viernes, 23 de noviembre de 2007

"Entrevista a Barbara Cassin" por Ivana Costa

BARBARA CASSIN. Francia, 1947, Filosofa

Personalidad multifacética, académica heterodoxa y fértil, formada en filosofía griega con Pierre Aubenque y Jean Bollack, Cassin se doctoró en Letras y Filosofía, y hoy es directora de investigación del Centro León Robin (CNRS y Paris IV-Sorbonne). En su carrera prolífica ha procurado establecer cruces entre antigüedad y modernidad, analizando la recurrencia de la sofística en la historia del pensamiento, el psicoanálisis, la política o la literatura. En filosofía antigua, son muy valiosas sus contribuciones a la comprensión de la sofística y la filosofía del lenguaje de Aristóteles. Entre sus mejores trabajos figuran La décision du sens, L''effet sophistique y Aristote et le logos (novedosa lectura del libro IV de la Metafísica). Aquí se publicó su compilación Nuestros griegos y sus modernos (Manantial). Este año dictó un seminario en el Centro Franco Argentino de la UBA.

Durante doce años, Barbara Cassin amasó las 1.531 páginas de un Vocabulario Europeo de Filosofías. En él, pensadores de todo el mundo interpretan cinco mil expresiones en quince lenguas. La riqueza del pensar, dice, está en las diferencias, equívocos y ausencias que a menudo las traducciones vuelven invisibles. El suyo, en cambio, es un "diccionario de intraducibles".

La lengua de Europa es la traducción, decía Umberto Eco. No es una lengua más entre otras sino una puesta en relación, una conexión, un gesto. De esa definición, de la imagen de Europa que de ella deriva, partió Barbara Cassin al imaginar, dirigir y publicar el Vocabulario europeo de las filosofías (Seuil, 2004), obra que llevó doce años e involucró a ciento cincuenta investigadores razonando sobre unas cinco mil expresiones pertenecientes a quince lenguas. Mím¬sis, object, ser-estar, Beruf, Pravda, right-just-good, Torah son algunos de los términos que el Vocabulario explica, ya sea a través de su evolución semántica, por la gramática en la que se insertan o por su relación con otros términos que supuestamente los traducen (piénsese, por ejemplo, en las diferencias conceptuales presentes en el par right - droit).

En su forma final, con contribuciones de Etienne Balibar, Remi Brague, Fran©ois Hartog, Jean Bollack, Giulia Sissa, Remo Bodei, el ucraniano Andrei Vasilchenko, el colombiano Alfonso Correa-Motta y el brasileño Fernando Santoro, entre otros, el Vocabulario... resulta ser mucho más que un "diccionario europeo". Si una lengua, como dice Cassin evocando a Lacan, no es sino "la suma integral de los equívocos que su historia dejó subsistir", la filosofía occidental no es sino la suma de los problemas surgidos de esos equívocos lingüísticos y conceptuales, atravesados por la historia. El Vocabulario..., que lleva por subtítulo "Diccionario de los intraducibles", se diferencia entonces de una historia completa de la filosofía europea apenas por una cuestión de énfasis.

Especialista en sofística, Barbara Cassin estuvo en Buenos Aires: dictó un curso y participó de un coloquio de filosofía griega. En ese marco apareció la primera pregunta de la entrevista.

- —¿Hay un vínculo entre los sofistas —pensadores muy atentos a la plasticidad de la lengua—y el proyecto de este diccionario?
- —Los griegos eran orgullosamente monolingües: no tenían relación con la pluralidad de lenguas, salvo para decir que los demás son bárbaros, que es imposible entenderlos. La sofística, en cambio, es un discurso de performance, un discurso que procura hacer algo real, fabricar el mundo, en particular para la política y la literatura. Frente a la ontología —al discurso que va de Parménides a Heidegger: un discurso fiel al ser— la sofística se presenta como discurso retórico que fabrica el ser. Al sumergir la problemática sofística en la pluralidad de lenguas se obtiene este diccionario. La idea es ver cómo las lenguas son otras tantas formas diversas de fabricar el ser. Humboldt decía que un idioma es una red que se arroja sobre el mundo: cada una trae distintos peces.

