jueves, 14 de agosto de 2008

"La identidad en democracia" por Amy Gutmann

Lo bueno, lo malo y lo feo de la política basada en la identidad.

Los grupos identitarios ocupan un lugar incómodo dentro de la democracia. Sus críticos destacan hasta qué punto las identidades de grupo restringen a los individuos, más que liberarlos. Cuando se identifica a las personas en términos de blanco o negro, varón o mujer, irlandés o árabe, católico o judío, sordo o mudo, se recurre a estereotipos de raza, género, ascendencia étnica, religión o discapacidad, y se les niega la individualidad que resulta de su propio carácter distintivo y de la libertad de adhesión según su voluntad. Cuando los individuos mismos, a causa de haber sido identificados con cierto grupo, se reconocen por su raza, ascendencia étnica o religión, suelen generarse actitudes hostiles hacia otros grupos y un sentimiento de superioridad sobre los demás. Con frecuencia, los grupos rivalizan unos con otros sin concesiones, y sacrifican la justicia e incluso la paz con tal de reivindicar su superioridad como grupo.
Si los críticos ofrecieran un panorama completo, tendríamos pocas razones para dudar de que los grupos de identidad sean perjudiciales desde el punto de vista de la democracia. Pero quienes abogan por una política basada en la identidad señalan algunos puntos débiles de la imagen que los críticos brindan de la persona autónoma, que se ha hecho a sí misma, que no se identifica ni es identificada con grupos. Esos defensores de la identidad de grupo afirman que, sin identidades grupales, los individuos son atomizados, no autónomos. Las identidades de grupo ayudan a las personas a afirmar su sentido de sí mismas y de pertenencia social. Por añadidura, la identidad de grupo impulsa a las mujeres y minorías desfavorecidas a reaccionar en contra de los estereotipos negativos que heredaron, a defender una imagen más positiva de sí mismas y a mostrar respeto por los integrantes de sus grupos.
Tanto los defensores como los detractores de los grupos de identidad plantean algo atendible, pero cada bando capta sólo una parte de la relación que existe entre los grupos identitarios y la política democrática. Esa relación es mucho más compleja y no menos importante que como la presentan esas y otras defensas y críticas habituales de la política basada en la identidad. Las personas se identifican unas con otras en razón de su ascendencia étnica, raza, nacionalidad, cultura, religión, género, orientación sexual, clase, discapacidad, edad, ideología y otros marcadores sociales. No existe una única identidad que abarque la totalidad de la persona, ni siquiera todas las identidades de grupo consideradas en conjunto la abarcan; sin embargo, la identificación compartida en torno a cualquiera de esas características de la persona genera con frecuencia una identidad de grupo. En una democracia, las identidades de grupo son muy numerosas, y también muy controvertidas. Las asociaciones políticamente significativas, que convocan a sus integrantes a causa de su identificación mutua, pueden con acierto considerarse grupos identitarios.
De no ser por la identificación mutua que se da entre los individuos, no existirían grupos identitarios. Si bien la identificación mutua es fundamental para la existencia humana, la teoría de la democracia no la tuvo mayormente en cuenta; en ese marco es mucho más común hablar de "interés" y de "grupos de interés" (términos que trataremos con posterioridad) que de identidad y de grupos identitarios. Pero aun así, no hay duda de que la identificación con otras personas marca una diferencia en la manera en que el individuo percibe sus propios intereses. Ciertos experimentos psicológicos demuestran que algo tan elemental como la imagen de sí mismo cambia cuando el individuo se identifica con otros. Y es también destacable que ese cambio de la imagen propia puede estar fundado en una identificación aparentemente sin importancia. En un experimento, las voluntarias que vieron a una bella mujer desconocida refirieron que se elevó la imagen de sí mismas cuando supieron tan sólo que compartían la fecha de cumpleaños con esa desconocida. Al parecer, los sujetos del experimento se identificaron con una completa extraña en virtud de compartir la fecha de nacimiento, y esa identificación fue suficiente para que la belleza de la otra persona elevara la imagen que tenían de sí mismas. Por el contrario, la identificación con un grupo puede generar una diferencia negativa, como en los casos en que a las estudiantes se les recuerda su propio género, o a los estudiantes afroamericanos su identidad racial, antes de presentarse a un examen de una disciplina en la que la opinión generalizada es que las mujeres y los afroamericanos tienen un bajo desempeño. Es evidente que la teoría de la democracia y la política democrática no pueden darse el lujo de ignorar la influencia, positiva y negativa, que la identificación con el grupo ejerce sobre la vida de las personas.
¿Cómo afecta la existencia de grupos identitarios organizados a la teoría y la práctica de la democracia? ¿Cuándo se convierten la nacionalidad, la raza, la religión, el género, la orientación sexual o cualquier otra identidad de grupo en motivos, suficientes o no, para la acción política democrática? ¿Qué grupos de identidad se debe fomentar y cuáles se deben desalentar? ¿Qué acciones fundadas en la identidad pueden promover u obstaculizar la justicia democrática?
El análisis que sigue parece indicar que organizarse políticamente sobre la base de la identidad de grupo no es algo bueno ni malo en sí mismo. Cuando los grupos identitarios ponen el grupo por encima de la oposición a la injusticia o de la búsqueda de justicia, son poco confiables desde el punto de vista moral. Los grupos identitarios obtienen mejores resultados cuando ofrecen apoyo mutuo y luchan contra la injusticia y a favor de las personas que se encuentran en situación de desventaja. Pero, aunque esa lucha contra la injusticia tenga fundamento, puede volverse desagradable. Una lucha totalmente justificada contra la vulneración de los derechos de un grupo identitario, como el Ku Klux Klan, a menudo se vuelve fea y causa dolor y padecimientos inevitables, o evitables sólo al precio de la claudicación. La resistencia contra la injusticia, a su vez, suele encontrar resistencia, con el resultado de que muchas personas sufren sin merecerlo. Si se somete a los grupos identitarios a un análisis crítico, se puede distinguir lo bueno, lo malo y lo feo de la política basada en la identidad.
Por razones que vale la pena analizar, tanto en el discurso académico como en el popular brillan por su ausencia preguntas básicas sobre la ética política de los grupos identitarios que actúan en democracia. Los politicólogos, en general, han tendido a considerar a todos los actores políticos no gubernamentales organizados como grupos de interés, y por ese motivo han pasado por alto con benevolencia el papel que cumple la identidad grupal al definir y guiar a muchos grupos de trascendencia política que actúan en democracia. En el otro extremo, lejos de ignorar a los grupos identitarios, los analistas políticos populares suelen ser demasiado críticos. Algunos afirman, por ejemplo, que si bien los grupos de interés son "parte integrante del proceso de gobierno de una democracia", la política basada en los grupos de identidad, por el contrario, "es la antítesis del principio fundamental de una nación indivisible". Si se piensa solamente en los grupos identitarios que enseñan a aborrecer a otros y que llegan a convertir a sus integrantes en mártires, dispuestos a matar inocentes, entonces es natural reprobar la política basada en la identidad. Pero esta línea de pensamiento desorienta y da lugar a una noción limitada de grupo identitario.
En sí misma, la nacionalidad es una identidad de grupo en nombre de la cual se han cometido injusticias y también se las ha resistido. Por ejemplo, la esclavitud en los Estados Unidos y el apartheid en Sudáfrica fueron primero institucionalizados y luego repudiados en nombre del nacionalismo. Entre los nacionalismos hay diferencias drásticas de contenido. Las democracias animaron los impulsos nacionalistas de los ciudadanos para iniciar hostilidades o librar guerras defensivas. Los pueblos se congregaron en torno a una amplia variedad de identidades nacionalistas para apoyar regímenes tiránicos, pero también muchos movimientos nacionalistas opusieron resistencia a las tiranías. El nacionalismo es parte de la política basada en la identidad, y las naciones, al igual que los otros grupos identitarios, deberían analizarse según los criterios de justicia democrática.
Los grupos de identidad aparecen como un subproducto inevitable de conceder a los individuos el derecho a la libre asociación. Mientras los individuos tengan la libertad de asociarse, existirán grupos identitarios de muchas clases. Ello se debe a que las personas libres se identifican mutuamente de diversas maneras que tienen trascendencia política, y una sociedad que impidiera la formación de grupos de identidad sería una tiranía. En consecuencia, el derecho a la libre asociación legitima los grupos identitarios de diversa índole.
Muchos partidos políticos son grupos identitarios que recurren a las identidades compartidas en cuanto a ideología, clase, religión o ascendencia étnica, entre otras identificaciones mutuas, y las fomentan. El mito de que los ciudadanos "superiores" son votantes independientes (es decir, ciudadanos que no se identifican de manera estable en el tiempo con un partido político como grupo de referencia partidario) fue uno de los primeros que cayó ante la investigación basada en encuestas en el campo de la ciencia política. El estudio 'The American voter' halló que "lejos de prestar más atención, tener más interés o estar más informados [...] los independientes, como grupo, suelen tener un conocimiento más incompleto de los temas, una imagen de los candidatos más desdibujada, menor interés por la campaña y relativamente menos curiosidad por el resultado". La aparición de los votantes independientes en los Estados Unidos en la década de 1960 hizo que muchos analistas políticos afirmaran que la identificación mutua con respecto a un partido político había pasado a ser anacrónica, pero el resurgimiento de la lealtad partidaria a partir de mediados de la década de 1970 (comparable con el elevado nivel de la década de 1950) resalta la importancia de los partidos políticos en cuanto grupos de identidad.
En la actualidad, casi no quedan dudas de que la identificación mutua con respecto a una identidad grupal partidaria desempeña un papel fundamental en el marco de las instituciones oficiales de la política democrática. Tal como lo demuestra la extensa literatura acerca de la identificación con los partidos, no se puede comprender cabalmente el éxito o el fracaso relativos de los partidos políticos si no se tiene en cuenta de qué modo triunfan o fracasan al requerir y fomentar la identificación mutua entre sus integrantes potenciales. Al examinar y evaluar el rol de los grupos identitarios por fuera de los partidos políticos y de los procesos políticos formales del gobierno democrático, en el presente libro se profundiza el hallazgo de que la identificación mutua es una parte medular de la política partidista. Los grupos identitarios actúan no sólo dentro del ámbito de los mecanismos formales de la democracia, sino también fuera de él, y de maneras que tanto apoyan como amenazan los principios fundamentales de la justicia democrática.
Tres de esos principios fundamentales son: igualdad ante la ley -o igualdad civil-, iguales libertades e igualdad de oportunidades. La interpretación de estos principios varía según qué enfoque se tenga de la democracia, pero esa variación no menoscaba el hecho de que la igualdad ante la ley, de libertades y de oportunidades son principios nucleares de cualquier tipo de democracia moralmente defendible. Dentro de un amplio abanico, cualquier perspectiva compatible con esos principios fundamentales puede considerarse democrática. Los grupos de identidad, al expresar y poner en práctica tales principios, actúan de maneras que favorecen a las democracias y también de modos que las inhiben. Ni la indiferencia condescendiente hacia los grupos identitarios por parte de los politicólogos ni la crítica demasiado severa de los analistas políticos populares aportan mucho para comprender a esos grupos o para evaluar su rol en las sociedades democráticas.

miércoles, 13 de agosto de 2008

"¡OXIMORON!" por Subcomandante Insurgente Marcos

(LA DERECHA INTELECTUAL Y EL FASCISMO LIBERAL)

abril del 2000


En la figura que se llama oximoron,
se aplica una palabra, un epíteto que parece contradecirla;
así los gnósticos hablaron de una luz oscura;
los alquimistas, de un sol negro.
Jorge Luis Borges


Advertencia, introducción y promesa

Ojo: Si usted no ha leído el epígrafe, más vale que lo haga ahora porque si no,
no va a entender algunas cosas.
Un hecho irrefutable: la globalización está aquí. No la califico (todavía),
simplemente señalo una realidad. Pero, puesto que oximoron, hay que señalar
que se trata de una globalización fragmentada.
La globalización ha sido posible, entre otras cosas, por dos revoluciones: la
tecnológica y la informática. Y ha sido y es dirigida por el poder financiero.
De la mano, la tecnología y la informática (y con ellas el capital financiero)
han desaparecido las distancias y han roto las fronteras. Hoy es posible tener
información sobre cualquier parte del mundo, en cualquier momento y en forma
simultánea. Pero también el dinero tiene ahora el don de la ubicuidad, va y
viene en forma vertiginosa, como si estuviera en todas partes al mismo tiempo.
Y más, el dinero le da una nueva forma al mundo, la forma de un mercado, de
un mega-mercado.
Sin embargo, a pesar de la "mundialización" del planeta, o más bien
precisamente por ella, la homogeneidad está muy lejos de ser la característica
de este cambio de siglo y de milenio. El mundo es un archipiélago, un
rompecabezas cuyas piezas se convierten en otros rompecabezas y lo único
realmente globalizado es la proliferación de lo heterogéneo.
Si la tecnología y la informática han unido al mundo, el poder financiero que las
usa lo ha roto usándolas como armas, como armas en una guerra. Antes
hemos dicho (el texto se llama "7 Piezas sueltas del rompecabezas mundial",
EZLN, 1997) que en la globalización se lleva a cabo una guerra mundial, la
cuarta, y que se desarrolla un proceso de destrucción/despoblamiento y
reconstrucción/reordenamiento (estoy tratando de resumir apretadamente, sed
benévolos) en todo el planeta. Para la construcción del "nuevo orden mundial"
(Planetario, Permanente, Inmediato e Inmaterial, siguiendo a Ignacio Ramonet),
el poder financiero conquista territorios y derriba fronteras, y lo consigue
haciendo la guerra, una nueva guerra. Una de las bajas de esta guerra es el
mercado nacional, base fundamental del Estado-Nación. Éste último está en
vías de extinción, o cuando menos, lo está el Estado-Nación tradicional o
clásico. En su lugar, surgen mercados integrados o, mejor aún, tiendas
departamentales del gran "mall" mundial, el mercado globalizado.
Las consecuencias políticas y sociales de esta globalización son una figura de
oximoron reiterada y compleja: menos personas con más riquezas, producidas
con la explotación de más personas con menos riquezas, la pobreza de nuestro
siglo es incomparable con ninguna otra. No es, como lo fuera alguna vez, el
resultado natural de la escasez, sino de un conjunto de prioridades impuestas
por los ricos al resto del mundo (John Berger. Cada vez que decimos adiós.
Ediciones de la flor. Argentina, 1997, pp. 278-279.); para unos cuantos
poderosos el planeta se abrió de par en par, para millones de personas el
mundo no tiene lugar y vagan errantes de uno a otro lado; el crimen organizado
forma la columna vertebral de los sistemas judiciales y de los gobiernos (los
ilegales hacen las leyes y "guardan el orden público"); y la "integración"
mundial multiplica las fronteras.
Así que, si resaltáramos algunas de las principales características de la época
actual, diríamos: supremacía del poder financiero, revolución tecnológica e
informática, guerra, destrucción / despoblamiento y
reconstrucción/reordenamiento, ataques a los Estados-Nación, la consiguiente
redefinición del poder y de la política, el mercado como figura hegemónica que
permea todos los aspectos de la vida humana en todas partes, mayor
concentración de la riqueza en pocas manos, mayor distribución de la pobreza,
aumento de la explotación y del desempleo, millones de personas al destierro,
delincuentes que son gobierno, desintegración de territorios. En resumen:
globalización fragmentada.
Bien, según este planteamiento, en el caso de los intelectuales (puesto que
tienen que ver con la sociedad, el poder y el Estado) cabría preguntarse: ¿han
padecido el mismo proceso de destrucción/despoblamiento
y reconstrucción/reordenamiento?; ¿qué papel les asigna el poder financiero?;
¿cómo usan (o son usados por) los avances tecnológicos e informáticos?; ¿qué
posición tienen en esta guerra?; ¿cómo se relacionan con esos golpeados
Estados-Nación?; ¿cuál es su vínculo con ese poder y en esa política
redefinidos?, ¿qué lugar tienen en el mercado?, y ¿qué posición toman frente a
las consecuencias políticas y sociales de la globalización? En suma: ¿cómo es
que se insertan en esa globalización fragmentada?
El mundo habría cambiado por y para esta guerra. Si así fuera, los intelectuales
"clásicos" no existirían más, ni sus antiguas funciones. En su lugar, una nueva
generación de "cabezas pensantes" (para usar un término acuñado por el
comandante zapatista Tacho) habría emergido (o está por emerger) y tendrían
nuevas funciones en su quehacer intelectual.
Aunque aquí nos trataremos de limitar a los intelectuales de derecha, serán
evidentes algunos señalamientos sobre los intelectuales en general y sobre su
relación con el poder. Como el propósito de este texto es participar y alentar la
polémica entre intelectuales de derecha e izquierda, queda una reflexión más
profunda (sobre los intelectuales y el poder, y sobre los intelectuales y la
transformación) para futuros e improbables escritos.
Vale. Salud y tenga a la mano su control remoto. En un momento
comenzamos...


