Lo bueno, lo malo y lo feo de la política basada en la identidad.
Los grupos identitarios ocupan un lugar incómodo dentro de la democracia. Sus críticos destacan hasta qué punto las identidades de grupo restringen a los individuos, más que liberarlos. Cuando se identifica a las personas en términos de blanco o negro, varón o mujer, irlandés o árabe, católico o judío, sordo o mudo, se recurre a estereotipos de raza, género, ascendencia étnica, religión o discapacidad, y se les niega la individualidad que resulta de su propio carácter distintivo y de la libertad de adhesión según su voluntad. Cuando los individuos mismos, a causa de haber sido identificados con cierto grupo, se reconocen por su raza, ascendencia étnica o religión, suelen generarse actitudes hostiles hacia otros grupos y un sentimiento de superioridad sobre los demás. Con frecuencia, los grupos rivalizan unos con otros sin concesiones, y sacrifican la justicia e incluso la paz con tal de reivindicar su superioridad como grupo.
Si los críticos ofrecieran un panorama completo, tendríamos pocas razones para dudar de que los grupos de identidad sean perjudiciales desde el punto de vista de la democracia. Pero quienes abogan por una política basada en la identidad señalan algunos puntos débiles de la imagen que los críticos brindan de la persona autónoma, que se ha hecho a sí misma, que no se identifica ni es identificada con grupos. Esos defensores de la identidad de grupo afirman que, sin identidades grupales, los individuos son atomizados, no autónomos. Las identidades de grupo ayudan a las personas a afirmar su sentido de sí mismas y de pertenencia social. Por añadidura, la identidad de grupo impulsa a las mujeres y minorías desfavorecidas a reaccionar en contra de los estereotipos negativos que heredaron, a defender una imagen más positiva de sí mismas y a mostrar respeto por los integrantes de sus grupos.
Tanto los defensores como los detractores de los grupos de identidad plantean algo atendible, pero cada bando capta sólo una parte de la relación que existe entre los grupos identitarios y la política democrática. Esa relación es mucho más compleja y no menos importante que como la presentan esas y otras defensas y críticas habituales de la política basada en la identidad. Las personas se identifican unas con otras en razón de su ascendencia étnica, raza, nacionalidad, cultura, religión, género, orientación sexual, clase, discapacidad, edad, ideología y otros marcadores sociales. No existe una única identidad que abarque la totalidad de la persona, ni siquiera todas las identidades de grupo consideradas en conjunto la abarcan; sin embargo, la identificación compartida en torno a cualquiera de esas características de la persona genera con frecuencia una identidad de grupo. En una democracia, las identidades de grupo son muy numerosas, y también muy controvertidas. Las asociaciones políticamente significativas, que convocan a sus integrantes a causa de su identificación mutua, pueden con acierto considerarse grupos identitarios.
De no ser por la identificación mutua que se da entre los individuos, no existirían grupos identitarios. Si bien la identificación mutua es fundamental para la existencia humana, la teoría de la democracia no la tuvo mayormente en cuenta; en ese marco es mucho más común hablar de "interés" y de "grupos de interés" (términos que trataremos con posterioridad) que de identidad y de grupos identitarios. Pero aun así, no hay duda de que la identificación con otras personas marca una diferencia en la manera en que el individuo percibe sus propios intereses. Ciertos experimentos psicológicos demuestran que algo tan elemental como la imagen de sí mismo cambia cuando el individuo se identifica con otros. Y es también destacable que ese cambio de la imagen propia puede estar fundado en una identificación aparentemente sin importancia. En un experimento, las voluntarias que vieron a una bella mujer desconocida refirieron que se elevó la imagen de sí mismas cuando supieron tan sólo que compartían la fecha de cumpleaños con esa desconocida. Al parecer, los sujetos del experimento se identificaron con una completa extraña en virtud de compartir la fecha de nacimiento, y esa identificación fue suficiente para que la belleza de la otra persona elevara la imagen que tenían de sí mismas. Por el contrario, la identificación con un grupo puede generar una diferencia negativa, como en los casos en que a las estudiantes se les recuerda su propio género, o a los estudiantes afroamericanos su identidad racial, antes de presentarse a un examen de una disciplina en la que la opinión generalizada es que las mujeres y los afroamericanos tienen un bajo desempeño. Es evidente que la teoría de la democracia y la política democrática no pueden darse el lujo de ignorar la influencia, positiva y negativa, que la identificación con el grupo ejerce sobre la vida de las personas.
¿Cómo afecta la existencia de grupos identitarios organizados a la teoría y la práctica de la democracia? ¿Cuándo se convierten la nacionalidad, la raza, la religión, el género, la orientación sexual o cualquier otra identidad de grupo en motivos, suficientes o no, para la acción política democrática? ¿Qué grupos de identidad se debe fomentar y cuáles se deben desalentar? ¿Qué acciones fundadas en la identidad pueden promover u obstaculizar la justicia democrática?
El análisis que sigue parece indicar que organizarse políticamente sobre la base de la identidad de grupo no es algo bueno ni malo en sí mismo. Cuando los grupos identitarios ponen el grupo por encima de la oposición a la injusticia o de la búsqueda de justicia, son poco confiables desde el punto de vista moral. Los grupos identitarios obtienen mejores resultados cuando ofrecen apoyo mutuo y luchan contra la injusticia y a favor de las personas que se encuentran en situación de desventaja. Pero, aunque esa lucha contra la injusticia tenga fundamento, puede volverse desagradable. Una lucha totalmente justificada contra la vulneración de los derechos de un grupo identitario, como el Ku Klux Klan, a menudo se vuelve fea y causa dolor y padecimientos inevitables, o evitables sólo al precio de la claudicación. La resistencia contra la injusticia, a su vez, suele encontrar resistencia, con el resultado de que muchas personas sufren sin merecerlo. Si se somete a los grupos identitarios a un análisis crítico, se puede distinguir lo bueno, lo malo y lo feo de la política basada en la identidad.
