En 1982, el lingüista holandés Teun van Dijk demostró cómo el lenguaje permitía comunicar y reproducir el prejuicio en general y el prejuicio étnico, el racismo, en particular. La políticamente correcta pero altamente xenófoba sociedad europea le sirvió como ejemplo. A fines del año pasado, se publicó un libro coordinado por Van Dijk llamado Racismo y discurso en América latina; tiene una introducción a cargo del compilador y estudios de casos de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Guatemala, México, Perú y Venezuela. Con este libro como disparador, el investigador del Conicet Salvio Martín Menéndez, profesor de Lingüística de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y de la Nacional de Mar del Plata, habla con Van Dijk del discurso como mecanismo de reproducción del racismo en nuestros países, y si existe una manera de des-aprender las ideologías y prácticas racistas que las sociedades han incorporado.
El prejuicio parece ser un elemento constitutivo de la mayoría de las sociedades; el racismo es, tal vez, uno de los más evidentes y, en consecuencia, difundidos. Se lo puede caracterizar como un complejo sistema en el que intervienen diversos factores cognitivos, sociales y culturales. El lenguaje ocupa un lugar privilegiado en relación con él ya que permite su reproducción continua y cotidiana.
Teun van Dijk, lingüista holandés actualmente residente en Barcelona, advirtió con sagacidad y sentido crítico en 1982 cómo el lenguaje permitía comunicar y reproducir el prejuicio en general y el prejuicio étnico, es decir el racismo, en particular. La “políticamente correcta” pero altamente xenófoba sociedad europea –y la holandesa, en un principio como muestra altamente representativa– le sirvió como punto de partida para mostrar el alcance de sus hipótesis y del análisis que proponía. Su libro Prejudice in discourse (Prejuicio en el discurso, Amsterdam, Benjamins, 1982, sin traducción al español) marca un punto de inflexión y permite ver cómo la lingüística –entendida “tradicionalmente” como la disciplina que describe y explica las estructuras formales de las diferentes lenguas–- puede explicar también las estrategias que los hablantes utilizan, justamente, para tratar o no de evitar ser prejuiciosos en las situaciones cotidianas en la que les toca interactuar. Estas estrategias no son, por supuesto, individuales sino que forman parte de los diferentes grupos que forman una sociedad. Ahí aparece otro elemento central: la influencia y la responsabilidad de los medios masivos de comunicación en conformar y difundir los prejuicios de esas sociedades de las que ellos forman parte y, además, permiten conformar.
A finales del 2007, la editorial Gedisa publicó un volumen coordinado por Van Dijk en el que se enfoca el problema del racismo en el discurso con especial atención a los países de América latina cuyo título es Racismo y discurso en América latina. El libro está compuesto por una introducción a cargo del compilador y estudios de casos de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Guatemala, México, Perú y Venezuela. No es éste el lugar de hacer una evaluación crítica del libro. Sí de mencionar que todos los capítulos siguen las líneas generales de lo que Van Dijk propone y que puede actualmente ubicarse dentro de lo que se denomina Análisis Crítico del Discurso (ACD). ¿Qué debe entenderse por ACD? Puede caracterizarse como un análisis de los discursos que circulan socialmente acentuando la adopción de una posición “crítica”. Esto supone denunciar cómo el discurso es utilizado por los diferentes “centros de poder” para manipular a las diferentes sociedades. Nuevamente los medios ocupan un lugar central: poder y manipulación no son dos características que les son ajenas.
Si bien no hay solamente una definición de esta corriente, todos acordarían en la importancia que tiene la lingüística dentro de ella. Pero, al mismo tiempo, esa importancia es relativa: se trata de ir más allá de sus límites, incorporando una visión multidisciplinaria y un compromiso político expreso.
A partir de estos lineamientos, que Van Dijk expone en su introducción, en esta entrevista habla acerca de algunos puntos polémicos que multiplican un debate que exige un grado de conciencia social mucho mayor.
En su libro Racismo y discurso en América latina el discurso aparece como un mecanismo privilegiado de reproducción del racismo. Algo similar sucede con otros fenómenos como el prejuicio y la discriminación. ¿Cómo caracterizaría y diferenciaría racismo de discriminación y prejuicio? y ¿cómo caracterizaría el discurso en relación con ellos?
