lunes, 22 de octubre de 2012

"EL PUEBLO INCULTO COMO RIESGO PARA LA DEMOCRACIA" , tomado de www.caidodeltiempo.blogspot.com.ar


“Mas toda la multitud dio voces a una, diciendo: ¡Fuera con éste, y suéltanos a Barrabás!”.
Lc 23,18
 
Conforme a Servando Teresa de Mier, en las repúblicas hispanoamericanas que surgieron hace casi dos centurias, el concepto de voluntad general era metafísicamente valedero, pero inaplicable debido al nivel cultural de sus habitantes. Esta tesis es sostenida por grandiosos pensadores latinoamericanos del siglo XIX; las críticas a un pueblo que no está listo para ejercer los roles encargados por la democracia representativa son, pues, frecuentes(1). En efecto, el tutelaje de los novísimos ciudadanos se juzgaba razonable porque la plebe nunca había garantizado ningún orden. Con todo, estos cuestionamientos no tienen originalidad, ya que recuerdan meditaciones vinculadas al despotismo ilustrado, cavilaciones que buscaban darle sustento a una monarquía preocupada por el adecentamiento del pópulo, pero renitente a otorgarle facultades decisorias en la vida política.
El desprecio por las nociones del común de la gente se halla en diversos autores. Mencionaré dos casos para no alejarme mucho del tema central. Roger Bacon, prominente filósofo inglés, dice: “Son cuatro los obstáculos para el conocimiento de la verdad: la frágil e indigna autoridad, la costumbre, la opinión del pueblo indocto y la propia ignorancia disimulada por una sabiduría ficticia”(2). Caminando por el mismo sendero, Bernard Mandeville declara sin sutilezas: “Yo no escribo para la multitud; me dirijo al pequeño número de personas elegidas que saben reflexionar y elevarse por encima de la vulgaridad”(3). Como varios escritores y filósofos, ambos razonadores suponen que la mayoría de los hombres objetan cualquier ejercicio intelectual, porque reputan superfluo incurrir en recogimientos gratuitos, esto es, actividades inadecuadas para la obtención de satisfacciones dinerarias. Siendo pocos los mortales que aspiran a reforzar sus conocimientos, guerrear contra las personas majaderas e iluminar la sociedad donde moran, su ideario no debería ser arrinconado jamás en aras de privilegiar dictámenes populares pero vanos y, a menudo, contraproducentes. Tendría que ser así; no obstante, nuestra realidad gusta del absurdo.
Cuando una población está compuesta por sujetos que no han accedido a la reflexión crítica autónoma, lo porvenir adviene junto con los peores gobernantes. Son riesgos de una forma gubernamental que no admite grandes distinciones al reconocer derechos políticos: cumpliendo cierta edad, todos pueden elegir a sus autoridades nacionales, departamentales o municipales. El problema no sería tan turbador si los candidatos elaboraran planes de acuerdo con lineamientos enseñados por la razón, asumieran que todo cargo público exige una preparación seria y no sólo ansias pecuniarias. Desgraciadamente, quienes participan en la disputa electoral suelen tener otras características: demagogia, rustiquez mental, corruptibilidad e inagotable concupiscencia. Ello significa que, salvo casos extraordinarios, las sociedades preponderantemente incultas eligen a sus dirigentes sin analizar los aciertos del programa ofrecido ni la verosimilitud de las promesas electorales(4). Como cuantiosos votantes actúan según dictados emocionales, no sorprende que José Wolfango Montes Vanucci haya escrito: “En nuestro país, para brillar, no se precisaba inteligencia sino garganta”(5).
“Lamentablemente, las cualidades requeridas para conquistar el Poder y conservarlo no tienen, en general, ninguna relación con las cualidades necesarias para ejercer ese Poder con competencia e imparcialidad”(6). Estas palabras de Jean-François Revel permiten mostrar otra faceta del asunto tratado. Acontece que, si bien la elección del candidato menos lúcido es perjudicial, las gestiones desarrolladas por éste hacen peligrar instituciones, reglas y convenciones vitales para cualquier Estado moderno. Lo llamativo es que se puede estar delante de un Gobierno elegido democráticamente, mas también decidido a terminar con esa obra humana. A fin de consumar este despropósito, considerando el actual panorama vulgar, le sobrarían ayudantes, exclusivistas que no aprecian las ventajas de vivir en donde los derechos fundamentales pueden más que un caudillo iletrado; dicho de otro modo, al tirano se le ofrecerían hombres resueltos a transformarse en instrumentos del aniquilamiento republicano. No exagero, pues "el totalitarismo considera a las masas no como seres humanos autónomos, que deciden racionalmente su propio destino y a quienes hay que dirigirse, por tanto, como sujetos racionales, sino como simples objetos de medidas administrativas, a quienes hay que enseñar, por encima de todo, a ser humildes y obedecer órdenes"(7).
Habiendo elegido a un político que no cespita si le toca generar hambrunas y mayor cesantía para soterrar a los oposicionistas, la porción cultivada del electorado debe recordar aquello que Domingo Faustino Sarmiento dijo a Valentín Alsina cuando experimentaban los efectos de un infortunio similar: “Tenemos lo que Dios concede a los que sufren: años por delante y esperanza”(8). Tal vez la calamidad dure un lustro; lo axiomático es que no conseguirá subyugar a todos los ciudadanos. Por suerte, hay individuos que, abandonando el sosiego del lugar común, revelaron temerariamente las pretensiones de un oficialismo tóxico. La horda puede seguir apologizando a su adalid; el deseo por tener una sociedad libre permanecerá íntegro hasta derrotarlos en las arenas que correspondan.
Procurando un remate antológico, cedo a la tentación de invocar al enorme Alcides Arguedas Díaz, quien escribió mientras discurría sobre Bautista Saavedra Mallea: “Como todo estudioso desinteresado y sincero, conocía las deficiencias de la turba, sus taras, sus vicios y la despreciaba profundamente, sosteniendo que las democracias semianalfabetas encumbraban fatalmente a los mediocres y que la popularidad en ellas era un signo evidente de vileza y de inferioridad”(9). Que los mentecatos continúen buscando el regazo del tropel; yo, rechazador de adulaciones sindicales, me quedo pensando en la quimérica ciudadanía ilustrada.

