domingo, 13 de julio de 2008

"EL BIBLIOCAUSTO NAZI" por Fernando Báez, Universidad de Los Andes

"Cada libro quemado ilumina el mundo" - R.W. Emerson

I. Todos han oído hablar del Holocausto Judío, nombre dado a la aniquilación sistemática de millones de judíos a manos de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Pero es oportuno señalar que este genocidio tuvo su equivalente. También hubo un Bibliocausto, donde millares de libros fueron destruidos por el mismo régimen. Entender cómo se gestó puede permitirnos comprender que Heinrich Heine tenía razón cuando escribió proféticamente: [...]donde los libros son quemados, al final también son quemados los hombres[...]. La destrucción de libros de 1933 fue, a mi juicio, apenas un prólogo a la matanza que vendría después. Las hogueras de libros fueron las que inspiraron los hornos crematorios. Y esto merece una reflexión detenida, porque se trata de un acontecimiento que ha marcado para siempre la vida de millones de hombres y que va seguir siendo uno de los hitos más siniestros de la historia.

El comienzo de esta barbarie tiene fecha: el 30 de enero de 1933, cuando el presidente de la llamada República de Weimar, en Alemania, Paul Ludwig Hans Anton Von Beneckendorff Und Von Hindenburg (1847-1934), designó a Adolfo Hitler como canciller. Trataba de reconocer la inestable mayoría de este iracundo político; viejo y cortés, Hindenburg ignoró lo que sobrevino casi de inmediato: un período político y militar que sería conocido posteriormente como El Tercer Reich (´reich´ es ´imperio´). Hitler, que había sido cabo en el ejército, que había querido ser un pintor de fama mundial y fracasó, que había intentado dar un golpe de Estado en 1923, utilizó una estrategia de intimidación contra los judíos, los sindicatos y el resto de los partidos políticos. No era, como puede pensarse ligeramente, un loco, sino la voz más visible de una idiosincracia germana totalitaria.

El 4 de febrero, la Ley para la Protección del Pueblo Alemán restringió la libertad de prensa y definió los nuevos esquemas de confiscación de cualquier material que fuera considerado peligroso. Al día siguiente, las sedes de los partidos comunistas fueron atacadas salvajemente y sus bibliotecas destruidas. El 27, el Parlamento Alemán, el famoso Reichstag, fue incendiado, junto con todos sus archivos. El 28, la reforma de la Ley para la Protección del Pueblo Alemán y el Estado, legitimó medidas excepcionales en todo el país. La libertad de reunión, la libertad de prensa y la de opinión, quedaron restringidas. En unas elecciones controladas, el Partido de Hitler, conocido como Partido Nazi, obtuvo la mayoría del nuevo Parlamento y se decretó oficialmente el nacimiento del Tercer Reich.

Alemania, obviamente, estaba transformando sus instituciones después de la terrible derrota sufrida durante la I Guerra Mundial. Hitler, que no era alemán, fue considerado como un estadista idóneo para rescatar la autoestima colectiva, y sus purgas contra la oposición lo convirtieron en un líder temido. Su eficacia, no obstante, estaba sustentada en varios hombres. Uno de ellos era Hermann Göring; el otro era Joseph Goebbels. Ambos eran fanáticos, pero el segundo fue quien convenció a Hitler de la necesidad de extremar las medidas que ya venían ejecutando, y logró ser designado al frente de un nuevo órgano del Estado que vendría a ser conocido como Reichsministerium für Volksaufklärung und Propaganda (Ministerio del Reich para la Ilustración de Pueblo y para la Propaganda).

Goebbels sabía lo que hacía, y Hitler le dio carta blanca. Tenía una fe absoluta en su amigo, y tenía muy buenas razones para creer ciegamente en sus aciertos. Goebbels, quien no había ingresado al Ejército por ser patituerto, se había doctorado como Filólogo, en 1922, en la Universidad de Heidelberg, donde fue profesor Friedrich Hegel en el siglo XIX. Era un lector apasionado de los clásicos griegos y, en cuanto a pensamiento político, prefería el estudio de los textos marxistas y de todo lo escrito que existiera contra la burguesía. Admiraba a Friedrich Nietzsche, recitaba poemas de memoria, y, por lo que se sabe, escribía textos dramáticos y ensayos. Cuando se unió a Hitler, reconoció su verdadera vocación, como lo dijo muchas veces, y ya con el cargo de Ministro, en 1933, reunió un equipo de trabajo para redactar la Ley Relativa al Gobierno del Estado, que fue sancionada el 7 de abril de ese año. Indudablemente, ahora tenía un control absoluto sobre la educación y fomentó un cambio total en las escuelas y universidades.