- —¿En qué sentido este diccionario sería, como la sofística, una forma de "hacer" política?
—El diccionario es una tarea política respecto de la construcción de Europa y del mundo que queremos, por tanto tiene dos "enemigos". El primero es el globish (el inglés de las comunicaciones globalizadas), que no es una lengua sino un instrumento de transmisión internacional. Un medio de comunicación liso y llano que permite pedir un café o dar una indicación y, en Europa, sobre todo, solicitar subsidios a Bruselas. Es el idioma del dinero. El idioma del imperio americano (alguna vez lo fue el latín, o en un momento dado, el francés). Para mí, la peor hipótesis para Europa sería ese globish por un lado y dialectos por otro. Me refiero al francés, italiano, español, portugués e incluso inglés (el inglés de Shakespeare, de Joyce, que es, respecto de este globish un mero dialecto). Hoy, si se hace un coloquio de filósofos en Alemania, todos hablan pésimo inglés —los franceses peor todavía que los demás; los alemanes, un poco mejor—. En todo caso, al que nadie va a entender es al tipo que viene de Oxford y que habla su inglés perfecto de Oxford. Entones, mi primer enemigo en el diccionario es que todo se reduzca a pura lengua de comunicación. Mi segundo enemigo es el nacionalismo ontológico: creer que hay lenguas mejores que otras; más aptas para decir el ser (como una caricatura de Heidegger, para quien el alemán podía ser más griego que el mismo griego). En un caso, no hay necesidad de traducir porque todo se comunica en inglés. En el otro tenemos lo intraducible sacralizado: Logos, Aletheia, Sprache son términos sacralizados como intraducibles. Pero la lengua no es sólo un medio de comunicación. Produce cosas. Y hay muchas lenguas. Por tanto, las entradas del diccionario no son sólo conceptos, sino palabras y palabras en lengua. Después de Babel se filosofa en lenguas (en plural) con felicidad, tratando de ver qué riqueza nos aporta.

- —¿Qué significa "intraducible"?
- —Intraducible no es lo que no se traduce; es lo que no se para de traducir. Lo que no paramos —un poco lacanianamente— de (no) traducir. Son esos síntomas de la diferencia de las lenguas, que pueden ser semánticos o sintácticos; pueden ser palabras o maneras de construir (que haya o no géneros en una lengua; que haya o no un género neutro; que se adopte determinado orden de palabras; hay un artículo sobre el alemán cuyo subtítulo es "Metafísica de las partículas"). El Vocabulario de las instituciones indoeuropeas, de Emile Benveniste, podría ser un antepasado de este diccionario, sólo que él compara las instituciones con los términos que las nombran y nosotros tratamos de comparar las filosofías en sus textos escritos en lenguas, atendiendo a las discordancias, ya que son las claves para nuestra inter-comprensión. En vez de ocultarlas, reflexionamos sobre los espacios que crean. Partiendo del presente, retrocedimos tan lejos como fuera necesario: griego, latín, árabe, hebreo. Hay hasta palabras en vasco.

- —Decía que el inglés es la lengua del imperio americano. En su perspectiva ¿qué tipo de filosofía "fabrica" esa lengua?
- —Más bien diría que esa lengua del imperio es apuntalada por cierto filosofema. La filosofía analítica anglosajona apuntala el predominio del inglés por lo menos de dos formas: la primera es que —como buena filosofía universalista, heredera de las Luces— habla por conceptos. Hemos conservado el concepto a través de las épocas y las lenguas y por tanto esa filosofía está pegada a la historia y las lenguas, y así confirma el imperio del inglés. De una manera mucho más difícil de circunscribir, la filosofía analítica —hasta la que me resulta más inteligente, como la de Stanley Cavell—, en la medida que se ocupa del lenguaje común y pretende desinflar los globos metafísicos, al hacerlo se apoya en el inglés como idioma corriente: "lengua del empirismo, lengua de los hechos, lengua tal como se habla, capaz de desinflar las fantasías". Confirma de nuevo la unversalidad del imperio analítico.

- —¿Se hicieron traducciones de todo el - Vocabulario- ?
- —Hay una en curso: al ucraniano y al ruso.

- —¿Qué criterio adoptaron en la cuestión de la originalidad de las lenguas?
- —Lo que apareció constantemente fue el viejo problema —que va del romanticismo alemán a Heidegger— del genio de las lenguas: de si una lengua está arraigada en la autenticidad de un pueblo, raza o nación. Yo creo que el mismo gesto del diccionario disloca al genio por su manera de poner de manifiesto y valorar las diferencias. Eso es desterritorializar. Un gesto bien deuleuziano: mostrar que la originalidad se ve mejor desde afuera; que es desde afuera que se puede afirmar que hay un adentro.

- —Años atrás, uno de sus colaboradores, Lambros Couloubaritsis, de Bruselas, mantuvo una polémica con el canadiense Louis-André Dorion por el alcance y la distinción entre "filosofía occidental" y "filosofía europea". ¿Por qué usted eligió el nombre "vocabulario europeo"?
- —Bueno, Occidente, en francés, está identificado con los partidos y grupúsculos de extrema derecha. Así que no podemos decir que hacemos algo occidental. Decir "europeo" es menos feo. Pero claro: detrás de Europa está la expansión de Europa y una Europa políticamente colonialista. Por lo tanto, ¿qué significa un vocabulario europeo de filosofías? Significa que no llegamos a lo inconmensurable: el chino, japonés, persa o hindú. Nos hemos mantenido, digamos, en lo que parece constituir nuestro cotidiano europeo. Aunque han sido brasileños los que hicieron los artículos del portugués y latinoamericanos los que hicieron artículos del español. Así que "europeo" no tiene mucho sentido desde el punto de vista de las lenguas.