I. La mundialización: pay per view
En la bisagra del calendario, el dos mil se balancea aún entre los siglos XX y
XXI, y entre el segundo y tercer milenio. No sé qué tan importante sea esta
cuenta del tiempo, pero me parece que es, también, un momento adecuado
para que por todos lados surja OXIMORON. Para no ir muy lejos, se puede
decir que esta época es el principio del fin o el fin del principio de "algo". "Algo",
irresponsable forma de eludir un problema. Pero ya se sabe que nuestra
especialidad no es la solución de problemas, sino su creación. ¿"Su creación"?
No, es muy presuntuoso, mejor su proposición. Sí, nuestra especialidad es
proponer problemas.
Allá arriba todo parece haber ocurrido ya antes, como si una vieja película se
repitiera con otras imágenes, otros recursos cinematográficos, incluso actores
diferentes, pero el mismo argumento. Como si la "modernidad" (o "post
modernidad", dejo la precisión para quien se tome la molestia) de la
globalización se vistiera con su OXIMORON y se nos presentara como una
modernidad arcaica, rancia, antigua.
Si esto que digo les parece una mera apreciación subjetiva, póngalo a cargo de
nuestro estar en la montaña, resistiendo y en rebeldía, pero concédanos el
privilegio de la lectura y vea si se trata en efecto de un síntoma más del "mal
de montaña", o usted comparte esta sensación de dejà vu que fluye por el
hipercinema que es el mundo globalizado.
El mundo no es cuadrado, cuando menos esto es lo que se enseña en la
escuela.
Pero, en el filo cortante de la unión de dos milenios, el mundo tampoco es
redondo. Ignoro cuál sea la figura geométrica adecuada para representar la
forma actual del mundo, pero, puesto que estamos en la época de la
comunicación digital audiovisual, podríamos intentar definirla como una
gigantesca pantalla.
Usted puede agregar "una pantalla de televisión", aunque yo optaría por "una
pantalla de cine". No sólo porque prefiero al cinematógrafo, también (y sobre
todo) porque me parece que hay frente a nosotros una película, una vieja
película, modernamente vieja (para seguir con oximoron).
Es, además, una de esas pantallas donde se puede programar la presentación
simultánea de varias imágenes (picture in picture la llaman). En el caso del
mundo globalizado, de imágenes que se suceden en cualquier rincón del
planeta.
No son todas las imágenes. Y no se debe a que falte espacio en la pantalla,
sino a que "alguien" ha seleccionado esas imágenes y no otras. Es decir,
estamos viendo una pantalla con diversos recuadros que presentan imágenes
simultáneas de diferentes partes del mundo, es cierto, pero no todo el mundo
está ahí.
Al llegar a este punto, uno se pregunta, inevitablemente, ¿quién tiene el
control remoto de esta pantalla audiovisual? y ¿quién hace la programación?
Buenas preguntas, pero aquí no encontrará usted las respuestas. Y no sólo
porque no las sabemos a ciencia cierta, sino también porque no son el tema de
este escrito.
Puesto que no podemos cambiar de canal o de cinema, veamos algunos de los
diferentes recuadros que nos ofrece la mega pantalla de la globalización.
Vayamos al continente americano. Ahí tiene usted, en aquel rincón, la imagen
de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) ocupada por un
grupo paramilitar del gobierno: la llamada Policía Federal Preventiva. No
parece que estén estudiando esos hombres uniformados de gris. Más allá,
enmarcada por las montañas del sureste mexicano, una columna de grises
tanquetas blindadas cruza una comunidad indígena chiapaneca. En el otro
lado, la imagen gris presenta a un policía norteamericano que detiene, con lujo
de violencia, a un joven en un lugar que puede ser Seattle o Washington.
En el recuadro europeo proliferan también los grises. En Austria es Joer Heider
y su fervor pro-nazi. En Italia, con la ayuda desinteresada de D´Alema, Silvio
Berlusconi se arregla la corbata. En el Estado Español, Felipe González le
maquilla la cara a José María Aznar. En Francia es Le Pen quien nos sonríe.
Asia, África y Oceanía presentan el mismo color repitiéndose en sus
respectivos rincones.
Mmh... Tantos grises... Mmh... Podemos protestar... Después de todo, nos
prometieron un programa a todo color... Cuando menos subamos el volumen y
tratemos de entender así de qué se trata...
I
I. Un olvido memorable
Al igual que la globalización fragmentada, los intelectuales están ahí, son una
realidad de la sociedad moderna. Y su "estar ahí" no se limita a la época
actual, se remonta a los primeros pasos de la sociedad humana. Pero la
arqueología de los intelectuales escapa a nuestros conocimientos y
posibilidades, así que partimos del hecho de que "están ahí". En todo caso, lo
que tratamos de descubrir es la forma que adquiere ahora su "estar ahí".
Los intelectuales como categoría son algo muy vago, ya se sabe. Diferente es,
en cambio, definir la "función intelectual". La función intelectual consiste en
determinar críticamente lo que se considera una aproximación satisfactoria al
propio concepto de verdad; y puede desarrollarla quien sea, incluso un
marginado que reflexione sobre su propia condición y de alguna manera la
exprese, mientras que puede traicionarla un escritor que reaccione ante los
acontecimientos con apasionamiento, sin imponerse la criba de la reflexión.


(Umberto Eco. Cinco escritos morales. Ed. Lumen. Traducción Helena Lozano Miralles, pp. 14-15). Si esto es así, entonces el quehacer intelectual es, fundamentalmente, analítico y crítico. Frente a un hecho social (por limitarnos a un universo), el intelectual analiza lo evidente, lo afirmativo y lo negativo,
buscando lo ambiguo, lo que no es ni una cosa ni otra (aunque así se
presente), y exhibe (comunica, devela, denuncia) lo que no sólo no es lo
evidente, sino incluso contradice a lo evidente.
Es de suponer que las sociedades humanas tengan personas que se dediquen
profesionalmente a este análisis crítico y a comunicar su resultado (en palabras
de Norberto Bobbio: Los intelectuales son todos aquellos para los cuales
transmitir mensajes es la ocupación habitual y conciente [...] y para decirlo en
un modo que puede parecer brutal, casi siempre representa también el modo
de ganarse el pan). Quedémonos con esta aproximación al intelectual, al
profesional del análisis crítico y la comunicación.
Ya hemos sido advertidos de que el intelectual no siempre ejerce la función
intelectual. La función intelectual se ejerce siempre con adelanto (sobre lo que
podría suceder) o con retraso (sobre lo que ha sucedido); raramente sobre lo
que está sucediendo, por razones de ritmo, porque los acontecimientos son
siempre más rápidos y acuciantes que la reflexión sobre los acontecimientos
(Umberto Eco, op cit, p. 29).
Por su función intelectual, este profesional del análisis crítico y su
comunicación sería una especie de conciencia incómoda e impertinente de la
sociedad (en esta época, de la sociedad globalizada) en su conjunto y de sus
partes. Un inconforme con todo, con las fuerzas políticas y sociales, con el
Estado, con el gobierno, con los medios de comunicación, con la cultura, con
las artes, con la religión, con el etcétera que el lector agregue. Si el actor social
dice "¡ya está!", el intelectual murmura con escepticismo: "le falta, le sobra".
Tendríamos entonces que el intelectual en su papel es un crítico de la
inmovilidad, un promotor del cambio, un progresista. Sin embargo, este
comunicador de ideas críticas está inserto en una sociedad polarizada,
enfrentada entre sí de muchas formas y con variados argumentos, pero dividida
en lo fundamental entre quienes usan el poder para que las cosas no cambien
y entre quienes luchan por el cambio. El intelectual debe, por un elemental
sentido del ridículo, comprender que no se le otorga un papel de brujo del
espíritu en torno al cual va a girar el ser o no ser de lo histórico, pero que
evidentemente él tiene saberes [...] que lo pueden alinear en un sentido o en
otro de lo histórico. Lo pueden alinear en la búsqueda de la clarificación de las
injusticias presentes en el mundo actual o en la complicidad con la paralización
e instalación en el Limbo. (Manuel Vázquez Montalbán. Panfleto desde el
planeta de los simios. Ed. Drakontos. Barcelona, 1995, p. 48)
Y es aquí donde el intelectual opta, elige, escoge entre su función intelectual
y la función que le proponen los actores sociales. Aparece así la división (y la
lucha) entre intelectuales progresistas y reaccionarios. Unos y otros siguen
trabajando con la comunicación de análisis críticos pero, mientras los
progresistas siguen en la crítica a la inmovilidad, a la permanencia, a la
hegemonía y a lo homogéneo; los reaccionarios enarbolan la crítica al cambio,
al movimiento, a la rebelión y a la diversidad. El intelectual reaccionario "olvida"
su función intelectual, renuncia a la reflexión crítica, y su memoria se recorta de
modo que no hay pasado ni futuro, el presente y lo inmediato es lo único asible
y, por ende, incuestionable.
Al decir "intelectuales progresistas y reaccionarios", nos referimos a los
intelectuales "de izquierda y de derecha". Aquí conviene agregar que el
intelectual de izquierda ejerce su función intelectual, es decir, su análisis crítico,
también frente a la izquierda (social, partidaria, ideológica), pero en la época
actual su crítica es fundamentalmente frente al poder hegemónico: el de los
señores del dinero y quienes los representan en el campo de la política y de las
ideas.
Dejemos ahora a los intelectuales progresistas y de izquierda, y vayamos a los
intelectuales reaccionarios, la derecha intelectual.


II. El pragmatismo intelectual
En el principio, los gigantes intelectuales de derecha fueron progresistas. Y
hablo de los grandes intelectuales de derecha, los "think tanks" de la reacción,
no de los enanos que fueron ingresando a sus clubes "pensantes". Octavio
Paz, excelente poeta y ensayista, el más grande intelectual de derecha de los
últimos años en México, declaró: Vengo del pensamiento llamado de izquierda.
Fue algo muy importante en mi formación. No sé ahora... lo único que sé es
que mi diálogo --a veces mi discusión-- es con ellos (los intelectuales de
izquierda). No tengo mucho que hablar con los otros. (Braulio Peralta. El poeta
en su tierra. Diálogos con Octavio Paz. Ed. Grijalbo. México, 1996, p. 45). Y
casos como el de Paz se repiten en la mega pantalla global.
El intelectual progresista, en tanto que comunicador de análisis críticos, se
convierte en objeto y objetivo para el poder dominante. Objeto a comprar y
objetivo a destruir. Multitud de recursos se ponen en juego para una y otra
cosa. El intelectual progresista "nace" en medio de este ambiente de seducción
persecutoria. Algunos se resisten y defienden (casi siempre en solitario, la
solidaridad intergremial no parece ser la característica del intelectual
progresista), pero otros, tal vez fatigados, buscan entre su bagaje de ideas y
sacan aquellas que sean a la vez coartada y razón para legitimar al poder. Lo
nuevo exige mucho, lo viejo ahí está, así que basta enarbolar el argumento de
"lo inevitable" para que el sistema le ofrezca un cómodo sillón (a veces en
forma de beca, puesto, premio, espacio) a la vera del Príncipe ayer tan
criticado.
"Lo inevitable" tiene nombre hoy: globalización fragmentada, pensamiento
único (es decir, la traducción en términos ideológicos y con pretensión universal
de los intereses de un conjunto de fuerzas económicas, en particular las del
capital internacional: Ignacio Ramonet. Un mundo sin rumbo. Crisis de fin de
siglo. Editorial Debate. Madrid), fin de la historia, omnipresencia y omnipotencia
del dinero, reemplazo de la política por la policía, el presente como único futuro
posible, racionalización de la desigualdad social, justificación de la
sobreexplotación de seres humanos y recursos naturales, racismo, intolerancia,
guerra.
En una época marcada por dos nuevos paradigmas, comunicación y mercado,
el intelectual de derecha (y ex de izquierda) entiende que ser "moderno"
significa cumplir la consigna: ¡adaptaos o perded vuestros privilegiados lugares!
Ni siquiera tiene que ser original, el intelectual de derecha ya tiene la cantera
de la que habrá que picar las piedras que adornen la globalización
fragmentada: el pensamiento único. La asepsia no importa mucho, el
pensamiento único tiene sus principales "fuentes" en el Banco Mundial, el
Fondo Monetario Internacional, la Organización para el Comercio y el
Desarrollo Económico, la Organización Mundial de Comercio, la Comisión
Europea, el Bundesbank, el Banco de Francia que, mediante su financiamiento,
enrolan al servicio de sus ideas a través de todo el planeta a numerosos
centros de investigación, universidades y fundaciones, los cuales, a su vez,
perfilan y difunden la buena nueva (Ignacio Ramonet, op cit, p. 111).
Con tal abundancia de recursos, es fácil que florezcan élites que, desde hace
años, se emplean a fondo en hacer los elogios del "pensamiento único"; que
ejercen un auténtico chantaje contra toda reflexión crítica en nombre de la
"modernización", del "realismo", de la "responsabilidad" y de la "razón"; que
afirman el "carácter ineluctable" de la evolución actual de las cosas; que
predican la capitulación intelectual, y arrojan a las tinieblas de lo irracional a
todos los que se niegan a aceptar que "el estado natural de la sociedad es el
mercado (ibid, p. 114).
Lejos de la reflexión, del pensamiento crítico, los intelectuales de derecha se
convierten en los pragmáticos por excelencia, destierran la función intelectual
y se transforman en ecos, más o menos estilizados, de los spots publicitarios
que inundan el mega mercado de la globalización fragmentada.
Refuncionalizados en la globalización fragmentada, los intelectuales de
derecha modifican su ser y adquieren nuevas "virtudes" (entre ellas reaparece
oximoron): una audaz cobardía y una profunda banalidad. Ambas brillan en sus
"análisis" del presente globalizado y sus contradicciones, sus revisitaciones al
pasado histórico, sus clarividencias. Se pueden dar el lujo de la audaz cobardía
y de la profunda banalidad, puesto que la hegemonía universal casi absoluta
del dinero los protege con torres de cristal blindado. Por esto, la derecha
intelectual es particularmente sectaria y tiene, además, el respaldo de no pocos
medios de comunicación y gobiernos. El ingreso a esas altas torres
intelectuales no es fácil, hay que renunciar a la imaginación crítica y autocrítica,
a la inteligencia, a la argumentación, a la reflexión, y optar por la nueva
teología, la teología neoliberal.
Puesto que la globalización se vende como el mejor de los mundos posibles,
pero carece de ejemplos concretos de sus ventajas para la humanidad, se
debe recurrir a la teología y suplir con dogmas y fe neoliberales la falta de
argumentos. El papel de los teólogos neoliberales incluye el señalar y perseguir
a los "herejes", a los "mensajeros del mal", es decir, a los intelectuales de
izquierda. Y qué mejor forma de combatir a los críticos que acusarlos de
"mesianismo".
Frente al intelectual de izquierda, el de derecha impone la etiqueta lapidaria
de "mesianismo trasnochado". ¿Quién puede cuestionar un presente pleno de
libertades, donde cualquiera puede decidir qué compra, sean artículos de
primera necesidad, ideologías, propuestas políticas y conductas para toda
ocasión?
Pero paradoja no perdona. Si en algún lado hay mesianismo, es en la derecha
intelectual. El Gran Circo de Intelectuales Neoliberales Químicamente Puros o
Ex Marxistas Arrepentidos o la Trilateral pueden ser mesiánicos cuando
prefiguran la fatalidad de un universo basado en la verdad única, el mercado
único y el ejército gendarme único vigilando el fogonazo de flash que
acompaña la foto final de la Historia, pulsado ante los mejores paisajes de las
mejores sociedades abiertas. (Manuel Vázquez Montalbán, op cit, p. 47).
La foto final. O la escena culminante del filme de la globalización fragmentada.