El 8 de abril, fue enviado un memorandun a las Organizaciones Estudiantiles Nazis, donde se proponía la destrucción de todos aquellos libros peligrosos que estuvieran en las bibliotecas de Alemania. De cualquier forma, ya el mes anterior, exactamente el día 26 de marzo, fueron quemados libros en Schillerplatz, en un lugar desconocido y tranquilo llamado Kaiserslautern. El primero de abril, Wuppertal sufrió saqueos y quemas de libros en Brausenwerth y en Rathausvorplatz.

Algo terrible se gestó entonces. Una especie de fervor inusitado que estaba limitado por la presión internacional europea, despertó entre los estudiantes e intelectuales alemanes. Un odio manejado por osadas ráfagas de propaganda se extendió en las aulas, y el resultado no se hizo esperar. El 11 de abril, en Düsseldorf, fueron destruidos libros de contenido comunista y judío. Algunos de los más importantes filósofos alemanes, sin ser obligados a ello, como Martin Heidegger , adhirieron las ideas de Goebbels. En abril, Heidegger fue designado Rector de la Universidad de Friburgo y el 1 de mayo, se hizo miembro del NSDAP .

II. El 2 de mayo, en Leipzig en Gewerkschaftshaus, se destruyeron textos, pero fue realmente el 5 de mayo de 1933 cuando empezó todo. Los estudiantes de la Universidad de Colonia fueron a la biblioteca, y en medio de lágrimas y risas, recogieron todos los libros de autores judíos o de procedencia judía. Horas más tarde, los quemaron. Estaba bastante claro que esa era la vía elegida para mandar un mensaje al mundo entero. Y los actos que siguieron así lo probaron.

Los estudiantes estaban frenéticos. El día 6, del mismo mes, la juventud del Partido Nazi y miembros de otras organizaciones, sacaron media tonelada de libros y folletos del Instituto de Investigación Sexual de Berlín. Goebbels, indetenible, preparaba reuniones todas las noches porque se había decidido iniciar un gran acto de desagravio a la cultura alemana. Como fecha tentativa, se propuso el 10 de mayo. El 8 de mayo hubo algunos desórdenes en Friburgo, y destrucciones de libros.

El 10 de mayo fue un día agitado desde muy temprano. La Asociación de Estudiantes Alemanes se agolpó en la biblioteca de la Universidad Wilhelm Von Humboldt y comenzaron a recoger todos los libros prohibidos por el régimen. Había una euforia inesperada. Finalmente, los libros, junto con los que se habían obtenido en otros centros, como el Instituto de Investigaciones Sexuales o en las bibliotecas de judíos capturados, fueron transportados a Opernplatz. En total, el número de libros sobrepasaba los 25.000. Muy pronto se concentró una multitud alrededor de los estudiantes. Éstos comenzaron a cantar un himno que causó gran impresión entre los espectadores. La primera consigna fue fulminante:

Contra la clase materialista y utilitaria. Por una comunidad de Pueblo y una forma ideal de vida. Marx, Kautsky .

La hoguera ya estaba encendida. Tal vez nadie podía creer lo que pasaba, pero no dejó de sorprender a cualquier observador que una de las capitales más cultas del mundo, donde se encontraban algunas de las más importantes universidades europeas, era el centro de una de las quemas de libros más impresionante de la época. Joseph Goebbels, quien dirigía todas las acciones, levantó la voz y después de saludar a todos con un estruendoso Heil, explicó los motivos de la quema:

"La época extremista del intelectualismo judío ha llegado a su fin y la revolución de Alemania ha abierto las puertas nuevamente para un modo de vida que permita llegar a la verdadera esencia del ser alemán. Esta revolución no comienza desde arriba, sino desde abajo, y va en ascenso. Y es, por esa razón, en el mejor sentido de la palabra, la expresión genuina de la voluntad del Pueblo[...]
"Durante los pasados catorce años Uds., estudiantes, sufrieron en silencio vergonzoso la humillación de la República de Noviembre, y sus bibliotecas fueron inundadas con la basura y la corrupción del asfalto literario de los judíos. Mientras las ciencias de la cultura estaban aisladas de la vida real, la juventud alemana ha reestablecido ahora nuevas condiciones en nuestro sistema legal y ha devuelto la normalidad a nuestra vida[...]
"Las revoluciones que son genuinas no se paran en nada. Ningún área debe permanecer intocable[...]
Por tanto, Uds. están haciendo lo correcto cuando Uds., a esta hora de medianoche, entregan a las llamas el espíritu diabólico del pasado[...]
"El anterior pasado perece en las llamas; los nuevos tiempos renacen de esas llamas que se queman en nuestros corazones[...]"

Los cantos prosiguieron y al final de cada estrofa se arrojaban algunos libros cuyos autores se mencionaban:

Contra la decadencia misma y la decadencia moral. Por la disciplina, por la decencia en la familia y en la propiedad.

Heinrich Mann, Ernst Glaeser, E. Kaestner

Contra el pensamiento sin principios y la política desleal. Por la dedicación al Pueblo y al Estado.

F.W. Foerster.

Contra el desmenuzamiento del alma y el exceso de énfasis en los instintos sexuales. Por la nobleza del alma humana.

Escuela de Freud.

Contra la distorsión de nuestra historia y la disminución de las grandes figuras históricas. Por el respeto a nuestro pasado.

Emil Ludwig, Werner Hegemann.

Contra los periodistas judíos demócratas, enemigos del Pueblo. Por una cooperación responsable para reconstruir la nación.

Theodor Wolff, Georg Bernhard.

Contra la deslealtad literaria perpetrada contra los soldados de la Guerra Mundial. Por la educación de la nación en el espíritu del poder militar.

E.M. Remarque

Contra la arrogancia que arruina el idioma alemán. Por la conservación de la más preciosa pertenencia del Pueblo.

Alfred Kerr

Contra la impudicia y la presunción. Por el respeto y la reverencia debida a la eterna mentalidad alemana.

Tucholsky, Ossietzky

La operación, cuyas características se habían mantenido hasta ese instante en secreto, se reveló pronto en su verdadera dimensión porque el mismo 10 de mayo, hubo una quema de libros en numerosas ciudades alemanas. La lista de quemas incluyó varias ciudades y fue casi simultánea para causar pánico: Bonn, Braunschweig, Bremen, Breslau, Dortmund, Dresden, Frankfurt/Main, Göttingen, Greifswald, Hannover, Hannoversch-Münden, Kiel, Königsberg, Marburg, München, Münster, Nürenberg, Rostock y Worms. Finalmente hay que mencionar Würzburg, en cuya Residenzplatz se incineraron cientos de escritos.

Y, como si se tratara de una avalancha, Goebbels insistió en continuar con estas quemas de libros prohibidos. No hubo un rincón en el que los estudiantes y los miembros de las juventudes hitlerianas no destruyeran obras. El 12 de mayo, fueron eliminados libros en Erlangen Schloßplatz, en la Universitätsplatz de Halle-Wittenberg. Al parecer, el 15 de mayo, algunos miembros apilaron textos en Kaiser-Friedrich-Ufer, en Hamburgo, y a las once de la noche, después de un discurso ante una escasa multitud, los quemaron. La apatía preocupó a los integrantes de los incipientes servicios de inteligencia del partido y se decidió repetir el acto. El 17, la Universitätsplatz, de Heidelberg se conmovió cuando hasta los niños participaron en las quemas de libros. El 17 de junio, la Jubiläumsplatz, en Heidelberg, volvió a ser utilizada para las quemas. Hubo otras destrucciones adicionales el 17 de mayo: en la Universidad de Colonia, en la ciudad de Karlsruhe.

El 19 de mayo, Hitler estaba totalmente emocionado. Y Goebbels, seguro de los efectos de este éxito, pidió a los jóvenes que no se detuvieran. El mismo 19, el horror se mantuvo en el Museo Fridericanum, en Kassel, y en la Meßplatz, de Mannheim. El 21 de junio, tres regiones quemaron libros. Por una parte, estaba Darmstadt, en cuya Mercksplatz se llevaron a cabo los hechos; por otra, estaba Essen y la mítica ciudad de Weimar. Varios años más tarde, específicamente el 30 de abril de 1938, la Residenzplatz, de la famosa Salzburgo, fue utilizada por estudiantes y militares para una destrucción masiva de ejemplares condenados.

El impacto que produjeron las quemas de mayo 1933 fue enorme. Sigmund Freud, cuyos libros fueron seleccionados para ser destruidos, dijo irónicamente a un periodista que, a pesar de lo que pudiera comentarse, semejante hoguera era un avance en la historia humana:

En la Edad Media ellos me habrían quemado. Ahora se contentan con quemar mis libros [...]

Lo que olvidó Freud en su broma es que hubiera sido quemado si hubiera permanecido en Alemania.
Varios grupos intelectuales marcharon en Nueva York contra estas medidas . La revista Newsweek no vaciló en hablar de un "holocausto de libros" y la revista Time utilizó por primera vez el término de "bibliocausto" . Los japoneses, impresionados, condenaron los ataques contra los libros. El repudio, en suma, fue total.