–Racismo, discriminación y prejuicio son nociones relacionadas dentro de una teoría general del racismo como un sistema social de dominación racial-étnica. En otras palabras, racismo –como sexismo– es un sistema de poder. Ese sistema del racismo está compuesto por dos sistemas: uno de prácticas sociales racistas, que llamamos discriminación, y otro, un sistema sociocognitivo que llamamos prejuicios, más específicamente ideologías racistas. Esas ideologías racistas son la base de las prácticas de discriminación, y se usan también para su legitimación. El discurso tiene un rol fundamental en ese sistema del racismo. Por un lado es una práctica social como las demás y, por lo tanto, se puede discriminar con el discurso. Por otro lado, es la práctica social con la cual aprendemos y reproducimos las ideologías racistas. En ese sentido el discurso es como una interfaz entre discriminación e prejuicios. Por cierto, a menudo la noción de prejuicio en la psicología social se define como una actitud racista (o sexista, etc.) personal, pero es importante enfatizar que prejuicios son esencialmente sociales, compartidos por los miembros de un grupo ideológico.
Si el racismo, como usted sostiene, no es innato sino que es un proceso de adquisición ideológica que se aprende socialmente, es decir, en la familia, en la escuela, en el trabajo, en los medios y en la interacción cotidiana en sociedades multiétnicas, ¿podría explicarnos cómo se lleva a cabo y si hay posibilidades de limitar su adquisición o, directamente, de no adquirirlo?
–Felizmente no solamente aprendemos ideologías racistas, sino también otras ideologías, más positivas, como ideologías basadas sobre valores de igualdad y de justicia. El antirracismo y el feminismo son ejemplos de esta clase de ideologías críticas en relación con las ideologías de dominación. En una sociedad de dominación europea (“blanca”), como en Europa, en Argentina y en grandes partes de América latina, la ideología y las prácticas racistas han sido dominantes durante siglos. Se necesita mucho tiempo para “des-aprender” esas ideologías y prácticas.
Usted considera que las posibilidades de hacer un planteo crítico de este tema en los medios, en los circuitos académicos y políticos es limitada. Sin embargo, creo que el racismo, como otras prácticas discriminatorias, tiene un espacio y se lo discute con cierta frecuencia. Ahora bien, me parece que el modo en que esta discusión se lleva a cabo neutraliza la posibilidad de cambios efectivos. ¿Hasta que punto la lógica del discurso de los medios, de los políticos y del discurso académico no es “gatopardista”, es decir, actúa impidiendo cambios efectivos a pesar de aparentar que las cosas deben cambiarse?
–Es cierto, se habla sobre racismo en los medios de comunicación. Pero ese discurso en general no es sobre “nuestro” racismo, el racismo cotidiano en las instituciones, organizaciones y grupos dominantes, sino del racismo más marginal, de extrema derecha, el racismo violento de skinheads, de Le Pen en Francia o de Haider en Austria, para citar ejemplos representativos. El racismo cotidiano de “nuestras” instituciones se manifiesta de muchas maneras, como la falta de minorías en el gobierno, el parlamento, en la prensa, en la universidad o la Justicia, y por el poco interés en las instituciones y sus discursos en ese racismo. Por ejemplo, en los miles de artículos de periódico que analicé durante años, casi nunca encontré un artículo sobre racismo en la prensa, a pesar del hecho de que todas las investigaciones muestran que los medios de comunicación son parte del problema del racismo, pero todavía no de su solución. También en la prensa de izquierda, tal vez no explícitamente racista, hay más interés en el tema de la inmigración como invasión, como problema, que en el racismo en el país, un racismo del que miles y miles de inmigrantes y minorías son las víctimas, cada día. Lo mismo sucede en los libros de texto, que hablan muy poco sobre “nuestro racismo” hoy en día, y sí hablan, en cambio, de racismo en relación con fenómenos del pasado, como la esclavitud, o en otros países, como el apartheid en Sudáfrica o la Segregación Racial en EE.UU. Algo similar sucede en la política: los gobiernos en Europa (y en Argentina) están más preocupados con la inmigración “ilegal” que con el auge del racismo en Europa. El racismo ha sido fatal para millones de personas en el mundo. Ejemplos evidentes son la esclavitud, el colonialismo, el Holocausto. La inmigración y la diversidad cultural, en cambio –muchos informes así lo demuestran– solamente contribuyen positivamente al desarrollo económico, social y cultura de los países. El problema fundamental de nuestro racismo, el racismo de las élites blancas, es su negación. Pero el criterio –si hay racismo o no– obviamente no es el criterio del grupo dominante, sino el del grupo dominado. Por lo tanto, sus experiencias y testimonios son fundamentales para establecer si hay racismo o no.