IV. Los clarividentes ciegos
Parafraseando a Régis Debray (Croire, Voir, Faire. Ed. Odile Jacob. París,
1999), el problema aquí no es por qué o cómo la globalización es irremediable,
sino por qué o cómo todo el mundo, o casi, está de acuerdo en que es
irremediable. Una posible respuesta: La tecnología del hacer-creer [...]. El
poder de la información... Inf-formar: dar forma, formatear. Con-formar: dar
conformidad. Trans-formar: modificar una situación (ibid, p. 193).
Con la globalización de la economía se globaliza también la cultura. Y la
información. De ahí que las grandes empresas de la comunicación "tiendan"
sobre el mundo entero su red electrónica sin que nada ni nadie se los impida.
Ni Ted Turner, de la cnn; ni Rupert Murdoch, de News Corporation Limited; ni
Bill Gates, de Microsoft; ni Jeffrey Vinik, de Fidelity Investments; ni Larry Rong,
de China Trust and International Investment; ni Robert Allen, de att, al igual
que George Soros o decenas de otros nuevos amos del mundo, han sometido
jamás sus proyectos al sufragio universal (Ignacio Ramonet, op cit, p. 109).
En la globalización fragmentada, las sociedades son fundamentalmente
sociedades mediáticas. Los media son el gran espejo, no de lo que una
sociedad es, sino de lo que debe aparentar ser. Plena de tautologías y
evidencias, la sociedad mediática es avara en razones y argumentos. Aquí,
repetir es demostrar.
Y lo que se repite son las imágenes, como ésas grises que ahora nos presenta
la pantalla globalizada. Debray nos dice: La ecuación de la era visual es algo
así como: lo visible = lo real = lo verdadero. He aquí la idolatría revistada (y sin
duda redefinida) (Régis Debray, op cit, p. 200). Y los intelectuales de derecha
han aprendido bien la lección. Y más, es uno de los dogmas de su teología.
¿Dónde se dio el salto que iguala lo visible con lo verdadero? Trucos de la
pantalla globalizada.
El mundo entero, mejor aún, el conocimiento entero está ahora a la mano de
cualquiera con una televisión o una computadora portátil. Sí, pero no cualquier
mundo y no cualquier conocimiento. Debray explica que el centro de gravedad
de las informaciones se ha desplazado de lo escrito a lo visual, de lo diferido a
lo directo, del signo a la imagen. Las ventajas para los intelectuales de derecha
(y las desventajas para los progresistas) son obvias.
Analizando el comportamiento de la información en Francia durante la Guerra
del Golfo Pérsico, se devela el poder de los media: al inicio del conflicto el 70%
de los franceses se mostraban hostiles a la guerra, al final el mismo porcentaje
la apoyaba. Bajo el golpeteo de los media, la opinión pública francesa se
"volteó" y el gobierno obtuvo el beneplácito por su participación bélica.
Estamos en la "era visual". Así las informaciones se nos presentan en la
evidencia de su inmediatez, por tanto es real lo que se nos muestra, por tanto
es verdadero lo que vemos. No hay lugar para la reflexión intelectual crítica, a
lo más hay espacio para comentaristas que "completen" la lectura de la
imagen.
Lo visual no está hecho, en esta era, para ser visto, sino para dar
"conocimiento". El mundo ha devenido en una mera representación multimedia,
que suprime al mundo exterior, capaz de ser conocida en la misma medida en
que es vista. Sí, inicios del tercer milenio, siglo XXI, y la filosofía boyante en
nuestro mundo "moderno" es el idealismo absoluto.
Se pueden sacar ya algunas conclusiones: el nuevo intelectual de derecha
tiene que desempeñar su función legitimadora en la era visual; optar por lo
directo e inmediato; pasar del signo a la imagen y de la reflexión al comentario
televisivo. Ni siquiera tiene que esforzarse por legitimar un sistema totalitario,
brutal, genocida, racista, intolerante y excluyente. El mundo que es el objeto de
su "función intelectual" es el que ofrecen los media: una representación virtual.
Si en el hipermercado de la globalización el Estado-Nación se redefine como
una empresa más, los gobernantes como gerentes de ventas y los ejércitos y
policías como cuerpos de vigilancia, entonces a la derecha intelectual le toca el
área de Relaciones Públicas.
En otras palabras, en la globalización, los intelectuales de derecha son
"multiusos": sepultureros del análisis crítico y la reflexión, malabaristas con las
ruedas de molino de la teología neoliberal, apuntadores de gobiernos que
olvidan el "script", comentaristas de lo evidente, porristas de soldados y
policías, jueces gnoseológicos que reparten etiquetas de "verdadero" o "falso"
a conveniencia, guardaespaldas teóricos del Príncipe, y locutores de la "nueva
historia".
V. El futuro pasado
Quemar libros y erigir fortificaciones es tarea común de los príncipes, dice
Jorge Luis Borges. Y añade que todo Príncipe quiere que la historia comience
desde él. En la era de la globalización fragmentada no se queman los libros
(aunque sí se erigen fortificaciones), sino que se les substituye. Aun así, más
que suprimir la historia previa a la globalización, el Príncipe neoliberal instruye
a sus intelectuales para que la rehagan de modo que el presente sea la
culminación de los tiempos.
"Los maquillistas de la historia", así tituló Luis Hernández Navarro un artículo
dedicado al debate con los intelectuales de derecha en México (Ojarasca en La
Jornada, 10 de abril, 2000). Además de provocar el presente texto (escrito con
el ánimo de darle seguimiento a sus planteamientos), Hernández Navarro
advierte sobre una nueva ofensiva: la nueva derecha intelectual dirige sus
baterías contra figuras representativas de la intelectualidad progresista
mexicana.
Rentista tardía de la bonanza planetaria del "pensamiento único", renegada de
su identidad, heredera con escrituras de la caída del muro de Berlín, socia y
émula del circuito cultural conservador estadunidense, esta derecha está
convencida de que la crítica cultural otorga credenciales suficientes para emitir,
sin argumentación, juicios sumarios a sus adversarios en el terreno político
(ibidem).
Las razones no-ideológicas de este ataque deben buscarse en la disputa por el
espacio de credibilidad. En México los intelectuales de izquierda tienen gran
influencia en la cultura y la academia. Estorban, ése es su delito.
No, más bien ése es uno de sus delitos. Otro es el apoyo de estos intelectuales
progresistas a la lucha zapatista por una paz justa y digna, por el
reconocimiento de los derechos de los pueblos indios, y por el fin de la guerra
contra los indígenas del país. Este "pecado" no es menor. El levantamiento
zapatista inaugura una nueva etapa, la de la irrupción de movimientos
indígenas como actores de la oposición a la globalización neoliberal (Ivon Le
Bot. "Los indígenas contra el neoliberalismo", en La Jornada, 6 de marzo,
2000). No somos los mejores ni los únicos: ahí están los indígenas de Ecuador
y de Chile, las protestas de Seattle y Washington (y las que sigan en tiempo, no
en importancia). Pero somos una de las imágenes que distorsionan la mega
pantalla de la globalización fragmentada y, como fenómeno social e histórico,
demandamos reflexión y análisis crítico.
Y la reflexión y el análisis crítico no están en el "arsenal" de la derecha
intelectual. ¿Cómo cantar las glorias del nuevo orden mundial (y su imposición
en México) si un grupo de indígenas "premodernos" no sólo desafiaban al
poder, sino que lograban la simpatía de una importante franja de intelectuales?
En consecuencia el Príncipe dictó sus órdenes: atacad a unos y a otros, yo
pongo al ejército y los medios de comunicación, ustedes pongan las ideas. Así
que la nueva derecha intelectual dedicó burlas y calumnias a su par de
izquierda. A los indígenas rebeldes zapatistas nos dedicó... una nueva historia.
Y, en tanto que el zapatismo tuvo impacto internacional, la derecha intelectual
en varias partes del mundo (no sólo en México) se dedicó a esta tarea. Los
intelectuales de derecha no sólo maquillan la historia, la rehacen, la rescriben
a conveniencia del Príncipe y a modo con su función intelectual.
Pero volvamos a México. A lo largo de este siglo los intelectuales en México
han desempeñado funciones diversas: cortesanos de lujo del poder en turno,
decoración estatal, voces disidentes (a las que se llama, para
institucionalizarlas, "Conciencias Críticas"), intérpretes privilegiados de la
historia y de la sociedad, espectáculos en sí mismos. (Carlos Monsiváis.
"Intelectuales mexicanos de fin de siglo", Viento del Sur 8, 1996, p. 43).
El último gran intelectual de derecha en México, Octavio Paz, cumplió a
cabalidad la labor encomendada por el Príncipe. No escatimó palabras para
desprestigiar a los zapatistas y a quienes mostraron simpatía por su causa (ojo:
no por su forma de lucha). Una de las mejores muestras del Paz al servicio del
Príncipe está en sus escritos y declaraciones en los inicios de 1994. Ahí
Octavio Paz definía, no al EZLN, sino los argumentos sobre los que deberían
ahondar sus "soldados" intelectuales: maoísmo, mesianismo, fundamentalismo,
y algunos "ismos" más que ahora escapan a mi memoria. Frente a los
intelectuales progresistas, Paz no escatimó acusaciones: ellos eran
responsables del "clima de violencia" que marcó el año de 1994 (y todos los
años del México moderno, pero la derecha intelectual nunca ha brillado por su
memoria histórica), en concreto, del asesinato del candidato oficial a la
presidencia de la República, Colosio.
Años después, antes de morir, Paz rectificaría y señalaría que el sistema
estaba en crisis y que, aun sin el alzamiento zapatista, esos hechos ocurrirían
de todas formas (véase: Braulio Peralta, op cit).
Ninguno de los actuales herederos de Paz tiene su estatura, aunque no les
faltan ambiciones para ocupar su lugar. No como intelectual, pues les faltan
inteligencia y brillo, sino por el lugar privilegiado que ocupó al lado de
Príncipe. Sin embargo, su lucha hacen. Y siguen en su empeño de
confeccionarle al zapatismo una historia que les sea cómoda, no sólo para
atacarlo, sino, sobre todo, para eludir el análisis crítico y la reflexión serios y
responsables.
Pero no sólo la historia del zapatismo y de los pueblos indios rescriben los
intelectuales de derecha. La historia entera de México se está rehaciendo para
demostrar que estamos, ya, en el mejor de los Méxicos posibles. Así que los
enanos de la derecha intelectual revisitan el pasado y nos venden una nueva
imagen de Porfirio Díaz, de Santa Anna, de Calleja, de Cárdenas.
Y este afán de remodelar la historia no es exclusivo de México. En la pantalla
de la globalización ya se nos oferta una nueva versión en donde el Holocausto
nazi en contra de los judíos fue una especie de Disneylandia selectiva, Adolfo
Hitler es una especie de alegre Mickey Mouse ario y, más acá en el tiempo, las
guerras del Golfo Pérsico y de Kosovo fueron "humanitarias". En el futuro
pasado que nos prepara la derecha intelectual, la globalización es el "deux ex
machina" que trabaja sobre el mundo para preparar su propio advenimiento.
Pero, esas imágenes grises que nos presenta ahora la mega pantalla de la
globalización, ¿qué llegada anuncian?


VI. El liberal fascista
Yo digo que esta película ya la vimos antes, y si no la recordamos es porque la
historia no es un artículo atractivo en el mercado globalizado. Esos grises
pueden significar algo: la reaparición del fascismo.
¿Paranoia? Umberto Eco, en un texto llamado "El fascismo eterno" (op cit), da
algunas claves para entender que el fascismo sigue latente en la sociedad
moderna, y que, aunque parece poco probable que se repitan los campos de
exterminio nazis, en uno y otro lado del planeta acecha lo que él llama el "Ur
Fascismo". Luego de advertirnos que el fascismo era un totalitarismo "fuzzy",
es decir, disperso, difuso en el todo social, propone algunas de sus
características: rechazo al avance del saber, irracionalismo, la cultura es
sospechosa de fomentar actitudes críticas, el desacuerdo con lo hegemónico
es una traición, miedo a la diferencia y racismo, surge de la frustración
individual o social, xenofobia, los enemigos son simultáneamente demasiado
fuertes y demasiado débiles, la vida es una guerra permanente, elitismo
aristocrático, sacrificio individual para el beneficio de la causa, machismo,
populismo cualitativo difundido por televisión, "neo lengua" (de léxico pobre y
sintaxis elemental).
Todas estas características pueden ser encontradas en los valores que
defienden y difunden los media y los intelectuales de derecha en la era visual,
en la era de la globalización fragmentada. Acaso, hoy casi como ayer, ¿no se
está utilizando el cansancio democrático, la náusea ante la nada, el
desconcierto ante el desorden como aval de una nueva situación histórica de
excepción que requiere un nuevo autoritarismo persuasivo, unificador de la
ciudadanía en clientes y consumidores de un sistema, un mercado, una
represión centralizada? (M. Vázquez Montalbán, op cit, p. 76).
Mire usted la mega pantalla, todos esos grises son la respuesta al desorden, es
lo que se necesita para enfrentar a quienes se niegan a disfrutar el mundo
virtual de la globalización y se resisten. Y, sin embargo, parece que el número
de inconformes crece. Uno de los enanos mexicanos que aspiran a ocupar la
silla vacía de Octavio Paz, constataba, aterrado, que en una encuesta en
México del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, en 1994, el 29%
de los entrevistados respondía que las leyes no deben obedecerse si son
injustas. En noviembre de 1999, en la revista Educación 2001, era el 49% el
que a la pregunta "¿Puede el pueblo desobedecer las leyes si le parece que
son injustas?", respondió "sí". Después de reconocer que es necesario resolver
problemas de crecimiento económico, educación, empleo y salud, señalaba:
todas esas cosas sólo pueden alcanzarse si la sociedad está parada en un piso
más básico que es de la seguridad pública y el cumplimiento de la ley. Ese piso
está lleno de agujeros en México y tiende a empeorar. (Héctor Aguilar Camín.
"Leyes y crímenes", en "Esquina", Proceso 1225, 23 de abril, 2000). El
razonamiento es sintomático: a falta de legitimidad y consenso, policías.
El clamor de la derecha intelectual demandando "orden y legalidad" no es
exclusivo de México. En Francia, el fascista Le Pen está dispuesto a responder
al llamado. En Austria el neonazi Heider ya está listo, lo mismo que el
franquista Aznar en el Estado Español. En Italia, Berlusconi (alias el "Duce
Multimedia") y Gianfranco Fini se arreglan para el momento.
¿Europa asomada de nuevo al balcón del fascismo? Suena duro... y lejano.
Pero ahí están las imágenes de la mega pantalla. Esos "skin heads" que
asoman sus garrotes en aquella esquina, ¿están en Alemania, en Inglaterra, en
Holanda? "Son grupos minoritarios y bajo control", nos tranquiliza el audio de la
mega pantalla. Pero parece que el fascismo renovado no siempre trae la
cabeza rapada ni se adorna el cuerpo con suásticas tatuadas, y aun así no deja
de ser una siniestra derecha.
Si digo "siniestra derecha" le parecerá a usted que juego con las palabras y
sólo recurro de nuevo a oximoron, pero trato de llamar su atención sobre algo.
Después de la caída del muro de Berlín, el espectro político europeo, en su
mayoría, corrió atropelladamente hacia el centro. Esto es evidente en la
izquierda europea tradicional, pero también ocurrió con los partidos derechistas
(véanse: Emiliano Fruta, "La nueva derecha europea", y Hernán R. Moheno,
"Más allá de la vieja izquierda y la nueva derecha", en Urbi et Orbi. itam, abril,
2000). Con una careta moderna, la derecha fascista empieza a conquistar
espacios que ya rebasan con mucho los de las notas policiacas en los media.
Ha sido posible porque se han esforzado en construirse una nueva imagen,
alejada del pasado violento y autoritario.
También porque se han apropiado de la teología neoliberal con una facilidad
asombrosa (por algo será), y porque en sus campañas electorales han insistido
mucho en los temas de seguridad pública y empleo (alertando contra la
"amenaza" de los inmigrantes). ¿Alguna diferencia con las propuestas de la
social democracia o de la izquierda tradicional?
Detrás de la "tercera vía" europea acecha el fascismo, y también de la
izquierda que no se define (en teoría y práctica) contra el neoliberalismo. En
veces, la derecha se puede vestir con andrajos de izquierda. En México, en el
reciente debate televisivo entre los 6 candidatos a la presidencia de la
República, el candidato que obtuvo el beneplácito de la derecha intelectual fue
Gilberto Rincón Gallardo, del Partido Democracia Social, de izquierda aparente.
Acaso la televisión no mostró que algunos de los militantes y candidatos del
pds en Chiapas son cabezas de varios grupos paramilitares, responsables,
entre otras cosas, de la masacre de Acteal.
Que la derecha fascista y la nueva derecha intelectual estén listas para
mostrarle sus "habilidades" a los señores del dinero no sorprende. Lo que
desconcierta es que, algunas veces, son la socialdemocracia o la izquierda
institucional quienes les preparan el camino.
Si en el Estado Español, Felipe González (ese político tan aplaudido por la
derecha intelectual) trabajó para el triunfo del derechista Partido Popular de
José María Aznar, en Italia, la autopista por la que la derecha se dirige al poder
se llama Massimo D´Alema. Antes de renunciar, D´Alema hizo todo lo
necesario para hacer naufragar a la izquierda. D´Alema y los suyos financiaron
con el dinero de todos la educación religiosa y prepararon la privatización de la
[educación] pública, participaron plenamente en la aventura de la OTAN contra
Yugoslavia y en la ocupación virtual de Albania, privatizaron lo que pudieron,
atentaron contra los jubilados, reprimieron a los inmigrantes, se sometieron a
Washington, "reflotaron" a los corruptos y al mismo Bettino Craxi, por cuya
residencia en el exilio, como prófugo de la justicia, desfilaron para pedirle
ayuda, hicieron una ley sobre los carabineros dictada por el comando golpista
de los mismos... (Guillermo Almeyra. "La izquierda de la derecha" en La
Jornada, 23 de abril, 2000). ¿Resultado? Buena parte del electorado de
izquierda se abstuvo de votar.
En la complicada geometría política europea, la llamada "tercera vía" no sólo
ha resultado letal para la izquierda, también ha sido la rampa de despegue del
neofascismo.
Tal vez estoy exagerando, pero la memoria es una facultad extraña. Cuanto
más agudo y más aislado es el estímulo que recibe la memoria, más se
recuerda; cuanto más abarcador, se recuerda con menor intensidad. (John
Berger, op cit, p.234), y sospecho que ese alud de imágenes grises en la
pantalla es para que recordemos con menor intensidad, con pereza, con ganas
de olvidar. Y si los libros no mienten, fue el fascismo italiano el que resultó
atractivo para muchos líderes liberales europeos porque consideraban que
estaba llevando a cabo interesantes reformas sociales, y podría ser una
alternativa a la "amenaza comunista" (Véase: U. Eco, op cit).
En agosto de 1997, Fausto Bertinotti (secretario del italiano Partido de
Refundación Comunista) escribía en una carta al EZLN: Se ha abierto, en
Europa, una verdadera crisis de civilización. Se podrían, desgraciadamente,
narrar cientos y miles de episodios de barbarie cotidiana, de violencia gratuita,
de agresión a las personas, al cuerpo, de tráfico de personas, de cuerpos, de
órganos, sin ningún sentido. Y encima de todo una gruesa capa de indiferencia,
como si la vida hubiera perdido el sentido. Le podría contar de cosas que
ocurren en la periferia urbana, realidad y metáfora de la tragedia humana en la
que se ha convertido este nuevo ciclo del desarrollo capitalista. Frente a esta
vida sin sentido, el liberal fascista ofrece su cara amable y argumenta,
haciendo hincapié en sus bondades, el recurso de la violencia legalizada,
institucional.
El horizonte anuncia tormenta, y la derecha intelectual nos trata de tranquilizar
presentándola como un chubasco sin importancia. Todo sea por asegurar el
pan, la sal... y el lugar junto al Príncipe. ¡Protegedlo! No importa que su camisa
sea gris y en su cálido seno se cultive el huevo de la serpiente.
"El huevo de la serpiente". Si mal no recuerdo, es el título de una película de
Bergman que describía el ambiente en el que se gestó el fascismo. ¿Y qué
hacemos? ¿Seguimos sentados hasta que termine la película? ¿Sí? ¿No? ¡Un
momento! ¡Vea usted hacia los otros espectadores! ¡Muchos se han levantado
de sus asientos y hacen corrillos! ¡Los murmullos crecen! ¡Algunos lanzan
objetos contra la pantalla y abuchean! ¡Y mire esos otros! ¡En lugar de dirigirse
a la pantalla van hacia arriba! ¡Como que buscan al que proyecta la película!
¡Parece que lo encontraron porque señalan insistentemente hacia un rincón
allá arriba! ¿Quiénes son esas personas y con qué derecho interrumpen la
proyección? Uno de ellos levanta una pancarta que reza: Tomemos entonces,
nosotros, ciudadanos comunes, la palabra y la iniciativa. Con la misma
vehemencia y la misma fuerza con que reivindicamos nuestros derechos,
reivindiquemos también el deber de nuestros deberes. (José Saramago,
Discursos de Estocolmo. Ed. Alfaguara). ¿El deber de nuestros deberes? ¡Que
alguien explique porque no entendemos nada!
¡Silencio! Alguien toma la palabra...
VII. La escéptica esperanza
Los intelectuales progresistas. Los de la escéptica esperanza. El sociólogo
francés Alain Touraine propone una clasificación de ellos (¿Comment sortir du
libéralisme? Ed. Fayard. París, 1999): la más clásica la del intelectual
denunciador, donde toda la atención se concentra sobre la crítica al sistema
dominante; el segundo tipo de intelectuales se identifican con tal lucha o tal
fuerza de oposición y se convierten en sus intelectuales orgánicos; la tercera
cree en la existencia, la conciencia y la eficacia de los actores, al mismo tiempo
que conocen sus límites; la cuarta son los utopistas, se identifican con las
nuevas tendencias culturales, de la sociedad o de la existencia personal.
Todos ellos (y ellas, porque ser intelectual no es privilegio masculino) empeñan
sus esfuerzos en entender, críticamente, la sociedad, su historia y su presente,
y tratan de desentrañar la incógnita de su futuro.
Nada fácil la tienen los pensadores progresistas. En su función intelectual se
han dado cuenta de qué va todo y, nobleza obliga, deben develarlo, exhibirlo,
denunciarlo, comunicarlo. Pero para hacerlo deben enfrentarse a la teología
neoliberal de la derecha intelectual, y detrás de ésta están los media, los
bancos, las grandes corporaciones, los Estados (o lo que queda de ellos), los
gobiernos, los ejércitos, las policías.
Y deben hacerlo, además, en la era visual. Aquí están en franca desventaja,
pues hay que tener en cuenta las grandes dificultades que implica enfrentarse
al poder de la imagen con único recurso de la palabra. Pero su escepticismo
frente a lo evidente les ha permitido ya descubrir la trampa. Y con el mismo
escepticismo arman sus análisis críticos para desmontar, conceptualmente, la
maquina de las bellezas virtuales y las miserias reales. ¿Hay esperanza?
Hacer de la palabra bisturí y megáfono es ya un desafío descomunal. Y no sólo
porque en esta época la reina es la imagen. También porque el despotismo de
la era visual arrincona a la palabra en los burdeles y en las tiendas de trucos y
bromas. Aun así, sólo podemos confesar nuestra confusión y nuestra
impotencia, nuestra ira y nuestras opiniones, con palabras. Con palabras
nombramos aun nuestras pérdidas y nuestra resistencia porque no tenemos
otro recurso, porque los hombres están indefectiblemente abiertos a la palabra
y porque poco a poco son ellas las que moldean nuestro juicio. Nuestro juicio,
temido a menudo por quienes detentan el poder, se moldea lentamente, como
el cauce de un río, por medio de corrientes de palabras. Pero las palabras sólo
producen corrientes cuando resultan profundamente creíbles (John Berger, op
cit, p. 255).