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(1) Cfr. Gustavo Escobar Valenzuela, La ilustración en la filosofía latinoamericana. México D.F.: Trillas 1990 [1980], páginas 48-53.
(2) Cita espigada por Guillermo Francovich en Los ídolos de Bacon, La Paz: Juventud 1974 [1938], págs. 11-12.
(3) Gustavo Escobar Valenzuela, obra citada, página 57.
(4) Al respecto, conviene rememorar a Herman Fernández: “Sabiendo que la masa de votantes se decidirá por el candidato cuyas proclamas se identifiquen más con ella; sabiendo que la identidad o determinación de la masa es escasa y manejada con más facilidad por los grupos de poder; y sabiendo, por último, que sus intereses expresados no coinciden muchas veces con sus intereses auténticos, superiores y duraderos; sabiendo todo ello, una pregunta surge con fuerza irresistible: el representante ¿debe ser elegido por apoyo mayoritario? O ¿deben los representantes, por el contrario, ser identificados de entre los más capaces, virtuosos y entregados, por mecanismos no utilizados todavía?” (Libertad puesta a prueba; Santa Cruz: Edición Municipal 1990, pág. 165).
(5) Wolfango Montes Vanucci, ¡Bolivia, adiós! Santa Cruz: La Mancha (La Hoguera) 2006, página 255.
(6) Jean-François Revel, Ni Marx ni Jesús. De la segunda revolución norteamericana a la segunda revolución mundial. Buenos Aires: Emecé 1971 [1970], pág. 58.
(7) Theodor W. Adorno, Ensayos sobre la propaganda fascista. Psicoanálisis del antisemitismo. Buenos Aires: Paradiso 2005, página 11.
(8) Carta-prólogo a la segunda edición de Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas. Buenos Aires: Emecé (edición especial para La Nación) 1999 [1845], pág. 320.
(9) Alcides Arguedas, La danza de las sombras (tomo II). La Paz: Juventud 1982 [1934], página 157.
Nota pictórica. La obra que ornamenta el texto fue forjada por Ivanka Drofovska en 1990.