidad se pierda, ya que no se mantiene por su corporeidad sensible sino por algo muy diferente. Esto también es Babel: la multiplicidad de las relaciones con el hecho arquitectónico entre una cultura y otra. Saber que hay lugar para una promesa, aunque luego no surja en su forma visible. Lugares en los que el deseo pueda reconocerse a sí mismo, en los cuales pueda habitar.

Jacques Derrida Febrero de 1986