Credibilidad. Algo de lo que carece la derecha intelectual y que,
afortunadamente, abunda entre los intelectuales progresistas. Sus palabras
han producido, y producen, en muchos la sorpresa primero, la inquietud
después. Para que esa inquietud no sea aplastada por el conformismo que
receta la era visual, hacen falta más cosas que escapan al ámbito del quehacer
intelectual.
Pero aun cuando la palabra se ha hecho raudal, la función intelectual no
termina. Los movimientos sociales de resistencia o de protesta frente al poder
(en este caso frente a la globalización y el neoliberalismo) todavía deben
recorrer un largo camino, no digamos ya para conseguir sus fines, sino para
consolidarse como alternativa organizativa para otros. Finalmente, hay que
reconocer la responsabilidad particular de los intelectuales. Depende de ellos,
más que de cualquier otra categoría, que la protesta se desgaste en denuncia
sin perspectiva o, por el contrario, que ella conduzca a la formación de nuevos
actores sociales e, indirectamente, a nuevas políticas económicas y sociales.
(Alain Touraine, op cit, p. 15).
El intelectual progresista está debatiéndose continuamente entre Narciso y
Prometeo. En veces la imagen en el espejo lo atrapa y empieza su inexorable
camino de trasmutación en un empleado más del mega mercado neoliberal.
Pero en veces rompe el espejo y descubre no sólo la realidad que está detrás
del reflejo, también a otros que no son como él pero que, como él, han roto sus
respectivos espejos.
La transformación de una realidad no es tarea de un solo actor, por más fuerte,
inteligente, creativo y visionario que sea. Ni solos los actores políticos y
sociales, ni solos los intelectuales pueden llevar a buen término esa
transformación. Es un trabajo colectivo. Y no sólo en el accionar, también en
los análisis de esa realidad, y en las decisiones sobre los rumbos y énfasis del
movimiento de transformación.
Cuentan que Miguel Ángel Buonarroti realizó su "David" con serias limitaciones
materiales. El pedazo de mármol sobre el que trabajó Miguel Ángel era uno que
ya había sido empezado a trabajar por alguien más y tenía ya perforaciones, el
talento del escultor consistió en hacer una figura que se ajustara a esos límites
infranqueables y tan restringidos, de ahí la postura, la inclinación, de la pieza
final (Pablo Fernández Christlieb, La afectividad colectiva. Ed. Taurus, 2000,
pp. 164-165).
De la misma forma, el mundo que queremos transformar ya ha sido trabajado
antes por la historia y tiene muchas horadaciones. Debemos encontrar el
talento necesario para, con esos límites, transformarlo y hacer una figura
simple y sencilla: un mundo nuevo.
Vale de nuez. Salud y no olvidéis que la idea es también un cincel.


Desde las montañas del Sureste Mexicano
México, abril del 2000


P.D. ¿Alguien tiene un martillo a la mano?

"Tribadismo: el arte del frotamiento." por Valeria Flores *

Poco conocemos, o casi nada, acerca de cómo vivían las mujeres que tenían relaciones erótico/sexuales/afectivas con otras mujeres, en épocas en que la sexualidad de las personas no indicaba una identidad sexual determinada.

Judith Brown[i] plantea que “las dificultades conceptuales que los contemporáneos tenían con respecto a la sexualidad lesbiana se reflejan en la carencia de una terminología adecuada. La sexualidad lesbiana no existía; por lo tanto, tampoco existían lesbianas. Aunque la palabra “lesbiana” aparece una vez en el siglo XVI en la obra de Brantome, no fue de uso corriente hasta el XIX, e incluso entonces fue aplicada antes a ciertos actos en lugar de a una categoría de personas. Al carecer de un vocabulario y unos conceptos precisos, se utilizó una larga lista de palabras y circunlocuciones para describir lo que las mujeres, al parecer, hacían: masturbación mutua, contaminación, fornicación, sodomía, corrupción mutua, coito, copulación, vicio mutuo, profanación o actos impuros de una mujer con otra. Y en caso de llamarles de algún modo a las que hacían estas terribles cosas se les llamaba ‘fricatrices’, esto es mujeres que se frotan unas con otras o “tribadistas”, el equivalente griego a la misma acción.”

Tribadismo significa “ella que roza”, y hace referencia a una práctica sexual entre dos mujeres en el que se apoyan los cuerpos y quedan pechos con pechos, vulva con vulva y comienzan a contonearse, frotándose mutuamente los clítoris hasta lograr el orgasmo simultáneo.

Desde principios del siglo XX, podemos observar a partir de algunos documentos, el temor a la expansión del tribadismo. Jorge Salessi[ii], en su original estudio sobre cómo operó la homosexualidad en la constitución del estado nacional argentino, dice acerca de la homosexualidad femenina, “...en las formas de representación de una homosexualidad de las mujeres, por ejemplo, se hace evidente la propagación exagerada de un pánico homosexual[iii], una ansiedad cultural producida, promovida y utilizada para controlar y estigmatizar poblaciones consideradas peligrosas por la cultura patriarcal y burguesa hegemónica”. El autor profundiza en cómo la educación nacionalista[iv] cumplió un papel fundamental en combatir el erotismo entre mujeres, llamado en aquella época tribadismo, uranismo y/o fetiquismo. Según Salessi "tribadismo", significaba prácticas sexuales entre mujeres, además de "hábitos" o comportamientos definidos como incorrectos para su sexo biológico. Esas costumbres v prácticas sexuales eran, según los pedagogos y criminólogos argentinos, aprendidas especialmente en el medio insalubre de las escuelas y colegios de monjas

Por ejemplo, en José Ingenieros[v] se revela una aguda preocupación por la homosexualidad femenina. Él argumenta que “la homosexualidad si bien no era tan común en la mujer, sí lo era entre mujeres de cierta educación”. Ingenieros escribió: “...la inversión se observa menos frecuentemente en las mujeres; la educación y el medio son poco propicios al desarrollo del 'tribadismo', siendo menos raro en mujeres independientes de toda traba social (artistas, intelectuales, etc). En las jóvenes se observa muy rara vez, aunque la inversión sentimental o romántica es muy frecuente en los colegios e internados femeninos”.

En 1910, Ingenieros ofreció la historia de una mujer que "en el convento donde fue educada contrajo hábitos de tribadismo que persistieron al salir de allí: era un marimacho completa, trataba a sus condiscípulas como si ella fuera un hombre y se dedicaba a enamorarlas o seducirlas, para que se sometieran a sus prácticas tribadistas”. Explica Salessi que la única de esas prácticas a la que aludió este criminólogo fue la del "el onanismo recíproco" pero sin especificar cómo se masturbaban estas mujeres entre sí. La reticencia de estos hombres de ciencia a describir prácticas sexuales entre mujeres (especialmente al compararla con la riqueza de detalles con la que describieron las prácticas sexuales entre hombres) fue una característica recurrente del discurso de esta ciencia sexual argentina. Una vez más, las relaciones eróticas entre mujeres ni siquiera fueron enunciadas, destinándolas al campo de lo impensable, de lo indecible.

“En el Livre de Manieres, escrito en la temprana modernidad, el obispo Etienne de Fougere argumenta que el coito entre mujeres es tan absurdo como abominable, otorgando como ejemplo de semejante estupidez el acto de intentar pescar "con caña" sin tener la caña (lo que lleva a sentenciar que el acto sexual entre lesbianas no es más que un esfuerzo inútil, desgaste de energías, acción innecesaria, etc.)” [vi]. Ese sinsentido puede explicarse parcialmente por el contexto dentro del cual lo "sexual" ha adquirido "sentido”.

El estatuto ontológico del sexo se plantea a través del dúo pene-penetración; por lo tanto, la ausencia de tal pareja nos remite a que la razón de ser del acto "sexual" desaparece en tanto tal. ¿Qué estatuto se le podría adjudicar a la actividad sexual entre lesbianas? Si el sexo se ha entendido en tanto equivalente del par pene-penetración, la pregunta que aparece es: ¿qué podrían hacer las lesbianas para que tales actos adquieran el estatuto de "sexuales"? Una forma de empezar a desarmar esta pregunta puede consistir en pensar la siguiente fórmula: "Penetrar versus Frotar". Tanto la penetración como la descarga de semen han tenido bastante relevancia en diversas tradiciones religiosas y seculares, por lo que se ha entendido que el frotamiento entre lesbianas es una “copulación fallida". Esto nos lleva a revisar la asimetría fundamental que se desprende de otro dúo: actividad-pasividad, en el que la actividad/penetración está asociada a lo masculino, mientras que la pasividad/penetrada a la femenino. Las prácticas lesbianas como el tribadismo descolocan este sistema categorial, lo desplazan, y la lesbiana queda fuera del orden del discurso. Si pensamos la penetración en términos extra-"pénicos” abrimos interrogantes, como por ejemplo, ¿cómo administrar entre lesbianas la pareja actividad-pasividad sin remitir al masculino ‘penetrar’ ni a la femenina ‘penetrada’?, o ¿cuál es el estatuto ontológico que se le habría de otorgar a un consolador cuya "masculinidad" (si atributo fuera adjudicable) no pertenece ni a una ni a la otra?.

Rastrear en la historia de silencios las huellas de las relaciones entre mujeres, de la pasión entre mujeres, las formas en que ha sido designado el erotismo entre mujeres, entre las que se encuentra el tribadismo, es una convocatoria a redescubrir la dimensión histórica de nuestro deseo, sus luchas por la sobreviviencia y pervivencia. Es necesario comprender que la proliferación de los placeres y la difusión de una economía erótica no falocéntrica afecta al sistema heteropatriarcal, el que está íntimamente ligado al capitalismo, cuya base controlada es la familia tradicional. El lesbianismo ataca esa base económica y además desestabiliza el control demográfico, base de sus previsiones sociales. Por eso se lo oculta y niega, pero a pesar de la ignorancia a la que es sometido el deseo lésbico, hay que celebrar que sigue latiendo en los cuerpos de muchas mujeres.

Las mujeres que han expresado su pasión por otras mujeres, a través de las épocas, han peleado y han muerto antes que negar esa pasión. La síntesis del lesbianismo y el feminismo (dos movimientos teórico/políticos centrados e impulsados por mujeres), intenta revelar y acabar con el misterio y silencio que rodea al lesbianismo. Este análisis es una pequeña incisión contra esa esfera de silencio y secretos que presenta la imposibilidad de adjudicar un espacio discursivo a las relaciones sexuales entre mujeres. Y hago propias las palabras de la feminista afroamericana Cheryl Clarke, “dedico esta obra a todas las mujeres ocultadas por la historia cuyo sufrimiento y triunfo han hecho posible que yo pueda decir mi nombre en voz alta[vii].

NOTAS

[i] Brown, Judith (1989). Afectos vergonzosos Sor Benedetta: entre santa y lesbiana. Ed.Crítica, Barcelona.
[ii] Salessi, Jorge. (2000). médicos, maleantes y maricas. Beatriz Viterbo Editora. Rosario.
[iii] La noción de pánico homosexual es citada por Salessi, quien la retoma de Eve Sedgwick en Epistemología del closet. Sedgwick explicó que especialmente en la segunda mitad del siglo diecinueve, la producción y utilización del pánico homosexual sirvió para la persecución de una naciente minoría de hombres que se identificaban a sí mismos como homosexuales pero también, y especialmente para regular los lazos homosociales entre todos los hombres, lazos que estructuran toda la cultura, o al menos toda la cultura pública y heterosexual.
[v] Médico y escritor argentino, 1877-1925.
[vi] “Un paseo por afuera del discurso: ¿qué hacen las lesbianas en la cama?”. Susana Draper. Extraído de internet.
[vii] "Un acto de resistencia" por Cheryl Clarke, extraído de la Recopilación sobre lesbianismo y homosexualidad masculina, realizada por Jorge Horacio Raices Montero.



* Autora de "Notas Lesbianas", de Editorial Hipólita
Activista lesbiana feminista de Las Fugitivas, de Neuquén, Argentina.

"Brevíssima relación de la destruyción de las Indias" por Fray Bartolomé de las Casas

"Descubrimiento de las Indias"

Descubriéronse las Indias en el año de mil e cuatrocientos y noventa y dos. Fuéronse a poblar el año siguiente de cristianos españoles, por manera que ha cuarenta e nueve años que fueron a ellas cantidad de españoles; e la primera tierra donde entraron para hecho de poblar, fue la grande y felicísima isla Española, que tiene seiscientas leguas en torno. Hay otras muy grandes e infinitas islas alrededor, por todas las partes della, que todas estaban e las vimos las más pobladas e llenas de naturales gentes, indios dellas, que puede ser tierra poblada en el mundo. La tierra firme, que está de esta isla por lo más cercano docientas e cincuenta leguas, pocas más, tiene de costa de mar más de diez mil leguas descubiertas e cada día se descubren más, todas llenas como una colmena de gentes, en lo que hasta el año de cuarenta e uno se ha descubierto, que parece que puso Dios en aquellas tierras todo el golpe, o la mayor cantidad de todo el linaje humano.