Por razones que vale la pena analizar, tanto en el discurso académico como en el popular brillan por su ausencia preguntas básicas sobre la ética política de los grupos identitarios que actúan en democracia. Los politicólogos, en general, han tendido a considerar a todos los actores políticos no gubernamentales organizados como grupos de interés, y por ese motivo han pasado por alto con benevolencia el papel que cumple la identidad grupal al definir y guiar a muchos grupos de trascendencia política que actúan en democracia. En el otro extremo, lejos de ignorar a los grupos identitarios, los analistas políticos populares suelen ser demasiado críticos. Algunos afirman, por ejemplo, que si bien los grupos de interés son "parte integrante del proceso de gobierno de una democracia", la política basada en los grupos de identidad, por el contrario, "es la antítesis del principio fundamental de una nación indivisible". Si se piensa solamente en los grupos identitarios que enseñan a aborrecer a otros y que llegan a convertir a sus integrantes en mártires, dispuestos a matar inocentes, entonces es natural reprobar la política basada en la identidad. Pero esta línea de pensamiento desorienta y da lugar a una noción limitada de grupo identitario.
En sí misma, la nacionalidad es una identidad de grupo en nombre de la cual se han cometido injusticias y también se las ha resistido. Por ejemplo, la esclavitud en los Estados Unidos y el apartheid en Sudáfrica fueron primero institucionalizados y luego repudiados en nombre del nacionalismo. Entre los nacionalismos hay diferencias drásticas de contenido. Las democracias animaron los impulsos nacionalistas de los ciudadanos para iniciar hostilidades o librar guerras defensivas. Los pueblos se congregaron en torno a una amplia variedad de identidades nacionalistas para apoyar regímenes tiránicos, pero también muchos movimientos nacionalistas opusieron resistencia a las tiranías. El nacionalismo es parte de la política basada en la identidad, y las naciones, al igual que los otros grupos identitarios, deberían analizarse según los criterios de justicia democrática.
Los grupos de identidad aparecen como un subproducto inevitable de conceder a los individuos el derecho a la libre asociación. Mientras los individuos tengan la libertad de asociarse, existirán grupos identitarios de muchas clases. Ello se debe a que las personas libres se identifican mutuamente de diversas maneras que tienen trascendencia política, y una sociedad que impidiera la formación de grupos de identidad sería una tiranía. En consecuencia, el derecho a la libre asociación legitima los grupos identitarios de diversa índole.
Muchos partidos políticos son grupos identitarios que recurren a las identidades compartidas en cuanto a ideología, clase, religión o ascendencia étnica, entre otras identificaciones mutuas, y las fomentan. El mito de que los ciudadanos "superiores" son votantes independientes (es decir, ciudadanos que no se identifican de manera estable en el tiempo con un partido político como grupo de referencia partidario) fue uno de los primeros que cayó ante la investigación basada en encuestas en el campo de la ciencia política. El estudio 'The American voter' halló que "lejos de prestar más atención, tener más interés o estar más informados [...] los independientes, como grupo, suelen tener un conocimiento más incompleto de los temas, una imagen de los candidatos más desdibujada, menor interés por la campaña y relativamente menos curiosidad por el resultado". La aparición de los votantes independientes en los Estados Unidos en la década de 1960 hizo que muchos analistas políticos afirmaran que la identificación mutua con respecto a un partido político había pasado a ser anacrónica, pero el resurgimiento de la lealtad partidaria a partir de mediados de la década de 1970 (comparable con el elevado nivel de la década de 1950) resalta la importancia de los partidos políticos en cuanto grupos de identidad.
En la actualidad, casi no quedan dudas de que la identificación mutua con respecto a una identidad grupal partidaria desempeña un papel fundamental en el marco de las instituciones oficiales de la política democrática. Tal como lo demuestra la extensa literatura acerca de la identificación con los partidos, no se puede comprender cabalmente el éxito o el fracaso relativos de los partidos políticos si no se tiene en cuenta de qué modo triunfan o fracasan al requerir y fomentar la identificación mutua entre sus integrantes potenciales. Al examinar y evaluar el rol de los grupos identitarios por fuera de los partidos políticos y de los procesos políticos formales del gobierno democrático, en el presente libro se profundiza el hallazgo de que la identificación mutua es una parte medular de la política partidista. Los grupos identitarios actúan no sólo dentro del ámbito de los mecanismos formales de la democracia, sino también fuera de él, y de maneras que tanto apoyan como amenazan los principios fundamentales de la justicia democrática.
Tres de esos principios fundamentales son: igualdad ante la ley -o igualdad civil-, iguales libertades e igualdad de oportunidades. La interpretación de estos principios varía según qué enfoque se tenga de la democracia, pero esa variación no menoscaba el hecho de que la igualdad ante la ley, de libertades y de oportunidades son principios nucleares de cualquier tipo de democracia moralmente defendible. Dentro de un amplio abanico, cualquier perspectiva compatible con esos principios fundamentales puede considerarse democrática. Los grupos de identidad, al expresar y poner en práctica tales principios, actúan de maneras que favorecen a las democracias y también de modos que las inhiben. Ni la indiferencia condescendiente hacia los grupos identitarios por parte de los politicólogos ni la crítica demasiado severa de los analistas políticos populares aportan mucho para comprender a esos grupos o para evaluar su rol en las sociedades democráticas.
jueves, 14 de agosto de 2008
"La identidad en democracia" por Amy Gutmann
Publicado por DARÍO YANCÁN en 4:12
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario