Los extranjeros no llegan a un país perfecto y por eso actúan como una lupa de aumento sobre los problemas que ya existían en la sociedad. La precariedad laboral, la mala calidad y el déficit de vivienda o las desigualdades económicas ya existían en España antes de los movimientos migratorios. Frente a esa situación: ¿los políticos favorecen una sociedad de vías paralelas —exclusiva— y evitan el compromiso para construir una sociedad de doble dirección? ¿Por qué no pueden votar los inmigrantes con residencia permanente?
Más compromiso y menos buenas intenciones. Eso reclama la socióloga Adela Ros i Híjar a los políticos. Concretamente: que aborden la inmigración como un asunto que afecta a toda la sociedad. A su juicio, el tema está lejos de ocupar un lugar importante en la agenda de la plana dirigente. Y cuando dice esto, su rostro refleja la seriedad de quien ha mirado de cerca esa indiferencia: Ros ejerció como Secretaria para la Inmigración del Departamento de Bienestar y Familia de la Generalitat de Catalunya. La nombraron a fines 2003 y se desempeñó hasta mayo de 2006, cuando la crisis surgida tras la reforma del Estatuto Catalán desgarró la coalición tripartita —Esquerra Republicana de Catalunya, Partit dels Socialistes de Catalunya e Iniciativa per Catalunya Verds-Esquerra Alternativa— que gobernaba su comunidad autónoma. La dimisión de los consejeros de ERC —partido que le había propuesto asumir el cargo— supuso también el relevo de Ros.
En esos dos años y medio de ejercicio político, Ros experimentó en carne propia las diferencias entre las recetas académicas y los tiempos políticos. Es decir: las contradicciones entre las ideas profesionales y el ejercicio de un cargo sujeto a las directrices gubernamentales. Y es que, como bien sabe cualquier técnico capacitado, una cosa son las recetas sociológicas y otra muy distinta las exigencias de la política.
Hoy Ros trabaja por fuera de la política formal, desde la sociedad civil, aunque reconoce que aquélla desempeña una función esencial para poder cambiar realidades. Además, enseña en la Universitat Oberta de Catalunya y dirige el Programa de Investigación sobre Inmigración y Sociedad de la Información en el Interdisciplinary Internet Institute. Se trata éste de su actual ámbito de estudio, donde comparte inquietudes y pareceres con el reconocido sociólogo Manuel Castells. Él fue, de hecho, quien recomendó a Teína acudir a Ros para conversar sobre los movimientos de personas en el mundo actual.
SUFRAGIO UNIVERSAL
Usted dijo que los inmigrantes tienen que ser tratados como ciudadanos de primera, con obligaciones y derechos. ¿Esto implica que deberían poder votar?
Desde luego: el derecho al voto es algo de lógica aplastante. No puede haber personas viviendo en un territorio de una manera permanente y que no voten. Aunque claro, aquí está el núcleo de la cuestión: se debe garantizar que esa persona tiene un proyecto permanente; no tiene mucho sentido que vote quien esté de paso. Con todo, votar es la mejor manera de que esas personas se identifiquen con un país, con una cultura. Si les niegas esa oportunidad de que se impliquen de verdad —y nosotros hemos decidido que ésta sea una de las maneras más importantes de implicación en el sistema político— es muy difícil que se integren. Deberíamos mantener un debate realmente abierto al respecto, aunque estamos francamente lejos de ello.
¿Por qué? ¿Esta elusión es sólo para España o sucede en el resto de Europa?
En Europa hay pocos países que den derecho al voto y, cuando lo dan, lo limitan a las elecciones municipales, nunca a las nacionales o a las regionales. Los europeos andamos bastantes atrasados respecto a este derecho, que es una cuestión que toca puntos tan esenciales para un Estado como su hegemonía, quién es ese país y quiénes forman parte de él. Por otra parte los políticos y los partidos, hasta que no ven intereses claros en los nuevos votantes, no aceleran el proyecto de voto. Aquí comenzaron a tenerlo en cuenta cuando surgieron las primeras organizaciones alrededor de los inmigrantes cercanos a los partidos políticos; entonces los políticos empezaron a visitar asociaciones y barrios de inmigrantes. Entonces: el voto llegará, seguro, pero los políticos aún no han visto la importancia que tiene para construir un país integrador, es decir, un país que hace suyos a las personas que han venido a formar parte de él. Todo esto solo es el aperitivo del derecho al voto.