Todas estas universas e infinitas gentes a toto genero crió Dios los más simples, sin maldades ni dobleces, obedientísimas, fidelísimas a sus señores naturales e a los cristianos a quien sirven; más humildes, más pacientes, más pacíficas e quietas, sin rencillas ni bollicios, no rijosos, no querulosos, sin rancores, sin odios, sin desear venganzas, que hay en el mundo. Son asimesmo las gentes más delicadas, flacas y tiernas en complisión e que menos pueden sufrir trabajos y que más fácilmente mueren de cualquiera enfermedad, que ni hijos de príncipes e señores entre nosotros, criados en regalos e delicada vida, no son más delicados que ellos, aunque sean de los que entre ellos son de linaje de labradores. Son también gentes paupérrimas y que menos poseen ni quieren poseer de bienes temporales; e por esto no soberbias, no ambiciosas, no cubdiciosas. Su comida es tal que la de los sanctos padres en el desierto no parece haber sido más estrecha ni menos deleitosa ni pobre. Sus vestidos comúnmente son en cueros, cubiertas sus vergüenzas, e cuando mucho cúbrense con una manta de algodón, que será como vara y media o dos varas de lienzo en cuadra. Sus camas son encima de una estera e, cuando mucho, duermen en unas como redes colgadas, que en lengua de la isla Española llamaban hamacas. Son eso mesmo de limpios e desocupados e vivos entendimientos, muy capaces e dóciles para toda buena doctrina, aptísimos para recebír nuestra sancta fe católica, e ser dotados de virtuosas costumbres, e las que menos impedimientos tienen para esto que Dios crió en el mundo. Y son tan importunas desque una vez comienzan a tener noticia de las cosas de la fe, para saberlas, y en ejercitar los sacramentos de la Iglesia y el culto divino, que digo verdad que han menester los religiosos, para sufrillos, ser dotados por Dios de don muy señalado de paciencia; e, finalmente, yo he oído decir a muchos seglares españoles de muchos años acá e muchas veces, no pudiendo negar la bondad que en ellos veen: "cierto, estas gentes eran las más bienaventuradas del mundo, si solamente conoscieran a Dios".

En estas ovejas mansas, y de las calidades susodichas por su Hacedor y Criador así dotadas, entraron los españoles desde luego que las conocieron como lobos e tigres y leones cruelísimos de muchos días hambrientos. Y otra cosa no han hecho de cuarenta años a esta parte, hasta hoy, e hoy en este día lo hacen, sino despedazallas, matallas, angustiallas, afligillas, atormentallas y destruillas por las estrañas y nuevas e varias e nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras de crueldad, de las cuales algunas pocas abajo se dirán, en tanto grado, que habiendo en la isla Española sobre tres cuentos de ánimas que vimos, no hay hoy de los naturales della docientas personas. La isla de Cuba es cuasi tan luenga como desde Valladolid a Roma, está hoy cuasi toda despoblada. La isla de Sant Juan e la de Jamaica, islas muy grandes e muy felices e graciosas, ambas están asoladas. Las islas de los Lucayos, que están comarcanas a la Española e a Cuba por la parte del Norte, que son más de sesenta con las que llamaban de Gigantes e otras islas grandes e chicas, e que la peor dellas es más fértil e graciosa que la huerta del rey de Sevilla, e la más sana tierra del mundo, en las cuales había más de quinientas mil ánimas, no hay hoy una sola criatura. Todas las mataron trayéndolas e por traellas a la isla Española, después que veían que se les acababan los naturales della. Andando un navío tres años a rebuscar por ellas la gente que había, después de haber sido vendimiadas, porque un buen cristiano se movió por piedad para los que se hallasen convertillos e ganallos a Cristo, no se hallaron sino once personas, las cuales yo vide. Otras más de treinta islas, que están en comarca de la isla de Sant Juan, por la mesma causa están despobladas e perdidas. Serán todas estas islas, de tierra, más de dos mil leguas, que todas están despobladas e desiertas de gente.

De la gran Tierra Firme somos ciertos que nuestros españoles por sus crueldades y nefandas obras, han despoblado y asolado y que están hoy desiertas, estando llenas de hombres racionales, más de diez reinos mayores que toda España, aunque entre Aragón y Portugal en ellos, y más tierra que hay de Sevilla a Jerusalén dos veces, que son más de dos mil leguas.

Daremos por cuenta muy cierta y verdadera que son muertas en los dichos cuarenta años por las dichas tiranías e infernales obras de los cristianos, injusta y tiránicamente, más de doce cuentos de ánimas, hombres y mujeres y niños; y en verdad que creo, sin pensar engañarme, que son más de quince cuentos.

Dos maneras generales y principales han tenido los que allá han pasado, que se llaman cristianos, en estirpar y raer de la haz de la tierra a aquellas miserandas naciones. La una, por injustas, crueles, sangrientas y tiránicas guerras. La otra, después que han muerto todos los que podrían anhelar o sospirar o pensar en libertad, o en salir de los tormentos que padecen, como son todos los señores naturales y los hombres varones (porque comúnmente no dejan en las guerras a vida sino los mozos y mujeres), oprimiéndolos con la más dura, horrible y áspera servidumbre en que jamás hombres ni bestias pudieron ser puestas. A estas dos maneras de tiranía infernal se reducen e se resuelven, o subalternan como a géneros, todas las otras diversas y varias de asolar aquellas gentes, que son infinitas.

La causa por que han muerto y destruido tantas y tales e tan infinito número de ánimas los cristianos, ha sido solamente por tener por su fin último el oro y henchirse de riquezas en muy breves días, e subir a estados muy altos e sin proporción de sus personas; conviene a saber, por la insaciable cudicia e ambición que han tenido, que ha sido mayor que en el mundo ser pudo, por ser aquellas tierras tan felices e tan ricas, e las gentes tan humildes, tan pacientes y tan fáciles a subjectarlas; a las cuales no han tenido más respecto ni dellas han hecho más cuenta ni estima (hablo con verdad por lo que sé y he visto todo el dicho tiempo), no digo que de bestias (porque pluguiera a Dios que como a bestias las hobieran tractado y estimado), pero como y menos que estiércol de las plazas. Y así han curado de sus vidas e de sus ánimas, e por esto todos los números e cuentos dichos han muerto sin fe e sin sacramentos. Y ésta es una muy notoria e averiguada verdad, que todos, aunque sean los tiranos e matadores, la saben e la confiesan: que nunca los indios de todas las Indias hicieron mal alguno a cristianos, antes los tuvieron por venidos del cielo, hasta que primero muchas veces hobieron recebido ellos o sus vecinos muchos males, robos, muertes, violencias y vejaciones dellos mesmos.



[Brevíssima relación de la destruyción de las Indias. Colegida por el Obispo don Bartolomé de las Casas o Casaus de la orden de Santo Domingo, 1552. Edición digital a cargo de José Luis Gómez-Martínez]

"La globalización, la soberanía estatal y la interminable acumulación del capital" por Giovanni Arrighi