- —Antes mencionó la herencia heideggeriana. Usted conoció a Heidegger, asistió al célebre seminario de Le Thor, en 1969. ¿Cómo influyó en su carrera?
- —Bueno, por ser alumna de Heidegger empecé a preguntarme cómo se podía ser presocrático de otra manera; diferente de la que él describía para Parménides. La lectura heideggeriana de Parménides me hizo ir a buscar el Tratado del no ser del sofista Gorgias, justamente porque Gorgias muestra cómo Parménides construye el ser. En su poema, Parménides describe un ascenso de sudor y esfuerzo hasta alcanzar el ser, "lo que es" (en el griego de Parménides: tò eón); y cuando en el Poema se llega a la descripción del ser, de tò eón, Parménides emplea exactamente las mismas palabras con que Homero, en la Odisea, describe a Ulises cuando, atado a un mástil, para no sucumbir a la tentación de sus voces, atraviesa el mar de las sirenas. El ser de Parménides, como Ulises, está atado con ligaduras, sujetado. Y así como Homero fabrica a su héroe Ulises, el héroe que fabrica Parménides es el ser, tò eón. Esta es una lectura sofística, no heideggeriana, del Poema de Parménides, entendido como una performance filosófica, un discurso productor. Así fui buscando qué otros regímenes del discurso podría haber aparte del de la ontología. En este encuentro de filosofía antigua tracé una genealogía de lo performativo —ficticia, por supuesto— que va de Homero a John L. Austin. Postulé que la escena original de la performance es el canto VI de la Odisea, cuando Ulises despierta en una playa, ve a la joven Nausícaa y piensa: Tengo que ir a hablarle, pedirle ayuda. ¿O como un suplicante le tomo las rodillas? Entonces se dice a sí: Si la toco la voy a asustar. Le hablaré —Homero escribe: Ulises elige ese kerdaleon mythos, ese discurso que gana—. y le diré: Te tomo las rodillas. En vez del gesto, las palabras. Te tomo las rodillas, pues me da miedo tomarte las rodillas. La palabra es la mejor manera de hacer lo que no se puede hacer de otra forma.

- —¿En qué sentido dedicarse a la filosofía griega es una forma de hacer filosofía contemporánea, filosofía en general?
- —No sé. Ante todo, yo no hago líneas divisorias demasiado nítidas entre filosofía, literatura, poesía, sofística. Cada uno asigna sus límites. Los filósofos no paran de definirse en relación con sus enemigos, como los psicoanalistas. Pero ése no es mi problema. Años atrás, después de trabajar en sofística, trabajé sobre la Comisión Verdad y Reconciliación en Sudáfrica. En el prefacio al informe de la Comisión Verdad y Reconciliación, Desmond Tutu tiene frases que podrían haber sido escritas por Gorgias. Dice Tutu: "Tratar el lenguaje sólo como palabra y no como acto es un lugar común. La Comisión desea adoptar otro punto de vista". Es genial. "El lenguaje construye categorías sociales, da órdenes, nos persuade, justifica, explica, da razones, excusas, construye la realidad". Evidentemente, detrás de estas palabras resuena el Elogio de Helena de Gorgias: el discurso es un gran soberano que por medio del más pequeño de los cuerpos lleva a cabo los actos más diversos. De hecho, la Comisión produjo un nuevo pueblo: un tejido de todos los relatos, de las víctimas y los victimarios. El lenguaje va de Gorgias a Tutu vía Austin y de Gorgias a Tutu vía Freud. Porque lo que cuenta es que el lenguaje aparece como un remedio (un pharmakon), y con él se trata de curar a nivel de un país. Por eso me interesé también en el psicoanálisis.

- —¿Y sobrevivió a la intraducibilidad de las distintas "lenguas" psicoanalíticas?
- —Bueno, estuve poco adentro del análisis y debo reconocer que es una posición muy cómoda la del outsider. En una época trabajé como maestra en un hospital de día para adolescentes psicóticos. Fue una de las experiencias que más me marcó: trabajaba con chicos totalmente perturbados que ni siquiera podían hablar. Un día, de golpe, me di cuenta: ellos no pueden ver que tienen, de todos modos, una lengua materna porque su lengua materna les está totalmente vedada. Y se me ocurrió ponerme a leer con ellos el Cratilo de Platón (diálogo sobre el origen del lenguaje). Empecé escribiéndolo en griego en el pizarrón y ocurrió que entendieron que había una lengua aún más extranjera que la suya. Empecé a enseñarles a leer en griego y vieron que se podía jugar con las palabras, que ése era un derecho que se adquiría al mismo tiempo que se hablaba, al tiempo que hablaban su propia lengua. Empezamos a trabajar sobre las etimologías contradictorias del Cratilo —algunas muy graciosas— y llegado un punto ellos mismos me dijeron, Basta, ya entendimos.

- —¿Heidegger conoció su lectura sofística de Parménides?
- —No. Cuando yo estuve en su seminario era muy joven, y él ya viejo. Me vinculé con Jean Beaufret y sobre todo con René Char.

- —Y decidió tomar otro camino.
- —Sí. Pero no por Heidegger sino más bien por huir de la iglesia heideggeriana, tan difícil de soportar como las iglesias analíticas. Siempre dan ganas de escaparse de las iglesias.



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