viernes, 12 de octubre de 2007

Introducción " 10 años de desapariciones y asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez y Chihuahua" por Anmistia Internacional.



Últimos acontecimientos hasta septiembre de 2003

«La capacidad de transformar palabras en acciones es el criterio clave que usará la comunidad internacional y la sociedad civil mexicana en el momento de evaluar el cumplimiento de este gobierno en materia de derechos humanos».
Irene Khan, Proceso, 16 de agosto de 2003


LA secretaria general de Amnistía Internacional, Irene Khan, visitó México entre el 9 y el 14 de agosto de 2003 para presentar el informe Muertes intolerables: 10 años de desapariciones y asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez y Chihuahua a las autoridades mexicanas, a los familiares de las víctimas y a los medios de comunicación nacionales e internacionales.

Durante la visita, Irene Khan se desplazó a Ciudad Juárez para reunirse con las familias afectadas y organismos de mujeres y de derechos humanos. Asimismo, encabezó una ofrenda floral en homenaje a las víctimas en el antiguo campo algodonero donde fueron hallados 8 cuerpos, en noviembre de 2001.
En sus reuniones con las autoridades mexicanas, Amnistía Internacional insistió en tres recomendaciones clave:

— La intervención inmediata de las autoridades federales para garantizar que se haga justicia en Ciudad Juárez y Chihuahua con la plena cooperación de las autoridades estatales en la investigación de los casos.

— El establecimiento de un mecanismo judicial independiente para revisar los casos de todos los detenidos en relación con las desapariciones y homicidios, así como la implementación de amplias reformas necesarias a nivel estatal en el ámbito de la seguridad
pública y los servicios de la procuración y la administración de justicia.

— El respeto a la dignidad de los familiares y organismos defensores de derechos de la mujer reconociendo públicamente la legitimidad de su lucha en la búsqueda de la justicia y condenando cualquier acto de intimidación u hostigamiento en su contra.


LOS COMPROMISOS DE LAS AUTORIDADES

El Presidente
En la reunión con el Presidente Vicente Fox, Irene Khan expuso que la situación en Ciudad Juárez y Chihuahua representa un caso emblemático de violencia contra la mujer y de los problemas estructurales que socavan la protección de los derechos humanos
en México, en particular dentro de la procuración y la administración de justicia. El Presidente Fox, aunque admitió que la situación en Ciudad Juárez es grave, consideró que los asesinatos y desapariciones de mujeres en esa ciudad son un fenómeno aisla- 10 de agosto de 2003, Ciudad Juárez. Ofrenda floral de la secretaria general de Amnistía Internacional Irene Khan en el antiguo campo algodonero donde fueron encontrados
ocho cuerpos en noviembre de 2001. do, sin reconocer que estos casos reflejan deficiencias graves en la protección de los
derechos humanos en México. Sin embargo, el Presidente Fox manifestó su compromiso para que el gobierno asuma un papel activo y concreto para poner fin a los asesinatos y desapariciones de Ciudad Juárez. A principios de septiembre reiteró este compromiso ante la Nación y anunció el nombramiento de un comisionado para coordinar la participación del gobierno federal en el esclarecimiento de los asesinatos y desapariciones de mujeres en Ciudad Juárez. Al cierre de esta actualización no se conocía
un pronunciamiento sobre el mandato específico ni había sido designada ninguna persona en el cargo.

El secretario de Gobernación
En julio la Secretaría de Gobernación (SEGOB) anunció un Programa de 40 Acciones para abordar la seguridad pública, la procuración de justicia, la promoción social y los derechos humanos de la mujer en Ciudad Juárez. El programa reconoce que es un deber fundamental del gobierno federal el esclarecimiento de los casos y establece la responsabilidad del gobierno federal para impulsar espacios de diálogo con familiares, víctimas y sociedad civil, colaboración institucional y programas con las Organizaciones
No Gubernamentales (ONG). La coordinación del Programa fue delegada a la «Subcomisión de Coordinación y Enlace para Prevenir y Sancionar la Violencia contra las Mujeres en Ciudad Juárez», creada expresamente para esta función, que depende de la Comisión Política Gubernamental en materia de Derechos Humanos. En agosto el secretario de Gobernación, Santiago Creel, informó a Irene Khan sobre la publicación de un Informe Mensual de Seguimiento al Programa de 40 Acciones (que incluye la evaluación de metas específicas).

El gobierno del estado de Chihuahua
El gobernador de Chihuahua no se reunió con la delegación de Amnistía Internacional.
Pocos días después del lanzamiento del informe, las autoridades estatales publicaron un desplegado en los medios calificando el documento como parcial y sesgado.
En una carta dirigida a la secretaria general de Amnistía Internacional, el gobierno estatal insistió en su disposición para intercambiar información sobre las cifras y los
casos penales, y para evaluar las acciones de su administración. También declaró que las recomendaciones de Amnistía Internacional estaban siendo estudiadas.

Procuraduría General de la República (PGR)
La PGR confirmó que está atendiendo 14 procesos que incluyen seis asesinatos ocurridos entre septiembre de 2002 y febrero de 2003 (Cerro Cristo Negro) y está dando seguimiento a la causa penal del fuero común de los ocho casos de noviembre de 2001(antiguo campo algodonero, Ciudad Juárez). Sin embargo, en estos casos no existe
todavía una decisión definitiva sobre la jurisdicción de la PGR. El procurador general de la República, general Macedo de la Concha, informó a Amnistía Internacional de que la PGR está gradualmente incorporando datos sobre más casos y aseguró su colaboración en todas las investigaciones realizadas por las autoridades estatales.

Fiscalía Mixta
El 11 de agosto se anunció la creación de una Fiscalía Mixta de investigación integrada por la PGR y la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE) de Chihuahua.
Amnistía Internacional acogió con satisfacción la iniciativa por tratarse de un mecanismo que podría ser efectivo para encarar judicialmente los crímenes, aunque considera que ésta es restringida ya que sólo se refiere a los homicidios en Ciudad Juárez, dejando fuera los casos de Chihuahua que presentan las mismas características. Para Amnistía Internacional, esta Fiscalía Mixta debería asumir la investigación de los asesinatos de mujeres en la ciudad de Chihuahua, las desapariciones «vigentes» y de «alto riesgo» en Ciudad Juárez y Chihuahua y la revisión de los procesos judiciales en los casos en que los detenidos como presuntos responsables han denunciado el uso de torturas. La revisión debería concluir con la persecución penal y el castigo de todos los agentes responsables por abusos, como negligencia, encubrimiento, tortura a detenidos y amenazas o coacción a testigos, abogados o defensores de derechos humanos.
Con referencia a las medidas, Amnistía Internacional considera que es urgente la creación de una Comisión de Búsqueda como parte inicial de una investigación penal en los casos de desaparecidas, así como el impulso urgente de un programa de exhumaciones y la revisión de los exámenes de ADN por parte de expertos independientes y con la autorización de las familias, en los que se han obtenido resultados contradictorios.


LA PERSISTENCIA DEL PATRÓN - NUEVOS CASOS
DE DESAPARICIÓN, HOMICIDIO Y TORTURA
EN CIUDAD JUÁREZ Y CHIHUAHUA

Entre enero y septiembre de 2003 aparecieron asesinadas 15 mujeres. Al menos ocho de estos crímenes registraron huellas de violencia sexual. Se reportaron además otras 18 jóvenes como desaparecidas. Entre los casos destacan:

Claudia Judith Urías Berthaud, de 14 años, estudiante de secundaria, quien desapareció el 9 de marzo de 2003 en la ciudad de Chihuahua después de salir de su casa para visitar a su abuela. Nunca llegó a su destino. Aunque su madre denunció el caso
y reparte constantemente volantes con la fotografía, su hija no ha reaparecido. La familia insiste en que la respuesta obtenida por parte de las autoridades ha sido insuficiente.

Diana Yasmín García Medrano, de 18 años, desapareció en Chihuahua el 27 de mayo de 2003, cuando se dirigía a la Escuela de Computación en el centro de la ciudad. Su madre divulgó su fotografía ampliamente, pero hasta el momento su búsqueda ha sido
en vano. Su familia ha denunciado que agentes judiciales sometieron a la hermana menor de la desaparecida, de 14 años, a rendir declaraciones sobre la personalidad de Diana haciendo uso del polígrafo y denegando a la madre la petición de estar presente
o permitir la presencia de un adulto. Según la familia, los agentes respondieron a sus protestas afirmando que «aquí todos son sospechosos». En septiembre se hallaron los restos de una mujer en la carretera a Ciudad Juárez. Los familiares de Diana reconocieron
prendas y objetos personales de la joven. Al publicar esta actualización se estaba a la espera de los resultados de los exámenes del ADN.

El 15 de julio fueron encontrados en Chihuahua los restos de una mujer. Desde el primer momento las autoridades locales insistieron en que pertenecían a Neyra Azucena Cervantes, quien desapareció el 13 de mayo de 2003. Sin embargo, su familia no ha podido confirmar su identidad. En agosto se sometió a una prueba de ADN a cargo de la PGR. La familia se había negado reiteradamente a que se la hiciera la PGJE por no confiar en sus resultados. Con relación a este caso fue detenido Miguel David Meza, primo de Neyra, quien ha denunciado que fue detenido ilegalmente y torturado para obligarle a confesar el crimen. Se desconoce si se han realizado investigaciones para esclarecer estas alegaciones de tortura.

A finales de agosto fue encontrada muerta en la carretera que v
a de Chihuahua a Ciudad Juárez, Jennifer Carolina Albino, de 27 años y de nacionalidad hondureña. Según las investigaciones de la nueva Fiscalía Mixta, la mujer fue agredida a golpes y violada.
Murió por asfixia. Con relación a este caso las autoridades arrestaron a un hombre de 20 años acusado del crimen y que actualmente está siendo procesado.
En agosto, Amnistía Internacional recibió más información sobre dos casos de tortura a detenidos en relación con los crímenes.

Cynthia Kicker, ciudadana estadounidense, fue detenida en Chihuahua a finales de mayo de 2003 junto con su esposo, Ulises
Perzábal, acusados del secuestro y homicidio de Viviana Rayas. Según la denuncia de la madre de Cynthia y otros, los dos fueron torturados, incluyendo el uso de descargas eléctricas, para obligarles a confesar el crimen. En el caso de Viviana Rayas, a pesar de la insistencia de las autoridades, persisten dudas sobre la identidad de los restos sepultados(en su nombre). En este caso las autoridades no han realizado ninguna prueba de ADN para su identificación.

Amnistía Internacional agradece la apertura de las autoridades federales y su disposición para recibir las preocupaciones de la organización y acoge con satisfacción diversas iniciativas para combatir la situación en Ciudad Juárez, pero, tal y como lo demuestran los últimos casos, es imprescindible que de modo urgente todas las recomendaciones incluidas en este informe, así como las recomendaciones internacionales emitidas por los mecanismos de la ONU y la OEA que han conocido el caso, sean aplicadas tanto en Ciudad Juárez como en Chihuahua para garantizar la erradicación de esta manifestación brutal de violencia contra la mujer.


Para una lectura completa del informe ver link:
http://www.amnistiainternacional.org/publica/ISBN_8486874912.html

" Anna Politkovskaya remembered" por Katja Tähjä




People from around the world, including members and supporters of Amnesty International, are commemorating Russian journalist and human rights defender Anna Politkovskaya. One year ago, on 7 October, she was murdered outside her flat in Moscow.

This was almost certainly because of her work as a journalist, in which she exposed human rights violations throughout Russia. Amnesty International believes that the handling of the criminal investigation into her death to date shows that there is little political will to bring those who ordered the killing to justice.

After she began writing about the armed conflict in Chechnya and the North Caucasus in 1999, she was detained and threatened with serious reprisals, including death threats, on several occasions. She interviewed Russians, Chechens and members of other ethnic groups who reported being tortured or otherwise ill-treated, or to whom justice had otherwise reportedly been denied by the authorities of the Russian Federation.

Today, journalists and human rights activists, who themselves continue to face attacks, threats and intimidation, including death threats because of their work, remember Anna Politkovskaya.

"TERRITORIO, SOBERANÍA Y CRÍMENES DE SEGUNDO ESTADO: LA ESCRITURA EN EL CUERPO DE LAS MUJERES ASESINADAS EN CIUDAD JUÁREZ" por Rita Laura Segato



Ciudad Juárez, estado de Chihuahua, frontera Norte de México con El Paso, Texas, es un lugar emblemático del sufrimiento de las mujeres. Allí, más que en cualquier otro lugar, se vuelve real el lema “cuerpo de mujer: peligro de muerte”.

Ciudad Juárez es también, significativamente, un lugar emblemático de la globalización económica y del neo-liberalismo, con su hambre insaciable de ganancia. La sombra siniestra que cubre la ciudad y el miedo constante que sentí durante cada día y cada noche de la semana que allí estuve me acompañan hasta hoy, más de un mes después de mi regreso al Brasil. Allí se muestra la relación directa que existe entre capital y muerte, entre acumulación y concentración desreguladas y el sacrificio de mujeres pobres, morenas, mestizas, devoradas por la hendija donde se articulan economía monetaria y economía simbólica, control de recursos y poder de muerte.