Versión revisada de la ponencia presentada en la Conferencia sobre "Estados y Soberanía en la Economía Mundial," Universidad de California, Irvine, del 21 al 23 de febrero de 1997. Con el agradecimiento del autor a Beverly Silver, David Smith, Dorie Solinger y Steven Topik por sus muy útiles comentarios sobre la anterior versión del texto. Publicado en Iniciativa Socialista número 48, marzo 1998, con el agradecimiento de la revista al autor por autorizar la traducción y publicación del trabajo.
"Los tiempos de cambio son también tiempos de confusión", observa John Ruggie. "Las palabras pierden su significado habitual, y nuestros pasos se vuelven inseguros sobre el que era, anteriormente, un terreno conocido" (1994: 553). Cuando lo que buscamos es caminar firmemente sobre conceptos aparentemente bien establecidos, como Stephen Krasner (1997) hace con el de "soberanía", descubrimos que su uso tradicional está en sí mismo preso en una confusión irremediable. Y cuando acuñamos nuevos términos, tales como "globalización", para capturar la novedad de las condiciones emergentes, agravamos la confusión con un vertido negligente de vino viejo en nuevas botellas. El propósito de este trabajo es mostrar que, a fin de aislar lo que es verdaderamente nuevo y anómalo en las transformaciones en marcha del capitalismo mundial y en la soberanía estatal, debemos previamente reconocer qué aspectos clave de estas transformaciones no son totalmente nuevos o lo son en cierto grado pero no en su naturaleza.
Comenzaré por argumentar que mucho de lo que se conoce con la denominación de "globalización" ha sido de hecho una tendencia recurrente del capitalismo mundial desde el inicio de los tiempos modernos. Esta recurrencia hace que la dinámica y el (los) resultado(s) probable(s) de las transformaciones actuales sean más predecibles de lo que serían si la globalización fuera un fenómeno nuevo, como piensan muchos observadores. Por tanto, yo desplazaré mi atención al modelo evolutivo que ha permitido al capitalismo mundial y al sistema subyacente de estados soberanos llegar a ser, como señala Immanuel Wallerstein (1997), "el primer sistema histórico en incluir el globo entero dentro de su geografía". Mi pretensión será destacar que la auténtica novedad de la ola actual de globalización es que este modelo evolutivo se encuentra ahora en un "impasse". Concluiré especulando sobre las salidas posibles de este "impasse" y sobre los tipos de nuevo orden mundial que pueden surgir como resultado de los recientes procesos de acumulación de capital a escala mundial en el Este de Asia.
I
Como han señalado los críticos del concepto de globalización, muchas de las tendencias que abarca ese nombre no son nuevas del todo. La novedad de la llamada "revolución de la información" es impresionante, "pero la novedad del ferrocarril y el telégrafo, el automóvil, la radio, y el teléfono impresionaron igualmente en su día" (Harvey, 1995: 9). Incluso la llamada "virtualización de la actividad económica" no es tan nueva como puede parecer a primera vista.
Los cables submarinos del telégrafo desde la década de 1860 en adelante conectaron los mercados intercontinentales. Hicieron posible el comercio cotidiano y la formación de precios a través de miles de millas, una innovación mucho mayor que el advenimiento actual del comercio electrónico. Chicago y Londres, Melbourne y Manchester fueron conectados en tiempo real. Los mercados de obligaciones también llegaron a estar estrechamente interconectados, y los préstamos internacionales a gran escala -tanto inversiones de cartera como directas- crecieron rápidamente durante este período (Hirst, 1996: 3).
En efecto, la inversión directa extranjera creció tan rápidamente que en 1913 supuso por encima del 9% del producto mundial -una proporción que todavía no había sido superada al comienzo de la década de 1990 (Bairoch y Kozul-Wright, 1996: 10). Similarmente, la apertura al comercio exterior -medido por el conjunto de importaciones y exportaciones en proporción del PIB- no era notablemente mayor en 1993 que en 1913 para los grandes países capitalistas, exceptuando a los Estados Unidos (Hirst 1996: 3-4).
Seguramente, como resaltan desde perspectivas diferentes las aportaciones de Eric Helleiner (1997) y Saskia Sassen (1997), la más espectacular expansión de las últimas dos décadas, y la mayor evidencia en el arsenal de los defensores de la tesis de globalización, no ha estado en la inversión directa extranjera o en el comercio mundial sino en los mercados financieros mundiales. Señala Saskia Sassen que "desde 1980 el valor total de los activos financieros ha aumentado dos veces y media más rápido que el PIB agregado de todas las economías industriales ricas. Y el volumen de negocio en divisas, obligaciones y participaciones de capital ha aumentado cinco veces más rápido". El primero en "globalizarse", y actualmente "el mayor y en muchos sentidos el único auténtico mercado global" es el mercado de divisas. Las transacciones por cambio de divisas fueron diez veces mayores que el comercio mundial en 1983; sólo diez años después, en 1992, esas transacciones eran sesenta veces mayores" (1996: 40). En ausencia de este explosivo crecimiento de los mercados financieros mundiales, probablemente no hablaríamos de globalización, y seguramente no lo haríamos hablando de un nuevo rumbo del proceso en marcha de reconstrucción del mercado mundial producido bajo la hegemonía de Estados Unidos como resultado de la Segunda Guerra Mundial. Después que todo:
Bretton Woods era un sistema global, así que lo que realmente ha ocurrido ha sido un cambio desde un sistema global (jerárquicamente organizado y en su mayor parte controlado políticamente por los Estados Unidos) a otro sistema global más descentralizado y coordinado mediante el mercado, haciendo que las condiciones financieras del capitalismo sean mucho más volátiles e inestables. La retórica que acompañó a este cambio se implicó profundamente en la promoción del término" globalización" como una virtud. En mis momentos más cínicos me encuentro a mí mismo pensando que fue la prensa financiera la que nos llevó a todos (me incluyo) a creer en la "globalización" como en algo nuevo, cuando no era más que un truco promocional para hacer mejor un ajuste necesario en el sistema financiero internacional (Harvey, 1995: 8).
Truco o no, la idea de globalización estuvo desde el comienzo entretejida con la idea de intensa competencia interestatal por la creciente volatilidad del capital y por la consiguiente subordinación más estricta de la mayoría de los estados a las dictados de las agencias capitalistas. No obstante, es precisamente en este aspecto donde las tendencias actuales recuerdan más la belle époque del capitalismo mundial, entre finales del siglo diecinueve y comienzos del siglo veinte. Como reconoce la misma Sassen:
En muchos aspectos el mercado financiero internacional desde finales del siglo XIX hasta la primera guerra mundial fue tan masivo como el de hoy...El alcance de la internacionalización puede observarse en el hecho de que en 1920, por ejemplo, Moody calificaba obligaciones emitidas por alrededor de cincuenta gobiernos para obtener fondos en los mercados de capitales de EEUU. La Depresión supuso un radical declive de esta internacionalización, hasta el punto de que sólo muy recientemente Moody ha vuelto a calificar de nuevo las obligaciones de tantos gobiernos (1996: 42-3).
En suma, los defensores cuidadosos de la tesis de la globalización coinciden con sus críticos en no considerar las transformaciones actuales como una novedad, a excepción de su escala, alcance y complejidad. Sin embargo, como he argumentado y documentado en otra parte (Arrighi, 1994), las especificidades de las transformaciones actuales sólo pueden apreciarse completamente mediante un alargamiento del horizonte de tiempo de nuestras investigaciones para comprender la vida entera del capitalismo mundial. En esta perspectiva más larga, la "financierización", el aumento de la competencia interestatal por la movilidad del capital, el rápido cambio tecnológico y organizacional, las crisis estatales y la inusitada inestabilidad de las condiciones económicas en que operan los estados nacionales -tomados de forma individual o conjuntamente como componentes de una particular configuración temporal, todos estos son aspectos recurrentes de lo que he llamado "ciclos sistémicos de acumulación".
En cada uno de los cuatro ciclos sistémicos de acumulación que podemos identificar en la historia del capitalismo mundial desde sus más tempranos comienzos en la Europa medieval tardía hasta el presente, los períodos caracterizados por una expansión rápida y estable de la producción y el comercio mundial invariablemente terminan en una crisis de sobreacumulación que hace entrar en un período de mayor competencia, expansión financiera, y el consiguiente fin de las estructuras orgánicas sobre las que se había basado la anterior expansión del comercio y la producción. Tomando prestada una expresión de Fernand Braudel (1984: 246) -el inspirador de la idea de los ciclos sistémicos de acumulación- estos períodos de competición intensificada, expansión financiera e inestabilidad estructural no son sino "el otoño" que sigue a un importante desarrollo capitalista. Es el tiempo en el que el líder de la expansión anterior del comercio mundial cosecha los frutos de su liderazgo en virtud de su posición de mando sobre los procesos de acumulación de capital a escala mundial. Pero es también el tiempo en el que el mismo líder es desplazado gradualmente de las alturas del mando del capitalismo mundial por un emergente nuevo liderazgo. Esta ha sido la experiencia de Gran Bretaña entre el final del siglo diecinueve y el comienzo del veinte; de Holanda en el siglo dieciocho, y de la diáspora capitalista genovesa en la segunda mitad del siglo dieciséis. ¿Puede ser también la experiencia de los Estados Unidos hoy?
Hasta el momento, la tendencia más destacada para Estados Unidos sigue siendo cosechar los frutos de su liderazgo del capitalismo mundial en la era de la Guerra Fría. Desde luego, diversos aspectos del aparente triunfo global del americanismo que resultó de la desaparición de la URSS, más que ser señales de la globalización, tienen entidad propia . Las señales más ampliamente reconocidas son la hegemonía global de cultura popular de los Estados Unidos y la importancia creciente de las agencias mundiales de gobierno influidas, desproporcionadamente, por los Estados Unidos y sus aliados más cercanos, tales como el Consejo de Seguridad de la ONU, la OTAN, el Grupo de los Siete (G-7), el FMI, el BIRF y la OMC. Menos ampliamente reconocido pero también importante es la ascendencia de un nuevo régimen legal en transacciones comerciales internacionales dominado por las firmas legales americanas y las concepciones angloamericanas de las normas mercantiles (Sassen, 1996: 12-21).
No debe minimizarse la importancia de estas señales de una americanización adicional del mundo. Pero no deben tampoco exagerarse, particularmente en lo que se refiere a la capacidad de los intereses norteamericanos para continuar configurando y manipulando en beneficio propio las estructuras orgánicas del sistema capitalista mundial. Lo más probable es que la victoria de los Estados Unidos en lo que Fred Halliday (1983) ha llamado la Segunda Guerra Fría y la americanización adicional del mundo aparecerán de forma retrospectiva como los momentos de cierre de la hegemonía mundial de Estados Unidos, así como la victoria de Gran Bretaña en la Primera Guerra Mundial y la expansión adicional de su imperio en el extranjero fueron los preludios de la desaparición final de la hegemonía mundial británica en las décadas de 1930 y 1940. Como veremos en la sección III, hay buenas razones para esperar que la desaparición de la hegemonía de EEUU siga una trayectoria diferente a la desaparición de la hegemonía británica. Pero hay igualmente buenas razones para esperar que el presente liderazgo de EEUU de la fase de expansión financiera sea un fenómeno temporal, como la análoga fase de liderazgo británico de hace un siglo.
La razón más importante es que la presente belle époque del capitalismo financiero, no menos que todos su precedentes históricos -desde la Florencia del Renacimiento a la era eduardiana de Gran Bretaña, pasando por la época de los genoveses y el período de "las pelucas" de la historia holandesa- se basa en un sistema de profundas y masivas redistribuciones de renta y riqueza desde toda clase de comunidades hacia las agencias capitalistas. En el pasado, redistribuciones de este tipo engendraron una considerable turbulencia política, económica y social. Por lo menos inicialmente, los centros organizadores de la expansión anterior de la producción y comercio mundial estaban mejor situadas para dominar y, desde luego, para beneficiarse de la turbulencia. Con el paso del tiempo, sin embargo, la turbulencia socavó el poder de los viejos centros organizadores, y preparó su desalojo por nuevos centros organizadores, capaces de promover y mantener una nueva expansión importante de la producción y el comercio mundial (Arrighi, 1994).
Resulta incierto, como veremos, si alguno de tales nuevos centros organizadores están emergiendo hoy bajo el brillo de la expansión financiera conducida por EEUU. Pero los efectos de la turbulencia engendrada por la expansión financiera actual han comenzado a preocupar incluso a los promotores e impulsores de la globalización económica. David Harvey (1995: 8, 12) señala varias de esas preocupaciones, indicando que la globalización se está convirtiendo en "un tren sin frenos causando estragos", preocupado ante la "creciente reacción" contra los efectos de tal fuerza destructiva, sobre todo por "el ascenso de un nuevo tipo de políticos populistas" fomentado por la "sensación...de impotencia e inquietud" que se está fortaleciendo incluso en los países ricos. Más recientemente, el financiero cosmopolita de origen húngaro George Soros se ha unido al coro para señalar que la generalización global del capitalismo del "laissez-faire" ha sustituido al comunismo como la principal amenaza a una sociedad abierta y democrática.
Pese a haber amasado una gran fortuna en los mercados financieros, temo ahora que la irrefrenable intensificación del capitalismo de "laissez-faire" y la extensión de los valores de mercado a todas las esferas de la vida están poniendo en peligro nuestra sociedad abierta y democrática. El principal enemigo de la sociedad abierta ya no es, en mi opinión, la amenaza comunista sino el capitalismo.... El exceso de competencia y la escasa cooperación pueden ocasionar desigualdades insoportables e inestabilidad.... La doctrina del capitalismo de "laissez-faire" sostiene que la mejor manera de obtener el bien común es con la búsqueda sin trabas del propio interés. A menos que el propio interés sea moderado por el reconocimiento de un interés común, que debe prevalecer sobre intereses particulares, nuestro actual sistema...puede venirse abajo (Soros 1997: 45, 48).
Informando de la proliferación de escritos en la línea del de Soros, Thomas Friedman -un temprano impulsor de la idea de las virtudes de la globalización, y quien luego inventó la metáfora del "tren sin frenos"- reitera la visión de que "la integración del comercio, las finanzas y la información, que están creando una cultura y un mercado global únicos" es inevitable e imparable. Pero mientras la globalización no puede ser parada -se apresura a añadir - "hay dos cosas que pueden hacerse", presumiblemente por su propio bien: "podemos ir más rápido o más lento... Y podemos hacer más o menos para amortiguar [sus] efectos negativos" (1997: I, 15).
Hay mucho déjà vu en estos diagnósticos de la autodestructividad de los procesos no regulados de formación del mercado mundial y en los pronósticos conectados de lo que debería hacerse para remediar tal capacidad de autodestrucción. El mismo Soros compara la época actual de capitalismo triunfante de "laissez-faire" con la época similar de hace un siglo. En su visión esa época anterior fue, en cualquier caso, más estable que la presente, a causa del dominio del patrón-oro y de la presencia de un poder imperial, Gran Bretaña, dispuesto a despachar cañoneras a cualquier lugar remoto para mantener el sistema. Y aun así, el sistema se vino abajo ante el impacto de las dos guerras mundiales y el ascenso de intervencionistas "ideologías totalitarias". Hoy, en contraste, los Estados Unidos están poco dispuestos a ser el gendarme del mundo, "y las principales monedas flotan y chocan unas contra otras como placas continentales" haciendo que la ruptura del régimen actual sea mucho más probable "a menos que aprendamos de la experiencia" (1997: 48).
Nuestra sociedad abierta y global carece de las instituciones y mecanismos necesarios para su preservación, y no hay voluntad política para crearlos. Yo culpo a la actitud predominante, la cual sostiene que la búsqueda sin obstáculos del propio interés traerá finalmente un equilibrio internacional...Tal y como están las cosas, no hace falta mucha imaginación para darse cuenta de que la sociedad abierta y global que predomina en la actualidad es probablemente un fenómeno temporal (Soros, 1997: 53-4).
Soros no hace ninguna referencia al relato, ahora clásico, del ascenso y desaparición del capitalismo decimonónico de "laissez faire", realizado por su compatriota Karl Polanyi. No obstante, cualquier persona familiarizada con ese relato no puede dejar de resultar impactada por su anticipación de los argumentos actuales sobre las contradicciones de la globalización (sobre la permanente trascendencia del análisis de Polanyi para una comprensión de la ola actual de globalización véase, entre otros, Mittelman, 1996). Como Friedman, Polanyi vio en una ralentización del ritmo de cambio la mejor manera de preservar el cambio, yendo en una dirección determinada sin provocar conflictos sociales que acabarían en caos más que en cambio. También resaltó que únicamente un colchón protector de los efectos disociadores de las normas del mercado puede prevenir una revuelta social de autodefensa frente al sistema de mercado (1957: 3-4, 36-8, 140 -50). Y como Soros, Polanyi descartó la idea de un mercado (global) autorregulable como "una pura utopía". Argumentó que ninguna institución de tal carácter puede existir de forma duradera "sin aniquilar la sustancia humana y la naturaleza de la sociedad (del mundo)". En su visión, la única alternativa al desmoronamiento del sistema mundial de mercado en el periodo de entreguerras "era el establecimiento de un orden internacional dotado con un poder organizado capaz de trascender la soberanía nacional" -una dirección, sin embargo, que "estaba completamente fuera de los horizontes de aquel tiempo" (1957: 3-4, 20-22).
Ni Soros ni Polanyi proporcionan una explicación de por qué el poder mundial todavía dominante en sus respectivas épocas -los Estados Unidos hoy, Gran Bretaña en el final del siglo diecinueve y comienzo del veinte- se empecinó obstinadamente y propagó la creencia en un mercado global autorregulable, a pesar de la evidencia acumulada de que los mercados no regulados (los mercados financieros no regulados en particular) no producen equilibrio sino desorden e inestabilidad. De forma subyacente a tal obstinación podemos, sin embargo, detectar la difícil situación de un agente cuya hegemonía declina y que ha llegado a ser completamente dependiente, para poder beneficiarse suficientemente de ese poder. Se trata de que el agente hegemónico no puede asegurar ya más el desarrollo ordenado del proceso de amplia y profunda integración del comercio mundial y financiero que, cuando estaba en la cumbre de su poder, promovió y organizó. Es como si el poder hegemónico declinante no pudiera saltar fuera del "tren sin frenos" de la especulación financiera desrregulada, ni desviar el tren hacia una vía menos auto-destructiva.
Históricamente, la reconducción del capitalismo mundial hacia una vía más creativa que destructiva ha tenido como premisa la emergencia de nuevos "vehículos tendedores de vías", tomando prestada una expresión de Michael Mann (1986: 28). Es decir, la expansión del capitalismo mundial a sus dimensiones globales actuales no ha discurrido a lo largo de una vía única colocada de una vez por todas hace quinientos años. Más bien, ha discurrido mediante varios cambios de tendido de nuevas vías que no existieron hasta que unos específicos complejos de agentes gubernamentales y comerciales desarrollan la voluntad y la capacidad para conducir el sistema entero en la dirección de una cooperación más extensa o más profunda. La hegemonía mundial de las Provincias Unidas en el siglo diecisiete, del Reino Unido en el siglo diecinueve, y de los Estados Unidos en el siglo veinte, han sido "vehículos tendedores de vías" de este tipo (cf. Taylor, 1994: 27). Al conducir el sistema en una nueva dirección, ellos también lo transformaron. Y son estas transformaciones consecutivas las que debemos observar para poder identificar las auténticas novedades de la ola actual de expansión financiera.
II
La formación de un sistema capitalista mundial, y su transformación subsiguiente de ser un mundo entre muchos mundos hasta llegar a ser el sistema socio-histórico del mundo entero, se ha basado en la construcción de organizaciones territoriales capaces de regular la vida social y económica y de monopolizar los medios de coacción y violencia. Estas organizaciones territoriales son los estados, cuya soberanía se ha dicho que va a ser socavada por la ola actual de expansión financiera. En realidad, la mayoría de los miembros del sistema interestatal nunca tuvieron las facultades que se está diciendo que los estados van a perder bajo el impacto de la ola actual de expansión financiera; e incluso los estados que tuvieron esos poderes durante un tiempo no los tuvieron en otro.
En cualquier caso, las olas de expansión financiera nacen de una doble tendencia. Por un lado, las organizaciones capitalistas responden a la sobreacumulación de capital que limita lo que puede reinvertirse lucrativamente en los canales establecidos de comercio y producción, sosteniendo en forma líquida una proporción creciente de sus rentas corrientes. Esta tendencia crea lo que podemos llamar las "condiciones de oferta" de las expansiones financieras -una superabundante masa de liquidez que puede movilizarse directamente o por medio de intermediarios hacia la especulación, prestando y generando endeudamiento. Por otra parte, las organizaciones territoriales responden a las mayores limitaciones presupuestarias que resultan del lento descenso en la expansión de comercio y producción mediante una intensa competencia entre ellas para captar el capital que se acumula en los mercados financieros. Esta tendencia crea lo que podemos llamar las "condiciones de demanda" de las expansiones financieras. Todas las expansiones financieras, pasadas y presentes, son el resultado del desarrollo desigual y combinado de estas dos tendencias complementarias (Arrighi, 1997).
