Doctor en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; Postgrado Universidad Complutense de Madrid, Departamento de Filosofía IV, Pensamiento contemporáneo y Estética. Profesor de Postgrado del Instituto de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; Profesor de Antropología y de Estética en el Departamento de Artes y Humanidades de la Universidad Andrés Bello, UNAB. Director de Revista Observaciones Filosóficas http://www.observacionesfilosoficas.net/. Secretario de Redacción de Philosophica, Revista del Instituto de Filosofía de la PUCV, Editor Asociado de Psikeba, Revista de Psicoanálisis y Estudios Culturales, Buenos Aires; Director del Consejo Consultivo Internacional de Konvergencias, Revista de Filosofía y Culturas en Diálogo. Profesor asociado al Grupo Theoria Proyecto europeo de Investigaciones de Postgrado.
En el debate modernidad – posmodernidad1 el arte tiene una posición sintomática: la crisis de las vanguardias ha sido una de las primeras señales de la deriva del proyecto moderno. Desde entonces el arte ha sido un organismo difuso, indeterminado y mutante, cuya curiosa consecuencia ha sido el derrumbe de las fronteras entre arte y vida, entre lo culto y lo popular - cultura de masas-. Lo que ha sido un fenómeno relevante no sólo para la crítica y la teoría estética, sino para la configuración de la episteme posmoderna, para dar cuenta del estado del arte y sus cruzas en este particular momento de cavilaciones. El saber aparece así indisolublemente ligado al estatuto del arte. Qué cosa sea arte y cual no, es una cuestión no sólo pertinente a las políticas culturales, sino al diagnóstico sociológico–identitario de nuestras sociedades posmodernas.
Revuelta, movimiento, estilo, tópico, condición, momento, noción, filosofía o ideología, son todos rótulos de un fenómeno tan atractivo como polémico: la posmodernidad. Desde finales de la década de los cincuenta el posmodernismo ha venido anunciándose hasta lograr asentarse definitivamente en los ochenta; de allí ha surgido un interrogar, que desborda los círculos académicos e intelectuales, por aquello que está después y más allá de la modernidad.
Lo posmoderno, sea lo que esto fuere, emerge como desencanto ante el proyecto de la Ilustración, es decir, aquel programa que jugó su identidad apostando al desarrollo científico y técnico, al progreso políticosocial y moral, más aún a la autonomía del sujeto y el gusto estético. La consistencia de este proyecto estaría pues en juego en las fatigas y asoladas que la ilusión del progreso fuera experimentandando durante el siglo XX, el fin del sueño ilustrado y del porvenir de una ilusión parecieron tener su punto de quiebre con las barbaries de la primera guerra, las nuevas enfermedades y la depresión financiera.
A pesar de que la cultura de fines del siglo XX repugna de la normativa iluminista, persiste una corriente clínico-terapéutica que intenta recuperar al paciente terminal, figuras como Habermas, Foucault, Deleuze, Guattari, Barthes, Derrida, quienes mantienen posturas reticentes frente las categóricas sentencias de muerte pronunciadas contra la modernidad. Este fenómeno, el conservadurismo estético, es extraño sobre todo en las filas del posestructuralismo cuya constitución tiene lugar -precisamente- como una vanguardia teórica.
Derrida by Dr. Adolfo Vásquez Rocca - Derrida Adolfo Vásquez Rocca PH. D.
Podemos ensayar una respuesta, suponiendo que este conjunto de autores por una tendencia estética rotundamente demodé, se mantuvieron bajo los magnéticos influjos modernistas de Mallarmé, Magritte, Proust, Joyce, De Man, o bien, que cultivaron una fascinación por el hipnotismo que ejerce -hasta nuestros días- la frustrada negación de la vanguardia principalmente bajo la forma de la pintura expresionista, el dodecafonismo de Schömberg, el surrealismo francés, Dadá y Duchamp.
Justamente, modernismo y vanguardia constituyen el anverso y reverso de una misma legislación que discrimina meticulosamente el gusto culto del entretenimiento y diversión populares. Separación tramada ya desde Kant y rematada últimamente por Barthes al promover nuevamente la distinción entre goce estético y simple placer: “Así como las distinciones de Barthes entre plaisir y jouissance; entre writerly y wreaderly text, permanecen en la órbita de la estética modernista, también las nociones del posestructuralismo predominante acerca del autor y la subjetividad repiten proposiciones conocidas ya en el modernismo.”2 Todos, de alguna manera, coinciden en restaurar el aura de seriedad y gravedad de un arte venido a menos por la industria y la tecnología. A partir de aquí cualquier asociación con el espíritu apocalíptico de la izquierda de la Escuela de Frankfurt, no es una simple coincidencia. Además, sobre ambas recae la culpa de una asociación no asumida pero evidenciable en sus constantes insinuaciones a favor de una modernización social e industrial.
Pese a todo, el pensamiento posmoderno deviene de un arte posaurático y posvanguardista. La generosa intromisión del pop y el camp, el rock y el punk, la publicidad, la informática y el cine generan una mixtura de tal novedad e interés que logra nutrir una conciencia de escape a la clásica esquizofrenia introducida en los traumáticos procesos de modernización: las prácticas alternativas se emplazan lejos de la fluctuación entre el rebelde y el aristócrata burgués. Además, de la retraducción de las viejas dicotomías en una nueva vacilación a superar: entre el hombre unidimensional de Marcuse y el salvaje felizmente alucinado en la extraordinaria aldea global de McLuhan.3
La contracultura alternativa se ejercita en la ironía, el desapego, la irreverencia y el eclecticismo. La contracultura que va más lejos de la modernidad, la conjura desde sus bordes, pero sin dejar –a la vez– de infectarla y confundirse con ella. Lo alternativo aparece allí donde ha proliferado una especial forma de hacer música, cine y diseño. Si bien esta tendencia se dejó sentir a paso fuerte en la última década del siglo XX, sus antecedentes vienen marchando desde la los años sesenta y setenta, aproximadamente. A la contracultura, nieta de los acontecimientos de mayo del 68′, le anima una revulsión por el desmedido culto a lo digno y ampuloso como a su antítesis puesta en lo bizarro y grosero. Ni lo uno ni lo otro. El ser alternativo se las arregla para suspender el gusto entre la elite y la masa, entre lo exclusivo y lo comercial.
Ahora bien, la pregunta fundamental en torno al ethos o estatuto de lo postmoderno debiera orientarse hacia indagaciones respecto a la eficacia corrosiva de las nuevas tendencias y la prevalencia sedimentaria de la sensibilidad tradicional, aquella propia del heroísmo moderno de Baudelaire, del anarquismo dada o del terrorismo futurista de Artaud. La gran cuestión que se trata de vislumbrar es si la posmodernidad tiene la suficiente resistencia como para contrarrestar el aplastante peso de un enorme aparato dialéctico trabado, en el plano estético, entre el modernismo y la vanguardia. Coalición que alienta sospechas conspirativas sobre el hecho de que la cultura contestataria del período Kennedy adoptara el nombre de “contracultura”, proyectando la imagen de una vanguardia que señala el camino hacia un tipo alternativo de sociedad. “El pop se rebeló contra el expresionismo abstracto y disparó una serie de movimientos artísticos…[la Factory de Warhol] que hicieron de la escena artística de los años sesenta y setenta un fenómeno tan vivo como ajustado a la moda y rentable en términos comerciales.”4
Recapitulemos. Tenemos la irrupción de una serie de inéditas tendencias y estilos contraculturales dispersos, una cultura alternativa o distinta que se encuentra fomentada y avalada por el posmodernismo; el pop art – que por su parte- sostuvo desde sus inicios el objetivo de escapar por vías alternativas a las sofocantes disyuntivas del modernismo y la vanguardia; pero el matrimonio entre lo pop y lo posmoderno no tuvo el impactó geográfico expansivo que sí tuvo la instalación basal de la Posmodernidad estética en la dimensión cultural de occidente.
