lunes, 5 de mayo de 2008

"HAROLD BLOOM Y LA DECONSTRUCCIÓN PRAGMATISTA" por Axel Arturo Barceló Aspeitia



that the theory
of poetry is the theory of life,
as it is . . .
Wallance Stevens


1. Dos infortunadas coincidencias

Pese a ser considerado por muchos como el crítico literario de habla inglesa más importante en el mundo hoy en día, y entre los más importantes por lo menos desde los años setenta, Harold Bloom nunca ha adquirido la popularidad de otros intelectuales norteamericanos de talla comparable. Pese a ser uno de los pocos académicos con gigantescos contratos editoriales, y a aparecer regularmente en revistas de circulación general como Newsweek o GQ, la celebridad de Harold Bloom nunca ha ido mas allá del mundillo académico-intelectual de los Estados Unidos.

Esta relativa falta de fama de Bloom podría atribuirse, por lo menos en parte, a dos infortunadas coincidencias. En primer lugar, no es raro que la gente lo confunda con el aúnmás controvertido Allan Bloom. Camile Paglia, por ejemplo, en una de sus columnas para la revista electrónica Salon, recuerda:

A principios de los noventa, a mi molestia, algunos comentadores europeos me presentaban erróneamente como estudiante de Allan Bloom – a quién confundían con mi verdadero mentor, el crítico literario Harold Bloom, director de mi disertación en el posgrado.

Y el mismo Bloom, cuando toca aquellos puntos que más lo emparentan con su homónimo Allan, tiene que recordarle al público que no deben confundirlos.

Sin embargo, la confusión no es completamente gratuita. Al igual que Allan Bloom, Harold ha sido muy recio en su crítica a la situación actual de las humanidades en los Estados Unidos. Para Harold Bloom, la ‘corrección política’ [political correctness] que prevalece en la academia estadounidense “representa una traición a los intelectuales.”5 Ambos Blooms han deplorado lo que han visto como una conspiración en contra de la literatura clásica y el canon occidentales. Los dos abogan por el regreso a la currícula humanista tradicional.

Yo diría que no hay futuro para el estudio literario como tal en los Estados Unidos. Cada vez más, estos estudios están siendo acaparados por la sorprendente basura llamada crítica cultural. En NYU estoy rodeado de profesores de hip-hop. En Yale, estoy rodeado de profesores mas interesados en varios artículos de esa pila de estiércol llamada ‘cultura popular’ que en Proust o Shakespeare o Tolstoi.

Sin embargo, sería una sobre-simplificación llamar a Harold Bloom un conservador, por lo menos en el sentido político que Allan Bloom lo fue. Harold Bloom es enfático en señalar, no sólo que es un liberal que siempre ha votado por los candidatos demócratas o socialistas (cuando los hay), sino también que la diferencia entre él y los miembros de lo que él llama indistintamente la ‘contracultura,’ el ‘political correctness’, o ‘la escuela del resentimiento’ no es una diferencia política, ni siquiera cultural, sino una diferencia estética y, en última instancia, también espiritual: “o bien crees que leer y enseñar y pensar sobre lo que se ha pensado y escrito . . . le hace mucho bien a todos, o no lo crees.”

Según este Bloom, la educación que uno recibe de los grandes textos –Dante, Cervantes, Chaucer, Homero, La Biblia– es, y debe permanecer, independiente de nuestra posición política.

La segunda coincidencia es espacio-temporal. Durante los setenta y principios de los ochenta, años del ascenso y dominio de la deconstrucción en los círculos académicos de los Estados Unidos, Paul De Man, Geoffrey Hartman y J. Hillis Miller fueron colegas de Bloom en la universidad de Yale. Junto con ellos (y con Jacques Derrida), Bloom publicó una colección de ensayos titulada Deconstruction and Criticism en 1979. Estas dos circunstancias han marcado de manera definitiva a Bloom como uno de los padres de la deconstrucción estadounidense. El mismo Richard Rorty suele mencionar el nombre de Bloom, a la par del de gente como Hartman, De Man y, más que ocasionalmente, Derrida. Bloom, sin embargo, ha sido muy explícito en su distanciamiento de la deconstrucción de De Man y Derrida. En una entrevista en 1985, por ejemplo, dijo:


No tengo ninguna relación con la deconstrucción. Nunca la tuve, no la tengo ahora y nunca la tendre. Nada me es mas ajeno que la deconstrucción.


Sin embargo, del mismo modo que su asociación con su homónimo Allan, las similitudes entre Bloom y el resto de los deconstructivistas van mas allá de una mera coincidencia histórica.