LUGARES DE CONVIVENCIA
El voto se podría pensar como una herramienta de diálogo. ¿Qué espacios deben fomentar el Estado y los políticos para incentivar el diálogo?
El diálogo y el conocimiento deben llegar de forma natural. No creo en fórmulas para inventar espacios de encuentro del tipo: «y ahora vamos a hablar de la comida argentina para ver cómo son los argentinos». Esto me parece muy forzado, artificial. Tenemos que aprovechar los espacios donde nos encontramos, como los laborales: oficinas, restaurantes, comercios... Esos son lugares buenos para conocernos y hablar. Debemos tener más curiosidad por los otros, saber más de por qué han venido. Y, evidentemente, quienes vienen también deberían tener la máxima curiosidad por el lugar al que han llegado, su cultura, su historia, sus lenguas. Es un proceso de doble dirección.
Este proceso requiere, como dijo, de curiosidad, un ingrediente que parece no existir en el trato cotidiano, como si nadie quisiera saber de nadie. ¿Es posible incentivarla?
Hay instrumentos que ayudan, como la educación de los pequeños y los jóvenes. Ése es un lugar importantísimo para incentivar la curiosidad sobre lo que nos está pasando y lo que estamos viviendo. Las escuelas, institutos y universidades desempeñan un papel muy importante. ¿Otros instrumentos? Sí, podemos crear campañas de sensibilización..., pero esa curiosidad debe venir de manera bastante natural, desde las personas.
¿Y por qué a veces no se da?
Bueno, ahí están los problemas. Estamos empezando a crear una sociedad de vías paralelas, que significa: «mundos que no se tocan». Por ejemplo, barrios diferenciados, escuelas diferenciadas, espacios laborales diferenciados. Y eso no ayuda a la curiosidad, sino que crea realidades aparte. Estamos a tiempo de evitarlo.
Los barrios con una alta concentración de inmigrantes contradicen las aspiraciones de una sociedad plural. ¿Son consecuencia de la inmigración o más bien de la desigualdad económica que también afecta a los españoles?
Esa frase de que la inmigración hace ver los problemas de la propia sociedad es realmente cierta. La inmigración nos pone un espejo delante, nos señala y aumenta los problemas que ya teníamos. Por ejemplo, el de la vivienda, es decir, el sistema de burbuja inmobiliaria en un país que tiene un déficit residencial muy grande en comparación con Europa. España carece de vivienda pública y, con la llegada de nuevos habitantes, ese problema se magnifica. Además, tenemos viviendas de muy mala calidad, barrios de la década del 50, casas pequeñas. Y eso ya estaba, no lo ha provocado la inmigración, aunque sí lo pone de manifiesto. Éste es un país donde una parte muy importante de la población tiene ingresos familiares que rozan la pobreza. Así que los extranjeros llegan a un país que no es perfecto. Es cierto que ha mejorado mucho en los últimos 25 años. Pero, y aquí se ve la complejidad de las sociedades, falta aún en los aspectos sociales: hay desigualdades muy importantes.
LA INDIFERENCIA POLÍTICA
Hablábamos de la educación y de la importancia que ésta tiene para fomentar valores. Sin embargo, asistimos a la concentración del alumnado inmigrante en colegios públicos sin recursos. Este problema afecta a la base misma de la creación de valores plurales. ¿Qué se hace?
Falta mucho por hacer y hay falta de criterios de respuesta ante una situación nueva. En cualquier caso, debemos reaccionar más fuerte, con medidas más atrevidas y más claras. Asimismo, tenemos que llevar nuestro sistema educativo hacia un sistema de doble vía. Porque las escuelas con un 90 por ciento de alumnado extranjero, o se las llena de recursos —lo cual no está pasando— o se transforman en escuelas gueto. Eso sucede aquí y ha sucedido en Canadá y en Estados Unidos; no estamos descubriendo algo nuevo. Por otro lado, hay que trabajar en que ese 90 por ciento de alumnos que viene de fuera sin conocer ni la lengua española ni la regional se adapten al nuevo entorno educativo. Sin embargo, tampoco debemos caer en el proteccionismo, en tratar a los inmigrantes como pobres; porque no es así. De hecho, los datos demuestran que gran parte de este alumnado extranjero tiene más habilidades en matemáticas, por ejemplo, que el autóctono. Así que no estoy a favor de un proteccionismo absurdo. Y dicho esto: sí, es cierto que las medidas en el sistema público de educación son demasiado modestas.
El desapego de la clase política respecto a los problemas sociales no es exclusivo de España. Ahora bien, ¿cómo alentar el diálogo en un país donde los principales partidos se hieren permanentemente?
En estos momentos, la política nos ayuda muy poco a plantear soluciones para la inmigración. Pero no hablo de un partido en concreto, me refiero a Europa en general. Así que es un buen momento para que la sociedad civil, las organizaciones no gubernamentales, las asociaciones de diverso tipo, el mundo fuera de la política, incluso la empresa privada, se organicen y trabajen en este aspecto. La política está estancada, tiene muchos miedos e interrogantes. Soy muy pesimista en cuanto a su papel respecto a la inmigración.
Por otra parte, si se piensa la inmigración como una vía de escape de los pobres del mundo hacia los países ricos, las soluciones remiten a cambios profundos del sistema. ¿Los políticos tiene las manos atadas o es sólo una cuestión de actitud?
Esta discusión excede el ámbito de la inmigración y alcanza al poder mismo que tienen los estados. Éstos, en general, están perdiendo poder a diario y lo están ganando otras instituciones con grandes intereses económicos. El otro día leía una entrevista donde Zygmunt Baumann decía algo que comparto: la política de inmigración es el recurso que están utilizando muchos estados para hacer ver a sus ciudadanos que tienen poder, cuando en realidad lo están perdiendo. Así, por medio del discurso de la inmigración que dice «No pasarán, vamos a levantar fronteras, vamos a exigir visados...» se pone en marcha una pantomima para sugerir a los ciudadanos que se queden tranquilos, que existe aún el poder de gestión.
Cuando en realidad muestran a diario que es un movimiento ingobernable...
Yo siento que los estados, y en particular el nuestro, aún no han entendido de qué va esto de la inmigración. No se han planteado muy seriamente qué es lo que está pasando y qué es lo que hay detrás... Y ese análisis previo, entender qué sucede, resulta necesario para poder gestionar. Por ejemplo, observar que la población migrante —me gusta más este término que el de «inmigrante»— está completamente interconectada con su país de origen. Las nuevas tecnologías permiten que una mujer ecuatoriana venga a Valencia, se despierte cada mañana y le desee buenos día a sus hijos antes de que éstos se vayan a la escuela en Ecuador. Se trata de una realidad continua, tangible, demostrable. Ese grado de la interconexión implica que hay personas que están en un país y que alguien desde otro les dice: «Ven, que aquí hay trabajo». Estas situaciones demuestran cómo las personas que desean emigrar aprovechan la inmediatez real de las comunicaciones que existe en las sociedades actuales de la información. Sociedades donde, al mismo tiempo, observamos una enorme desinformación respecto a lo que implica emigrar, a los lugares de acogida, a las condiciones necesarias para hacerlo, a los panoramas a los que se enfrentan, para que quienes creen que ésa es una «oportunidad» tomen una buena decisión, una determinación consciente. En este sentido, los estados todavía no se han planteado hacer políticas de información en países con los que tienen una relación natural, bien sea por la lengua o bien porque comparten una tradición colonial. Los estados aún piensan en los visados, en el control de fronteras o en el control marítimo, y no se dan cuenta de que eso es engañar a los ciudadanos.
EL PAÑUELO DEL MUNDO
Parece que tampoco hay mucho interés en Europa por desarrollar una política de inmigración con todas la letras, es decir, que hay políticas de atrincheramiento, de refuerzo de fronteras, pero no hay interés por medidas que ataquen problemas de fondo.
Claro, tenemos que entender por qué llega la inmigración. En mi opinión es por tres causas:
Porque hay una demanda de mano de obra. Aquí hay trabajo para personas que tienen ganas de trabajar. Esto es una regla básica de los movimientos migratorios de tipo económico en la historia de la humanidad.
Porque en España existió la posibilidad de entrar de forma irregular y, desde aquí, regularizar después la situación. Así es como ha entrado la gran mayoría de los inmigrantes: por abajo, y después desde dentro han accedido a los papeles. Es un sistema demencial: si sabes que todas esas personas están trabajando, permíteles acceder por otra vía... A no ser que tengas un interés para que esto siga sucediendo, cosa que algunos plantean: esta parte de la economía —sumergida e irregular— actúa como uno de nuestros motores económicos; por eso no lo podemos tocar. Entonces hay una gran contradicción entre cuáles son los objetivos y cuáles los procedimientos.
