La Convención de Ginebra prohíbe el uso de “personas reclutadas para un conflicto armado por un país distinto del suyo y motivado por la ganancia personal”. Pese a ello, Estados Unidos no ha dudado en recurrir a las Corporaciones Militares Privadas durante la ocupación de Irak. Estas empresas están suplantando las funciones del Ejército norteamericano hasta límites alarmantes. Se calcula que en Irak puede haber hasta 20.000 hombres de este “ejército invisible” que trabaja para el Pentágono.
“Todo lo que sabemos de él es que era colombiano y que murió acribillado en Tikrit. Viajaba en un convoy militar, pero no era un soldado, sino un contratista”. ¿Y qué hace un “contratista” colombiano trabajando para Kellogg, Brown & Root, la primera gran beneficiaria del Ejército norteamericano en Irak? Nunca lo sabremos. Tampoco nos dan su nombre, “por razones de seguridad”. Kellogg, Brown & Root, la misma compañía que impulsó la privatización del Ejército norteamericano y que ahora está sufriendo en sus carnes los ataques de la guerrilla iraquí, tiene por norma no identificar a sus “bajas de guerra” ni revelar su misión exacta.
Más de 20 “contratistas” han muerto desde que arrancó la guerra. Todos ellos trabajaban para alguna de esas empresas de nuevo cuño, las Corporaciones Militares Privadas (CMP), que están suplantando poco a poco a los soldados. Ellos defienden su labor en aras de la “eficiencia” y de los requisitos de las guerras modernas. Muchos les ven simplemente como los mercenarios del siglo XXI.
Los nuevos guerreros privados llevan más de 10 años tomando posiciones, pero es ahora cuando empiezan a salir de las sombras. Se calcula que en Irak puede haber de 10.000 a 20.000 en estos momentos, aunque el secretismo del Pentágono y de sus compañías hermanas tienen a todos los expertos haciendo cábalas.
Se sabe, por ejemplo, que una sola compañía, Global Risk, tiene a mil cien hombres y ocupa el sexto lugar entre las potencias de la coalición, justo entre Italia y España. Entre los guerreros privadísimos de Global Risk hay decenas de ex soldados gurkas, conocidos precisamente por su fiereza en la batalla.
Irak se está convirtiendo en el campo de batalla de las Corporaciones Militares Privadas (CMP), con su particulares ejércitos paralelos, nutridos por miles de ex militares.
Ahí tenemos a los hombres de Vinnell, con años de experiencia adiestrando a la Guardia Nacional de Arabia Saudí. Y a los expertos militares de DynCorp, curtidos en la lucha contra la guerrilla en Colombia, y beneficiados ahora por un contrato de 40 millones de dólares para preparar a la policía de Irak. Y a los aguerridos expertos de Recursos Militares Sociedad Anónima (MPRI, Inc.), capitaneados por el ex general Carl Vuono, veterano de la primera Guerra del Golfo.
Hace 12 años, sin ir más lejos, la proporción entre contratistas y soldados era de uno a cien. En Irak, ahora mismo, se estima que puede haber un “contratista” por cada seis o diez soldados.
Muchas bombas han caído desde que el propio Dick Cheney, secretario de Defensa con Bush padre como presidente, encargara el primer estudio para impulsar la privatización del Ejército. Aquel informe fue elaborado precisamente por Brown & Root (filial de Halliburton, que luego dirigiría él mismo) y llegó a la conclusión de que era mucho más efectivo y barato ceder el trabajo sucio del Ejército a los “contratistas”.
Hoy por hoy, una tercera parte de las funciones del Ejército norteamericano está en manos privadas (incluido el mantenimiento y el manejo del Air Force One, el avión presidencial). La Administración Bush confía en seguir regalando pedazos de la torta bélica a los “contratistas”, hasta dejar la proporción en mitad y mitad.
Las Corporaciones Militares Privadas, en plena “guerra contra el terror”, son uno de los sectores industriales más prósperos de Estados Unidos y están creciendo más de prisa incluso que las empresas de Internet o de biotecnología.
Según Peter Singer, analista del centro de estudios Brookings Institution y autor del libro Corporate Warriors (Guerreros Corportativos), las CMP ya generan en todo el mundo una cifra de negocio de 100.000 millones de dólares. Para el 2010, los ingresos previstos alcanzarán los 200.000 millones.
