domingo, 13 de julio de 2008

"Las primeras destrucciones de libros en China" ror Fernando Báez

Tschao Tscheng, en el año 246 a.C., a la edad de 13 años, se convirtió en el líder de una región llamada Ts´in, uno de los tantos feudos en los que estaba dividida la China Antigua. Durante varios siglos, Ts´in fue un centro militar y cultural, donde predominaba un prurito por la conquista de todos los demás territorios. La llegada del muchacho, entusiasmó a los enemigos, pero es obvio que fue subestimado. Narigudo, de ojos grandes, voz recia y hábitos de guerra temibles, hijo de la concubina de un comerciante adinerado, Tscheng no pudo ejercer el mando hasta el año 238 a.C, pero apenas supo que era efectivamente rey, mató al amante de su madre y mandó al exilio al tutor regente. De inmediato, comenzó una campaña contra el resto de los feudos que dominaban entonces y, uno por uno, los sometió. Intentaron asesinarlo, pero como siempre sucede en estos casos, sólo lograron aumentar su coraje. Ya para el 215 a.C., era dueño de un verdadero Imperio, y en un arranque de emoción ordenó colocar una inscripción donde decía: Ha reunido todo el mundo por primera vez.

No vaciló en matar, sobornar y destruir a todos sus opositores, y eso tuvo su efecto: se convirtió en un monarca rico. Además de rico, ansioso, y ególatra y jamás benevolente. Un día convocó a sus ministros y tomó la decisión de adoptar un título universal que declarara su majestad. Se proclamó entonces huang-ti (Augusto Soberano), y, seguro de su inmortalidad, anticipó a este nombre el de Shi (Primero) y así fue nada menos que Schi Huang-ti. Siguiendo una tradición, consideró oportuno que su dinastía se basara en tres principios: en el número 6, en el agua, y en el color negro.1

Su reinado fue preciso y uniforme. Asesorado por su leal ministro Li Sse, uno de los discípulos más inteligentes de Sün Tse, partidario de las tesis de la Escuela de los Legistas2, impuso la doctrina de la ley y acabó con la bondad como criterio de juicio. Las medidas, las pesas, el tamaño de los caminos, las vestimentas, las conversaciones, las opiniones, los modos de lucha, e incluso el idioma, fueron unificados. El ejército fue centralizado, y numerosas actividades económicas fueron sometidas a controles que implicaban, casi siempre, la conversión de los comerciantes en agricultores. Creó 36 distritos con administradores celosamente vigilados. Misterioso, Schi Huang-Ti nunca se dejaba ver por nadie, y era imposible saber si se encontraba en uno u otro de sus 260 palacios. En el fondo, no sólo quería impresionar sino restar posibilidades a sus enemigos naturales, que los tenía, y no en poca medida. Viajaba, sin avisar, a lugares remotos, en busca del elíxir de la inmortalidad. Con fines militares, y con esta misma visión unitaria, hizo en el 214 a.C. que el General Men T´ieng, junto con 300.000 soldados, enlazara las antiguas murallas que estaban en la frontera, para así consolidar una sola Gran Muralla, que vino a llamarse Wa-li Ch´ang-Ch´eng. En la construcción de ese bastión militar, murieron miles de miles de hombres, aunque no resultó terminada, pues fue reparada en el siglo IV d.C. y complementada en los siglos XV y XVI. También ordenó construir una Tumba monumental, muy cerca de Hienyang, en la que trabajaron 700.000 hombres durante 36 años.

El año 213 a.C., fecha en la cual un grupo de hombres intentaba reunir todos los libros existentes en la ciudad de Alejandría, en Egipto, Schi Huang-Ti, ordenó quemar todos los libros cuya temática no fuese la agricultura, la medicina o la profecía, es decir, casi todos los libros del mundo. Entusiasmado por sus acciones, creó una biblioteca imperial dedicada a vindicar los escritos de los Legalistas, defensores de su régimen, y ordenó confiscar el resto de los textos chinos. De hogar en hogar, los funcionarios tomaron entonces los libros y los llevaron a una pira, donde los hicieron arder para sorpresa y alegría de quienes no los habían leído. El peor delito era ocultar un libro y la pena consistía en ser enviado a trabajar en la construcción de la Gran Muralla. Ssema Ts’ien (h. 145-85 a.C), el gran cronista de China, reseña el acontecimiento:

[...] Las historias oficiales, con excepción de las Memorias de Ts’in, deben ser todas quemadas. excepto las personas que ostentan el cargo de letrados en el vasto saber, aquellos que en el imperio osen esconder el Schi King y el Schu King o los discursos de las Cien Escuelas deberán ir a las autoridades locales, civiles y militares para que aquéllos los quemen. Aquéllos que osen dialogar entre sí acerca del Schi King y del Schu King serán aniquilados y sus cadáveres expuestos en la plaza pública. Los que se sirvan de la Antigüedad para denigrar los tiempos presentes serán ejecutados junto con sus parientes [...] Treinta días después de que el edicto sea promulgado aquéllos que no hayan quemado sus libros serán marcados y enviados a trabajos forzados [...]3

Centenares de letrados, reacios a aceptar la medida, murieron a manos de los verdugos y sus familias sufrieron humillaciones inefables. Se sabe que esta medida, además, acabó con cientos de escritos que estaban almacenados en huesos, en conchas de tortuga y tablillas de madera.

Shi Huang-ti, que se consideraba inmortal, veneraba el Tao-Te-king de Lao-Tse y la doctrina del taoísmo; odiaba, en cambio, los escritos de K’ong fu-tse o Confucio y, por supuesto, los hizo quemar. Algunos años más tarde, cuando los sirvientes limpiaban la Biblioteca Central, se descubrió una copia oculta de los escritos de Confucio. No es imposible que un bibliotecario se burlara de este modo de toda la autoridad constituida. El año 206 a.C., sin embargo, ocurrió un hecho ajeno a los planes del Emperador: la guerra civil no respetó la condición venerable de la biblioteca y fue arrasada. Sólo en el año 191 a.C., durante la dinastía Han, pudo restituirse la memoria de China, pues numerosos eruditos habían conservado obras enteras de memoria y, salvo por algunos deslices que aturden aún a los sinólogos norteamericanos, pudieron componer nuevamente la literatura de su tiempo.

Notas:
[1] Derk Bodde, China´First Unifier, 1938.
[2] La Escuela legalista, precursora de algunos de los puntos de vista de Maquiavelo, estuvo representada por Shen-Tao, Shen Pu-hai y Shang Yang. Las tesis de estos tres entusiastas del absolutismo fueron sintetizadas por Han Fei-tse. Cfr. W.K. Liao (The complete Works of Han Fei Tsu, a Classic of Chinese Legalism, 1939)
[3] Historia de la China Antigua (1974, p. 298) de A.

1 comentario:

P dijo...

El discípulo estaba ocupado mezclando diferentes tipos de yerbas.

-¿Para qué mezclás la yerba? -preguntó el maestro.

-Porque no quiero acostumbrarme al gusto de ninguna -respondió el discípulo.

-¿Y cómo vas a hacer para no acostumbrarte al gusto de la mezcla?

El discípulo se iluminó.