Fui invitada a ir a Ciudad Juárez durante el mes de julio de 2004 porque el año anterior dos mujeres de las organizaciones mexicanas Epikeia y Nuestras Hijas de Regreso a Casa me habían oído formular lo que me pareció ser la única hipótesis viable para los enigmáticos crímenes que asolaban la ciudad - unas muertes de mujeres de tipo físico semejante que, siendo desproporcionalmente numerosas y continuas a lo largo de ahora once años, perpetradas con excesos de crueldad, con evidencia de violaciones tumultuarias y torturas, se presentaban como ininteligibles.

El compromiso inicial de nueve días para participar de un foro sobre los feminicidios de Juárez fue interrumpido por una serie de acontecimientos que culminaron, en el sexto día, con la caída de la señal de televisión de cable en la ciudad entera cuando comencé a exponer mi interpretación de los crímenes en una entrevista con el periodista Jaime Pérez Mendoza del canal 5 local. La asustadora precisión cronométrica con que coincidieron la caída de la señal y la primera palabra con que iría a dar inicio a mi respuesta sobre el por qué de los crímenes hizo que decidiéramos partir, dejando Ciudad Juárez la mañana siguiente para preservarnos y como protesta por la censura sufrida. Cuál no sería nuestra impresión al percibir que todos aquéllos con quienes hablamos confirmaron que la decisión de irnos de inmediato era sensata.

No olvidábamos que en Ciudad Juárez no parece haber coincidencias fortuitas y, tal como intentaré argumentar, todo parece formar parte de una gran máquina comunicativa cuyos mensajes se vuelven inteligibles solamente para quien, por una o otra razón, se adentró en el código. Es por eso que el primer problema que los horrendos crímenes de Ciudad Juárez presentan al forastero, a las audiencias distantes, es un problema de inteligibilidad. Y es justamente en su ininteligibilidad que los asesinos se refugian, como en un tenebroso código de guerra, un argot compuesto enteramente de acting outs.

Solamente para dar un ejemplo de esta lógica de la significación, la periodista Graciela Atencio, del diario La Jornada de Ciudad de México, también se preguntó, en una de sus notas sobre las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, si habría sido algo más que coincidencia que justamente el día 16 de agosto de 2003, cuando su periódico publicaba por primera vez la noticia de un revelador “informe del FBI que describía un posible modus operandi en el secuestro y desaparición de jóvenes”, problemas de correo impidieron su distribución en Ciudad Juárez[1].

Desafortunadamente, no había sido esa la única coincidencia que se nos ocurrió significativa durante nuestra estadía en la ciudad. El lunes 26 de julio, después de haber concluído mi primera exposición, a medio camino de la extensión total del foro que nos reunía y exactamente cuatro meses después del hallazgo del último cuerpo, apareció el cadáver de la obrera de maquiladora Alma Brisa Molina Baca. Ahorro aquí el relato de la cantidad de irregularidades cometidas por los investigadores y por la prensa local en torno de los restos de Alma Brisa. Era, sin cualquier exageración, ver-para-creer; estar allí para ser testigo de lo inconcebible, lo increíble. Pero hago notar, sí, que el cuerpo aparecía en el mismo terreno baldío del centro de la ciudad donde el año anterior fuera encontrada otra víctima. Esa otra víctima era la hija asesinada – todavía niña – de la madre que precisamente habíamos entrevistado la víspera, 25 de julio, en el sombrío barrio de Lomas de Poleo, asentado en el desierto inclemente que atraviesa la frontera entre Chihuahua y el estado de Nuevo México, en el país vecino[2]. Los comentarios generales también apuntaban al hecho de que el año pasado, justamente coincidiendo con la intervención federal en el Estado de Chihuahua ordenada por el presidente Fox, otro cuerpo había sido hallado. Las cartas estaban dadas. El siniestro “diálogo” parecía confirmar que estábamos dentro del código y que la huella que seguíamos llevaba a destino.

Ese es el camino interpretativo que deseo exponer aquí y, también, lo que estaba por comenzar a decir cuando la señal de la televisión de cable cayó, en la madrugada del viernes 30 de julio de 2004. Se trata, justamente, de la relación entre las muertes, los ilícitos resultantes del neoliberalismo feroz que se globalizó en las márgenes de la Gran Frontera después del NAFTA y la acumulación desregulada que se concentró en las manos de algunas familias de Ciudad Juárez. De hecho, lo que más impresiona cuando se le toma el pulso a Ciudad Juárez es la vehemencia con que la opinión pública rechaza uno a uno los nombres que las fuerzas públicas presentan como presuntos culpables. Da la impresión de que la gente, a pesar de desnorteada, desea mirar en otra dirección, espera que la policía dirija sus sospechas hacia el otro lado, hacia los barrios ricos de la ciudad.

El tráfico ilegal de todo tipo de lucro hacia el otro lado incluye las mercancías producidas por el trabajo extorsionado a las obreras de las maquiladoras, el valor excedente que la plusvalía extraída de ese trabajo agrega, además de drogas, cuerpos y, en fin, la suma de los cuantiosos capitales que estos negocios generan al sur del paraíso. Su tránsito ilícito se asemeja a un proceso de devolución constante a un tributador injusto, voraz e insaciable que, sin embargo, esconde su demanda y se desentiende de la seducción que ejerce. La frontera entre la miseria-del-exceso y la miseria-de-la-falta es un abismo.

*

Existen dos cosas que en Ciudad Juárez pueden ser dichas sin riesgo y que, además, todo el mundo dice – la policía, la Procuraduría General del República, la Fiscal especial, el Comisionado de los derechos humanos, la prensa y las activistas de las ONG: una de ellas es que “la responsabilidad por los crímenes es de los narcos”, remitiéndonos a un sujeto con aspecto de malhechor y reafirmando nuestro terror a los márgenes de la vida social. La otra es que “se trata de crímenes con móvil sexual”. El diario del martes, un día después del hallazgo del cuerpo de Alma Brisa, repetía: “un crimen más con móvil sexual”, y la Fiscal especial subrayaba: “es muy difícil conseguir reducir los crímenes sexuales”, confundiendo una vez más las evidencias y desorientando el público al conducir su raciocinio por un camino que creo que es equivocado.

Es de esta forma que autoridades y formadores de opinión, aunque pretenden hablar en nombre de la ley y los derechos, estimulan una percepción indiscriminada de la cantidad de crímenes misóginos que ocurren en esta localidad como en cualquier otra de México, de Centroamérica y del mundo: crímenes pasionales, violencia doméstica, abuso sexual, violaciones a manos de agresores seriales, crímenes por deudas de tráfico, tráfico de mujeres, crímenes de pornografía virtual, tráfico de órganos, etc. Entiendo esa voluntad de indistinción, así como también la permisividad y naturalidad con que en Ciudad Juárez se perciben todos los crímenes contra las mujeres, como un smoke-screen, una cortina de humo cuya consecuencia es impedir ver claro un núcleo central que presenta características particulares y semejantes.

Es como si círculos concéntricos formados por una variedad de agresiones ocultasen en su interior un tipo de crimen particular, no necesariamente el más numeroso pero sí el más enigmático por sus características precisas, casi burocráticas: secuestro de mujeres jóvenes con un tipo físico definido y en su mayoría trabajadoras o estudiantes, privación de la libertad por algunos días, torturas, violación “tumultuaria” - como declaró en el foro el ex–jefe de peritos Oscar Máynez más de una vez -, mutilación, estrangulamiento, muerte segura, mezcla o extravío de pistas y evidencias por parte de las fuerzas de la ley, amenazas y atentados contra abogados y periodistas, presión deliberada de las autoridades para culpabilizar a chivos expiatorios a las claras inocentes, y continuidad ininterrumpida de los crímenes desde 1993 hasta hoy. A esta lista se suma el hecho de que nunca ningún acusado resultó verosímil para la comunidad y ninguna “línea de investigación” mostró resultados.

La impunidad, a lo largo de los ahora once años, se revela espantosa, y puede ser descrita en tres aspectos: 1. Ausencia de acusados convincentes para la opinión pública; 2. Ausencia de líneas de investigación consistentes; y 3. La consecuencia de las dos anteriores: el círculo de repetición sin fin de este tipo de crímenes.

Por otro lado, dos valientes periodistas de investigación, Diana Washington – que prepara un libro sobre las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez[3] - y Sergio González Rodríguez – autor de Huesos en el Desierto[4] (golpeado y dejado por muerto en una calle de la ciudad de México hace cuatro años, cuando se encontraba en plena investigación para su libro, lo que le causó la pérdida de todos los dientes y lo obligó a permanecer un mes hospitalizado), recogieron numerosos datos que la policía descartó a lo largo de los años y llegaron a una lista de lugares y personas que tienen, de una forma u otra, relación con las desapariciones y los asesinatos de mujeres.

Conversé con Diana Washington en dos oportunidades del otro lado de la frontera (pues la FBI no le permite cruzar el puente sin escolta) y leí el libro de Sergio González. Lo que emerge es que personas “de bien”, grandes propietarios, están vinculados con las muertes. Falta, sin embargo, un eslabón crucial: ¿qué lleva a estos respetados jefes de familia exitosos en las finanzas a implicarse en crímenes macabros y, por lo que todo indica, cometidos colectivamente? ¿Cuál sería el vínculo plausible entre estos señores y los secuestros y violaciones tumultuarias que permitiría indiciarlos y llevarlos a proceso? Falta ahí una razón. Y es justamente aquí, en la búsqueda de esta razón, que la idea de la que tanto se abusa del “móvil sexual” resulta insuficiente.

Nuevas tipificaciones y un refinamiento de las definiciones se hacen necesarios para que sea posible comprender la especificidad de un número restringido de las muertes de Juárez, y es necesario formular nuevas categorías jurídicas. Especialmente, es necesario decir lo que parece obvio: que ningún crimen realizado por marginales comunes se prolonga por tanto tiempo en total impunidad, y que ninguna policía seria habla con tamaña liviandad de lo que, en general, es producto de una larga investigación: el móvil, el motivo, la razón de un crimen. Esas verdades elementales causaron estremecimiento en Ciudad Juárez y resultaron impronunciables.

La ciencia y la vida

Algún tiempo antes de oír hablar de Ciudad Juárez por primera vez, entre los años 1993 y 1995, conduje una investigación sobre la mentalidad de los condenados por violación presos en la penitenciaria de Brasilia[5]. Mi “escucha” de lo dicho por estos presidiarios, todos ellos condenados por ataques sexuales realizados en el anonimato de las calles y a víctimas desconocidas, respalda la tesis feminista fundamental de que los crímenes sexuales no son obra de desviados individuales, enfermos mentales o anomalías sociales, sino expresiones de una estructura simbólica profunda que organiza nuestros actos y nuestras fantasías y les confiere inteligibilidad. En otras palabras: el agresor y la colectividad comparten el imaginario de género, hablan el mismo lenguaje, pueden entenderse.

Emerge de las entrevistas con más fuerza que nunca lo que Menacher Amin ya había descubierto en los datos empíricos y su análisis cuantitativo[6]: que, contrariando nuestras expectativas, los violadores, las más de las veces, no actúan en soledad, no son animales asociales que acechan a sus víctimas como cazadores solitarios, sino que lo hacen en compañía. No hay palabras suficientes para enfatizar la importancia de ese hallazgo y sus consecuencias para entender las violaciones como verdaderos actos que acontecen in societate, es decir, en un nicho de comunicación que puede ser penetrado y entendido.

Uso y abuso del cuerpo del otro sin que éste participe con intención o voluntad compatibles, la violación se dirige al aniquilamiento de la voluntad de la víctima, cuya reducción es justamente significada por la pérdida del control sobre el comportamiento de su cuerpo y el agenciamiento del mismo por la voluntad del agresor. La víctima es expropiada del control sobre su espacio-cuerpo. Es por eso que podría decirse que la violación es el acto alegórico por excelencia de la definición schmittiana de la soberanía - control legislador sobre un territorio y sobre el cuerpo del otro como anexo a ese territorio. Control irrestricto, voluntad soberana arbitraria y discrecional cuya condición de posibilidad es el aniquilamiento de atribuciones equivalentes en los otros y, sobre todo, la erradicación de la potencia de éstos como índices de alteridad o subjetividad alternativa. En ese sentido, también este acto está vinculado a la consumición del otro, a un canibalismo mediante el cual el otro perece como voluntad autónoma y su oportunidad de existir solamente persiste si es apropiada e incluída en el cuerpo de quien lo ha devorado. Su resto de existencia persiste sólo como parte del proyecto del dominador.

¿Por qué la violación obtiene ese significado? Porque debido a la función de la sexualidad en el mundo que conocemos, ella conjuga en un acto único la dominación física y moral del otro. Y no existe poder soberano que sea solamente físico. Sin la subordinación psicológica y moral del otro lo único que existe es poder de muerte, y el poder de muerte, por sí solo, no es soberanía. La soberanía completa es, en su fase más extrema, la de “hacer vivir o dejar morir”[7]. Sin dominio de la vida en cuanto vida, la dominación no puede completarse. Es por esto que una guerra que resulte en exterminio no constituye victoria, porque solamente el poder de colonización permite la exhibición del poder de muerte ante los destinados a permmanecer vivos. El trazo por excelencia de la soberanía no es el poder de muerte sobre el subyugado, sino su derrota psicológica y moral, y su transformación en audiencia receptora de la exhibición del poder de muerte discrecional del dominador.

Es por su calidad de violencia expresiva más que instrumental – violencia cuya finalidad es la expresión del control absoluto de una voluntad sobre otra – que la agresión más próxima a la violación es la tortura, física o moral. Expresar que se tiene en las manos la voluntad del otro es el telos o finalidad de la violencia expresiva. Dominio, soberanía y control son su universo de significación. Cabe recordar que estas últimas, sin embargo, son capacidades que sólo pueden ser ejercidas frente a una comunidad de vivos y, por lo tanto, tienen más afinidad con la idea de colonización que con la idea de exterminio. En un régimen de soberanía, algunos están destinados a la muerte para que en su cuerpo el poder soberano grabe su marca; en este sentido, la muerte de estos elegidos para representar el drama de la dominación es una muerte expresiva, no una muerte utilitaria.

Es necesario todavía entender que toda violencia, aun aquélla en la cual domina la función instrumental como, por ejemplo, la que tiene por objetivo apropiarse de lo ajeno, incluye una dimensión expresiva, y en este sentido se puede decir lo que cualquier detective sabe: que todo acto de violencia, como un gesto discursivo, lleva una firma. Y es en esta firma que se conoce la presencia reiterada de un sujeto por detrás de un acto. Cualquier detective sabe que, si reconocemos lo que se repite en una serie de crímenes, podremos identificar la firma – el perfil, la presencia de un sujeto reconocible por detrás del acto. El modus operandi de un agresor es nada más y nada menos que la marca de un estilo en diversas alocuciones. Identificar el estilo de un acto violento como se identifica el estilo de un texto nos llevará al perpetrador, en su papel de autor. En este sentido, la firma no es una consecuencia de la deliberación, de la voluntad, sino una consecuencia del propio automatismo de la enunciación: la huella reconocible de un sujeto, de su posición y de sus intereses, en lo que dice, en lo que expresa en palabra o acto[8].

Si la violación es, como afirmo, un enunciado, se dirige necesariamente a uno o varios interlocutores que se encuentran físicamente en la escena o presentes en el paisaje mental del sujeto de la enunciación. Sucede que el violador emite sus mensajes a lo largo de dos ejes de interlocución y no solamente de uno, como generalmente se considera, pensándose exclusivamente en su interacción con la víctima.

En el eje vertical, él habla, sí, a la víctima, y su discurso adquiere un cariz punitivo y el agresor un perfil de moralizador, de paladín de la moral social porque, en ese imaginario compartido, el destino de la mujer es ser contenida, censurada, disciplinada, reducida, por el gesto violento de quien reencarna, por medio de este acto, la función soberana.

Pero es posiblemente el descubrimiento de un eje horizontal de interlocución el aporte más interesante de mi investigación entre los presidiarios de Brasilia. Aquí, el agresor se dirige a sus pares, y lo hace de varias formas: les solicita ingreso en su sociedad y, desde esta perspectiva, la mujer violada se comporta como una víctima sacrificial inmolada en un ritual iniciático; compite con ellos, mostrando que merece, por su agresividad y poder de muerte, ocupar un lugar en la hermandad viril y hasta adquirir una posición destacada en una fratría que sólo reconoce un lenguaje jerárquico y una organización piramidal.

Esto es así porque en el larguísimo tiempo de la historia del género, tan largo que se confunde con la historia de la especie, la producción de la masculinidad obedece a procesos diferentes a los de la producción de femineidad. Evidencias en una perspectiva transcultural indican que la masculinidad es un status condicionado a su obtención – que debe ser reconfirmada con una cierta regularidad a lo largo de la vida - mediante un proceso de probación o conquista y, sobre todo, supeditado a la exacción de tributos de un otro que, por su posición naturalizada en este orden de status, es percibido como el proveedor del repertorio de gestos que alimentan la virilidad. Ese otro, en el mismo acto en que hace entrega del tributo instaurador, produce su propia exclusión de la casta que consagra. En otras palabras, para que un sujeto adquiera su status masculino, como un título, como un grado, es necesario que otro sujeto no lo tenga pero que se lo otorgue a lo largo de un proceso persuasivo o impositivo que puede ser eficientemente descrito como tributación[9]. En condiciones socio-políticamente “normales” del orden de status, nosotras, las mujeres, somos las dadoras del tributo; ellos, los receptores y beneficiarios. Y la estructura que los relaciona establece un orden simbólico marcado por la desigualdad que se encuentra presente y organiza todas las otras escenas de la vida social regidas por la asimetría de una ley de status.

En síntesis, de acuerdo con este modelo, el crimen de estupro resulta de un mandato que emana de la estructura de género y garantiza, en determinados casos, el tributo que acredita el acceso de cada nuevo miembro a la cofradía viril. Y se me ocurre que el cruce tenso entre sus dos coordenadas, la vertical, de consumición de la víctima, y la horizontal, condicionada a la obtención del tributo, es capaz de iluminar aspectos fundamentales del largo y establecido ciclo de los feminicidios de Ciudad Juárez. De hecho, lo que me llevó a Ciudad Juárez es que mi modelo interpretativo de la violación es capaz de lanzar nueva luz sobre el enigma de los feminicidios y permite organizar las piezas del rompecabezas haciendo emerger un diseño reconocible.

Inspirada en este modelo que tiene en cuenta y enfatiza el papel de la coordenada horizontal de interlocución entre miembros de la fratría, tiendo a no entender los feminicidios de Juárez como crímenes en los que el odio hacia la víctima es el factor predominante[10]. No discuto que la misoginia, en el sentido estricto de desprecio a la mujer, sea generalizada en el ambiente donde los crímenes tienen lugar. Pero estoy convencida de que la víctima es el desecho del proceso, una pieza descartable, y de que condicionamientos y exigencias extremas para atravesar el umbral de la pertenencia al grupo de pares se encuentran por detrás del enigma de Ciudad Juárez. Quienes dominan la escena son los otros hombres y no la víctima, cuyo papel es ser consumida para satisfacer la demanda del grupo de pares. Los interlocutores privilegiados en esta escena son los iguales, sean éstos aliados o competidores: los miembros de la fratría mafiosa, para garantizar la pertenencia y celebrar su pacto; los antagonistas, para exhibir poder frente a los competidores en los negocios, las autoridades locales, las autoridades federales, los activistas, académicos y periodistas que osen inmiscuirse en el sagrado dominio, los parientes subalternos - padres, hermanos, amigos- de las víctimas. Estas exigencias y formas de exhibicionismo son características del régimen patriarcal en un orden mafioso.

Los feminicidios de Ciudad Juárez: una apuesta criminológica

Presento aquí una lista con algunas ideas que, combinadas, se constelan en una imagen posible del lugar, las motivaciones, las finalidades, los significados, las ocasiones y las condiciones de posibilidad de los feminicidios.

Mi problema aquí es que la exposición no puede más que ser hecha en forma de listado. Sin embargo, los temas desplegados forman una esfera de sentido; no una sucesión lineal de ítems sucesivos sino una unidad significativa: el mundo de Ciudad Juárez. Y es por eso que no es preciso que los hechos formen parte de una conciencia discursiva por parte de los autores, ya que son, fundamentalmente, acciones constitutivas de su mundo. Hablar de causas y efectos no me parece adecuado. Hablar de un universo de sentidos entrelazados y motivaciones inteligibles, sí.

El lugar - la Gran frontera

Frontera entre el exceso y la falta, Norte y Sur, Marte y la Tierra, Ciudad Juárez no es un lugar alegre. Abriga muchos llantos, muchos terrores.

Frontera que el dinero debe atravesar para alcanzar la tierra firme donde el capital se encuentra, finalmente, a salvo y da sus frutos en prestigio, seguridad, confort y salud. La frontera detrás de la cual el capital se moraliza y se encuentran los bancos que valen la pena.

La frontera con el país más controlado del mundo, con sus rastreos de vigilancia cerrada y casi infalible. A partir de ese punto, de esa línea en el desierto, cualquier negocio ilícito debe ser ejecutado con un sigilo más estricto, en sociedades clandestinas más cohesionadas y juradas que en cualquier otro lugar. El lacre de un silencio riguroso es su requisito.

La frontera donde los grandes empresarios viven de un lado y “trabajan” del otro; de la gran expansión y valorización territorial – literalmente, terrenos robados al desierto cada día, cada vez más cerca del Río Bravo.

La frontera del tráfico más lucrativo del mundo: tráfico de drogas, tráfico de cuerpos.

La frontera que separa una de las manos de obra más caras del mundo de una de las manos de obra más baratas.

Esa frontera es el escenario del mayor y más prolongado número de ataques y asesinatos de mujeres con modus operandi semejante de que se tiene noticia en “tiempos de paz”.

Los propósitos.

La evidencia de un larguísimo período de inercia de la justicia en torno a los crímenes conduce inmediatamente nuestra atención hacia el subtexto permanente de los mismos: los crímenes hablan de impunidad. Impunidad es su gran tema y, por lo tanto, es la impunidad la puerta de entrada para su desciframiento. Podría ser que, si bien el caldo de cultivo para los asesinatos es el ambiente que acabo de describir, caracterizado por la concentración de poder económico y político y, por lo tanto, con altos niveles de privilegio y protección para algunos grupos, se me ocurre sin embargo que nos equivocamos cuando pensamos en la impunidad exclusivamente como un factor causal.

Deseo proponer que los feminicidios de Juárez se pueden comprender mejor si dejamos de pensarlos como consecuencia de la impunidad e imaginamos que se comportan como productores y reproductores de impunidad. Ésta fue mi primera hipótesis y es posible también que haya sido el primer propósito de sus perpetradores en el tiempo: sellar, con la complicidad colectivamente compartida en las ejecuciones horrendas, un pacto de silencio capaz de garantizar la lealtad inviolable a cofradías mafiosas que operan a través de la frontera más patrullada del mundo. Dar prueba, también, de la capacidad de crueldad y poder de muerte que negocios de alta peligrosidad requieren. El ritual sacrificial, violento y macabro, une a los miembros de la mafia y vuelve su vínculo inviolable. La víctima sacrificial, parte de un territorio dominado, es forzada a entregar el tributo de su cuerpo a la cohesión y vitalidad del grupo y la mancha de su sangre define la esotérica pertenencia al mismo por parte de sus asesinos. En otras palabras, más que una causa, la impunidad puede ser entendida como un producto, el resultado de estos crímenes, y los crímenes como un modo de producción y reproducción de la impunidad: un pacto de sangre en la sangre de las víctimas.

En este sentido, es posible apuntar ya aquí una diferencia fundamental entre este tipo de crimen y los crímenes de género perpetrados en la intimidad del espacio doméstico, sobre víctimas que pertenecen al círculo de relaciones de los abusadores – hijas, hijastras, sobrinas, esposas, etc. Si al abrigo del espacio doméstico el hombre abusa de las mujeres que se encuentran bajo su dependencia porque puede hacerlo, es decir, porque éstas ya forman parte del territorio que controla, el agresor que se apropia del cuerpo femenino en un espacio abierto, público, lo hace porque debe para mostrar que puede. En uno, se trata de una constatación de un dominio ya existente; en el otro, de una exhibición de capacidad de dominio que debe ser reeditada con cierta regularidad y puede ser asociada a los gestos rituales de renovación de los votos de virilidad. El poder está, aquí, condicionado a una muestra pública dramatizada a menudo en un acto predatorio del cuerpo femenino.

Pero la producción y la manutención de la impunidad mediante el sello de un pacto de silencio en realidad no se distinguen de lo que se podría describir como la exhibición de la impunidad. La estrategia clásica del poder soberano para reproducirse como tal es divulgar e incluso espectacularizar el hecho de que se encuentra más allá de la ley. Podemos entender también de esta forma los crímenes de Ciudad Juárez y sugerir que, si por un lado son capaces de sellar la alianza en el pacto mafioso, por otro lado, también, cumplen con la función de ejemplaridad por medio de la cual se refuerza el poder disciplinador de toda ley.

Esto es así porque en la capacidad de secuestrar, torturar y matar reiterada e impunemente, el sujeto autor de estos crímenes ostenta, más allá de cualquier duda, la cohesión, vitalidad y control territorial de la red corporativa que comanda. Es evidente que la continuidad de este tipo de crímenes por once años sin que su recurrencia sea perturbada requiere recursos humanos y materiales cuantiosos que involucran: control de una red de asociados extensa y leal, acceso a lugares de detención y tortura, vehículos para el transporte de la víctima, acceso e influencia o poder de intimidación o chantaje sobre los representantes del orden público en todos sus niveles, incluso federal; acceso e influencia o poder de intimidación o chantaje sobre los miembros del gobierno y la administración pública en todos sus niveles, incluso federal. Lo que es importante notar es que, al mismo tiempo que esta red de aliados es accionada por quien comanda los crímenes corporativos de Ciudad Juárez, se exhibe su existencia, en franca ostentación de un dominio totalitario de la localidad.

Los significados

Es precisamente al cumplir este último papel que los asesinatos pasan a comportarse como un sistema de comunicación. Si escuchamos con atención los mensajes que allí circulan, podremos acceder al rostro del sujeto que en ellos habla. Solamente después de comprender lo que dice, a quién y para qué, podremos localizar la posición desde la cual emite su discurso. Es por eso mismo que debemos insistir en que, cada vez que el lema del móvil sexual se repite con liviandad antes de analizar minuciosamente lo “dicho” en estos actos de interlocución, perdemos la oportunidad de seguirle el rastro a quien se esconde detrás del texto sangriento.

En otras palabras, los feminicidios son mensajes emanados de un sujeto autor que sólo puede ser identificado, localizado, perfilado, mediante una “escucha” rigurosa de estos crímenes como actos comunicativos. Es en su discurso que encontramos al sujeto que habla, es en su discurso que la realidad de este sujeto se inscribe como identidad y subjetividad y, por lo tanto, se vuelve rastreable y reconocible. Así mismo, en su enunciado, podemos encontrar el rastro de su interlocutor, su impronta, como un negativo. Eso no es verdad solamente para los acting outs violentos que la policía investiga, sino también para el discurso de cualquier sujeto, como lo han explicado una variedad de filósofos y teóricos literarios contemporáneos[11].

Si el acto violento es entendido como mensaje y los crímenes se perciben orquestados en claro estilo responsorial, nos encontramos con una escena donde los actos de violencia se comportan como una lengua capaz de funcionar eficazmente para los entendidos, los avisados, los que la hablan,, aun cuando no participen directamente en la acción enunciativa. Es por eso que, cuando un sistema de comunicación con un alfabeto violento se instala, es muy difícil desinstalarlo, eliminarlo. La violencia constituida y cristalizada en forma de sistema de comunicación se transforma en un lenguaje estable y pasa a comportarse con el casi-automatismo de cualquier idioma. Preguntarse, en estos casos, por qué se mata en un determinado lugar es semejante a preguntarse por qué se habla una determinada lengua – el italiano en Italia, el portugués en Brasil. Un día, cada una de esas lenguas se estableció por procesos históricos como conquista, colonización, unificación de territorios bajo un mismo estado nacional o migraciones. En ese sentido, las razones por las cuales hablamos una lengua son arbitrarias y no pueden ser explicadas por una lógica necesaria. Son, por lo tanto, también históricos los procesos por los cuales una lengua es abolida, erradicada de un territorio. El problema de la violencia como lenguaje se agrava aún más si consideramos que existen ciertas lenguas que, en determinadas condiciones históricas, tienden a convertirse en lingua franca y generalizarse más allá de las fronteras étnicas o nacionales que le sirvieron de nicho originario.

Preguntamos entonces: ¿Quién habla aquí? ¿A quién? ¿Qué le dice? ¿Cuándo? ¿Cuál es la lengua del feminicidio? ¿Qué significante es la violación?

Mi apuesta es que el autor de este crimen es un sujeto que valoriza la ganancia y el control territorial por encima de todo, incluso por encima de su propia felicidad personal. Un sujeto con su entourage de vasallos que deja así absolutamente claro que Ciudad Juárez tiene dueños, y que esos dueños matan mujeres para mostrar que lo son. El poder soberano no se afirma si no es capaz de sembrar el terror.

Se dirige con esto a los otros hombres de la comarca, a los tutores o responsables de la víctima en su círculo doméstico y a quienes son responsables de su protección como representantes del Estado; le habla a los hombres de las otras fratrías amigas y enemigas para demostrar los recursos de todo tipo con que cuenta y la vitalidad de su red de sustentación; le confirma a sus aliados y socios en los negocios que la comunión y la lealtad de grupo continúa incólume. Les dice que su control sobre el territorio es total, que su red de alianzas es cohesiva y confiable, y que sus recursos y contactos son ilimitados.

Se pronuncia de esta forma cuando se consolida una fratría; cuando se planea un negocio amenazado por el peligro del ilícito en esta frontera patrullada; cuando se abren las puertas para algún nuevo miembro; cuando otro grupo mafioso desafía el control sobre el territorio; cuando hay intrusiones externas, inspecciones, en el coto totalitario de la localidad.

La lengua del feminicidio utiliza el significante cuerpo femenino para indicar la posición de lo que puede ser sacrificado en aras de un bien mayor, de un bien colectivo, como es la constitución de una fratría mafiosa. El cuerpo de mujer es el índice por excelencia de la posición de quien rinde tributo, de víctima cuyo sacrificio y consumición podrán más fácilmente ser absorbidos y naturalizados por la comunidad.

Es parte de este proceso de digestión la acostumbrada doble victimación de la ya víctima, así como la doble y triple victimación de su familia, representada las más de las veces por una madre triste. Un mecanismo de defensa cognitiva casi incontrolable hace que, para reducir la disonancia entre la lógica con que esperamos que la vida se comporte y la manera en que se comporta en realidad, odiemos a quien encarna esa inversión, esa infracción a la gramática de la sociabilidad. Ante la ausencia definitiva de un agresor, alguien tiene que ser responsabilizado por la desdicha colectiva así causada. Así como es común que el condenado recuerde a su víctima con gran rencor por asociarla al desenlace de su destino y a la pérdida de su libertad, de la misma forma la comunidad se sume más y más en una espiral misógina que, a falta de un soporte más adecuado para deshacerse de su malestar, le permite depositar en la propia víctima la culpa por la crueldad con que fue tratada. Fácilmente optamos por reducir nuestro sufrimiento frente a la injusticia intolerable testimoniada, aduciendo que “debe haber una razón”. Así, las mujeres asesinadas de Ciudad Juárez se transforman rápidamente en prostitutas, mentirosas, fiesteras, drogadictas y en todo aquello que pueda liberarnos de la responsabilidad y la amargura que nos inocula depararnos con su suerte injusta.

En la lengua del feminicidio cuerpo femenino también significa territorio y su etimología es tan arcaica como sus transformaciones son recientes. Ha sido constitutivo del lenguaje de las guerras, tribales o modernas, que el cuerpo de la mujer se anexe como parte del país conquistado. La sexualidad vertida sobre el mismo expresa el acto domesticador, apropiador, cuando insemina el territorio-cuerpo de la mujer. Por esto, la marca del control territorial de los señores de Ciudad Juárez puede ser inscrita en el cuerpo de sus mujeres como parte o extensión del dominio afirmado como propio.

La violación tumultuaria es, como en los pactos de sangre, la mezcla de substancias corporales de todos los que en ella participan; el acto de compartir la intimidad en su aspecto más feroz, de exponer lo que se guarda con más celo. Como el corte voluntario del que aflora la sangre, la violación es una publicación de la fantasía, la transgresión de un límite, un gesto radicalmente comprometedor.

La violación, la dominación sexual, tiene también como rasgo conjugar el control no solamente físico sino también moral de la víctima y sus asociados. La reducción moral es un requisito para que la dominación se consume y la sexualidad, en el mundo que conocemos, está impregnada de moralidad.

¿Qué es, entonces, un feminicidio, en el sentido que Ciudad Juárez le confiere a esta palabra? Es el asesinato de una mujer genérica, de un tipo de mujer, sólo por ser mujer y por pertenecer a este tipo, de la misma forma que el genocidio es una agresión genérica y letal a todos aquellos que pertenecen al mismo grupo étnico, racial, lingüístico, religioso o ideológico. Ambos crímenes se dirigen a una categoría, no a un sujeto específico. Precisamente, este sujeto es despersonalizado como sujeto porque se hace predominar en él la categoría a la cual pertenece sobre sus rasgos individuales biográficos o de personalidad.

Pero hay, me parece, una diferencia entre estos dos tipos de crímenes que debería ser mejor examinada y discutida. Si en el genocidio la construcción retórica del odio al otro conduce la acción de su eliminación, en el feminicidio la misoginia por detrás del acto es un sentimiento más próximo al de los cazadores por su trofeo: se parece al desprecio por su vida o a la convicción de que el único valor de esa vida radica en su disponibilidad para la apropiación.

Los crímenes, así, parecerían hablar de un verdadero Derecho de Pernada bestial de un Barón feudal y postmoderno con su grupo de acólitos, como expresión por excelencia de su dominio absolutista sobre un territorio, donde el derecho sobre el cuerpo de la mujer es una extensión del derecho del señor sobre su gleba. Sin embargo, en el más que terrible orden contemporáneo postmoderno, neoliberal, postestatal, postdemocrático, el Barón se volvió capaz de controlar de forma casi irrestricta su territorio como consecuencia de la acumulación descontrolada característica de la región de expansión fronteriza, exacerbada por la globalización de la economía y las reglas sueltas del mercado neoliberal en vigencia. Su única fuerza reguladora radica en la codicia y en la potencia de rapiña de sus competidores: los otros Barones del lugar. Microfacismos regionales y su control totalitario de la provincia acompañan la decadencia del orden nacional de este lado de la Gran Frontera y urgen, más que nunca, la aplicación de formas de legalidad y control de cuño internacionalista.

La misteriosa muerte de las mujeres de Ciudad Juárez puede ser la pista definitiva de que la descentralización, en un contexto de desestatización y de neoliberalismo, no puede sino instalar un totalitarismo de provincia, en una conjunción regresiva entre postmodernidad y feudalismo, donde el cuerpo femenino vuelve a ser anexado al dominio territorial.

Las condiciones de posibilidad

La extrema asimetría por la extracción desregulada de ganancias por parte de un grupo es una condición crucial para que se establezca un contexto de impunidad. Cuando la desigualdad de poderes es tan extrema como en un régimen irrestricto neoliberal, no hay posibilidad real de separar negocios lícitos de negocios ilícitos, ya que la desigualdad se vuelve tan acentuada que permite el control territorial absoluto a nivel subestatal por parte de algunos grupos y sus redes de sustentación y alianza. Estas redes instalan, entonces, un verdadero totalitarismo de provincia y pasan a demarcar y expresar sin ambigüedades el régimen de control vigente en la región. Los crímenes de mujeres de Ciudad Juárez me parecen una forma de significar ese tipo de dominio territorial.

Una característica fuerte de los regímenes totalitarios es el encierro, la representación del espacio totalitario como un universo sin lado de afuera, encapsulado y autosuficiente, donde una estrategia de atrincheramiento por parte de las elites impide a los habitantes acceder a una percepción diferente, exterior, alternativa, de la realidad. Una retórica nacionalista que se afirma en una construcción primordialista de la unidad nacional – como es el caso de la “mexicanidad” en México, la “civilización tropical” en Brasil o el “ser nacional” en Argentina - beneficia a los que detentan el control territorial y el monopolio de la voz colectiva.

Estas metafísicas de la nación basadas en un esencialismo antihistórico, por más populares y reivindicativas que puedan presentarse, trabajan con los mismos procedimientos lógicos que ampararon el nazismo. Este mismo tipo de ideología nacional puede ser también encontrado en las regiones cuando una elite regional consolida su dominio sobre el espacio y legitima sus privilegios en una ideología primordialista de la región, es decir, trabajando su identificación con un grupo étnico o con una herencia de civilización. Consignas nativistas poderosas presionan para la formación de un sentimiento de lealtad a los emblemas de la unidad territorial con los cuales la elite, por otro lado, diseña su heráldica. Cultura popular significa, en un medio totalitario, cultura apropiada; pueblo son los habitantes del territorio controlado; y autoridades son los dueños del discurso, la cultura tradicional, la riqueza producida por el pueblo, y el territorio totalizado.

Como en el totalitarismo de nación, una de las estrategias principales del totalitarismo de región es la de prevenir a la colectividad contra cualquier discurso que pueda ser tildado de no autóctono, no emanado y sellado por el compromiso de la lealtad interior. “Extranjero” y “extraño en la comarca” son transformados en categorías de acusación y se confisca la posibilidad de hablar “desde afuera”. Por lo tanto, la retórica es la de un patrimonio cultural que ha de ser defendido por encima de todo y la de una lealtad territorial que predomina y excluye otras lealtades - como, por ejemplo, la del cumplimiento de la ley, la de la lucha por la expansión de los derechos y la demanda de activismo y arbitraje internacional para la protección de los derechos humanos. Es por esto que, si el “lado de adentro” y el sitio mediático es la estrategia inequívoca de los líderes totalitarios, el “lado de afuera” es siempre el punto de apoyo para la acción en el campo de los derechos humanos.

En un ambiente totalitario, el valor más martillado es el nosotros. El concepto de nosotros se vuelve defensivo, atrincherado, patriótico, y quien lo infringe es acusado de traición. En este tipo de patriotismo, la primera víctima son los otros interiores de la nación, de la región, de la localidad – siempre las mujeres, los negros, los pueblos originarios, los disidentes. Estos otros interiores son coaccionados para que sacrifiquen, callen y posterguen su queja y el argumento de su diferencia en nombre de la unidad sacralizada y esencializada de la colectividad.

Es blandiendo ese conjunto de representaciones típicamente totalitarias – de un totalitarismo de provincia - que los medios de comunicación juarenses descalifican uno a uno a los veedores foráneos. El discurso de los medios, cuando se “escucha” el subtexto de la noticia, cuando se lee entre líneas, es: es mejor un asesino propio, por más cruel que sea, que un justiciero ajeno, aunque tenga razón. Esta conocida estrategia propagandística elemental construye, todos los días, frente a cualquier amenaza de la mirada exterior, la muralla totalitaria de Ciudad Juárez, y ha contribuído, a lo largo de estos once años, a escamotear la verdad al pueblo y a neutralizar las fuerzas de la ley que se resistan a una articulación protética con los poderes locales.

Imposible no recordar Ciudad Juárez cuando leemos Hannah Arendt:

Los movimientos totalitarios han sido llamados de “sociedades secretas montadas a la luz del día”[12]. Realmente,[...] la estructura de los movimientos [...] nos recuerda en primer lugar ciertas características de esas sociedades. Ls sociedades secretas forman también jerarquías de acuerdo con el grado de “iniciación”, regulan la vida de sus miembros según un presupuesto secreto y ficticio que hace que cada cosa parezca ser otra diferente; adoptan una estrategia de mentiras coherentes para engañar a las masas de afuera, no iniciadas; exigen obediencia sin reservas por parte de sus miembros, cuya cohesión se mantiene por la fidelidad a un líder frecuentemente desconocido y siempre misterioso, rodeado, o supuestamente rodeado, por un pequeño círculo de iniciados; y éstos, a su vez, son rodeados por semi-iniciados que constituyen una especie de “amortiguador” contra el mundo profano y hostil. Los movimientos totalitarios tienen todavía en común con las sociedades secretas la escisión dicotómica del mundo entre “hermanos por pacto de sangre” y una masa indistinta e inarticulada de enemigos jurados [...] distinción basada en la absoluta hostilidad al mundo que los rodea. [...] Tal vez la más clara semejanza entre las sociedades secretas y los movimientos totalitarios resida en la importancia del ritual [...]. (Sin embargo), esa ideolatría no prueba la existencia de tendencias seudoreligiosas o heréticas [...] son simple trucos organizacionales, muy practicados en las sociedades secretas, que también forzaban a sus miembros a guardar secreto por miedo y respeto a símbolos truculentos. Las personas se unen más firmemente a través de la experiencia compartida de un ritual secreto que por la simple admisión al conocimiento del secreto”[13].

Pero ¿qué Estado es ése?, ¿qué liderazgo es ése que produce el efecto de un totalitarismo regional? Es un segundo Estado que necesita de un nombre. Un nombre que sirviera de base para la categoría jurídica capaz de encuadrar en la ley a sus dueños y la red de complicidad que controlan. Los feminicidios de Ciudad Juárez no son crímenes comunes de género sino crímenes corporativos y, más específicamente, son crímenes de segundo Estado, de Estado paralelo. Se asemejan más, por su fenomenología, a los rituales que cimientan la unidad de sociedades secretas y regímenes totalitarios. Comparten una característica idiosincrática de los abusos del poder político: se presentan como crímenes sin sujeto personalizado realizados sobre una víctima tampoco personalizada: un poder secreto abduce a un tipo de mujer, victimizándola, para reafirmar y revitalizar su capacidad de control. Por lo tanto, son más próximos a crímenes de Estado, crímenes de lesa humanidad, donde el Estado paralelo que los produce no puede ser encuadrado porque carecemos de categorías y procedimientos jurídicos eficientes para enfrentarlo.

Es por eso que sería necesario crear nuevas categorías jurídicas para encuadrarlos y tornarlos jurídicamente inteligibles, clasificables: no son crímenes comunes, o sea, crímenes de género de motivación sexual o de falta de entendimiento en el espacio doméstico, como afirman frívolamente agentes de la ley, autoridades y activistas. Son crímenes que podrían ser llamados de segundo Estado o crímenes de corporación, en los que la dimensión expresiva de la violencia prevalece. Entiendo aquí ¨corporación¨ como el grupo o red que administra los recursos, derechos y deberes propios de un Estado paralelo, establecido firmemente en la región y con tentáculos en las cabeceras del país.

Si invirtiésemos los términos por un momento y dijéramos que el telos o finalidad del capital y de “los mandamientos de la capitalización” no es el proceso de acumulación, porque eso significaría caer en una tautología (la finalidad de la acumulación es la acumulación; la finalidad de la concentración es la concentración) y, por lo tanto, estaríamos describiendo el ciclo cerrado de un fin en sí mismo; si en lugar de eso dijésemos que la finalidad del capital es la producción de la diferencia mediante la reproducción y ampliación progresiva de la jerarquía hasta el punto del exterminio de algunos como expresión incontestable de su éxito, concluiríamos que solamente la muerte de algunos es capaz de alegorizar idóneamente y de forma autoevidente el lugar y la posición de todos los dominados, del pueblo dominado, de la clase dominada. Es en la exclusión y su significante por antonomasia: la capacidad de supresión del otro, que el capital se consagra. ¿Y qué más emblemático del lugar de sometimiento que el cuerpo de la mujer mestiza, de la mujer pobre, de la hija y hermana de los otros que son pobres y mestizos? ¿Dónde podría significarse mejor la otredad producida justamente para ser vencida? ¿Qué trofeo emblematizaría mejor la prebenda de óptimos negocios más allá de cualquier regla o restricción? Esa doblemente otra mujer emerge así en la escena como el lugar de la producción y de la significación de la última forma de control territorial totalitario – de cuerpos y terrenos, de cuerpos como parte de terrenos – por el acto de su humillación y supresión.

Nos encontramos, así, frente al sin-límite de ambas economías – simbólica y material. La depredación y la rapiña del ambiente y de la mano de obra se dan las manos con la violación sistemática y corporativa. No olvidemos que rapiña, en español, comparte su raíz con rape, violación en inglés.

Si esto es así, no solamente podemos afirmar que una comprensión del contexto económico en gran escala nos ayuda a iluminar los acontecimientos de Ciudad Juárez, sino también que las humildes muertas de Juárez, desde la pequeña escala de su situación y localidad, nos despiertan y nos conducen a una relectura más lúcida de las transformaciones que atraviesa el mundo en nuestros días, mientras se vuelve, a cada instante, más inhóspito y aterrador.


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[1]Atencio, Graciela: “El circuito de la muerte”. Triple Jornada – suplemento feminista del diario la Jornada. No. 61, septiembre de 2003.

[2] Los restos de Alma Brisa fueron hallados entre girasoles en el mismo terreno del centro de la ciudad donde había sido hallado el cuerpo de Brenda Berenice, hija de Juanita, una de las principales colaboradoras del proyecto de Epikeia y de esta publicación.

[3] The Harvest of Women, de próxima aparición en México y los Estados Unidos de Norte América, fragmentos del cual fueron apareciendo en su columna del diario El Paso Times.

[4] Barcelona: Anagrama, 2002.

[5] Presenté los resultados en mi libro Las Estructuras Elementales de la Violencia. Ensayos sobre género entre la Antropología, el Psicoanálisis y los Derechos Humanos. Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes / Prometeo 3010, 2003.

[6] Amir, Menacher: Patterns in Forcible Rape. Chicago y Londres: The University of Chicago Press, 1971

[7] Foucault, Michel: Aula de 17 de marzo de 1976 . En Em Defesa da Sociedade. Curso no Collège de France (1975-1976). São Paulo: Martins Fontes, 1999

[8] Derrida, Jacques, Marges de la philosophie. Paris: Minuit, 1972.

[9] Ver el capítulo “La célula violenta que Lacan no vio: un diálogo (tenso) entre la antropología y el psicoanálisis” en mi libro de 2003 ya citado.

[10] Como se afirma, por ejemplo, en el libro de Radford, Jill and Diana E.H. Russell: Femicide: The Politics of Woman Killing. Nueva York: Twayne Publishers, 1992.

[11] Ver un panorama de esta forma de “escucha” contemporánea del texto en autores como Bakhtin, Lacan, Lévinas y otros en Patterson, David: Literature and Spirit. Essays on Bakhtin and his contemporaries. Lexington: The University Press of Kentucky, 1988

[12] Apud Alexandre Koyré: “The Political Function of the modern lie”. Contemporary Jewish Record, junio 1945

[13] Arendt, Hannah : Origens do Totalitarismo. São Paulo: Companhia das Letras, 1998 (1949), pp. 425-427. Mi traducción de la edición portuguesa.

martes, 9 de octubre de 2007

"¿QUÉ ES UN "GUERRILLERO"?" (1959) por Ernesto Guevara



Quizá no haya país en el mundo en que la palabra «guerrillero» no sea simbólica de una aspiración libertaria para el pueblo. Solamente en Cuba esta palabra tiene un significado repulsivo. Esta Revolución, libertadora, en todos sus extremos, sale también a dignificar esa palabra. Todos saben que fueron guerrilleros aquellos simpatizantes del régimen de esclavización española que tomaron las armas para defender en forma irregular la corona del rey de España; a partir de ese momento, el nombre queda como símbolo, en Cuba, de todo lo malo, lo retrógrado, lo podrido del país. Sin embargo, el guerrillero es, no eso, sino todo lo contrario; es el combatiente de la libertad por excelencia; es el elegido del pueblo, la vanguardia combatiente del mismo en su lucha por la liberación. Porque la guerra de guerrillas no es como se piensa, una guerra minúscula, una guerra de un grupo minoritario contra un ejército poderoso, no; la guerra de guerrillas es la guerra del pueblo entero contra la opresión dominante. El guerrillero es su vanguardia armada; el ejército lo constituyen todos los habitantes de una región o de un país. Esa es la razón de su fuerza, de su triunfo, a la larga o a la corta, sobre cualquier poder que trate de oprimirlo; es decir, la base y el substratum de la guerrilla está en el pueblo.

No se puede concebir que pequeños grupos armados, por más movilidad y conocimiento del terreno que tengan, puedan sobrevivir a la persecución organizada de un ejército bien pertrechado sin ese auxiliar poderoso. La prueba está en que todos los bandidos, todas las gavillas de bandoleros, acaban por ser derrotados por el poder central, y recuérdese que muchas veces estos bandoleros representan, para los habitantes de la región, algo más que eso, representan también aunque sea la caricatura de una lucha por la libertad.

El ejército guerrillero, ejército popular por excelencia, debe tener en cuanto a su composición individual las mejores virtudes del mejor soldado del mundo. Debe basarse en una disciplina estricta. El hecho de que las formalidades de la vida militar no se adapten a la guerrillera, que no haya taconeo ni saludo rígido, ni explicación sumisa ante el superior, no demuestran de manera alguna que no haya disciplina. La disciplina guerrillera es interior, nace del convencimiento profundo del individuo, de esa necesidad de obedecer al superior, no solamente para mantener la efectividad del organismo armado que está integrado, sino también para defender la propia vida. Cualquier pequeño descuido en un soldado de un ejército regular es controlado por el compañero más cercano. En la guerra de guerrillas, donde cada soldado es unidad y es un grupo, un error es fatal. Nadie puede descuidarse. Nadie puede cometer el más mínimo desliz, pues su vida y la de los compañeros le va en ello.

Esta disciplina informal, muchas veces no se ve. Para la gente poco informada, parece mucho más disciplinado el soldado regular con todo su andamiaje de reconocimientos de las jerarquías que el respeto simple y emocionado con que cualquier guerrillero sigue las instrucciones de su jefe. Sin embargo, el ejército de liberación fue un ejército puro donde ni las más comunes tentaciones del hombre tuvieron cabida; y no había aparato represivo, no había servicio de inteligencia que controlara al individuo frente a la tentación. Era su autocontrol el que actuaba. Era su rígida conciencia del deber y de la disciplina.

El guerrillero es, además de un soldado disciplinado, un soldado muy ágil, física y mentalmente. No puede concebirse una guerra de guerrillas estática. Todo es nocturnidad. Amparados en el conocimiento del terreno, los guerrilleros caminan de noche, se sitúan en la posición, atacan al enemigo y se retiran. No quiere decir esto que la retirada sea muy lejana al teatro de operaciones; simplemente tiene que ser muy rápida del teatro de operaciones.

El enemigo concentrará inmediatamente sobre el punto atacado todas sus unidades represivas. Irá la aviación a bombardear, irán las unidades tácticas a cercarlos, irán los soldados decididos a tornar una posición ilusoria.

El guerrillero necesita sólo presentar un frente al enemigo. Con retirarse algo, esperarlo, dar un nuevo combate, volver a retirarse, ha cumplido su misión específica. Así el ejército puede estar desangrándose durante horas o durante días. El guerrero popular, desde sus lugares de acecho, atacará en momento oportuno.

Hay otros profundos axiomas en la táctica de guerrillas. El conocimiento del terreno debe ser absoluto. El guerrillero no puede desconocer el lugar donde va a atacar, pero además debe conocer todos los trillos de retirada así como todos los caminos de acceso o los que están cerrados. Las casas amigas, y enemigas, los lugares más protegidos, aquellos donde se puede dejar un herido, aquellos otros donde se puede establecer un campamento provisional, en fin, conocer como la palma de la mano el teatro de operaciones. Y eso se hace y se logra porque el pueblo, el gran núcleo del ejército guerrillero, está detrás de cada acción. Los habitantes de un lugar son acémilas, informantes, enfermeros, proveedores de combatientes, en fin, constituyen los accesorios importantísimos de su vanguardia armada.

Pero frente a todas estas cosas; frente a este cúmulo de necesidades tácticas del guerrillero, habría que preguntarse: «¿por qué lucha?», y, entonces surge la gran afirmación: «El guerrillero es un reformador social. El guerrillero empuña las armas como protesta airada del pueblo contra sus opresores, y lucha por cambiar el régimen social que mantiene a todos sus hermanos desarmados en el oprobio y la miseria. Se ejercita contra las condiciones especiales de la institucionalidad de un momento dado y se dedica a romper con todo el vigor que las circunstancias permitan, los moldes de esa institucionalidad.»

Veamos algo importante: ¿qué es lo que el guerrillero necesita tácticamente? Habíamos dicho, conocimiento del terreno con sus trillos de acceso y escape, velocidad de maniobra, apoyo del pueblo, lugares donde esconderse, naturalmente. Todo eso indica que el guerrillero ejercerá su acción en lugares agrestes y poco poblados. Y, en los lugares agrestes y poco poblados, la lucha del pueblo por sus reivindicaciones se sitúa preferentemente y hasta casi exclusivamente en el plano del cambio de la composición social de la tenencia de la tierra, es decir, el guerrillero es, fundamentalmente y antes que nada, un revolucionario agrario.

Interpreta los deseos de la gran masa campesina de ser dueña, de la tierra, dueña de los medios de producción, de sus animales, de todo aquello por lo que ha luchado durante años, de lo que constituye su vida y constituirá también su cementerio.

Por eso, en este momento especial de Cuba, los miembros del nuevo ejército que nace al triunfo desde las montañas de Oriente y del Escambray, de los llanos de Oriente y de los llanos de Camagüey, de toda Cuba, traen, como bandera de combate, la Reforma Agraria.

Es una lucha quizás tan larga como el establecimiento de la propiedad individual. Lucha que los campesinos han llevado con mejor o peor éxito a través de las épocas, pero que siempre ha tenido calor popular. Esta lucha no es patrimonio de la Revolución. La Revolución ha recogido esa bandera entre las masas populares y la ha hecho suya ahora. Pero antes, desde mucho tiempo; desde que se alzaran los vegueros de La Habana; desde que los negros trataran de conseguir su derecho a la tierra en la gran guerra de liberación de los 30 años; desde que los campesinos tomaran revolucionariamente el Realengo 18, la tierra ha sido centro de la batalla por la adquisición de un mejor modo de vida.

Esta Reforma Agraria que hoy se está haciendo, que empezó tímida en la Sierra Maestra, que se trasladó al Segundo Frente Oriental y al macizo del Escambray, que fue olvidada algún tiempo en las gavetas ministeriales y resurgió pujante con la decisión definitiva de Fidel Castro es, conviene repetirlo una vez más, quien dará la definición histórica del «26 de julio».

Este Movimiento no inventó la Reforma Agraria. La llevará a cabo. La llevará a cabo íntegramente hasta que no quede campesino sin tierra, ni tierra sin trabajar. En ese momento, quizás, el mismo Movimiento haya dejado de tener el por qué de existir, pero habrá cumplido su misión histórica. Nuestra tarea es llegar a ese punto, el futuro dirá si hay más trabajo a realizar. Guerra y población campesina

El vivir continuado en estado de guerra crea en la conciencia del pueblo una actitud mental para adaptarse a ese fenómeno nuevo. Es un largo y doloroso proceso de adaptación del individuo para poder resistir la amarga experiencia que amenaza su tranquilidad. La Sierra Maestra y otras nuevas zonas liberadas han debido pasar también por esta amarga experiencia.

La situación campesina en las zonas agrestes de la serranía era sencillamente espantosa. El colono, venido de lejanas regiones con afanes de liberación, había doblado las espaldas sobre las tumbas nuevas que arrancaba su sustento, con mil sacrificios, había hecho nacer las matas de café de las lomas empinadas donde es un sacrificio el tránsito a lo nuevo; todo con su sudor individual respondiendo al afán secular del hombre por ser dueño de su pedazo de tierra; trabajando con amor infinito ese risco hostil al que trataba como una parte de sí mismo. De pronto, cuando las matas de café empezaban a florearse con el grano que era su esperanza, aparecía un nuevo dueño de esas tierras. Era una compañía extranjera; un geófago local o algún aprovechado especulador inventaba la deuda necesaria. Los caciques políticos, los jefes de puesto trabajaban como empleados de la compañía o el geófago apresando o asesinando cualquier campesino demasiado rebelde a las arbitrariedades. Ese panorama de derrota y desolación fue el que encontramos para unirlo a la derrota, producto de nuestra inexperiencia, en la Alegría de Pío (nuestro único revés en esta larga campaña, nuestra cruenta lección de lucha guerrillera). El campesinado vio en aquellos hombres macilentos cuya barba, ahora legendaria, empezaba a aflorar, un compañero de infortunio, un nuevo golpeado por las fuerzas represivas, y nos dio su ayuda espontánea y desinteresada, sin esperar nada de los vencidos.

Pasaron los días y nuestra pequeña tropa de ya aguerridos soldados mantuvo los triunfos de La Plata y Palma Mocha. El régimen reaccionó con toda su brutalidad y el asesinato campesino se hizo en masa. El terror se desató sobre los valles agrestes de la Sierra Maestra y los campesinos retrajeron su ayuda; una barrera de mutua desconfianza asomaba entre ellos y los guerrilleros; aquéllos por el miedo a la represalia, éstos por temor al chivatazo de los timoratos. Nuestra política, no obstante, fue justa y comprensiva y la población guajira inició su viraje de retorno a nuestra causa.

La dictadura, en su desesperación y en su crimen, ordenó la reconcentración de las miles de familias guajiras de la Sierra Maestra a las ciudades. Los hombres más fuertes y decididos, casi todos los jóvenes, prefirieron la libertad y la guerra a la esclavitud y la ciudad. Largas caravanas de mujeres, niños y ancianos peregrinaron por los caminos serpenteantes donde habían nacido, bajaron al llano y fueron arrinconados en las afueras de las ciudades. Por segunda vez Cuba vivía la página más criminal de su historia: la reconcentración. Primero lo ordenó Weyler, el sanguinario espadón de la España colonial; ahora lo mandaba Fulgencio Batista, el peor de los traidores y de los asesinos que ha conocido América. El hambre, la miseria, las enfermedades, las epidemias y la muerte, diezmaron a los campesinos reconcentrados por la tiranía; allí murieron niños por falta de atención médica y de alimentación, cuando a unos pasos de ellos estaban los recursos que pudieron salvar sus vidas. La protesta indignada del pueblo cubano, el escándalo internacional y la impotencia de la dictadura en derrotar a los rebeldes, obligaron al tirano a suspender la reconcentración de las familias campesinas de la Sierra Maestra. Y otra vez volvieron a las tierras donde habían nacido, miserables, enfermos y diezmados, los campesinos de la Sierra. Si antes habían sufrido los bombardeos de la dictadura, la quema de su bohío y el asesinato en masa, ahora habían conocido la inhumanidad y barbarie de un régimen que los trató peor que la España colonial a los cubanos de la guerra independentista. Batista había superado a Weyler.

Los campesinos volvieron con una decisión inquebrantable de luchar hasta vencer o morir, rebeldes hasta la muerte o la libertad.

Nuestra pequeña guerrilla de extracción ciudadana empezó a colorearse de sombreros de yarey; el pueblo perdía el miedo, se decidía a la lucha, tomaba decididamente el camino de su redención. En este cambio coincidía nuestra política hacia el campesinado y nuestros triunfos militares que nos mostraba ya como una fuerza imbatible en la Sierra Maestra.

Puestos en la disyuntiva, todos los campesinos eligieron el camino de la Revolución. El cambio de carácter de que hablábamos antes se mostraba ahora en toda su plenitud: la guerra era un hecho, doloroso sí, pero transitorio; la guerra era un estado definitivo dentro del cual el individuo debía adaptarse para subsistir. Cuando la población campesina lo comprendió, inició las tareas para afrontar las circunstancias adversas que se presentarían.

Los campesinos volvieron a sus conucos abandonados, suspendieron el sacrificio de sus animales guardándolos para épocas peores y se adaptaron también a los ametrallamientos salvajes, creando cada familia su propio refugio individual. Se habituaron también a las periódicas fugas de las zonas de guerra, con familias, ganado y enseres, dejando al enemigo sólo el bohío para que cebaran su odio convirtiéndolo en cenizas. Se habituaron a la reconstrucción sobre las ruinas humeantes de su antigua vivienda, sin quejas, sólo con odio concentrado y voluntad de vencer.

Cuando se inició el reparto de reses para luchar contra el cerco alimenticio de la dictadura, cuidaron sus animales con amorosa solicitud y trabajaron en grupos, estableciendo de hecho cooperativas para trasladar el ganado a lugar seguro, donando también sus potreros, y sus animales de carga al esfuerzo común. En un nuevo milagro de la Revolución, el individualista acérrimo que cuidaba celosamente los límites de su propiedad y de su derecho propio, se unía, por imposición de la guerra, al gran esfuerzo común de la lucha. Pero hay un milagro más grande. Es el reencuentro del campesino cubano con su alegría habitual, dentro de las zonas liberadas. Quien ha sido testigo de los apocados cuchicheos con que nuestras fuerzas eran recibidas en cada casa campesina, nota con orgullo el clamor despreocupado, la carcajada alegre del nuevo habitante de la Sierra. Ese es el reflejo de la seguridad en sí mismo que la conciencia de su propia fuerza ha dado a los habitantes de nuestra porción liberada. Esa es nuestra tarea futura: hacer retornar al pueblo de Cuba el concepto de su propia fuerza, de la seguridad absoluta en que sus derechos individuales, respaldados por la Constitución, son su mayor tesoro. Más aún que el vuelo de las campanas, anunciará la liberación el retorno de la antigua carcajada alegre, de despreocupada seguridad que hoy ha perdido el pueblo cubano.

"LA MODA EN LA POSTMODERNIDAD" por MONTSERRAT HERRERO





La moda ya no es algo meramente relativo al vestir. La moda es, según la conocida tesis, un fenómeno social total. Por eso, esforzarse por comprenderla supone ampliar la reflexión al contexto sociocultural y antropológico.

Que la moda sea total quiere decir que se ha convertido en el modo de irrumpir toda realidad en el ámbito social. Constituye el fenómeno mismo de lo social. Ese carácter totalizante de la moda es el resultado de la confluencia de tres características de nuestro mundo:

En primer lugar, de la necesidad imperiosa de generar artificialmente un espacio común en un mundo cada vez más amplio y más vacío en virtud de la incomunicación personal de fondo de los individuos que lo habitan. Hoy es necesario establecer la comunicación entre personas muy diversas y muy distanciadas, en la medida en que la sociedad se ha hecho pluricultural y globalizada. Esta situación aumenta la necesidad de tipificar la realidad para poder establecer con cierta precisión los sujetos del diálogo social y los términos del consenso. Los medios técnicos para lograr ese artificio son la imagen y las telecomunicaciones. En un mundo en que la mediación espacio-temporal se ha hecho muy compleja, la imagen se muestra como el vehículo inmediato de la comunicación: aquello que compartimos se hace de imágenes tipificadas repetidas, de lugares y sentidos comunes, que se hacen comunes en virtud justamente de su repetición. Pasado un tiempo, cambian las imágenes y con ellas nuestra existencia común.

En el espacio intercontextual generado artificialmente, la moda ha venido a ser el nuevo lenguaje básico[1]. No un “pérfido” lenguaje, sino quizás el único posible en las condiciones actuales de la existencia social. La palabra y el diálogo han sido sustituidos por la imagen y la moda: es ahí fundamentalmente donde nuestros espíritus comunican. Algunos de los oráculos de nuestro tiempo lo diagnostican con claridad: así G. Lipovetsky en su conocido ensayo El imperio de lo efímero, considera la imagen como el artífice máximo de la civilización superior que ha tenido lugar en la historia. También J. Baudrillard estaría de acuerdo en considerar la moda como fenómeno cumbre de la civilización. Por su parte M. Kundera se refiere a la imagología, es decir, la capacidad de creación de simulacros y sucedáneos, como el milagro materialista de nuestro tiempo[2].

La moda en su combinación con la imagen ha llegado a convertirse, por tanto, en el fenómeno del renacer a la realidad de cualquiera de los aspectos de nuestra existencia. Consideramos algo como real cuando aparece ante nuestros ojos y puede ser contemplado por todos al mismo tiempo y en el mismo sentido, no importando a los efectos de la realidad si proviene de la imaginación o del sueño. En efecto, como bien expresa G. Vattimo, máximo representante de la postmodernidad filosófica: “eso que llamamos la realidad del mundo es algo que se constituye como contexto de las múltiples fabulaciones”[3].

La moda es por tanto, una categoría de la existencia individual y colectiva, que en la misma medida en que se ha hecho total ha venido a ser universal.

En segundo lugar, el carácter totalizante de la moda se ha hecho posible por el economicismo capitalista, que ha venido a configurar el orden en que tienen lugar todas nuestras acciones. Como sugiere M. Rivière “la moda ha ayudado a construir el paraíso del capitalismo hegemónico”[4]. Sin duda, capitalismo y moda son realidades que se retroalimentan. Ambos son un motor del deseo que se expresa y satisface consumiendo; ambos cuentan de modo especial con emociones y pasiones, con la atracción por el lujo, por el exceso y la seducción. Ninguno de los dos conoce el reposo, avanzan según un movimiento cíclico no-racional, que no supone un progreso. En palabras de J. Baudrillard: “No hay un progreso continuo en esos ámbitos: la moda es arbitraria, pasajera, cíclica y no añade nada a las cualidades intrínsecas del individuo”[5]. Del mismo modo es para él el consumo un proceso social no racional. La voluntad se ejerce –está casi obligada a ejercerse– solamente en forma de deseo, clausurando otras dimensiones que abocan al reposo, como son la creación, la aceptación y la contemplación. Tanto la moda como el capitalismo producen un ser humano excitado.

En tercer lugar, el condicionamiento de toda la realidad por el progreso técnico, que hoy en día es un fin en sí mismo independiente de la vida humana, ha afectado a la moda. Al igual que el arte, la moda sigue las leyes del progreso técnico y se hace autónoma respecto a la belleza, al bien y a la verdad[6]. Para el caso del vestir, por ejemplo, comprobamos en la actualidad la autonomía del vestido respecto al cuerpo –el caso tan conocido del tallaje– y respecto del diseño e incluso respecto del vestir mismo: las últimas tendencias consisten justamente en deconstruir el vestido[7].

Todos estos fenómenos contribuyen a configurar una estética de la frivolidad que lleva aparejada una moral de la frivolidad, tal como la entiende por ejemplo Rorty, las cuales son la expresión misma del pensamiento contemporáneo postmoderno, para el cual la moda parece constituirse en la expresión misma del pensamiento, puesto que pone de manifiesto de modo fenoménico su debilidad.

Para darse cuenta de lo que esto quiere decir basta mencionar a G. Lipovetsky para quien “la mayor lección de la moda es que nos hace comprender, en las antípodas del platonismo, que, actualmente la seducción es lo que reduce el desatino, lo artificial favorece el acceso a lo real, lo superficial permite un mayor uso de la razón, lo espectacular lúdico es trampolín hacia el juicio subjetivo”[8]. Aunque Lipovetsky quizá no lo expresa del todo claramente, lo que parece estar detrás es la tesis nietzscheana, recogida por los filósofos postmodernos, de que lo aparente es lo real.

Lo característico de la frivolidad es la ausencia de esencia, de peso, de centralidad en toda la realidad y, por tanto, la reducción de todo lo real a mera apariencia: es una nueva sofística en la que, al igual que aquella con la que combatió Sócrates, la retórica erística prima sobre la verdad[9].

En efecto, la moda es una suerte de retórica-sofística que nos hace sumergirnos en una orgía de la apariencia. J. Baudrillard diría incluso en una post-orgía, en la que toda la realidad se nos presenta como pura exterioridad absolutamente manipulable. Ya la modernidad fue una orgía, un momento explosivo en que se consiguió la liberación en todos los campos. ¿Qué hacer después de la orgía? Fingir –dirá este autor postmoderno–. “Ya sólo podemos simular la orgía y la liberación, fingir que seguimos acelerando en el mismo sentido, pero en realidad aceleramos en el vacío”[10]. Sabemos que no somos libres, pero fingimos la liberación. La moda viene a ser el concepto de esa liberación sin libertad: posibilidad, transformación sin resistencia sobrepasando todos los límites sin nunca dejar de tener necesidad de liberarse de alguno. El proceso de liberación al infinito se muestra como la mayor atadura. De ahí la necesidad de vivir en la ficción: en la ficción de la liberación.

En la era de la apariencia cada uno busca su look, que es como su identidad de plástico. “Como ya no es posible definirse por la propia existencia –dirá J. Baudrillard–, sólo queda por hacer un acto de apariencia sin preocuparse por ser, ni siquiera por ser visto. Ya no: existo, estoy aquí; sino: soy visible, soy imagen –look, look! –. Ni siquiera narcisismo, sino una extroversión sin profundidad, una especie de ingenuidad publicitaria en la cual cada uno se convierte en empresario de su propia apariencia”[11].

Creo que no se puede describir mejor el actual significado de lo que aquí queremos decir con la expresión “moda total”. En esta situación de apariencia total, se disuelven las diferencias entre bien y mal, verdad y falsedad, lo mismo y lo otro, interioridad y exterioridad. Es la confusión total en la que tampoco hay espacio para el humor, porque como dice acertadamente M. Kundera, “el humor sólo puede existir allí donde la gente distingue la frontera entre lo relevante y lo irrelevante. Y esa frontera se ha vuelto hoy imposible de distinguir”[12].

En lo que hace relación al vestir, la forma de indiferencia, de liberación, más básica para entender la moda actual es la homologación del cuerpo a los objetos, en el sentido de que el cuerpo no pasa a primer plano como lo haría en un naturalismo, sino como impregnado de artificiosidad. Como apariencia y pura exterioridad no hay modo de diferenciar el cuerpo humano de los demás objetos[13]. Uno y otros son presa del poder de la técnica, que es lo único que queda de poder y de dominio en el contexto de la debilidad del pensamiento y la voluntad. La reconversión artificial del cuerpo se constituye de hecho en una nueva religión.

Esta situación aparece descrita de un modo muy claro en el libro de M. Rivière, Lo cursi y el poder de la moda: “La utilización masiva de instrumentos para la transformación del cuerpo es una verdadera religión, supone un ritual, requiere unos sacrificios, unos dogmas y normas morales cuyo objetivo es el acceso a un nirvana terreno: la eterna juventud, el desafío de la muerte. La religión del culto al cuerpo promete una nueva vida en sus ritos y en su magia, presentándose como un desafío al reinado del mal, entendiendo por mal lo natural, hasta que esa nueva vida artificial se convierta en la encarnación del nuevo mal. El narcisismo resulta una expresión excesivamente liviana para reflejar la realidad del nuevo hombre artificial. El maquillaje del yo, machacando al cuerpo en el fundamentalismo laico de su culto para adaptarlo a la identidad soñada, no pretende otra cosa que hacer del hombre un dios de la realidad nueva y esplendorosa que ese hombre trata de inventar”[14].

Es decir que, curiosamente la única forma de dominio que se ejerce es aquella del sacrificio para adaptarse a la apariencia cambiante y sin sentido. Y ese sacrificio pertenece a la única forma de culto posible para el mundo de la exterioridad y es el culto de la figura. Las diosas de ese culto, sin duda, son los y las modelos.

Como decíamos, la estética de la frivolidad lleva aparejada una ética de la frivolidad. El fenómeno de la moda total cuestiona el yo, tal como se había entendido en la modernidad: una identidad racional, definida individualmente, subjetivizada al máximo, con un poder ilimitado sobre su entorno. El yo rortyano postmoderno nos aparece, por el contrario, como un yo infinitamente revisable y compatible con una multiplicidad de identidades incoherentes, es caleidoscópico, especular y puede adquirir en sociedad distintos roles confundentes entre sí. La sociedad consiste entonces en un conjunto de yoes descentralizados constituidos por múltiples piezas de retazos culturales deconstruidos[15]. Como vimos, exactamente igual que el vestido. Desde esta interpretación del yo, no es posible una integración de la experiencia, no podemos hallar una continuidad en la acción que permita hablar de perfección, de cumplimiento de la propia personalidad, sin la cual toda ética no es más que una ética fingida, una ética puramente superficial sin interioridad, una ética frívola.

En la orgía de la apariencia, lo imaginario ha triunfado sobre lo real, pero aún cabe preguntarse dónde queda la realidad. La realidad queda mediada por la ficción, la cual presta al yo postmoderno un gran número de servicios. Veamos cuales son.

Quizás la función clave que ejerce la moda al yo en este contexto general es procurarle una oferta de identidades. La moda es una especie de “supermercado del yo”[16]. La creación de los diferentes looks, no es más que una tecnología de la identidad. Ajusta mis deseos momentáneos proyectados en la imaginación a un tipo social que se me ofrece en el mencionado supermercado: así hoy voy de romántico, mañana de hippie, pasado de mujer fatal, etc. Los constructores del supermercado deciden en su agenda las posibilidades de mi identidad. Lo grave del caso es que además el look supone una identidad definida exclusivamente por la exterioridad, por la apariencia, y reflejada de un modo particular en el vestido, aunque también en los lugares, las costumbres, el lenguaje. Es lo que ocurre hoy con la estética de la delgadez. Se ha impuesto como modelo de identidad contemporánea por antonomasia. Es un componente meramente exterior de la identidad, pero en el que nos reconocemos y fuera del cual, experimentamos un rechazo.

Curiosamente por muy alienante que parezca la identidad prefabricada en nuestra decripción, es un valor en alza. “El éxito de la identidad prefabricada –dirá M. Rivière– es que cada uno se la organiza de acuerdo con lo que previsiblemente triunfa”[17]. Permite por eso la moda un uso utilitarista de la propia personalidad.

Todo eso, sin embargo, no tiene generalmente nada que ver con la historia personal, es más, puede llegar a ocultarla, a hacerla imperceptible a mis propios ojos. La identidad se configura desde fuera de nosotros mismos. Cuantos más ojos tienen los demás para con nosotros, menos capacidad de mirarnos desde nuestro interior nos queda. Los ojos de los demás nos hacen olvidar que somos también protagonistas de nuestra propia historia, que somos más que una mera función del cambio social. No podemos distinguirnos a nosotros mismos de nuestro disfraz. ¿Cómo es posible entonces la ansiada liberación? La salida de ese disfraz es el camino interior. Consiste en alumbrar el propio nombre, es decir, la verdad del propio ser desde lo profundo de cada uno y contando con la propia historia. También entonces la moda tiene un papel relevante, a saber: expresa la identidad, pero no la constituye.

Un segundo servicio que presta la moda al hombre contemporáneo, y que me parece también extralimitado en nuestro mundo postmoderno, es el de ser el espejo social por antonomasia y, en esa misma medida, distorsionar la inclinación natural a la imitación que reside en todo ser humano. Toda situación social se ha convertido en una pasarela. Casi no podemos elegir a nuestros héroes, porque han quedado ocultos tras el brillo de esos escenarios.

En tercer lugar, la moda supone para el ser humano una redefinición del tiempo desde el ciclo de la moda: las famosas “temporadas”. Al final de cada una de ellas se crea una especie de vértigo en espera de lo nuevo. El tiempo queda redefinido otra vez desde la exterioridad. Lo nuevo es puramente cambio y viene a quitar el peso del aburrimiento existencial de las imágenes que se repiten: cambian las formas, los colores, los estilos, las identidades. No soportaríamos que no se diera ese cambio, la existencia se convertiría en algo demasiado pesado.

A la inconstancia del yo le corresponde una inconstancia del tiempo. La moda redefine las dimensiones del tiempo y las reduce a una, que es fundamentalmente el presente. No existe el pasado, porque la moda es efímera. Se desvanece totalmente en cuanto es sustituida. El futuro existe en forma de expectativa, de deseo en presente[18].

El tiempo queda marcado en función de unas expectativas meramente aparentes que, a mi modo de ver, falsean la disposición del ser humano a la esperanza. Y ésta es la siguiente función. Con la recreación del tiempo, queda redefinida la esperanza. La verdadera esperanza que supone, en el ejercicio del espíritu, el descubrimiento de la riqueza del ser de las cosas en la experiencia de lo mismo, de la repetición, queda sustituida por el dejarse sorprender por la novedad. En cualquier caso al no ser radical novedad se agota en muy poco tiempo y de nuevo aparece el aburrimiento y el vértigo, la dependencia de la oferta.