Estos mercenarios posmodernos no tienen nada que ver con sus precursores de los años 60 y 70, que se movían en el borde de la legalidad cuando se iban a Biafra o al Congo a pegar tiros y leían la revista Soldier of Fortune (Soldado de Fortuna). Ahora se trata de un sector tan profesional como cualquier otro, protegido por el escudo de las grandes corporaciones y amparado por un vacío legal que nadie parece interesado en subsanar.
La Convención de Ginebra, artículo 47, prohíbe el uso de mercenarios y los define como “aquellas personas reclutadas para un conflicto armado por un país distinto del suyo y motivado por la ganancia personal”.
Las Corporaciones Militares Privadas no ocultan su afán de lucro, aunque rechazan la acusación de mercenarios. Gran parte de los contratistas, sin embargo, son ex militares que deciden incluso abandonar el Ejército de su país para ponerse el uniforme de guerrero empresarial.
Un miembro del cuerpo de elite SAS, del Ejército británico, recibirá el doble del salario si cuelga el uniforme y se va a una empresa privada. Un gurka especializado en misiones de alto riesgo será también una pieza codiciada de las empresas que se ofrecen para “operaciones tácticas”.
Las CMP están además empotradas en multinacionales que han empezado a olerse el negocio, desde Halliburton (propietaria de Kellog, Brown &Root) a L-3 Comunicaciones (que adquirió MPRI Inc.)
En marzo pasado, los dueños de DynCorp la vendieron por 950 millones de dólares a CSC, uno de los mayores proveedores de sistemas de comunicaciones del Pentágono (y, de paso, dueño del equipo ciclista del mismo nombre, que entrena a Bjarne Rijs, el corredor que impidió que Indurain ganara el Tour en 1995).
La maraña de las CMP se ha extendido también por el sistema político, y ahí tenemos a su mentor Dick Cheney, instalado como vicepresidente en la Casa Blanca. Tan sólo en 2001, las compañías militares privadas gastaron 32 millones de dólares en grupos de presión en Washington, con notables conexiones tanto con el Partido Republicano como con el Partido Demócrata.
La opinión pública norteamericana ha empezado a contraatacar con campañas como Stop the War Profiteers (Parar a los que se benefician de las guerras), pero el tema sigue siendo tabú en los grandes medios y en el Capitolio. La congresista demócrata Jan Schakowsky ha sido la única en levantar la voz contra la privatización de la guerra. “No existe ningún modo de controlar a estas empresas que actúan por cuenta propia”, ha denunciado Schakowsky. “Por un lado son empresas civiles, y por otra parte empresas militares, pero sus empleados no están sometidos al código militar y funcionan en una especie de limbo legal”.
La misma preocupación transmite Laura Peterson, analista del Centro por la Integridad Pública y autora del informe Making a Killing: the Business of War (Haciendo un asesinato: el negocio de la guerra). “No hay ninguna agencia del Gobierno ni ningún organismo internacional que vigile a estas empresas”, denuncia Peterson. “Es imposible tener una idea exacta de ellas, saber cómo funcionan, cómo son los mecanismos de licitación y cuáles son las condiciones impuestas a los contratistas militares”.
Para mejorar su imagen pública, una docena de empresas han unido fuerzas en la así llamada Asociación Internacional para las Operaciones de Paz. Según su director, Doug Brooks, no se trata de despistar ni de lavar la imagen de las controvertidas corporaciones militares. “La paz y la estabilidad son siempre más rentables que las guerras”, afirma Brooks. “Pero las guerras existen, y nosotros salimos al encuentro de unas necesidades que están ahí”.
El mayor intento de arrojar luz sobre este ejército transnacional, invisible y paralelo que está desplegado ya en 50 países acaba de hacerlo Peter Singer con su libro Corporate Warriors. “Tanto las corporaciones militares como los gobiernos democráticos tienen que entender que no se pueden seguir camuflando”, afirma Singer. El autor adopta una posición neutral en el tema y acusa incluso a la ONU de doble rasero: “Por un lado critican la labor de estas empresas, pero por otro lado las utilizan como apoyo en misiones de paz”. “Tenemos que partir del hecho de que vivimos en un mundo donde hay guerras”, añade Singer. “Y estas empresas, que no son ni buenas ni malas en sí mismas, salen al encuentro de necesidades creadas por estas guerras. Otra cosa es el factor moral. Hay gente que piensa que los ejércitos nunca se deben privatizar, y que es injusto que haya quien se beneficie de las guerras”. Singer le da la vuelta al viejo axioma y proclama, a modo de conclusión del libro: “Aun así, la guerra es una cosa muy importante como para dejarla en manos de las empresas. Necesitamos más transparencia y leyes que pongan coto de alguna manera a estas empresas, que hoy por hoy se mueven en un terreno muy ambiguo y cruzan la frontera con bastante frecuencia”.
“La situación sobre el terreno es complicada”, ha explicado a este periódico un ex soldado americano que trabaja a tiempo parcial en SAIC (Science Aplicatios International Company), otra de estas empresas. “Ahora estamos entrenando a policías en Irak. Eso implica salir con ellos de patrulla. Y entonces, podemos ser atacados. Así que tenemos que tomar medidas para defendernos”.
Northrop Grumman también es dueño de otro de los líderes del sector, Vinnell, una empresa que está pujando por el contrato para el mantenimiento de dos bases de uso conjunto de España y EEUU. Vinnell ha puesto anuncios en EEUU pidiendo, entre otras cosas, ex oficiales del Ejército y los Marines —desde tenientes hasta tenientes coroneles—, “en buena condición física” para entrenar a los reclutas iraquíes.
Ahora, con la guerra de Irak, todo el sector vive una edad de oro. La Administración Bush está subcontratando gran parte de las funciones que tradicionalmente han llevado a cabo las Fuerzas Armadas. Por ejemplo, cuestiones tan básicas como la entrega de correo o incluso la distribución y reparto de alimentos a los 130.000 soldados americanos en Irak corren a cargo de Kellog, Brown & Root (KBR).
Pero en Irak es precisamente donde la actuación de las CMP ha empezado a ser puesta en cuestión. Según muchos militares, la guerra privatizada no es una buena idea. La evaluación ofensiva terrestre llevada a cabo por la Tercera División de Infantería —la que tomó Bagdad— incluye quejas por la tardanza de KBR en entregar el correo. Otros soldados han criticado la pésima comida que les ha dado Halliburton. Finalmente, la empresa texana ha sido acusada de cobrar 2,65 dólares por cada galón —unos cuatro litros— de petróleo que transporta de Kuwait a Irak, cuando el Ejército lo hace por un dólar.
Otros no lo ven de forma tan negativa. “En Irak ha habido un problema básico: el Pentágono ha llamado a los contratistas privados demasiado pronto. El resultado es que están en medio de una situación de combate”
Guerreros privados sin frontera
En la última década, las Corporaciones Militares Privadas se han visto envueltas en numerosos incidentes en diversas partes del planeta. Hoy por hoy, sus efectivos están desplegados en unos 50 países, principalmente en Africa Central, Oriente Medio, Sureste Asiático, Sudamérica y los Balcanes. A veces son contratadas por los gobiernos locales para adiestrar a sus ejércitos; otras se limitan a prestar apoyo técnico a los ejércitos norteamericano y británico. En varias ocasiones han cruzado sin embargo la línea y se han implicado en misiones propias de soldados. El secretismo que las rodea ha servido para mitigar el efecto de esta serie concatenada de noticias sin fronteras.
Croacia: El 4 de agosto de 1995, el Ejército de Croacia lanzó la ofensiva para recuperar la Krajina, una extensa franja de ese país ocupada por los serbobosnios. Los croatas retomaron todo el territorio en apenas tres días en una ofensiva bautizada como Operación Tormenta, en la que cometieron ejecuciones sumarias, bombardeos indiscriminados y limpieza étnica.
El ejército croata había sido adiestrado durante meses por una empresa americana cuyo nombre deja lugar a pocas dudas: Recursos Militares Profesiones (MPRI). La compañía está dirigida por el ex general de dos estrellas Carl E. Vuono, veterano de la Guerra del Golfo, frente a un equipo de otros 19 ex militares norteamericanos.
Ninguno de ellos había realizado ese trabajo por orden del Pentágono. Era, simplemente, un contrato de consultoría de su empresa, que en 1994 consiguió la licencia del Departamento de Estado para entrenar al ejército croata. MPRI ha negado reiteradamente su participación directa en la Operación Tormenta (bautizada al más puro estilo americano) y ha sostenido que su labor consistió únicamente en preparar técnicamente al ejército croata.
Los analistas reconocen que la ofensiva fue el punto de inflexión en la guerra contra Serbia. La otra cara de la moneda es ésta: la ofensiva rompió el alto el fuego de Naciones Unidas, causó 170.000 refugiados y provocó una nueva limpieza étnica. Los comandantes croatas que dirigieron la operación han sido procesados por el Tribunal Internacional de Crímenes de Guerra.
Bosnia: Varios empleados de DynCorp, otra de las empresas punteras del sector militar privado, se vieron implicados en un escándalo de tráfico sexual, prostitución de menores y tráfico ilegal de armas en Bosnia. Según Peter Singer, autor de Corporate Warriors, el supervisor de DynCorp en Bosnia grabó un vídeo de sí mismo violando a dos jóvenes. Nadie fue procesado por el caso. Para que escapara a las autoridades locales, los empleados fueron sacados del país.
Kosovo: En 1999, tras los bombardeos contra Serbia, Estados Unidos se hizo con un terreno de cientos de hectáreas en una zona rural de Urosevac, en el sureste de Kosovo. En cuatro meses, la compañía Kellog, Brown & Root levantó la mayor base militar norteamericana construida desde la época del Vietnam.
Cuatro años después, mil norteamericanos y siete mil albaneses trabajan en la base, situada nada casualmente en la ruta del futuro oleoducto trasbalcánico AMBO. El estudio de viabilidad del oleoducto fue realizado en 1996 (y actualizado en el año 2000) por la misma compañía que construyó la base militar: Kellog, Brown & Root, subsidiaria de Halliburton, la empresa que dirigió en su día el vicepresidente Dick Cheney.
Colombia: Es el escenario de una de las primeras y más ostensibles guerras privatizadas de la última década. El Gobierno de EE. UU. ha evitado implicar a sus efectivos en misiones de combate, pero los soldados de compañías como DynCorp llevan tiempo ejerciendo ese papel y se han ganado —según Peter Singer— la reputación de “arrogantes y dispuestos a luchar”.
Africa: Con su serie inacabable de conflictos de baja intensidad, este continente es un campo abonado para las compañías privadas militares. Aunque en algunas ocasiones el Departamento de Estado ha denegado la licencia a algunos contratistas que pretendían adiestrar ejércitos en regímenes dictatoriales. MPRI ha conseguido contratos en Guinea Ecuatorial y en Nigeria. En 1996 firmó un contrato de 60 millones de dólares con el Gobierno de Angola, donde han llegado a trabajar hasta 80 compañías militares y de seguridad privadas.
Executive Outcomes (EO), con experiencia en la propia Angola, en Sierra Leona, en Ruanda y en el Congo, es una de las compañías líderes del sector en Sudáfrica, el tercer exportador de servicios militares, tras Estados Unidos y Gran Bretaña.
Afganistán: La CIA da una nueva vuelta de tuerca en la privatización de la guerra y pone parcialmente en manos de contratistas particulares los vuelos de sus aviones Predator durante la campaña de Afganistán.
Una vez acabada la guerra, la empresa DynCorp —la que vela por el mantenimiento del Air Force One— consigue el contrato para la protección privada del presidente afgano Hamid Krzai. Su siguiente misión será entrenar al Ejército afgano una vez que los Boinas Verdes abandonen el país.
Kuwait: Decenas de contratistas armados participan en cursos de adiestramiento del Ejército local en la estratégica base de Camp Doha.
Arabia Saudita: El 12 de mayo, poco después de que el presidente George W. Bush diera por concluidos los combates en Irak, un atentado suicida de Al Qaeda se cobra 34 víctima (ocho de ellas norteamericanas) en Riad. Uno de los objetivos de los terroristas fue el bloque de viviendas donde vivían 70 empleados de Vinnell.
Vinnell, creada en 1975 por ex militares americanos, es la responsable del adiestramiento de la Guardia Nacional. Desde la Guerra del Golfo, el Gobierno saudí ha puesto millones de dólares en las manos de compañías militares privadas norteamericanas.
Gaza: Tres guardias de seguridad norteamericanos que protegían al agregado de Cultura de la embajada en Tel Aviv, mueren al hacer explosión una bomba en Gaza.
Irak: Un contratista de Kellog, Brown & Root que viajaba empotrado en un convoy militar en Irak muere al estallar una mina a su paso en agosto pasado en las cercanías de Tikrit. El 30 de noviembre, un día después de la muerte de los siete espías españoles, fallece tiroteado, también en Tikrit, un contratista colombiano de la misma Kellog, Brown & Root, que se niega a facilitar su nombre y su cometido exacto “por razones de seguridad”.
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