2. Harold Bloom y la Deconstrucción

Después de haber estudiado el posgrado en Harvard, donde compartió the Society of Fellows con pensadores de la talla de Noam Chomsky y Stanley Cavell, y haber dado clases en Cornell, la Universidad de Zurich y John Hopkins, Paul de Man entró como académico a Yale en 1970. Harold Bloom, por su parte, había enseñado literatura en la Universidad de Yale desde 1955, y para cuando De Man llegó a Yale, ya se había hecho de una notable reputación por sus trabajos sobre poesía romántica. Sin embargo, no fue sino hasta los primeros años setenta, que los primeros libros seminales de ambos autores vieron la luz: Blindness and Insight de Paul de Man, en 1971 y Anxiety of Influence de De Man, en 1973.

A partir de entonces y junto con Geoffrey Hartman y J. H. Miller, Bloom y De Man formaron un movimiento de reacción radical contra la ya vieja ‘Nueva Crítica’ y el culto a Elliot y Pond dentro de los departamentos de literatura de las universidades estadounidenses. Bajo el nombre de ‘deconstrucción,’ esta escuela –a veces llamada ‘mafia’– de Yale no solo revoluciono la crítica y teoría literarias, sino que llegó a dominar por varios años la escena académica de las humanidades en los Estados Unidos.

El carácter esencial del deconstructivismo fue su esfuerzo por rescatar a la retórica de la formalización semiológica y la semántica. Este programa fue definido explícitamente por De Man en su “Semiología y Retórica” de 1979. Ahí, De Man denuncia tanto a la semiología literaria francesa, como a la absurda pugna entre internalistas y externalistas en los Estados Unidos. A los primeros, los acusa de usar “estructuras gramaticales (especialmente sin-tácticas) a la par de extructuras retóricas, sin consciencia parente de una posible discrepancia entre ellas.” Mientras que a los segundos les recrimina seguir atrapados en la distinción entre forma y significado. En ambos casos, el crimen es el mismo:
querer reducir la dimensión retórica del texto, ya sea a una sintáxis o a una semántica (formal o referencial).

La consignia de De Man fue devolver a la retórica su autonomía. Este rescate de la retórica se lucho a dos frentes: Por un lado, se trató de liberar a la crítica del fantasma del significado. Esto implicaba eliminar de la práctica y teoría crítica dos mitos muy extendidos: la distinción entre significado literal y metafórico y el papel de la interpretación como búsqueda de significado. En su lugar, la deconstructicción hablo del significado como siempre diferido (De Man/Derrida) o desplazado (Bloom), y de la interpretación como ‘lectura errónea’ (misreading).

El segundo frente de esta lucha fue la afirmación del irreducible carácter retórico del texto. En este punto, De Man recupero para su posición la nocion peirceana de retórica pura:

Para Peirce, la interpretación de un signo no es un significado, sino otro signo; es una lectura, no una decodificación, y esta lectura, a su vez, ha de ser interpretada por otro signo, y así ad infinitum. Peirce llama a este proceso por medio del cual “un signo hace nacer otros signo” retórica pura. . .

Bajo la decosntrucción, las obras literarias dejaron de tener algo que decir para convertirse en meras huellas de conexiones y, en el caso de Bloom, luchas (Edípicas) entre textos. Bajo esta concepción, la escritura se convirtió en el tejido de redes textuales y la crítica literaria en “el arte de conocer los caminos perdidos que van de poema a poema.”

Una vez establecida la omni presencia de la intertextualidad en la literatura, la crítica literaria se convirtió también en un género literario. En 1979, Hartman declaro, un poco modesto, “que el comentario literario puede cruzar los límites y volverse tan exigente como la literatura.” De Man también escribio que la diferencia entre literatura y crítica “es engañosa” y en una entrevista para la revista norteaméricana Newsweek, Bloom asintió:

“Nunca he creído que el crítico sea rival del poeta, pero sí creo que la crítica ha de ser ungénero literario o cesar de existir.”

Una vez desplazado el fantasma del significado, la metáforo y el resto de los tropos retóricos dejaron de ser modos de significar para convertirse en mecanismos autónomos de la literatura. En vez de definirse en constraste con lo literal, lo figurativo se convirtio en el corazón mismo de la literatura (y en caso extremos, como en Derrida, de la escritura en general)

Escribe De Man:

Si no fuera porque la comparación se aleja en cierto modo del uso común, yo no vacilaría en iguala la potencialidad figurativa y retórica del lenguaje con la literatura misma.


3. Bloom y De Man

Aunque, ambos autores sentían, no solo respeto y admiración intelectual mutua, sino también cierto aprecio personal (de hecho, Bloom dedico su libro de 1975, A Map of Misreading, a Paul de Man), las diferencias teóricas entre sus programas se hicieron evidentes desde temprano.
Al leer Anxiety of Influence, en 1973, De Man creyó descubrir una profunda afinidad entre su teoría literaria y la de Bloom. En la reseña que escribiera para Comparative Literature, escribió:

Podemos olvidarnos del esquema temporal y sobre el pathos del hijo Edípico:
en el fondo, el libro trata de la dificultad o, mas bien, la imposibilidad de leer y, por inferencia, con la indeterminación del significado literario. . .

El ensayo de Bloom tiene mucho que decir sobre el encuentro entre recién llegado y precursor como una versión desplazada del paradigmático encuentre entre lector y texto.

Sin embargo, Bloom no compartió la opinión con De Man, y en futuros trabajos, trató de dejar claro como su poética ni implicaba ni trataba de “la imposibilidad de la lectura” de la que hablaba De Man.
Durante los primeros años de oposición, el deconstructivismo de De Man se alzo victorioso como paradigma de los estudios literarios. Bloom se vio en la necesidad de replegarse y, en 1977, se separo del departamento de Inglés para convertirse en el único profesor de humanidades de Yale (posición que sigue ocupando hasta la fecha). El rompimiento ocurrido al interior de Yale a finales de los setenta también se vio reflejados en el resto de la crítica literaria estadounidense. En 1985, Howard Felperin, en su libro Beyond Deconstruction, reconoció el hecho de que había, en efecto, dos escuelas de deconstrucción: una “soft-core,” basada en el trabajo de Bloom y Geoffrey Hartman, y otra “hard-core,” comandada por Paul de Man y Jacques Derrida (a quien De Man había invitado a dar cursos en Yale). Sin embargo, una mejor manera de entender la distinción, sería hablar de un deconstructivismo pragmatista y uno nihilista.


4. La Deconstruccion Pragmatista

La literatura que no conecta con nada,
que carece de objeto y de tema,
que carece de una moraleja y
de un contexto dialéctico,
no es más que bla
bla bla.
Richard Rorty


Si bien Bloom y De Man concuerdan en su rechazo al mito del significado literario, ambos se distinguen en su diagnóstico de tal desplazo. Para De Man, detrás de la ilusión de significado efectuada por el texto, se abre un abismo infranqueable. La verdadera actitud crítica consiste en explotar las “posibilidades vertiginosas de aberración referencial” que el texto produce.
El pathos que resulta de ello es una angustia (o un deleite, según sea el humor momentáneo individual de cada uno) de ignorancia, no una angustia de referencia,. . . no como una relación emocional a lo que hace el lenguaje, sino como una reacción emocional a la imposibilidad misma de saber lo que éste pudiera estar urdiendo.

Para Bloom, sin embargo, esta actitud nihilista es indefendible. En su lugar, Bloom acentúa la necesidad de no quedarse mudo frente a la pérdida de la ilusión de significado. Para Bloom, aún sin significado, sigue habíendo razones para leer. Estas razones pueden ser de tipo pragmático, o de tipo estético. El acento entre estas dos dimensiones ha cambiado con el desarrollo de la obra de Bloom. En los ochenta y setenta, Bloom no deja de afirmar que lo importante de la Literatura no es el significado de los textos, sino lo que uno hace con ellos.

Es en este sentido que Bloom se reconoce como un pragmatista.


¿Para qué sirve un poema? Es para mí la pregunta central, y con la pregunta quiero decir pragmaticamente ¿cuál es el uso de la poesía o el uso de la crítica? Mi respuesta es completamente pragmática . . . Amo los poemas de Stevens, pero ese amor no difiere pragmaticamente del tipo de amor que siento por la casa en que vivo, o por un viejo sillón en particular que tengo en mi estudio.

En Agon, Bloom señala que mucho de los elementos que en su tiempo se consideraban deconstructivistas, no eran, en realidad, más que pragmatistas estadounidenses. En esta obra, Bloom reconoce su parentesco teórico con Richard Rorty, del que también ha dicho ser “el filósofo más interesante del mundo hoy.” Al igual que Bloom, Rorty quería conciliar el deconstructivismo, especialmente en su propuesta anti-esencialista, con el pragmatismo estadounidense.
El tipo de antiesencialismo pluralista y pragmático que yo tomo de Dewey concuerda con todas las premsas derrideanas y antilogocéntricas de De Man pero niega que lleven a estas conclusiones existencialistas sartreanas . . . El repudio de la tradicional imagen logocéntrica del ser humano como conocedor
no nos parece que suponga que estamos frente a un abismo, sino simplemente frente a una serie de alternativas.
Pienso que el único punto en común entre la deconstrucción y el pragmatismo es sólo el anti-platonismo que comparten y que los une. O su antirepresentacionismo.

Creo que ambos tratan de separarse de lo que Heidegger
llamaba la metafísica, el intento de entrar en contacto con un poder más grande que uno mismo.

Par Rorty, el dilema entre un deconstructivismo pesimista y uno pragmatista no se reduce al ámbito meramente literario, sino que se manifiesta también a niveles político y filosófico. En la pregunta de Bloom ¿una vez desaparecido el significado, para qué leer y escribir? Rorty reconoce un dilema paralelo para los filósofos: una vez desplazado el fantasma del significado, ¿para qué hacer filosofía? Para responder esta pregunta, Rorty necesitaba rescatar a la deconstrucción misma del pesimismo y nihilismo de De Man. Lo que Rorty necesitaba era precisamente un deconstructivismo débil, pragmatista y estadounidense como el de Bloom (y Hartman). Según Bloom, la mayor diferencia entre ellos es que, mientras que para Rorty las tesis de que “todos los vocabularios descriptivos son mortales” y “la teorías son instrumentos, sino respuestas enigmas” proviene de William James, para él proviene de Emerson.
En el mismo texto, Bloom cita a James de manera extensa para concluir que si tan solo sustituimos “poesía” y/o “crítica” por “naturaleza” en el texto de James, obtendríamos una buena presentación de su propio pensamiento. Para Bloom, hacer poesía / crítica, leer / escribir, no puede responder ninguna pregunta definitiva sobre la naturaleza misma de la poesía / critica, ni si el significado de un poema puede ser determinado. Pero sí puede y debe cambiar nuestro entendimiento del poema, aunque ese cambio sea un cambio limitado a un propósito y un tiempo particular. No se necesita ser Rorty para reconocer los ecos pragmatistas de esta posción.

Según Bloom, uno de los puntos mas claro de oposición entre Bloom y De Man, y por extensión, entre el deconstructivismo pragmatista y el pesimista, es el putativo carácter epistémico del tropo literario. . . . para la Escuela de la Deconstrucción, el tropo es una figura de conocimiento.
Para mí, es siempre una figura de voluntad y no-conocimiento.
En Agon, Bloom señala su separación de la deconstrucción de De Man, acusando a éste de “convertir la crítica en la ciencia de la epistemología de los tropos.” Para Bloom, en cambio, el tropo es pieza esencial en la construcción de la subjetividad (del poeta, en primera instancia, pero también del lector) como voluntad. La respuesta a la pregunta: ¿para qué leer o escribir? ha sido clara para Bloom desde el principio: “A fin de cuentas, leemos para
reforzar al yo,” para “encender la vela solitaria del yo.” Esta construcción no es de tipo epistémico. En tanto que trata de nuestra propia subjetividad, lo que obtenemos del texto no
puede entenderse como conocimeinto en el sentido de una relación entre sujeto y objeto. En la lectura, no hay lugar para tal distinción. A través del texto, el yo se pone en contacto con sí
mismo.


5. Egoismo Estético versus Pragmatismo


Al centro de los textos bloomeanos de años recientes ha empezado a aprecer la figura del lector solitario que no lee sino por placer, estético y egoísta. En el prologo a su How to Read and Why, del año 2000, por ejemplo, Bloom escribe que, mientras que cómo y qué se lee no pueden depender de los propios lectores, “el porqué leen debe ser por y en su propio interés.”

La literatura sigue siendo para Bloom el instrumento por excelencia de la subjetividad. Sin embargo, en sus textos de los noventa y de principios de este siglo, Bloom acentúa su carácter a-político y a-epistémico. Según Bloom, el problema es que, “cuestiones de gusto y
juicio ahora parecen descansar completamente sobre información y no, en lo absoluto, sobre lo que llamaría aprendizaje o sabiduría.” La oposición entre conocimiento y gnosis central a su teoría de los ochenta, reencarna en los noventa como la oposición entre información y sabiduría. Sabiduría, para Bloom, es lo que podemos aprender solo a través del contacto con otros, y en su defecto, con los libros.

. . . una de la razones principales por las que leemos y debemos leer es porque no podríamos posiblemente conocer la suficiente gente o conocerlos
suficientemente bien.

. . . dado que no podemos conocer suficiente gente y nos cuesta tanto trabajo conocernos a nosotros mismos, es Shakespeare, es Cervantes, es Dickens, es Jane Austen, es Virginia Woolf, es Tolstoy, es Dostoyevsky quienes nos ayudarán a encontrarnos a nosotros mismos, a aceptarnos, o darnos cuenta de que no nos somos aceptables y que tal vez deberíamos hacer algo al
respecto.”

Hasta que te conviertas en ti mismo, ¿de qué beneficio podrías ser a otros?

A diferencia del conocimiento y la información, la sabiduría solo atañe a uno mismo. Es lo que aprendemos de nosotros mismos, a través de (nuestar diferenciación de) los otros y del otro siempre desplazado. Para Bloom, la lectura es una actividad terapeútica,
“el más curativo de los placeres,” y el ‘placer’ al que refiere Bloom en estos textos es un placer puramente estético. Una vez
eliminada la dimensión política de la lectura, el único criterio al que debe obedecer la lectura es el criterio estético del placer propio. En los último años, Bloom ha alzado la voz, una y otra vez, por la autonomía de lo estético. En el Canon Occidental, por ejemplo, escribe:

Me siento bastante solo esto días al defender la autonomía de lo estético, pero su mejor defensa es la experiencia de leer El Rey Lear y después ver una buena puesta en escena de la obra. El Rey Lear no deriva de una crisis en filosofía, ni su poder puede ser reducido a una mistifcación promovida de alguna manera por las instituciones burguesas. Es una marca de la degeneración del estudio literario que a uno se le considera excéntrico por
sostener que la literatura no depende de lo filosófico, y que lo estético es irreducible a una ideología o metafísica. La crítica estética nos regresa a la autonomía de la literatura imaginativa y la soberanía del alma solitaria, el lector no como una persona en sociedad pero como el yo profundo, nuestra interioridad última.

En vez de una lectura informada por las necesidades ideológicas, políticas y sociales del lector, Bloom aboga por una lectura egoísta, no solo en el sentido de una lectura que alimenta nuestro ego, sino que es solitaria e indiferente a los intereses de otros.

Si uno pone atención a los cambios sufridos por los estudios literarios en los Estados Unidos, es fácil entender el cambio de énfasis en la obra de Bloom. En vez de la deconstrucción de De Man y Derrida, hoy en día, el enemigo de Bloom es lo que él llama la escuela del resentimiento: los estudios multiculturales neo-marxistas (o marxistas rococó, como los llama Tom Wolfe). El cambio en énfasis, de lo pragmático a la estético dentro de la obra de
Bloom corresponde a un cambio histórico dentro de la disciplina crítica en los Estados Unidos. Del texto, a finales de los ochenta, el acento paso al contexto. Así como la deconstrucción fuerte se había colocado a la cabeza de los estudios durante los ochenta, así
también cayo estrepitosamente en desuso a finales de esa década.

Si bien no es razón suficiente, es claro que el descubrimiento del pasado colaboracionista nazi de De Man y el subsecuente escándalo de 1987 jugaron un papel significativo en la caída de la deconstrucción en los Estados Unidos.

En un fenómeno edípico, una de las consecuencias de las ideas de De Man fue la que sepultó y suplantó al deconstructivismo como corriente de moda dentro de la crítica literaria en Estados Unidos. Dado que era sospechoso de aquellos que veían a la deconstrucción
meramente como un nuevo esteticismo, a finales de su carrera, De Man se mostró cada vez mas enfático en el carácter anti-ideológico de la lectura deconstructiva. En The Resistance to Theory, escribió

. . . mas que cualquier otro modo de indagación, incluida la economía, la lingüística de lo literario constituye un instrumento poderoso e indispensable en el desenmascaramiento de las aberraciones ideológicas, así como un factor determinante para explicar su aparición. Quienes reprochan a la teoría literaria
por ser ajena a la realidad social e histórica (es decir, ideológica) simplemente están expresando su temor a la denuncia de sus propias mistificaciones ideológicas. . .

Una vez desaparecida la figuran antagónica De Man, el afán de pragmatizar la deconstrucción también desaparecio de la obra de Bloom. En lugar del Bloom revisionista, apareció el Bloom reaccionario. En lugar del Bloom contestatatario que nos invitaba a
desafíar las autoridades de nuestra tradición, que nos osaba a ser poetas fuertes y buscarnos a nosotros mismos, aparece el Bloom autoritario con su lista de lecturas para chicos y grandes. Del Bloom que se solía confundir con De Man, no nos queda más que el De Man que se confunde con Allan.

Bloom no es simplemente un hombre moribundo, sino también de una raza moribunda en esta época en que el sacerdote, el político, el profesor – aún el que fue el más poderoso de los magos, el corredor de bolsa – ya no sustentan el poder ni despiertan la obediencia que solían. . . él nos recuerda al resto.

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