Y por último las redes de interconexión. Gracias a las nuevas tecnologías, los flujos migratorios tienen otra dimensión: al emigrar uno puede seguir conectado con su familia y las personas de origen, y ellas a su vez contigo. Y ahora con las tecnologías con imagen, el mundo todavía se ha hecho más pequeño.
Una noción de la distancia completamente distinta a la de los antiguos migrantes, ¿no?
Sí, una sensación de que la distancia se acortó. Por otra parte, las nuevas tecnologías están provocando sufrimiento en la inmigración. Aquí hay todo un campo de estudio para la psicología. Nosotros trabajamos con psiquiatras porque vemos gente que tiene nuevos problemas: a una madre ecuatoriana que vive en España, hablar cada día con sus hijos le provoca un dolor increíble. Ella lo hace porque tiene la posibilidad y porque considera que es lo mejor para sus hijos, pero le supone un dolor difícilmente comparable con aquella nostalgia de la migración. El mundo ha cambiado y la sociedad de la información está influyendo también en la inmigración.
LA POBREZA AUTÓCTONA
El gobierno se jacta del crecimiento económico español. Muchos critican la baja productividad y su apoyo en sectores muy vulnerables, como los servicios y la construcción, donde trabaja gran parte de los extranjeros. ¿Cabría matizar la necesidad de mano de obra y tratar también la importancia de la calidad?
Hay prestigiosos estudios que indican que en los próximos años necesitaremos muchas más personas: ésta es una sociedad vieja, con una pirámide de edad muy ancha arriba y muy estrecha abajo. Nos falta población activa de entre 30 y 40 años para mantener el sistema productivo. Los especialistas incluso hablan de millones de personas. Un economista catalán dijo que el día en que decidimos no tener hijos, decidimos tener inmigración. En España resulta complicado para las mujeres tener hijos, sobre todo para aquellas que tenemos una vida profesional. Por algo somos el país con la tasa de natalidad más baja. Otro debate es el de si el sistema económico español es sano, equilibrado en cuanto a la calidad del empleo, la inversión o la investigación. No es mi especialidad, pero sí creo que el tipo de inmigración o el lugar donde estamos ubicando a nuestros inmigrantes demuestra dónde tenemos espacios vacíos y dónde estamos desaprovechando un gran capital humano, con capacidades y habilidades nuevas —como las lingüísticas— o con actitudes distintas ante el trabajo —como en los servicios—. En algunos campos viene gente con una formación por encima de los españoles, y debemos ser capaces de generar fuentes para que no necesariamente deban entrar por abajo.
La regularizaciones parecen la única receta de los gobiernos para paliar la irregularidad. El Gobierno español fue duramente criticado la última vez, pero Alemania y Holanda harán lo mismo ahora. Es como si no quedara otro recurso cuando las necesidades llegan al límite, ¿no?
Debería desaparecer esa medida. El problema es que si no se hace nada más, de vez en cuando los estados están obligados a regularizar. ¿Dónde está la nueva política de flujos migratorios de Europa? Quizá me haya despistado, pero es que no la encuentro. ¿Y dónde está la capacidad de trabajar en origen las nuevas políticas de información? Si quieres evitar que la única puerta de entrada sea la irregularidad, debes abrir otra para la regularidad, una real, para que quien tenga que irse de un país sepa realmente cómo, cuándo y adónde. Sería muy lógico que Europa fuera capaz de decir —y además sería muy recomendable para su economía— dónde hay un déficit de mano de obra, o de población en general, y en qué lugar recomendamos a las personas de determinados países que vivan. Un planteamiento donde yo gano y tú ganas, porque todos tenemos que ganar. Y es que la inmigración evidencia un problema: que a veces sólo ganan unos. Me refiero a que en la sociedades, como la nuestra, que tienen problemas de pobreza y desigualdad, las personas que están abajo no ven ninguno de los beneficios de la inmigración. Al contrario, ven sólo la parte más difícil: que sus escuelas están saturadas, al igual que sus hospitales o centros de asistencia sanitaria, que sus barrios son otros cada día, que tienen más competencia laboral. ¿Y qué gana él o ella?
Y los riesgos que esto conlleva, claro.
Sí, la conflictividad a la que se enfrentan a partir de la inmigración. Mientras que la clase media alta y la rica viven otra realidad; los empresarios o industriales tienen grandes beneficios económicos y sociales. Es muy fácil construir discursos de la riqueza de la diversidad cultural cuando el estómago está lleno. Pero debemos hacer una política teniendo en cuenta que hay unos que pueden salir perdiendo, y no se trata de alarmar, pero sabemos que hay barrios en nuestras ciudades que no ven los beneficios de la inmigración.