No obstante, según W. Jütte , el rechazo no evitó que los libros de más de 5.500 autores fueran aniquilados. Los principales textos de los más destacados representantes de inicios del siglo XX alemán recibieron vetos continuos y ardieron sin piedad. Entre otros muchos, los autores que fueron censurados, vetados o eliminados, conforman una larga lista que puede muy bien reducirse como sigue. No es completa, pero intenta una aproximación bastante exhaustiva:

Nathan Asch
Schalom Asch (1880 - 1957)
Henri Barbusse (1873 - 1935)
Richard Beer-Hofmann (1866 - 1945)
Georg Bernhard
Günther Birkenfeld
Bertolt Brecht (1898 – 1956)
Hermann Broch (1886-1951)
Max Brod (1884 - 1968)
Martin Buber (1878-1965)
Robert Carr
Hermann Cohen (1842-1918)
Otto Dix (1891-1969)
Alfred Döblin (1878 - 1957)
Kasimir Edschmid (1890 - 1966)
Ilja Ehrenburg (1891 - 1967)
Albert Ehrenstein (1886 - 1950)
Albert Einstein (1879-1955)
Lion Feuchtwanger (1884 - 1958)
Georg Fink
Friedrich W. Foerster (1869-1966)
Bruno Frank (1887-1945)
Sigmund Freud (1856 - 1939)
Rudolf Geist
Fjodor Gladkow


Ernst Glaeser (1902 - 1963)
Iwan Goll (1891 - 1950)
Oskar Maria Graf (1894-1967)
George Grosz (1893-1959)
Karl Grünberg
Jaroslav Hasek (1883 - 1923)
Walter Hasenclever (1890 - 1940)
Werner Hegemann
He (1797-1856)
Ernst Hemingway (1899-1961)
Georg Hermann (1871-1943)
Arthur Holitscher (1869 - 1941)
Albert Hotopp Heinrich
Eduard Jacob
Franz Kafka (1883-1924)
Georg Kaiser (1878-1945)
Josef Kallinikow Gina Kaus (1894-?)
Rudolf Kayser (1889-1964)
Alfred Kerr (1867 - 1948)
Egon Erwin Kisch (1885 - 1948)
Kurt Kläber
Alexandra Kollantay
Karl Kraus (1874-1936)
Michael A. Kusmin (1875 - 1936)
Peter Lampel (1894 - 1965)
Else Lasker-Schuler (1869-1945)
Vladimir Ilich Lenin (1870-1924)
Wladimir Lidin
Sinclair Lewis (1885-1951)
Mechtilde Lichnowsky (1879-1958)
Heinz Liepmann
Jack London (1876 - 1916)
Emil Ludwig
Heinrich Mann (1871 - 1950)
Klaus Mann (1906 - 1949)
Thomas Mann (1875-1955)
Karl Marx (1818 - 1883)
Erich Mendelsohn (1887-1953)
Robert Musil (1880-1942)
Robert Neumann (1897 - 1975)
Alfred Neumann (1895-1952)
Iwan Olbracht (1882 - 1952)
Carl von Ossietzky (1889 - 1938)
Ernst Ottwald
Leo Perutz (1882-1957)
Kurt Pinthus (1886 - 1975)
Alfred Polgar (1873-1955)
Plivier (1892 - 1955)
Marcel Proust (1871-1922)
Hans Reimann (1889-1969)
Erich Maria Remarque (1898 - 1970)
Ludwig Renn (1889 - 1979)
Joachim Ringelnatz (1883-1934)
Iwan A. Rodionow
Joseph Roth (1894-1939)
Ludwig Rubiner (1881 - 1920)
Rahel Sanzara
Alfred Schirokauer Schlump
Arthur Schnitzler (1862 - 1931)
Karl Schroeder
Anna Seghers (1900 - 1983)
Upton Sinclair (1878 - 1968)
Hans Sochaczewer
Michael Sostschenko
Fjodor Ssologub
Adrienne Thomas
Ernst Toller (1893 - 1939)
Bernard Traven (1890-?)
Kurt Tucholsky (1890 - 1935)
Werner Türk
Fritz von Unruh (1885-1970)
Karel Vanek
Jakob Wassermann (1873 - 1934)
Arnim T. Wegner (1886 - 1978)
H. G. Wells (1866-1946)
Franz Werfel (1890 - 1945)
Ernst Emil Wiechert (1887-1950)
Theodor Wolff (1868 - 1943)
Karl Wolfskehl (1869-1948)
Émile Zola (1840-1902)
Stefan Zweig (1881 - 1942)
Arnold Zweig (1887 - 1968)

Hitler no olvidó nunca a Goebbels y le perdonó todo, hasta sus reiterados deslices con prostitutas. El día de su suicidio, en 1945, lo nombró Canciller del Reich. Y Goebbels, aceptó este honor, pero por unas horas. Casi como si se tratara de una simetría perversa, el 1 de mayo, el mes de la gran quema de libros, acabó con todos sus hijos, mató a su esposa, y luego, no sin esbozar una sonrisa de triunfo y alzar la mano celebrando al Führer, se dio muerte.


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