Francia y Alemania han vivido la emergencia de la posmodernidad con cautela y hasta con pesimismo, y para ello basta con percibir el espíritu de los escritos de Baudrillard, Lyotard y Lipovetsky. Aunque la razón de fondo es el la furiosa exploración del vanguardismo europeo que extinguió toda perspectiva futura.
Para Europa el posmodernismo tuvo un sentido preocupante, lascivo y alarmante. El arte posmoderno retomaba, así, para los europeos el viejo ropaje, ya conocido en el último tercio del siglo XIX, de la decadencia y el hastío guardados desde los tiempos de Nietzsche y Flaubert. Aquella sensación de cansancio y de apatía frente la posvanguardia tenía su causa, muy comprensible, en el hecho de que Europa ya había vivido muy intensamente los cataclismos y vorágines de una vanguardia que propulsó intrépidamente la idea de unir arte y vida en la destrucción de valores tales como el academicismo, el aristocratismo, el hedonismo y el sensualismo que infestaban el autónomo mundo de las artes. Una vez que la horda provocativa del antiarte arrasara con los museos y teatros, nada volvió a ser igual, curados de espanto, los europeos apreciaron el fin del deleite en la novedad. El presentimiento de que ha sido escuchado todo lo que podía haber sido dicho, concretamente, se inició por el simple hecho que Europa había glorificado a tal punto la Institución Arte que en consecuencia ésta terminó por desligarse del mundo y fetichizarse a sí misma.
Para la vanguardia histórica el antiarte significó aquel esperanzado emprendimiento combativo contra patrones ideológicos burgueses que hacían del arte un objeto de modernización, es decir, una anquilosada institución autónoma y hegemónica separada de la realidad. Por la magnífica propensión al futuro la vanguardia logro neutralizar y destruir nociones fundamentales de la estética modernista para relanzarlas décadas después. Sus logros se pasean por ciertos tópicos según los cuales ponen en cuestión la presencia del sujeto y la subjetividad, las imponentes nociones de genio, don divino y creación absoluta e innovadora, pero además, y muy especialmente el movimiento surrealista intentó hacer estallar las reificaciones de la racionalidad en la cultura capitalista y, concentrándose en los procesos psíquicos, reveló la vulnerabilidad no sólo de la racionalidad instrumental sino de la racionalidad en su conjunto; y, por último, incluyó al sujeto humano concreto y a los deseos de éste en sus prácticas artísticas y en su idea de que la recepción del arte debe producir un desajuste sistemático de la percepción y los sentidos.
A pesar de estos considerables ataques efectivos la horda combativa de la vanguardia tuvo que ver como su propuesta de reconciliación del arte y la vida se resquebrajaba paulatinamente en la medida que sus obras terminaban congelándose en el aislamiento ceremonial de los museos.
1 VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo, Ensayo La crisis de las Vanguardias artísticas y el debate Modernidad-Posmodernidad [The crisis of the artistic vanguards and the debat modernity-postmodernity] en ARTE, INDIVIDUO Y SOCIEDAD, Revista Científica de la Facultad de Bellas Artes, Universidad Complutense de Madrid – Año 2005 – Vol. 17.ISSN 1131-5598 pp.133 – 154
http://www.ucm.es/BUCM/revistas/bba/11315598/articulos/ARIS0505110135A.PDF
-Edición ampliada y prologada, reproducida en Suma Nº 2, de 2005. Revista Científica de Estudios Histórico-artísticos, Málaga, España.
2HUYSSEN, Andreas. Después de la gran división : modernismo, cultura de masas, posmodernismo, Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2002, p. 366
3ECO, Umberto, Apocalípticos e integrados, Ed. Lumen, Barcelona, 1999.
4Huyssen, 2002: 284
miércoles, 19 de septiembre de 2007
"LA CRISIS DE LAS VANGUARDIAS ARTÍSTICAS Y EL DEBATE MODERNIDAD POSMODERNIDAD" Por Adolfo Vasquez Rocca
Etiquetas:
MODERNIDAD
Publicado por DARÍO YANCÁN en 12:02
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