Todos estamos muy impresionados, y debemos estarlo, por el crecimiento astronómico de capital que busca su valorización en los mercados financieros mundiales y por la intensa competencia entre unos estados y otros en su intento de obtener, para sus propias necesidades, una fracción de ese capital. Sin embargo, deberíamos ser conscientes del hecho de que en las raíces de este crecimiento astronómico se encuentra una escasez básica de salidas lucrativas para la masa creciente de ganancias que se acumula en las manos de las agencias capitalistas. Esta escasez básica hace que la búsqueda de ganancias por esas agencias capitalistas sea dependiente de la ayuda de los estados, así como los estados son dependientes, en la búsqueda de sus propios objetivos, de las agencias capitalistas. No deberíamos sorprendernos, por lo tanto, si algunos estados son reforzados más que debilitados por la expansión financiera. Como Eric Helleiner (1997) señala, los estados del este de Asia han permanecido inmunes al tipo de presiones que han conducido a otros estados, en otras zonas, a "desregular" sus sistemas financieros domésticos para atraer capital. Y Richard Stubbs (1997) muestra que, como resultado del Acuerdo Plaza del G-7 de 1985, los estados del ASEAN han sido literalmente inundados por capitales que buscaban inversiones dentro de sus dominios -un desarrollo que ha mejorado más que empeorado su libertad de acción en relación con las fuerzas externas, tanto económicas como políticas. La lucha de los estados africanos, latinoamericanos, de Europa Oriental, de Europa Occidental, norteamericanos y australasianos por el capital móvil, han sido así acompañados por una lucha del capital móvil por subirse al carro de la expansión económica del este y sudeste asiático.
En la sección final de este artículo discutiremos el significado de esa excepción que suponen el este y sudeste asiático. Por ahora permítasenos simplemente resaltar que las expansiones financieras del pasado, no menos que la del presente, han sido todas momentos de pérdida de poder de algunos estados -incluyendo, incluso, los estados que habían sido los "vehículos tendedores de vías" del capitalismo mundial en las épocas que estaban acabando- y el fortalecimiento simultáneo de otros estados, incluyendo los que, en su momento oportuno, llegaron a ser los nuevos "vehículos tendedores de vías" del capitalismo mundial. Aquí aparece el principal significado de los ciclos sistémicos de acumulación. Estos ciclos no son simples ciclos. Son también etapas en la formación y expansión gradual del sistema mundial capitalista hasta sus dimensiones globales actuales.
Este proceso de globalización ha surgido mediante la aparición, en cada etapa, de centros organizadores de mayor escala, alcance y complejidad que los centros organizadores de la etapa anterior. En esta secuencia, las ciudades-estado como Venecia y la diáspora genovesa de negocios trasnacionales fueron reemplazadas en la alta dirección del sistema mundial capitalista por un proto-estado nacional como Holanda y sus compañías de navegación, que fue reemplazado a su vez por el estado-nación británico, un imperio formal que comprendía las redes mundiales informales de negocios que, por su parte, fue reemplazado por los Estados Unidos, una potencia de dimensión continental, con su panoplia de corporaciones trasnacionales y sus extendidas y lejanas redes de bases militares casi permanentes en el extranjero. Cada sustitución fue marcada por una crisis de las organizaciones territoriales y no territoriales que habían dirigido la expansión en la etapa anterior. Pero fue marcada también por la emergencia de nuevas organizaciones con mayores capacidades que las organizaciones desplazadas para liderar el capitalismo mundial hacia una nueva expansión (Arrighi, 1994: 13-16, 74-84, 235-8, 330-1).
Por tanto, ha habido una crisis de los estados en cada expansión financiera. Como Robert Wade (1996) ha anotado, mucho de lo que se ha hablado recientemente de globalización y de la crisis del "estado-nación" simplemente es el reciclaje de argumentos que estuvieron de moda hace cien años (véase también Lie 1996: 587). Cada nueva crisis sucesiva, sin embargo, afecta a un tipo diferente de estado. Hace cien años la crisis de los "estados-nación" afectaba a los estados del viejo núcleo europeo en relación a los estados de dimensión continental que se estaban formando sobre el perímetro exterior del sistema eurocéntrico, en particular los Estados Unidos. El irresistible crecimiento del poder y la riqueza de los Estados Unidos, y del poder de la URSS (aunque, en este caso, no de su riqueza) en el curso de las dos guerras mundiales y sus secuelas posteriores, confirmó la validez de las expectativas ampliamente sostenidas de que los estados del viejo núcleo europeo estaban obligados a vivir en la sombra de los dos gigantes que les flanqueaban, a menos que ellos pudieran por sí mismos lograr una dimensión continental. La crisis actual de los "estados-nación", en contraste, afecta a esos mismos gigantescos estados.
El súbito desplome de la URSS ha clarificado y, a la vez, oscurecido esta nueva dimensión de la crisis. Ha clarificado la nueva dimensión al mostrar cuan vulnerable había llegado a ser la potencia más extensa y más autosuficiente, y el segundo mayor poder militar del mundo, a las fuerzas de la integración económica global. Pero ha oscurecido la verdadera naturaleza de la crisis al provocar una amnesia general sobre el hecho de que la crisis del poder mundial de EEUU precedió al derrumbe de la URSS y ,con altibajos, ha continuado tras el final de la Guerra Fría. A fin de identificar la verdadera naturaleza de la crisis de los estados gigantes que han dominado en la era de Guerra Fría debemos distinguir esa crisis respecto del recorte a largo plazo de la soberanía nacional que la globalización del sistema de estados soberanos ha supuesto para todos, salvo para sus miembros más poderosos.
El principio de que los estados independientes, cada uno de los cuales reconoce la autonomía jurídica y la integridad territorial de los otros, deberían coexistir en un sistema político único se estableció por primera vez bajo la hegemonía holandesa con los Tratados de Westfalia. El proceso de globalización de la organización territorial del mundo de acuerdo a este principio, como señala Harvey (1995: 7), necesito varios siglos y una buena dosis de violencia para completarse. Más importante es que, como frecuentemente sucede con los programas políticos, la soberanía westfaliana llegó a ser universal mediante interminables violaciones de sus prescripciones formales y una gran metamorfosis de su significado sustantivo.
Estas violaciones y metamorfosis hacen evidentemente plausible la pretensión de Krasner de que, empíricamente, la soberanía westfaliana es un mito (1997). Sin embargo, a esto deberíamos agregar que no ha sido más mito que las ideas del imperio de la ley, del contrato social, de la democracia, sea liberal, social o cualquier otra cosa, y que, como todos estos otros mitos, ha sido un ingrediente clave en la formación y consiguiente globalización del moderno sistema de poder. La pregunta realmente más interesante, por lo tanto, no es si el principio westfaliano de soberanía nacional ha sido violado ni cómo lo ha sido. Más bien se trataría de si el principio ha orientado y limitado la acción estatal y cómo, con el paso del tiempo, el resultado de esta acción ha transformado el significado sustantivo de la soberanía nacional.
Cuando el principio de soberanía estatal fue establecido por primera vez, bajo la hegemonía holandesa, se utilizó para regular las relaciones entre los estados de Europa Occidental. Ese principio sustituyó la idea de una autoridad y una organización imperial-eclesiástica, que opera por encima de los estados objetivamente soberanos, por la idea de estados jurídicamente soberanos que confían en la ley internacional y en el equilibrio de poder para regular sus mutuas relaciones -en palabras de Leo Gross, "una ley que opera más bien entre los estados que por
encima de ellos y un poder que opera más bien entre los estados que por encima de ellos" (1968: 54-5). La idea se aplicó únicamente a Europa, que de esa manera se convirtió en una zona de "amistad" y comportamiento "civilizado" incluso en épocas de guerra. En contraste, el resto del mundo, más allá de Europa, se convirtió en una zona residual de comportamientos distintos, en la que no se aplicaban las normas de la civilización y donde los rivales podrían ser simplemente aniquilados (Taylor, 1991: 21-2).
Durante alrededor de 150 años después de la Paz de Westfalia el sistema funcionó muy bien, tanto asegurando que ningún estado singular llegara a ser tan fuerte como para dominar a todos los demás, como permitiendo a los grupos dominantes de cada estado consolidar su soberanía doméstica. En todo caso, el equilibrio de fuerzas se reprodujo mediante unas interminables series de guerras, crecientemente intensivas en capital, y mediante una extensión y profundización de la expansión europea en el mundo no europeo. A lo largo del tiempo, estas dos tendencias alteraron el equilibrio de poder tanto entre los estados como entre los grupos dominantes respectivos, provocando finalmente una quiebra del sistema de Westfalia como resultado de la Revolución francesa y las guerras napoleónicas (Arrighi, 1994: 48-52).
Cuando los principios de Westfalia se reafirmaron bajo la hegemonía británica, en las condiciones que resultaron de las guerras napoleónicas, su alcance geopolítico se extendió para incluir los estados coloniales de Norteamérica y Sudamérica que habían conseguido la independencia en la víspera o como resultado de las guerras francesas. Pero así como el alcance geopolítico de los principios de Westfalia se expandieron, su significado sustantivo cambió de manera radical, fundamentalmente porque el equilibrio de poder empezó a operar más por encima de los estados que entre ellos. Seguramente, el equilibrio continuó siendo operativo entre los estados continentales de Europa, donde durante la mayor parte del siglo diecinueve, el Concierto europeo de naciones y el cambiante sistema de alianzas entre los poderes continentales aseguró que ninguno de ellos llegara a ser tan fuerte como para dominar a todos los otros. Globalmente, sin embargo, el acceso privilegiado a los recursos extra-europeos permitió a Gran Bretaña actuar más bien como un gobernador que como una pieza de los mecanismos del equilibrio de poder. Además, los masivos ingresos tributarios procedentes de su imperio en la India permitieron a Gran Bretaña adoptar unilateralmente una política de libre comercio que, en grados variables, "enjaulara" a todos los otros miembros del sistema interestatal en una englobante división del trabajo mundial centrada en Gran Bretaña. Temporal e informalmente, pero sin duda efectivamente, el sistema de estados jurídicamente soberanos del siglo diecinueve era regido objetivamente por Gran Bretaña con la fuerza de sus englobantes redes mundiales de poder (Arrighi, 1994: 52 -5).
Mientras el equilibrio de poder durante los 150 años que siguieron a la Paz de Westfalia se reprodujo mediante una serie interminable de guerras, la dirección británica del equilibrio de poder posterior a la Paz de Viena produjo, en palabras de Polanyi, "un fenómeno sin precedentes en los anales de la civilización occidental: los cien años de paz [europea] comprendidos entre 1815 y 1914" (1957: 5). Esta paz, sin embargo, lejos de contener, dio un nuevo gran impulso a la carrera interestatal de armamentos y a la extensión y profundización de la expansión europea en el mundo no-europeo. Desde la década de 1840 en adelante, ambas tendencias se aceleraron rápidamente en un ciclo de autorrefuerzo por medio del cual los adelantos tecnológicos y en la organización militar se mantenían, y eran mantenidos, por la expansión económica y política a expensas de los pueblos y gobiernos todavía excluidos de los beneficios de la soberanía westfaliana (McNeill, 1982: 143).
El resultado de este ciclo autorreforzado fue lo qué William McNeill llama "la industrialización de la guerra", un consiguiente nuevo salto importante en el coste humano y financiero de hacer la guerra, la emergencia de imperialismos competidores, y el colapso final del orden mundial británico del siglo diecinueve, conjuntamente con violaciones generalizadas de los principios westfalianos. Cuando estos principios fueron de nuevo reafirmados bajo la hegemonía de EEUU, después de la Segunda Guerra Mundial, su alcance geopolítico llegó a ser universal tras la descolonización de Asia y de Africa. Pero su significado se vio recortado adicionalmente.
La misma idea de un equilibrio de poder que opera entre los estados, más que por encima de ellos, y que asegura su igual soberanía real -una idea que había llegado a ser ya una ficción durante la hegemonía británica- fue desechada incluso como ficción. Como Anthony Giddens (1987: 258) ha observado, la influencia de EEUU sobre la formación del nuevo orden global, tanto con Wilson como con Roosevelt, "representó una tentativa de incorporación global de prescripciones constitucionales de EEUU más que una continuación de la doctrina del equilibrio de poder". En una era de industrialización de la guerra y de centralización creciente de capacidades político-militares en poder de un número pequeño y menguante de estados, esa doctrina tenía poco sentido como descripción de las relaciones reales de poder entre los miembros del sistema interestatal globalizado, y no tenía más sentido como prescripción para garantizar la soberanía de los estados. La "igualdad de soberanía" sostenida en el primer párrafo del Artículo Dos de la Carta de las Naciones Unidas para todos sus miembros era así "especificamente imaginada para ser más bien legal que real -los grandes poderes tendrían derechos especiales, así como también deberes, proporcionados a sus superiores capacidades" (Giddens 1987: 266).
La santificación de estos derechos especiales en la Carta de Naciones Unidas institucionalizó, por primera vez desde Westfalia, la idea de una autoridad y organización supraestatal que restringiera jurídicamente la soberanía de todos salvo la de los estados más poderosos. Estas restricciones jurídicas, sin embargo, son pálidas en comparación con las restricciones objetivas impuestas por los dos estados más poderosos -los Estados Unidos y la URSS- sobre sus respectivas, y mutuamente reconocidas, "esferas de influencia". Las restricciones impuestas por la URSS confiaron fundamentalmente en las fuentes del poder político-militar y tenían alcance regional, limitadas como estaban, a sus satélites europeos orientales. Al contrario, las impuestas por los Estados Unidos eran de alcance global y confiaban en un arsenal de recursos mucho más complejo.
La lejana y extensa red de bases semipermanentes en el extranjero mantenida por los Estados Unidos en la era de la Guerra Fría, en palabras de Krasner, "no tenía precedentes históricos; ningún estado había colocado anteriormente sus propias tropas sobre el territorio soberano de otros estados en una cantidad tan amplia durante un período de paz tan largo" (1988:21). Este régimen político-militar mundializado y globalizador, centrado en los Estados Unidos, complementó y fue complementado por el sistema monetario mundial, también centrado en Estados Unidos, instituido en Bretton Woods. Estas dos redes interconectadas de poder, una militar y otra financiera, permitieron a Estados Unidos asumir su hegemonía para regir el sistema globalizado de estados soberanos con un alcance que iba totalmente más allá del horizonte, no sólo de los holandeses del siglo diecisiete, sino también del imperio británico del siglo diecinueve.
En suma, la formación de complejos gubernamentales cada vez más poderosos, y capaces de conducir al sistema moderno de estados soberanos a su dimensión global actual, ha transformado también la misma estructura del sistema por una destrucción gradual del equilibrio de poder sobre la que descansó originalmente la igualdad de soberanía de las unidades del sistema. Así como la categoría jurídica de estado llegó a ser universal, la mayoría de los estados fueron privados de iure o de facto de las prerrogativas históricamente asociadas con la soberanía nacional. Incluso estados poderosos como el Japón y la antigua Alemania Occidental han sido descritos como "semisoberanos" (Katzenstein, 1987; Cumings, 1997). Y Robert Jackson (1990: 21) ha acuñado la expresión "cuasi-estados" para referirse a las ex-colonias que han conseguido categoría jurídica de estados pero carecen de las capacidades necesarias para efectuar las funciones gubernamentales tradicionalmente asociadas con la categoría de estado independiente. Semisoberanía y cuasi-estados son el resultado de las tendencias a largo plazo del moderno sistema mundial, ambos fenómenos claramente materializados antes de la expansión financiera global de las décadas de 1970 y 1980. Lo qué sucedió en esas décadas es que la capacidad de las dos superpotencias para regir las relaciones interestatales dentro, y a través, de sus esferas respectivas de influencia disminuyó frente a las fuerzas que ellos mismos habían desencadenado pero no pudieron controlar.
La más importante de estas fuerzas tuvo su origen en las nuevas formas de integración económica mundial, crecidas bajo el carapazón del poder militar y financiero de Estados Unidos. A diferencia de la integración económica mundial del siglo diecinueve, instituida y centrada en Gran Bretaña, el sistema de integración económica global, instituido y centrado en los Estados Unidos en la era de la Guerra Fría, no descansó sobre el comercio libre unilateral del poder hegemónico ni sobre la extracción de ingresos tributarios procedentes de un imperio territorial en el extranjero. Más bien, descansó sobre un proceso de comercio bilateral y multilateral liberalizado, estrechamente controlado y administrado por los Estados Unidos, actuando de forma concertada con sus aliados políticos más importantes, y sobre la base de un trasplante global de las estructuras orgánicas de integración vertical de las corporaciones norteamericanas (Arrighi, 1994: 69-72).
La liberalización administrada del mercado y el trasplante global de las corporaciones norteamericanas sirvieron para mantener y expandir el poder mundial de Estados Unidos, y para reconstituir relaciones interestatales capaces de contener, no sólo las fuerzas de la revolución comunista, sino también las fuerzas nacionalistas que habían desgarrado y finalmente destruido el sistema británico de integración económica global del siglo diecinueve. En la obtención de estos objetivos, como Robert Gilpin (1975: 108) ha resaltado en referencia a la política de Estados Unidos en Europa, el trasplante de las corporaciones norteamericanas al extranjero tuvo prioridad sobre la liberalización del mercado. Según el punto de vista de Gilpin, la relación de estas corporaciones de EEUU con el poder mundial fue parecido a la articulación de las compañías de flete al poder británico en los siglos diecisiete y dieciocho: "la corporación multinacional estadounidense, como sus ancestros mercantiles, ha desempeñado un papel importante en el mantenimiento y expansión del poder de los Estados Unidos" (1975: 141-2).
Esto es cierto, pero sólo hasta cierto punto. El trasplante global de las corporaciones norteamericanas mantuvo y expandió el poder mundial de los Estados Unidos, estableciendo derechos sobre rentas obtenidas en paises extranjeros y el control sobre los recursos de dichos paises. En última instancia, estos derechos y controles constituyeron la única diferencia importante entre el poder mundial de los Estados Unidos y el de la URSS y, por implicación, la única razón importante por la cual la declinación del poder mundial de EEUU, a diferencia del de la URSS, ha tenido lugar gradualmente en lugar de catastróficamente (para una madrugadora afirmación de esta diferencia, véase Arrighi, 1982: 95-7).
No obstante, la relación entre la expansión trasnacional de las corporaciones estadounidense y el mantenimiento y la expansión del poder estatal norteamericano ha tenido tanto de contradictorio como de complementario. Por una parte, los derechos sobre rentas extranjeras conseguidos por las filiales de corporaciones de EEUU no se tradujeron en un aumento proporcional en los ingresos de los residentes de EEUU ni en los ingresos tributarios del gobierno de Estados Unidos. Al contrario, precisamente cuando la crisis fiscal del estado del bienestar- estado militar de Estados Unidos llegó a ser agudo debido al impacto de la Guerra de Vietnam, una proporción creciente de las rentas y de la liquidez de las corporaciones norteamericanas, en lugar de ser repatriadas, volaron hacia los mercados monetarios "off-shore". En palabras de Eugene Birnbaum, del Chase Mannhattan Bank, el resultado fue "la acumulación de un volumen inmenso de fondos líquidos y mercados -el mundo financiero del eurodólar- al margen de la autoridad reguladora de cualquier país o agencia" (citado por Frieden, 1987: 85; con cursiva en el original).
De forma interesada la organización del mundo financiero del eurodólar -como las organizaciones de la diáspora de negocios genovesa del siglo dieciséis y como la diáspora de los negocios chinos desde tiempos premodernos hasta nuestros días- ocupa lugares pero no se define por los lugares que ocupa. El auto-llamado mercado de eurodólares -como bien lo caracterizó antes de la llegada de las autopistas de la información Roy Harrod (1969: 319)- "no tiene sedes o edificios de su propiedad... Físicamente consiste solamente en una red de teléfonos y aparatos de telex alrededor del mundo, teléfonos que pueden usarse para otros propósitos además de los negocios sobre eurodólares". Este "espacio de flujos" no se encuentra bajo ninguna jurisdicción estatal. Y aunque Estados Unidos tenga todavía algún acceso privilegiado a sus servicios y a sus recursos, este acceso privilegiado tiene el coste de una creciente subordinación de las políticas de EEUU a los dictados de las altas finanzas no territoriales.
Igualmente importante es que la expansión trasnacional de las corporaciones estadounidenses ha provocado, a partir de cierto momento, respuestas competitivas tanto de los viejos como nuevos centros de acumulación de capital, debilitados, y finalmente en retroceso, por las exigencias norteamericanas sobre rentas y recursos extranjeros. Como Alfred Chandler (1990: 615-16) ha indicado, desde el tiempo en que Servan-Schreiber llamó a sus seguidores europeos a responder al "desafío americano" -un desafío que según el punto de vista de Servan-Schreiber no era ni financiero ni tecnológico sino "la extensión a Europa de una organización que es todavía un misterio para nosotros"-, un número creciente de empresas europeas han encontrado formas y medios efectivos de responder al desafío y de iniciar sus propios desafíos, incluso en el mercado de EEUU, a la hegemonía de las corporaciones estadounidenses. En la década de 1970, el valor acumulado de la inversión directa extranjera no estadounidense (la mayor parte procedente de Europa Occidental) creció una vez y media más rápido que el de la inversión directa extranjera de Estados Unidos. Para los años 80, se estimó que había alrededor de 10.000 corporaciones trasnacionales de todos los origenes nacionales, y al comienzo de los 90 en torno a tres veces más (Stopford y Dunning, 1983: 3; Ikeda, 1996: 48).
Este explosivo crecimiento del número de corporaciones trasnacionales, fue acompañado por una disminución drástica en la importancia de los Estados Unidos como fuente de inversión directa extranjera, y por un aumento de su importancia como receptor de la misma. En otras palabras, las formas trasnacionales de organización de los negocios iniciadas por el capital de EEUU, habían dejado rápidamente de ser un "misterio" para un creciente gran número de competidores extranjeros. Para la década de 1970, el capital de Europa Occidental había descubierto todos sus secretos y había comenzado a competir de nuevo con las corporaciones de EEUU en casa y en el extranjero. Para los años 80, llegó el turno del capital del Este de Asia para competir nuevamente con el capital estadounidense y europeo-occidental, lo cual hizo mediante la formación de un nuevo tipo de organización comercial trasnacional -una organización que se arraigó profundamente en las virtudes de la historia y de la geografía de la región, y que combinó las ventajas de la integración vertical con la flexibilidad de las redes informales de negocio (Arrighi, Ikeda e Irwan, 1993).
Lo importante no es cual es la fracción particular de capital vencedora, sino que el resultado de cada ronda de la pugna competitiva fue un aumento adicional en el volumen y densidad de la red de intercambios que conectaba pueblos y territorios, atravesando jurisdicciones políticas tanto regional como globalmente. Esta tendencia ha supuesto una contradicción fundamental para el poder global de los Estados Unidos -una contradicción que se ha agravado en lugar de mitigarse tras el colapso del poder soviético y el consiguiente final de la Guerra Fría. Por una parte, el gobierno de los Estados Unidos ha quedado apresado en su inaudita capacidad militar global que, tras el desplome de la URSS, no tiene paralelo. Estas capacidades continúan siendo necesarias, no tanto como una fuente de "protección" para los negocios estadounidenses en el extranjero, sino sobre todo como la fuente principal del liderazgo del EEUU en alta tecnología tanto en su propio país como en el extranjero. Por otra parte, la desaparición de la "amenaza" comunista ha hecho aun más difícil de lo que ya lo era para el gobierno de los Estados Unidos el movilizar los recursos humanos y financieros necesarios para que su capacidad militar esté en disposición de uso efectivo, o simplemente para mantenerla. De aquí derivan las divergentes valoraciones sobre el alcance real del poder global norteamericano en la era posterior a la guerra fría.
"Ahora es el momento de la unipolarización", se pavonea un comentarista triunfalista. "No hay sino un poder de primera clase y no hay ninguna perspectiva en el futuro inmediato de un poder que pueda rivalizar con él". Pero un alto funcionario de la política exterior objeta: "sencillamente, no tenemos la fuerza precisa, no tenemos la influencia, ni la inclinación para el uso de la fuerza militar. No tenemos el dinero necesario para poder realizar el tipo de presión que producirá resultados positivos dentro de poco tiempo" (Ruggie, 1994, 553).
III
La auténtica peculiaridad de la fase actual de expansión financiera del capitalismo mundial se encuentra en la dificultad de proyectar los modelos evolutivos pasados hacia el futuro. En todas las expansiones financieras pasadas, los viejos centros organizadores del poder declinante eran alcanzados por un poder ascendente, el de nuevos centros organizadores capaces de sobrepasar el poder de sus predecesores no sólo financiera sino también militarmente. Esto fue el caso de los holandeses respecto a los genoveses, de los británicos respecto a los holandeses y de los norteamericanos en relación a los británicos.
En la actual expansión financiera, en contraste, el declinante poder de los viejos centros organizadores no se ha asociado mediante una fusión en un orden superior, sino con una escisión entre poder militar y financiero. Mientras el poder militar se ha centralizado aún más en manos de los Estados Unidos y de sus más estrechos aliados occidentales, el poder financiero se ha llegado a dispersar entre un conjunto multicolor de organizaciones territoriales y no territoriales que, de facto o de iure, no pueden ni remotamente aspirar a alcanzar las capacidades militares globales de los Estados Unidos. Esta anomalía señala una ruptura fundamental con el modelo evolutivo que ha caracterizado la expansión del capitalismo mundial durante los últimos 500 años. La expansión a través de la trayectoria establecida se encuentra en un "impasse" -un "impasse" que se refleja en la generalizado sensación de que la modernidad e incluso la historia está llegando a su final, que hemos entrado en una fase de turbulencia y caos sistémico sin precedentes en la era moderna (Rosenau, 1990: 10; Wallerstein, 1995: 1, 268), o que una "niebla global" ha descendido sobre nosotros para cegarnos en nuestro camino hacia el tercer milenio (Hobsbawm 1994: 558-9). Mientras el "impasse", la turbulencia y la niebla son totalmente verdaderas, una mirada más cercana a la extraordinaria expansión económica del Este de Asia (que de aquí en adelante entenderemos que incluye el sudeste asiático) puede proporcionar algunas enseñanzas sobre el auténtico nuevo tipo de orden mundial que puede emerger en los márgenes del caos sistémico que se avecina.
En un reciente análisis comparativo de tasas de crecimiento económico desde la mitad de la década de 1870, el Union Bank de Suiza no encontró "nada comparable con la experiencia de crecimiento económico de Asia [del Este de Asia] durante las tres últimas décadas". Otras regiones crecieron tan rápidamente durante las trastornos de épocas de guerra (por ejemplo, Norteamérica durante la Segunda Guerra Mundial) o después de tales trastornos (por ejemplo, Europa Occidental después de la Segunda Guerra Mundial). Pero "las tasas de crecimiento de la renta anual por encima del ocho por ciento obtenidas por numerosas economías asiáticas [del sudeste asiático] desde el final de los años sesenta no tienen precedentes en 130 años de historia económica documentada". Este crecimiento es aún más notable por haberse registrado a la vez que en el resto del mundo se producía un total estancamiento, o estaba cerca del estancamiento, y por haberse "propagado como una ola" desde Japón a los Cuatro Tigres (Corea del Sur, Taiwan, Singapur y Hong Kong), y de allí a Malasia y Tailandia, y después a Indonesia, China y, más recientemente, a Vietnam (Union Bank of Switzerland, 1996: 1).
Incluso más impresionantes aún han sido los avances del Este de Asia en el campo de las altas finanzas. La participación japonesa en el total de activos de los cincuenta mayores bancos del mundo según la clasificación de Fortune se incrementó desde el 18% en 1970, hasta el 27% en 1980 y el 48% en 1990 (Ikeda, 1996). Por reservas en divisas, la participación del Este de Asia en los diez mayores holdings bancarios se incrementó del 10% en 1980 al 50% en 1994 (Japan Almanac, 1993 y 1997). Resulta claro que si los Estados Unidos no tienen "el dinero necesario para poder realizar el tipo de presión que producirá resultados positivos" -como previsoramente deploraba el alto responsable de la política exterior de EEUU-, los estados del Este de Asia, o al menos algunos de ellos, tienen todo el dinero necesario para ser inmunes al tipo de presión que está llevando a los estados de todo el mundo -incluidos los Estados Unidos- a someterse a los dictados de la creciente movilidad y volatilidad del capital (véase la sección II).
Irónicamente, esta altamente significativa, aunque parcial, inversión de la suerte de los Estados Unidos por una parte, y de los estados del este asiático por otra, se originó por las mayores injerencias de Estados Unidos sobre la soberanía de los estados del este asiático desde el inicio de la Guerra Fría. La ocupación militar unilateral de Japón en 1945 y la división de la región como consecuencia de la Guerra de Corea en dos bloques antagónicos crearon, en palabras de Bruce Cumings unos proamericanos "regímenes verticales solidificados mediante tratados bilaterales de defensa (con Japón, Corea del Sur, Taiwan y Filipinas) y dirigidos por un Departamento de Estado que dominaba sobre los ministerios de asuntos exteriores de estos cuatro paises".
Todos se convirtieron en estados semisoberanos, profundamente penetrados por las estructuras militares de EEUU (control operativo sobre las fuerzas armadas surcoreanas, la Séptima Flota patrullando por los istmos de Taiwan, dependencias de defensa para estos cuatro paises, bases militares en sus territorios) e incapaces de una política exterior independiente o de tomar iniciativas de defensa...Así, hubo menores relaciones a través del telón militar iniciado a mitad de las década de los años cincuenta, así como bajos niveles de intercambio comercial entre Japón y China, o Japón y Corea del Norte. Pero la tendencia dominante hasta la década de 1970 fue un régimen unilateral americano fuertemente predispuesto hacia formas militares de comunicación. (Cumings, 1997: 155)
Dentro de este "régimen unilateral americano" Estados Unidos se especializó en proporcionar protección y en perseguir el poder político regional y global, mientras sus estados-vasallos del este asiático se especializaban en el comercio y en la obtención de ganancias. Esta división del trabajo ha sido par-ticularmente importante en las relaciones norteamericano-japonesas configuradas a lo largo de la era de la guerra fría y hasta el presente. Como Franz Schurmann (1974: 143) escribió, cuando el espectacular ascenso económico de Japón apenas acababa de comenzar, "liberados de la carga de los gastos de defensa, los gobiernos japoneses han encauzado todos sus recursos y energías hacia un expansionismo económico que consigue atraer riqueza a Japón y extender sus negocios a los más lejanos lugares del globo". La expansión económica de Japón, a la vez, generó un proceso de "bola de nieve" que concatenó la búsqueda de oportunidades de inversión en la región circundante, con el gradual reemplazamiento del patronato de EEUU como fuerza impulsora principal de la expansión económica del Este de Asia (Ozawa, 1993: 130-1; Arrighi, 1996: 14-16).
Con el tiempo este proceso de bola de nieve despegó, el régimen militarista de Estados Unidos en el Este Asia había comenzado a descomponerse, ya que la Guerra de Vietnam destruyó lo qué la Guerra de Corea había creado. La Guerra de Corea había instituido el régimen proamericano del Este de Asia que excluía a China continental del intercambio normal comercial y diplomático con la parte no comunista de la región, mediante el bloqueo y las amenazas de guerra respaldadas por "un archipiélago de instalaciones militares estadounidenses" (Cumings, 1997: 154-5). La derrota en la Guerra de Vietnam, por el contrario, forzó a los Estados Unidos a permitir a China continental el intercambio normal comercial y diplomático con el resto del Este de Asia, ensanchándose de esa manera el alcance de la expansión e integración económica de la región (Arrighi, 1996).
Este resultado transformó, sin eliminarla, la previa desproporción de la distribución de las fuentes de poder en la región. El ascenso de Japón a potencia industrial y financiera de importancia global transformó la previa rela-ción de vasallaje de la política y economía japonesa con los Estados Unidos en una relación de mutuo vasallaje. Japón continuó dependiendo de los Estados Unidos para la protección militar; pero la reproducción del aparato productivo y protector norteamericano vino a depender incluso más críticamente de la industria y finanzas japonesas. A la vez, la reincorporación de China continental a los mercados regio-nales y globales devolvió al juego a un estado cuyo tamaño demográfico, abundancia de recursos laborales y crecimiento potencial sobrepasaba por un amplio margen al de todos los otros estados que operan en la región, incluidos los Estados Unidos. Menos de veinte años después de la misión de Richard Nixon en Beijing, y menos de quince después del restablecimiento de rela-ciones diplomáticas entre los Estados Unidos y la República Popular China (RPC), este gigantesco "contenedor" de capacidad laboral ya parece dispuesto a llegar a ser nuevamente el poderoso atraedor de fondos que había sido antes de su incorporación subordinada en el sistema mundial eurocéntrico.
Si el atractivo principal de la RPC para el capital extranjero han sido sus reservas enormes y ultracompetitivas de trabajo, el "casamentero" que ha facilitado el encuentro del capital extranjero capital y el trabajo chino es la diáspora capitalista de los chinos en el exterior.
Atraídos por la capacidad de China como fuente de trabajo a bajo coste, y por su potencialidad creciente como un mercado que contiene la quinta parte de la población mundial, los inversores extranjeros continúan vertiendo dinero en la RPC. Alrededor del 80% de ese capital procede de los chinos del exterior, refugiados por la pobreza, el desorden y el comunismo, que de ser objeto de las más picantes ironías han pasado a ser ahora los financiadores favoritos de Beijing y modelos para la modernización. Incluso los japoneses frecuentemente confían en los chinos en el exterior para engrasar su camino hacia China. (Kraar, 1994: 40)
De hecho, la confianza de Beijing en los chinos del exterior para facilitar la reincorporación de China continental en los mercados regionales y mundiales no es la auténtica ironía de la situación. Como Alvin So y Stephen Chiu (1995: cap. 11) han mostrado, la estrecha alianza política que se estableció en la década de 1980 entre el Partido Comunista Chino y los capitalistas chinos del exterior tenía un perfecto sentido desde el punto de vista de sus respectivos objetivos. La alianza facilitó a los chinos del exterior oportunidades extraordinarias de beneficiarse de la intermediación comercial y financiera, mientras facilitó al Partido Comunista Chino unos medios altamente efectivos para matar dos pájaros de un tiro: para mejorar la economía doméstica de China continental y, a la vez, para promover la unificación nacional de acuerdo con el modelo "una nación, dos sistemas".
La auténtica ironía de la situación es que uno de los legados más sobresalientes de siglo diecinueve, las invasiones occidentales sobre la soberanía china, emerge ahora como un instrumento poderoso de la emancipación china y del este asiático respecto del dominio occidental. La diáspora china fue durante largo tiempo un componente integral del tributo indígena del Este de Asia al sistema comercial dominado por la China imperial. Pero las mayores oportunidades para su expansión vinieron con la incorporación subordinada de ese sistema dentro de las estructuras del sistema mundial eurocéntrico como resultado de las Guerras del Opio. Bajo el régimen americano de la Guerra Fría, el papel tradicional de la diáspora como intermediario comer-cial entre la China continental y las regiones marítimas de circunvalación fue ahogado, tanto por el embargo norteamericano sobre el comercio con la RPC, así como por las restricciones de la RPC sobre el comercio interior y exterior. No obstante, la expansión de las redes estadounidenses de poder y de las redes japonesas de negocio en las regiones marítimas del Este de Asia, proveyeron a la diáspora de una gran abundancia de oportunidades de ejercer nuevas formas de intermediación comercial entre estas redes y las redes locales que controla. Y como las restricciones sobre el comercio con China, y en el interior de la RPC, se relajaron, la diáspora rápidamente surgió como la única y más poderosa agencia de la reunificación económica de la economía regional del este asiático (Hui, 1995).
Es demasiado pronto para decir qué tipo de formación económico-política surgirá finalmente de esta reunificación y hasta donde puede llegar la rápida expansión económica de la región del este asiático. Por lo que sabemos, el ascenso actual del Este de Asia hasta llegar a ser el mayor centro dinámico de los procesos de acumulación capital a escala mundial, puede muy bien ser el preámbulo a un "recentramiento" de las economías regionales y mundiales sobre China, como estuvieron en tiempos premodernos. Pero sin saber lo que realmente sucederá o no, los aspectos principales del continuo renacimiento económico del este asiático son suficientemente claros como para proporcionarnos algunas señales de su probable futura trayectoria y de sus implicaciones para la economía global en su conjunto.
En primer lugar, el renacimiento es tanto el producto de las contradicciones de la hegemonía mundial norteamericana como de la herencia geohistórica del Este de Asia. Las contradicciones de la hegemonía mundial norteamericana conciernen primariamente a la dependencia del poder y la riqueza estadounidense respecto a una forma de desarrollo caracterizada por los altos costes de reproducción y de protección -esto es, sobre la formación de un mundo que comprende, por un lado, un aparato militar intensivo en capital y, por otra parte, la difusión de despilfarradores e insostenibles modelos de consumo masivo. En ninguna parte han sido estas contradicciones más evidentes que en el Este de Asia. Las guerras de Corea y de Vietnam no solo revelaran los límites del poder real poseído por el estado de bienestar-estado militar norteamericano. Igualmente importante es que, cuando esos límites se estrecharon y se aflojaron, en dicha evolución los altos costes de reproducción y de protección comenzaron a producir resultados decrecientes y a desestabilizar el poder mundial estadounidense. Mientras tanto, la herencia geo-histórica del este asiático, sus bajos costes comparativos de protección y de reproducción, dieron a los gobiernos de la región y a sus agencias de negocios una ventaja competitiva decisiva en una economía global más estrechamente integrada que antes. No se sabe si esta herencia se conservará. Pero por ahora la expansión asiática oriental ha sido el "vehículo tendedor de vías" para una trayectoria de desarrollo mucho más económica y sostenible que la trayectoria estadounidense.
En segundo lugar, el renacimiento se ha asociado con una diferenciación estructural del poder en la región que ha dejado a los Estados Unidos el control de la mayoría de los revólveres, a Japón y a la China exterior el control de la mayoría del dinero, y a la RPC el control de la mayoría del trabajo. Esta diferenciación estructural -que no tener precedentes en las anteriores transiciones de hegemonía- hace sumamente inverosímil que ningún estado de los que operan en la región, los Estados Unidos incluidos, adquiera por si solo las capacidades necesarias para llegar a ser hegemónico regional y globalmente. Sólo una pluralidad de estados, actuando concertadamente entre sí, tiene alguna oportunidad de generar un nuevo orden mundial basado en el Este de Asia. Esta pluralidad pudiera incluir a los Estados Unidos y, en todo caso, las políticas estadounidenses hacia la región permanecerán como un factor importante, entre otros, en la determinación de si surgirá realmente, y cuándo y cómo, tal nuevo orden mundial basado en el Este de Asia.
En tercer lugar, el proceso de integración y expansión económica de la región del este asiático es un proceso estructuralmente abierto al resto de la economía global. En parte, esta apertura es una herencia de la naturaleza intersticial de un proceso que se desarrolla en relación con las redes de poder de los Estados Unidos. En parte, se debe al importante papel jugado por las redes informales de negocios con ramificaciones a lo largo de la economía global en la promoción de la integración de la región. Y en parte, se debe a la dependencia continua del Este de Asia de otras regiones de la economía global para obtener materias primas, alta tecnología y productos culturales. Los fuertes conexiones delanteras y traseras que conectan la economía regional asiática oriental al resto del mundo es un buen augurio para el futuro de la economía global, siempre que la expansión económica de Este de Asia no sea llevada a un fin prematuro por los conflictos internos, la mala administración, o la resistencia estadounidense a la pérdida de poder y prestigio, aunque no necesariamente de riqueza y bienestar, que acarrearía el recentramiento de la economía global sobre el Este de Asia.
Finalmente, el ensamblaje de la integración y expansión económica del Este de Asia con su herencia geohistórica significa que el proceso no puede duplicarse en otra parte con resultados igualmente favorables. La adaptación al emergente liderazgo económico del este asiático sobre la base de la herencia geohistórica propia de cada región -más que los equivocados intentos de repetir la experiencia del este asiático fuera de contexto o los, aun más equivocados, intentos de reafirmar la supremacía occidental en base a una defectuosa evaluación del poder real que posee el complejo militar-industrial de Estados Unidos- es el curso de acción más prometedor para el resto de los estados. Por supuesto, un asunto totalmente distinto es si se trata de una expectativa realista.
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