En un debate recientemente publicado en castellano [Democracia y Relativismo, Debate con el MAUSS. Traducción de Margarita Díaz. Introducción de Jean Louis Prat. Editorial Trotta. Madrid, 2007] Castoriadis aborda de modo somero la cuestión de las minorías y dice claramente que el movimiento de las mujeres (al cual se refiere en otros textos catalogándolo de revolución silenciosa) no entra dentro de dicha problemática. Lo afirma en un contexto en el que este filósofo y psicoanalista reflexiona en torno a una cuestión, trivializada por la tradición en Occidente, pero que no deja de tener en sus aspectos de fondo una importancia capital: la cuestión del bien común frente a los llamados intereses particulares.En fechas igualmente recientes algunos colegas hombres y algunas colegas mujeres, han escrito en relación a los cambios recientes que, en un grupo relativamente pequeño de países, dicho movimiento ha generado. La incorporación, magra todavía, a un estado de derecho pleno, ha salido al paso de la situación de grupo subalterno que caracterizó la situación de las mujeres hasta bien entrado el siglo XX. Situación que, como es sabido, se encuentra en el centro de las propias concepciones de la Ilustración, por ejemplo respecto al ejercicio pleno de sus derechos políticos. No obstante dicha incorporación, queda mucho camino por hacer, en especial y de modo urgente respecto al simple relevo de hombres por mujeres, o viceversa, en los trabajos más ingratos en las fábricas o los servicios y de modo muy particular respecto al flagelo constituido por la violencia de género en el que incluyo claramente la situación de las prestadoras de servicios sexuales que ejercen en el territorio de la Unión y fuera de él en condiciones equiparables a la esclavitud.Esa evolución ha sido acompañada igualmente por algunos aspectos menos visibles. Está por supuesto la gran interrogante que le plantea a dicho movimiento la fractura existente entre dirigentes y ejecutantes, mayormente desfavorable a las mujeres, la cuestión de los representantes y expertos, que no es decir poco, en particular cuando constatamos que ahí donde las mujeres han logrado llegar a apropiarse de procesos de toma de decisiones, en muchos y lamentables casos no han podido hacerlo más que por la vía tradicional del carrerismo. Otros aspectos ligados a esa trayectoria, e igualmente afectados por la invisibilidad, son también muy importantes, los mismos están contenidos en lo que esos logros han significado respecto a la posibilidad de salir del círculo vicioso que, para usar un eufemismo de la cultura de los 60s, consiste en trabajar, tomar el metro y dormir [bulot-metro-dodo, en francés]. En testimonios recientemente recogidos por la BBC [servicio electrónico de noticias http://news.bbc.co.uk, 8/3/2007], algunas de las mujeres que se encontraban en esa situación, se quejaban amargamente de que “el éxito” habría significado, de nuevo, una renuncia al tiempo libre, a la sociabilidad alternativa, a los hijos, a la vida en familia o a la vida a secas.Es éste el aspecto que me interesa destacar y vincularlo con otro de esos efectos no visibles de la, repito, relativa evolución de la condición de la mujer en algunos países. Es claro que dicha evolución se ha debido, como profesa la perspectiva de género, no sólo a las luchas que influenciaron la toma de decisiones al nivel político que mencionamos arriba -ver por ejemplo la política de algunos gobiernos como el sueco respecto a la paternidad compartida plenamente-, sino también se debieron al trabajo invisible de otros sectores en las esferas de lo privado y de lo publico/privado. Uno de ellos, en las condiciones de aletargamiento de la actitud de cambio y de privatización de la actividad humana que imperan en la actualidad -en detrimento de la política, en sentido noble-, es sin duda el del trabajo doméstico, del que me he ocupado en otro lado [“Reconocimiento y gestión de la autonomía para la reconstrucción comunitaria: los equipos de prevención”, ponencia presentada durante la 6ª Conferencia Internacional de la Sociedad Internacional para la Salud y los Derechos Humanos: Communities in Crisis, Strengthening Resources for Community Reconstruction. 21-24/6/2001. Cavtat, Croacia].Otro lo constituye, sin lugar a dudas, el caso por fortuna cada vez mas frecuente, de los partners -de ambos géneros- de las mujeres trabajadoras que asumen la doble jornada.Hace unos años tuve conocimiento de una organización civil belga [Interface 3] -creada por mujeres, que trabajan con mujeres, como dice la consigna- que se había avocado a poner en marcha un programa que permitiera a las beneficiarias incorporarse dignamente a la vida productiva. Que permitiera incorporarse en todo momento, pero en particular después de o durante el periodo que tradicionalmente se dedica a la crianza de los hijos y a la atención mayor de la economía domestica, en sentido lato. En algunos casos la noble labor de esa organización está siendo relevada por políticas a nivel general, el caso sueco que menciono es uno de los más meritorios, pero en otros países de Europa se trabaja en ese sentido desde hace tiempo.No obstante lo anterior y sin ánimo de buscar paliativos a una situación general en la que el sentido del trabajo y la excesiva centralidad de la economía en el Occidente capitalista debe modificarse substancialmente, queda pendiente la asignatura respecto a los dos sectores mencionados. En efecto el trabajo doméstico en condiciones no dignas y la dedicación a las labores del espacio privado de los partners de las mujeres que trabajan y se comprometen fuera de casa, mientras el mundo del trabajo siga su evolución presente, constituyen un elemento que hace pensar en un efecto de inequidad que se repite. Es decir, que una mayor participación, cuya calidad puede sin duda ser discutible, de algunos sectores de mujeres podría estarse realizando en detrimento de la posibilidad en el mismo sentido de otros sectores de ambos géneros.Aquellas condiciones excepcionales en las que el trabajo domestico y el trabajo visible remunerado es compartido equitativamente por quienes comparten un techo, sin que eso implique la designación de las tareas alienantes o repetitivas a terceros -siempre los mismos-, llámese trabajadores domésticos o miembros de la familia nuclear o extensa, son todavía poco frecuentes. Esto es válido igualmente para el privilegio que puede significar la crianza de los hijos, en condiciones que no se traducen en el abandono de los otros aspectos del propio proyecto de vida. La solidaridad habitual, cuya forma institucional para bien y para mal se presenta bajo la estructura de la seguridad social -en el mejor de los casos- no ha logrado atender todos los aspectos que eso conlleva.Las inevitables consecuencias de desvalorización que acarrea el trabajo invisible -que era tradicional de las mujeres-, hoy es también compartida por otros sectores. Un cierto desconcierto provoca en este contexto la disposición reciente de una ciudad de Noruega en la que, según el servicio informativo de una radio local ginebrina (World Radio Geneva), vistas las condiciones en las que suelen estar los inodoros masculinos de las escuelas, a partir de dicha disposición los jóvenes estudiantes tendrán que orinar sentados.No obstante, hay que reconocer el hecho de que si esa ausencia de reconocimiento se reparte, eso no quiere decir que ha dejado de existir, a pesar de las buenas intenciones de ideólogos bien pensantes. El peso del estigma que en sociedades esencialmente machistas recae sobre aquellos integrantes del género masculino que han asumido las labores domésticas con o sin la participación o en ausencia de sus partners, es sin duda un elemento no desdeñable, para estos casos. A lo que se suma ese otro aspecto, el mismo que también habitualmente recaía en las mujeres amas de casa y que en sociedades tradicionales sigue siendo la regla, que es la falta de empleo remunerado y la casi total ausencia de participación en la comunidad política, al menos durante un largo periodo de la existencia. En el caso de la legislación sueca esa prevé el apoyo durante el periodo de los años primeros de crianza de los hijos tanto para hombres como para mujeres.Regreso a lo expuesto en los primeros párrafos, es cierto que, aunque magros, los significativos cambios en la condición de las mujeres en un puñado de países, en las últimas décadas, han traído enormes efectos. Fuera de ese puñado de países el caso de la modificación radical de los roles de género como consecuencia de la migración es un ejemplo revelador de ese mismo efecto. Se verifica para empezar en el modo de representarse a ese sector de la población y seguidamente, para hombres y mujeres, en la manera de concebir su relación con él, en el marco de una subjetividad otra respecto a la multicitada y un tanto sobreexplotada racionalidad falocrática. También es cierto que, ahí en donde se ha sabido mantener al margen del victimismo corriente y del comunitarismo identitario -tan funcionales a las nuevas sumisiones-, el movimiento de las mujeres ha inspirado por décadas al colectivo anónimo de la sociedad instituyente, como diría Castoriadis.Hoy la manera de asignar y significar los roles de género en los espacios tanto privado como público/privado y en la esfera propiamente política, se ha visto profundamente modificada. Un trabajo capilar de enorme envergadura queda por hacerse respecto a la masiva y paralizante ocupación de la esfera de lo público/privado, el ágora y de su correlato, la paideia (1), por sectores como las iglesias, en las sociedades tradicionales, o por los promotores de otras metanormas como las “leyes del mercado” o las “leyes de la historia”, en otros casos. Un gran paso en este sentido ha sido franqueado en las sociedades en cuestión, por la conquista definitiva de la autonomía reproductiva como valor y como práctica efectiva.De esas modificaciones, en un espacio reducido y privilegiado, las sociedades en su conjunto han sacado un enorme provecho. Al lado de la lucha cotidiana contra los flagelos de la violencia de género, la fractura entre dirigentes y ejecutantes y los servicios sexuales en condiciones de esclavitud, que mencionamos, con todo lo que eso conlleva, dos grandes desafíos quedan por resolverse, en lo inmediato. El primero tiene que ver con la posibilidad de evitar que, como consecuencia de las condiciones adversas en las que dicho movimiento ha tenido que desarrollarse, algunos de sus logros se traduzcan en nuevas inequidades. La segunda tiene que ver con la posibilidad de evitar igualmente que dicho movimiento sea recuperado, con o sin el beneplácito de sectores que en él participan, dentro de la lógica que hoy atomiza a la sociedad instituyente, reduciéndola a la autocomplacencia perversa de los intereses particulares actuantes.Hemos mencionado ya el caso muy visible, en el contexto de la movilidad social, de las mujeres dirigentes, en el mundo laboral y político. Queda en la sombra, todavía, la cuestión del trabajo doméstico. Finalmente queda como tarea el esfuerzo mayúsculo, para que la suscripción de quienes -sin ser, de manera pasiva, parte de dicho movimiento-, han apoyado, no sólo verbalmente, a esa revolución silenciosa, sea socialmente reconocida y valorada. Una vez más en este derrotero se jugará la posibilidad de un mundo otro, no como la lucha de minorías que quisiera el fragmentarismo ambiente, sino en tanto que lucha que trascienda la metafísica del individuo-sustancia y que se oriente hacia la reivindicación, ajena a toda retórica, del bien común.NOTAS(1) En el contexto del germen que representa la Atenas democrática para Castoriadis, la paideia es la formación del ciudadano para la autonomía. Ver al respecto “Pouvoir, politique, autonomie” (Burgos, mars 1978-Paris, novembre 1987). Revue de métaphysique et de morale, 93:1 (janvier-mars 1988) En Le Monde morcelé: Les carrefours du labyrinthe III. Paris: Éditions du Seuil, 1990. (p. 170) y para sus implicaciones en el contexto presente: “Psyché et éducation (Entretien avec Cornelius Castoriadis)” , en Figures du pensable. Les carrefours du labyrinthe VI. Paris: Éditions du Seuil, 1999.
martes, 6 de octubre de 2009
"LAS NUEVAS MASCULINIDADES Y LA EMPATÍA POR EL BIEN COMÚN" por Rafael Miranda
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ANTROPOLOGÍA,
DISCRIMINACIÓN,
ESTADIO ACTUAL,
MASCULINIDAD
En un debate recientemente publicado en castellano [Democracia y Relativismo, Debate con el MAUSS. Traducción de Margarita Díaz. Introducción de Jean Louis Prat. Editorial Trotta. Madrid, 2007] Castoriadis aborda de modo somero la cuestión de las minorías y dice claramente que el movimiento de las mujeres (al cual se refiere en otros textos catalogándolo de revolución silenciosa) no entra dentro de dicha problemática. Lo afirma en un contexto en el que este filósofo y psicoanalista reflexiona en torno a una cuestión, trivializada por la tradición en Occidente, pero que no deja de tener en sus aspectos de fondo una importancia capital: la cuestión del bien común frente a los llamados intereses particulares.En fechas igualmente recientes algunos colegas hombres y algunas colegas mujeres, han escrito en relación a los cambios recientes que, en un grupo relativamente pequeño de países, dicho movimiento ha generado. La incorporación, magra todavía, a un estado de derecho pleno, ha salido al paso de la situación de grupo subalterno que caracterizó la situación de las mujeres hasta bien entrado el siglo XX. Situación que, como es sabido, se encuentra en el centro de las propias concepciones de la Ilustración, por ejemplo respecto al ejercicio pleno de sus derechos políticos. No obstante dicha incorporación, queda mucho camino por hacer, en especial y de modo urgente respecto al simple relevo de hombres por mujeres, o viceversa, en los trabajos más ingratos en las fábricas o los servicios y de modo muy particular respecto al flagelo constituido por la violencia de género en el que incluyo claramente la situación de las prestadoras de servicios sexuales que ejercen en el territorio de la Unión y fuera de él en condiciones equiparables a la esclavitud.Esa evolución ha sido acompañada igualmente por algunos aspectos menos visibles. Está por supuesto la gran interrogante que le plantea a dicho movimiento la fractura existente entre dirigentes y ejecutantes, mayormente desfavorable a las mujeres, la cuestión de los representantes y expertos, que no es decir poco, en particular cuando constatamos que ahí donde las mujeres han logrado llegar a apropiarse de procesos de toma de decisiones, en muchos y lamentables casos no han podido hacerlo más que por la vía tradicional del carrerismo. Otros aspectos ligados a esa trayectoria, e igualmente afectados por la invisibilidad, son también muy importantes, los mismos están contenidos en lo que esos logros han significado respecto a la posibilidad de salir del círculo vicioso que, para usar un eufemismo de la cultura de los 60s, consiste en trabajar, tomar el metro y dormir [bulot-metro-dodo, en francés]. En testimonios recientemente recogidos por la BBC [servicio electrónico de noticias http://news.bbc.co.uk, 8/3/2007], algunas de las mujeres que se encontraban en esa situación, se quejaban amargamente de que “el éxito” habría significado, de nuevo, una renuncia al tiempo libre, a la sociabilidad alternativa, a los hijos, a la vida en familia o a la vida a secas.Es éste el aspecto que me interesa destacar y vincularlo con otro de esos efectos no visibles de la, repito, relativa evolución de la condición de la mujer en algunos países. Es claro que dicha evolución se ha debido, como profesa la perspectiva de género, no sólo a las luchas que influenciaron la toma de decisiones al nivel político que mencionamos arriba -ver por ejemplo la política de algunos gobiernos como el sueco respecto a la paternidad compartida plenamente-, sino también se debieron al trabajo invisible de otros sectores en las esferas de lo privado y de lo publico/privado. Uno de ellos, en las condiciones de aletargamiento de la actitud de cambio y de privatización de la actividad humana que imperan en la actualidad -en detrimento de la política, en sentido noble-, es sin duda el del trabajo doméstico, del que me he ocupado en otro lado [“Reconocimiento y gestión de la autonomía para la reconstrucción comunitaria: los equipos de prevención”, ponencia presentada durante la 6ª Conferencia Internacional de la Sociedad Internacional para la Salud y los Derechos Humanos: Communities in Crisis, Strengthening Resources for Community Reconstruction. 21-24/6/2001. Cavtat, Croacia].Otro lo constituye, sin lugar a dudas, el caso por fortuna cada vez mas frecuente, de los partners -de ambos géneros- de las mujeres trabajadoras que asumen la doble jornada.Hace unos años tuve conocimiento de una organización civil belga [Interface 3] -creada por mujeres, que trabajan con mujeres, como dice la consigna- que se había avocado a poner en marcha un programa que permitiera a las beneficiarias incorporarse dignamente a la vida productiva. Que permitiera incorporarse en todo momento, pero en particular después de o durante el periodo que tradicionalmente se dedica a la crianza de los hijos y a la atención mayor de la economía domestica, en sentido lato. En algunos casos la noble labor de esa organización está siendo relevada por políticas a nivel general, el caso sueco que menciono es uno de los más meritorios, pero en otros países de Europa se trabaja en ese sentido desde hace tiempo.No obstante lo anterior y sin ánimo de buscar paliativos a una situación general en la que el sentido del trabajo y la excesiva centralidad de la economía en el Occidente capitalista debe modificarse substancialmente, queda pendiente la asignatura respecto a los dos sectores mencionados. En efecto el trabajo doméstico en condiciones no dignas y la dedicación a las labores del espacio privado de los partners de las mujeres que trabajan y se comprometen fuera de casa, mientras el mundo del trabajo siga su evolución presente, constituyen un elemento que hace pensar en un efecto de inequidad que se repite. Es decir, que una mayor participación, cuya calidad puede sin duda ser discutible, de algunos sectores de mujeres podría estarse realizando en detrimento de la posibilidad en el mismo sentido de otros sectores de ambos géneros.Aquellas condiciones excepcionales en las que el trabajo domestico y el trabajo visible remunerado es compartido equitativamente por quienes comparten un techo, sin que eso implique la designación de las tareas alienantes o repetitivas a terceros -siempre los mismos-, llámese trabajadores domésticos o miembros de la familia nuclear o extensa, son todavía poco frecuentes. Esto es válido igualmente para el privilegio que puede significar la crianza de los hijos, en condiciones que no se traducen en el abandono de los otros aspectos del propio proyecto de vida. La solidaridad habitual, cuya forma institucional para bien y para mal se presenta bajo la estructura de la seguridad social -en el mejor de los casos- no ha logrado atender todos los aspectos que eso conlleva.Las inevitables consecuencias de desvalorización que acarrea el trabajo invisible -que era tradicional de las mujeres-, hoy es también compartida por otros sectores. Un cierto desconcierto provoca en este contexto la disposición reciente de una ciudad de Noruega en la que, según el servicio informativo de una radio local ginebrina (World Radio Geneva), vistas las condiciones en las que suelen estar los inodoros masculinos de las escuelas, a partir de dicha disposición los jóvenes estudiantes tendrán que orinar sentados.No obstante, hay que reconocer el hecho de que si esa ausencia de reconocimiento se reparte, eso no quiere decir que ha dejado de existir, a pesar de las buenas intenciones de ideólogos bien pensantes. El peso del estigma que en sociedades esencialmente machistas recae sobre aquellos integrantes del género masculino que han asumido las labores domésticas con o sin la participación o en ausencia de sus partners, es sin duda un elemento no desdeñable, para estos casos. A lo que se suma ese otro aspecto, el mismo que también habitualmente recaía en las mujeres amas de casa y que en sociedades tradicionales sigue siendo la regla, que es la falta de empleo remunerado y la casi total ausencia de participación en la comunidad política, al menos durante un largo periodo de la existencia. En el caso de la legislación sueca esa prevé el apoyo durante el periodo de los años primeros de crianza de los hijos tanto para hombres como para mujeres.Regreso a lo expuesto en los primeros párrafos, es cierto que, aunque magros, los significativos cambios en la condición de las mujeres en un puñado de países, en las últimas décadas, han traído enormes efectos. Fuera de ese puñado de países el caso de la modificación radical de los roles de género como consecuencia de la migración es un ejemplo revelador de ese mismo efecto. Se verifica para empezar en el modo de representarse a ese sector de la población y seguidamente, para hombres y mujeres, en la manera de concebir su relación con él, en el marco de una subjetividad otra respecto a la multicitada y un tanto sobreexplotada racionalidad falocrática. También es cierto que, ahí en donde se ha sabido mantener al margen del victimismo corriente y del comunitarismo identitario -tan funcionales a las nuevas sumisiones-, el movimiento de las mujeres ha inspirado por décadas al colectivo anónimo de la sociedad instituyente, como diría Castoriadis.Hoy la manera de asignar y significar los roles de género en los espacios tanto privado como público/privado y en la esfera propiamente política, se ha visto profundamente modificada. Un trabajo capilar de enorme envergadura queda por hacerse respecto a la masiva y paralizante ocupación de la esfera de lo público/privado, el ágora y de su correlato, la paideia (1), por sectores como las iglesias, en las sociedades tradicionales, o por los promotores de otras metanormas como las “leyes del mercado” o las “leyes de la historia”, en otros casos. Un gran paso en este sentido ha sido franqueado en las sociedades en cuestión, por la conquista definitiva de la autonomía reproductiva como valor y como práctica efectiva.De esas modificaciones, en un espacio reducido y privilegiado, las sociedades en su conjunto han sacado un enorme provecho. Al lado de la lucha cotidiana contra los flagelos de la violencia de género, la fractura entre dirigentes y ejecutantes y los servicios sexuales en condiciones de esclavitud, que mencionamos, con todo lo que eso conlleva, dos grandes desafíos quedan por resolverse, en lo inmediato. El primero tiene que ver con la posibilidad de evitar que, como consecuencia de las condiciones adversas en las que dicho movimiento ha tenido que desarrollarse, algunos de sus logros se traduzcan en nuevas inequidades. La segunda tiene que ver con la posibilidad de evitar igualmente que dicho movimiento sea recuperado, con o sin el beneplácito de sectores que en él participan, dentro de la lógica que hoy atomiza a la sociedad instituyente, reduciéndola a la autocomplacencia perversa de los intereses particulares actuantes.Hemos mencionado ya el caso muy visible, en el contexto de la movilidad social, de las mujeres dirigentes, en el mundo laboral y político. Queda en la sombra, todavía, la cuestión del trabajo doméstico. Finalmente queda como tarea el esfuerzo mayúsculo, para que la suscripción de quienes -sin ser, de manera pasiva, parte de dicho movimiento-, han apoyado, no sólo verbalmente, a esa revolución silenciosa, sea socialmente reconocida y valorada. Una vez más en este derrotero se jugará la posibilidad de un mundo otro, no como la lucha de minorías que quisiera el fragmentarismo ambiente, sino en tanto que lucha que trascienda la metafísica del individuo-sustancia y que se oriente hacia la reivindicación, ajena a toda retórica, del bien común.NOTAS(1) En el contexto del germen que representa la Atenas democrática para Castoriadis, la paideia es la formación del ciudadano para la autonomía. Ver al respecto “Pouvoir, politique, autonomie” (Burgos, mars 1978-Paris, novembre 1987). Revue de métaphysique et de morale, 93:1 (janvier-mars 1988) En Le Monde morcelé: Les carrefours du labyrinthe III. Paris: Éditions du Seuil, 1990. (p. 170) y para sus implicaciones en el contexto presente: “Psyché et éducation (Entretien avec Cornelius Castoriadis)” , en Figures du pensable. Les carrefours du labyrinthe VI. Paris: Éditions du Seuil, 1999.
Publicado por DARÍO YANCÁN en 17:50
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