jueves, 17 de julio de 2008

"El fin de la hegemonía cultural K" por Pablo Díaz de Brito











El actual resquebrajamiento del poder K anticipa otra derrota, aún por verse pero ya en gestación: la derrota cultural del kirchnerismo. Todavía no llegó pero es ineludible, una vez perdida la hegemonía política. ¿Que conllevaría la derrota K en el plano político-cultural? Mucho. El kirchenirsmo significó el establecimiento desde 2003 de un nuevo standard de moral social alrededor de dos ejes vinculados: el discurso épico-trágico de la Dictadura y de los treinta mil compañeros desaparecidos, todos ellos héroes a los que no se puede formular ninguna crítica póstuma, protagonistas de la "Resistencia" contra aquella dictadura y, sobre todo, contra la imposición, desde el 76, del modelo económico neoliberal, que es el segundo eje de este dispositivo retórico.
Así reza, en resumen, este viejo pero reciclado y repotenciado relato, convertido en eficaz Vulgata ("cassette") por decisión de los Kirchner, y que hoy se pone en las cabezas de los adolescentes y jóvenes en las escuelas medias, o mediante el oportuno regalo de un libro de Felipe Pigna para que "los chicos sepan la verdad". En los 80 y los 90 esta retórica maniquea era propia de sectores minoritarios, pero siempre presentes: el limitado mundo de la CTA, Página 12, etc. Hoy es el discurso del poder más crudo. El mismo que "argentiniza" Aerolíneas y que arma el oscuro negocio del tren bala. La santificación de los desaparecidos desde el poder K tuvo su muestra más cabal con la reescritura del prólogo del Nunca Más alfonsinista, que se había "quedado" en la "teoría de los dos demonios", con aquello de qué bien que había combatido Italia al terrorismo de las Brigadas Rojas.


El librito de Jauretche

Un indicio de las primeras grietas en la hegemonía cultural K lo podemos detectar, tal vez, en la intervención del Chacho Alvarez en la Feria del Libro junto a Laclau, cuando ironiza acertadamente sobre Luis D'Elía y dice aquello de que cada vez que le damos lección a la clase media con el librito de Jauretche logramos que se incline por una opción conservadora. D'Elía le constestó a través del servicio de propaganda oficial llamado Télam, firmando una extensa carta abierta al profesor Chacho Alvarez. De profesor a profesor fue la cosa. Ahí nuestro pensador matancero habla con sorna sobre el progresismo que encarna Chacho, un sucedáneo castrado y domesticado del pensamiento nacional, popular y revolucionario. D'Elía atribuye la total indiferencia de los sectores medios hacia su retórica simplota y exaltada al "quiebre cultural" de la clase media, que deriva, en los 90, en la opción por el progresismo chachista y frentegrandista. En psicología clínica el rechazado racionaliza el rechazo como una debilidad o, mejor, una deserción moral del Otro que lo rechaza: así hace D'Elía. Chacho, en cambio, con una dosis no menor de oportunismo, acierta. El, además, sí conoce a la clase media, porque a ella pertenece. D'Elía es un ejemplar de lumpen del Conurbano que se dio a sí mismo cierta formación política dentro, claro, del corsé alienante de la militancia pura y dura. No puede, entonces, como pretende, polemizar de profesor a profesor con Chacho. Aunque Télam le dé pie para intentar hacerlo, pero sin resultado ni contestación alguna a su ambiciosa carta abierta.
El "quiebre cultural" no es entonces de las clases medias, sino de esta precaria cultura política nacional, popular y antiliberal que intentó implantar el kirchnerismo. Y que alcanzó, como se dijo, a inyectar en cierto grado a los más jóvenes. Pero el deterioro rapidísimo de Cristina hace que el horizonte se achique, que la mitología o Vulgata de la Resistencia no tenga perspectivas de instaurarse de manera permanente en el imaginario argentino. Porque, dentro de poco, posiblemente algún juez ya no temerá tanto al poder K y citará a declarar a un Montonero, dejando de lado así la absurda doctrina de la Corte según la cual los delitos de lesa humanidad son sólo cosa del Estado. Doctrina que únicamente existe en Argentina, como ha dicho repetidamente Moreno Ocampo, el fiscal de la CPI de La Haya; como además puede comprobarse fácilmente leyendo las innumerables denuncias de juristas en la ONU contra las guerrillas colombianas por delitos contra la humanidad. Tal vez otro juez se anime con el caso Larraburre y cite a algún erpio. Entonces se abrirá un verdadero debate en la sociedad argentina sobre los años 70, debate que hoy no existe: hoy tenemos una repetición estandarizada y reverencial de la retórica mencionada y un enorme temor a objetarla públicamente. Temor eficazmente instalado por ese dispositivo discursivo a quedar automática e inapelablemente rotulado como "facho", golpista, procesista, etc. Así como hoy se rompe el miedo al poder K en un terreno estrictamente político (ahí están Schiaretti, Busti, Solá, los diputados K de Córdoba, etc.), lo mismo ocurrirá en el futuro en el campo del debate sobre la historia reciente y los valores políticos a ella vinculados.
El ocaso político del kirchenirsmo significa así el principio del fin del predominio absoluto del discurso único sobre la Epica de la Resistencia y los treinta mil compañeros desaparecidos. Cuando esta mitología deje de ser hegemónica podrá volverse a hablar libremente de los 70, como hacen desde siempre los italianos sobre sus "años de plomo", que también fueron los 70. Se volverá entonces a reponer el prólogo original al Nunca Más. Laclau ya no será el intelectual favorito y la intelectualidad retornará, pongamos, a Habermas. Le Monde Diplomatique virará hacia posiciones más cercanas a las que sostenía hasta 2002, no ya digamos en los 90. El librito de Jauretche volverá a ser parte de un repertorio indicativo de una cierta indigencia cultural, la de los D'Elía y los Pérsico. Un mal sueño, una pesadilla, que quería presentarse como una epifanía nacional, habrá quedado atrás. Entonces, que gane Macri o que gane Lilita o un peronista ya-no-K, nos parecerá un asunto menor ante esta liberación de la era rabiosa, autoritaria y neurótica de los Kirchner

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