PALIAR LAS CAUSAS EN LOS ORÍGENES
La responsabilidad del mundo desarrollado. ¿Qué opina de la teoría del codesarrollo?
Es una buena teoría, pero no se ha llevado a la práctica del todo. El presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, dijo que íbamos a desplegar una política para ayudar a los países de donde parte la migración. Se tiene que tener muy claro cuál es la forma de ayudar, porque con las políticas de desarrollo hemos cometidos grandes fracasos. En África hemos cometido verdaderas barbaridades. Por otra parte, ya estamos haciendo codesarrollo con las remesas de divisas: el envío de dinero de las personas inmigrantes a sus países está generando allí riquezas. Ahora, en cuanto las políticas que los estados puedan desplegar en los países de origen, ojalá se den, pero tengo pocas esperanzas. Y si las políticas que tenemos en mente para evitar la migración son las que se estamos desarrollando en Senegal o Mauritania, la verdad es que prefiero que no hagamos nada.
¿Con esta poca esperanza mira al futuro? ¿Hacia dónde cree que vamos?
No, esto es un poco como lo de la lluvia; cuado llueve, llueve. Y si no te gusta, sales a la calle con un paraguas. La inmigración es igual: es lo que es, y no hay nada ni nadie que lo vaya a modificar. Forma parte de la historia de la humanidad: las personas viven en el mundo y, a veces, la única oportunidad para seguir adelante aparece mediante un cambio de residencia. En ese sentido deberíamos acelerar los procesos de integración y tener una estrategia más sólida para apuntalar el conocimiento mutuo, para no crear así con la inmigración un problema ni una base para la nueva pobreza. Porque en España, por desgracia, muchos inmigrantes se están transformando en los nuevos pobres. Y esto es algo que va a dejar una huella muy importante en la sociedad. Hemos utilizado una lógica muy parecida al asistencialismo para abordar la inmigración, y esto nos pasará factura.
¿Podremos vivir juntos?
Desde luego que sí. Lo que pasa es que hay políticas activas que, por medio de la educación, nos podrían ayudar a destinar recursos para las poblaciones desfavorecidas y ayudarlas a que no se sientan amenazadas. También que los políticos se tomen en serio y pongan la inmigración y la integración en sus agendas como una única realidad. Todavía no lo han hecho: utilizan la inmigración como un elemento electoral o cuando sale en los periódicos como conflicto; sin embargo, en la cotidianeidad no les importa, no está en el centro de sus preocupaciones. Y hasta que esto no sea así, será difícil avanzar. Porque a pesar de que podemos trabajar desde fuera de la política, en investigación, en asociaciones, todavía la política es muy importante.
Adela Ros i Híjar (41) se licenció en Ciencias de la Información y Ciencias Políticas y Sociología en el año 89, en la Universidad Autónoma de Barcelona. Poco después obtuvo una beca Fulbright para doctorarse en la Universidad de California, San Diego, donde vivió tres años. A fines de 2003 asumió como secretaria de inmigración, un cargo donde la teoría suele ahogar a la práctica a la hora de abordar los problemas de fondo. Y donde, para colmo, la sensibilidad social de las fibras con que se trabaja están siempre expuestas a la polémica.
¿Un ejemplo? El encierro de inmigrantes sin papeles en una iglesia en junio de 2004 para pedir la regularización de su situación administrativa. Entonces Ros i Híjar señaló, según el diario El Mundo del 8 de junio: «La regularización sin condiciones» de todos los inmigrantes que viven en nuestro país es «poco realista» y «carece de sentido común».
Otro: la polémica en que se vio envuelta tras reprocharle al ex presidente de la Generalitat Jordi Pujol acercarse al discurso de un partido de extrema derecha. Pujol había señalado que la inmigración que recibe Cataluña «es de integración más difícil» que la del resto de España, «porque en parte es musulmana y porque la inmigración suramericana no es aquí de tan fácil integración». Ros consideró que el político de Convergència i Unió (CiU) —toda una figura de la política nacional— había demostrado con sus declaraciones «muy poca responsabilidad política», al acusar «a determinados sectores de menospreciar o ignorar la cultura y los valores» locales. También que conformaban aseveraciones «impropias de un estadista» y que éstas revelaban «muy poca comprensión» del tema. La asociación SOS Racismo respaldó a la ex secretaria y advirtió que Pujol fomentaba «el racismo social».