Un servicio de la moda añadido a los anteriores, y éste de gran interés para la clase gobernante, consiste en formar parte de la educación política, de la democratización. Todos los diseñadores se esfuerzan por decirnos, y hasta nos lo hacen creer, que “la moda está en la calle”. Esa afirmación, que a los consumidores de moda siempre nos sorprende, tiene un carácter eminentemente democrático. Desde el periodo de entreguerras, con el surgimiento del prêt à porter, la moda del vestir no ha hecho más que avanzar en un continuo proceso de democratización. El primer paso consistió en que toda la población tuviera acceso a la moda del vestir. El segundo es la posibilidad de manipular esa realidad humana en favor de la aceleración del proceso democrático. En este sentido la moda es un instrumento democrático más para lograr el consenso social. Un medio, por otro lado dudoso, pues, bajo la apariencia de una gran pluralidad y liberalidad genera una indiscutible homogeneidad, como señalaba A. Fikielkraut[19] en un artículo de La Vanguardia de hace ya algunos años.

Por último, el vestir adquiere un papel relevante en la redefinición de las relaciones humanas, que en el contexto de la moda total consiste fundamentalmente en seducir. Aquí viene al caso la conocida afirmación de Yves Saint-Lauren: “La gente ya no quiere se elegante, quiere seducir”[20]. Y eso es ejercer un poder. Lo característico de la elegancia es conservar siempre una cierta distancia para no perturbar la intimidad del otro. Es una forma de respeto. Generalmente la elegancia invita, pero no impone. Por el contrario, la seducción se impone, conduce generalmente a donde no se quiere ir: es un engaño.

La seducción reduce así fácilmente las relaciones humanas al nivel de la inmediatez que se mueve fundamentalmente por impulsos, apetitos, impactos, emociones, sentimientos, comodidad. En ese nivel de la inmediatez todos somos iguales y es muy fácil la manipulación: El “material humano” se hace así tremendamente previsible y, por tanto, flexible para las intenciones del poder.

Ahora bien, siendo tantos los servicios que la moda presta al ser humano de nuestros días –aunque, realmente lo serían si hallasen la medida entre la apariencia y la realidad–, ¿no es cierto que ha descuidado algunas de las dimensiones humanas a que afecta? Vayamos ahora a ellas.

En un sentido físico, el ser humano se viste para aislarse y protegerse del medio. Por eso, cuando no necesita protegerse deja de cubrirse: los pueblos primitivos de las regiones tropicales viven más o menos desnudos. Hay que distinguir aquí, sin embargo, el cubrirse del vestirse. En las diferentes culturas los seres humanos nos cubrimos de diferente modo, según las necesidades que nos impone el medio. Es ésta una necesidad física. Ahora bien, por encima del fenómeno de cubrirse está el de vestirse, que es más que cubrirse, es algo espiritual.

Interesan más aquí, desde el punto de vista antropológico, los rasgos espirituales del vestir.

En primer lugar hay que decir, siguiendo en este punto el análisis de Rafael Alvira[21], que le vestirse es una forma de habitar el mundo, una forma de “tener”.

Como absoluto el hombre pertenece a la esfera del ser, como relación a la esfera del tener. Porque necesariamente el hombre hace referencia a la alteridad, el hombre “tiene”. Su forma de relacionarse con las demás cosas es poseerlas, simplemente porque es en algún sentido superior a ellas. Con las personas la lógica de la posesión es diferente y se llama amor, que es el poseer por medio de dejarse poseer. Tener es ser capaces de añadir algo al propio ser. El hombre, al poseer la realidad, configura el entorno a su medida, según es él mismo. O, lo que es igual , puede “alargar”, “prolongar” su interioridad en todo lo que le rodea. Muy especialmente configura el entorno inmediato donde vive, la casa y el vestido.

Supone, por tanto, una relación entre una interioridad y una exterioridad. Precisamente, porque el ser humano tiene interioridad, y porque cada ser humano es una persona única, hay una infinita modelación del entorno por parte del hombre. Todo lo que tiene que ver con la acción humana puede adquirir muchas formas, aunque no todas, sin dejar de ser humano.

Nos vestimos al caer en la cuenta de que estamos presentes ante otros, que son ajenos a la propia interioridad. Ante esa mirada del otro configuro mi exterioridad como expresión de lo que soy. Esto nos enriquece, porque añade a nuestro ser corporal nuevos significados que expresan la riqueza interior, dándole así a nuestra apariencia externa una gran profundidad. El vestir dice algo de nosotros, pero no nos desvela completamente, de modo que siempre queda algo por conocer. Es la mediación necesaria para el trato social. Nos da la posibilidad de entrar en diálogo con los demás en la clave en que nos hayamos propuesto en cada caso. Los demás se dirigen a nosotros según nos presentemos. El vestir es una invitación al diálogo y al tipo de diálogo que buscamos[22]. En que sea simplemente una sugerencia para ello consiste, como mencionamos más arriba, la elegancia. Esa sugerencia se caracteriza por el respeto a quienes me ven y con los que quiero dialogar. Así no supone una violenta interferencia en su intimidad.

La elegancia no es el lujo o la ostentación, y ni siquiera la riqueza del vestido, sino que es la finura en el trato con los que nos rodean; la elección adecuada para el diálogo adecuado.

El hecho de que exista moda en el vestir nos habla de otro fenómeno espiritual, que tiene que ver con el ya mencionado diálogo, y es la necesidad que tenemos de asemejarnos y distinguirnos de los demás. Ya hacía referencia a ello G. Simmel en la definición que da de la moda: “Así la moda no es otra cosa que una de la formas de vida en las cuales la tendencia a la igualdad social y a la diferenciación individual y a la variedad se conjugan en un hacer unitario”[23].

Las personas necesitamos reconocernos en los demás para no sentirnos solos, pero al tiempo nos queremos distinguir, porque de hecho, somos diferentes en nuestra individualidad. Esa posibilidad de distinción en el contexto de igualdad nos la da, entre otras cosas, el vestido y la moda. Con la mediación del vestido podemos al tiempo acercarnos y marcar las distancias precisas.

El vestir supone, por tanto, una relación entre la interioridad y la exterioridad; entre el ocultamiento y el aparecer. Sin ese claroscuro no hay lugar para una experiencia verdaderamente humana en el ámbito del vestir. El vestido, por tanto, representa la necesidad de ocultar la intimidad a la mirada de los demás y, al mismo tiempo, -pues sólo se puede comunicar lo que de algún modo está oculto- la necesidad de comunicarla “medialmente”, es decir, la necesidad de modelar la propia exterioridad. En este diálogo del ocultamiento y del aparecer hallamos otro significado netamente espiritual del vestir que hace relación a la sexualidad humana: es el pudor.

El pudor no sólo hace referencia al ámbito de la sexualidad humana, sino a todos los ámbitos tocantes a la conservación de la propia intimidad[24]. Pero, sin duda, el hecho de que el ser humano tenga un carácter sexuado hace que el fenómeno del pudor sexual tenga que ver con el vestido. Porque mi cuerpo, soy yo.

Se habla hoy continuamente de “moda unisex”. La indiferenciación de los sexos pertenece a las nuevas tendencias. Ahora bien, eso de ningún modo elimina el juego de los sexos en el ámbito del vestir, porque de hecho la realidad sigue existiendo y la realidad humana es sexuada, aunque se pueda jugar a que no lo es. Hacerlo, lo único que añade es una sofisticación mayor y, por tanto, una mayor confusión, en el juego social y antropológico de los sexos. Es muy difícil pensar la realidad sin tomar en cuenta los valores masculinos y femeninos, sea quien sea quien los represente.

Dicho esto se entiende que el vestir, en la función de cubrir o descubrir, dependiendo de las culturas[25], juega un papel fundamental para que se haga posible una experiencia humana y no infrahumana en la vivencia de la propia sexualidad.

Como conclusión: la moda no es, sin más, un fenómeno advenedizo a la realidad humana, sino profundamente humano, siempre que se ajuste a su medida, siempre que no se abandone al pseudos. La moda a comienzos del siglo XXI, sin embargo, ha sobrepasado con mucho el sentido pleno que tiene dentro del marco de la experiencia verdaderamente humana y, en su totalización, se ha convertido en uno de los modos de alienación del ser humano. Se hace necesario a comienzos del nuevo siglo volverla a pensar integrándola dentro del sentido global de una vida humana plena. Sólo entonces encontrará la verdadera fuerza que permita para ella un despliegue auténticamente creador.



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[1] Ibd. p. 50.
[2] Cfr. M. Kundera, La inmortalidad, Barcelona, Tusquets, 1989.
[3] G. Vattimo, La sociedad transparente, Paidós, Barcelona, 1990, pp. 107-108.
[4] M. Rivière, Lo cursi y el poder de la moda, Espasa, 1992, p. 12.
[5] J. Baudrillard, The Consumer Society, SAGE Publication, 1998, p. 100.
[6] A. Ruiz Retegui, Pulchrum, Rialp. Madrid, 1998, pp. 48-54.
[7] I. Urrea, Desvistiendo el Siglo XX. EIUNSA, Barcelona, 1999. Él título mismo hace referencia a esta idea.
[8] G. Lipovetsky, El imperio de lo efímero, Anagrama, 1990, p. 17.
[9] Cfr. Platón, Gorgias, 471 b-472 c.
[10] J. Baudrillard, La transparencia del mal, Anagrama, Barcelona, 1990. p. 9
[11] Ibd. p. 29.
[12] Cit. en M. Rivière, p. 161.
[13] De ello habla también Baudrillard en The Consumer Society, p. 134. En la sociedad de consumo todos los objetos, también el cuerpo operan funcionalmente.
[14] M. Rivière, p. 122.
[15] Cf. R. Rorty, Philosophical Papers. Objectivity, Relativism and Truth, Cambridge University Press, Cambridge, 1991.
[16] M. Rivière, op. cit. , p. 35.
[17] Ibd. p. 38.
[18] Un análisis filosófico del deseo y el cambio conectados con la vida humana y el comercio, aparece en R. Alvira, Filosofía de la vida cotidiana, p. 98 y ss. Dentro del capítulo “El concepto de corazón”.
[19] Artículo en La Vanguardia/Cultura, 3 de abril de 1990.
[20] Cit. M. Rivière, op. cit. p. 156.
[21] R. Alvira, “Análisis filosófico de la moda”, p. 48.
[22] Una reflexión filosófica sobre la invitación se puede encontrar en R. Alvira, Filosofía de la vida cotidiana, pp. 23-32, en el capítulo “El arte de invitar”.
[23] G. Simmel, “La moda”, en: D. Formaggio y L. Perucchi, Georg Simmel. Arte e civilità, Milan, Isedi, 1976, p. 21.

[24] Lo esencial del fenómeno del pudor, y sigo en este punto a K. Woityla en Amor y Responsabilidad, Plaza & Janés, Barcelona, 1996, es: “la tendencia a ocultar los valores sexuales mismos, sobre todo en la medida en que en la conciencia de una persona constituyen un objeto de placer” (p. 213). Y esto porque en el ser humano existe un rechazo radical a ser considerado por los demás como un instrumento, como un objeto. Por eso, “el pudor sexual es, en cierta medida, una revelación del carácter suprautilitario de la persona, tanto del hombre como de la mujer”. (Ibd. P. 214). El autor hace una distinción interesante entre los diferentes modos como el hombre y la mujer experimentan el pudor sexual: teniendo en cuenta que para un ser humano normalmente constituido la sensualidad hace considerar el cuerpo del otro como un objeto de placer, se puede decir que en la mujer la afectividad supera la sensualidad y, por eso, ella es menos consciente psíquicamente del cuerpo como objeto de placer. Por esa razón, ella siente menos la necesidad de esconder su cuerpo, objeto posible de placer, y es menos púdica. El hombre, sin embargo, siente interiormente su propia sensualidad, es decir, psíquicamente es más consciente de ella y, por eso, es más púdico. Se da cuenta de lo que puede suponer que “la mujer reaccione ante su cuerpo de modo incompatible con el valor del hombre en cuanto persona” (Ibd. p. 215)
Se puede decir, por tanto, que, y cito de nuevo, “la necesidad espontánea de encubrir los valores sexuales es una manera natural de permitir que se descubran los valores de la misma persona”. (ibd. p. 217).


[25] Ibidem. , p. 212-213: “los pueblos primitivos de las regiones tropicales viven más o menos desnudos. No pocos hechos referidos a sus costumbres demuestran que no identifican la desnude con la falta de pudor. Incluso consideran señal de impudor cubrir ciertas partes del cuerpo. Lo que actúa en estos casos es ciertamente una costumbre, un uso debido a las condiciones atmosféricas. La desnudez es en estos pueblos una función de adaptación del organismo al medio y las condiciones de éste, de manera que no se ve en ella directamente ninguna otra intención; en cambio, semejante intención puede fácilmente asociarse al hecho de disimular las partes del cuerpo que determinan la diferencia de sexos”.