Usted viene trabajando desde una perspectiva que denomina “transdisciplinaria” y considera que los avances en las ciencias sociales y humanas permiten análisis cada vez más sofisticados. ¿Cuál sería el alcance de ese “avance sofisticado transdisciplinario”?
–Los estudios tradicionales –tanto del racismo como de otros sistemas de desigualdad social– en las ciencias sociales y humanas en general eran monodisciplinares, por ejemplo en ciencias políticas, sociología, antropología, comunicación o lingüística. De esa manera, solamente se consigue un análisis parcial de los problemas sociales. Con un enfoque multidisciplinario los problemas sociales se plantean en toda su complejidad como, por ejemplo, en el estudio del racismo. Para el estudio de los prejuicios e ideologías se necesita de conceptos y teorías de la psicología social y cognitiva para describir y analizar representaciones mentales. Pero se necesita del análisis del discurso para comprender cómo exactamente se adquieren y reproducen esas representaciones en los discursos; un análisis sociológico aporta cómo esa reproducción se hace en las organizaciones, instituciones o grupos de élites. Las estructuras cognitivas, sociales y discursivas están estrechamente interrelacionadas, y solamente una investigación multidisciplinaria puede analizarlas de una manera adecuada. Por ejemplo, sabemos hoy en día que las ideologías no se expresan directamente en los discursos, sino a menudo a través de modelos mentales subjetivos de eventos “étnicos” en nuestra memoria episódica (“autobiográfica”), y que esos modelos son la base de cuentos, noticias u otros discursos ideológicos. Eso explica, por ejemplo, que no toda la gente racista habla y actúa siempre de la misma manera (y que hay mucha variación personal en la manera de ser racista o sexista).
Cuando tiene que caracterizar el discurso racista señala que es complejo y sutil y que se basa en enfatizar los rasgos positivos del “nosotros” y los rasgos negativos del “ellos” y, a la inversa, en no poner énfasis en los rasgos positivos del “nosotros” y del “ellos”. ¿Cómo evalúa que un esquema basado en una oposición tan sencilla como operativa permite explicar e interpretar la sutileza y complejidad de un discurso tan problemático como el racista?
–Obviamente esa polarización es una estrategia muy general, que tiene muchas manifestaciones más específicas, como es el caso de la distinción social entre grupos dominantes y grupos dominados. La polarización entre endogrupo (nosotros) y exogrupo (ellos) es fundamental en las ideologías que son la base de nuestras actitudes sociales y en los modelos personales sobre eventos con otra gente. Pero, primero, las actitudes pueden ser muy variadas, como una actitud racista sobre inmigración (definida como invasión) o sobre la integración cultural de inmigrantes o minorías. Segundo, al nivel del discurso, la polarización básica se puede manifestar en una gama muy diferente de propiedades del discurso, como los temas, los titulares, metáforas, argumentación, hipérboles, eufemismos o las palabras que usamos, entre muchas otras. De la misma manera, hay múltiples prácticas sociales del racismo cotidiano, como tratar a “ellos” en los medios, en el trabajo, en las tiendas, en las oficinas, etcétera. Todas prácticas muy variables, pero basadas sobre la distinción fundamental entre “nosotros” como “buenos”, y “ellos” como “malos (o por lo menos diferentes)”.
Usted ha sido uno de los iniciadores de una importante corriente dentro de la lingüística llamada Análisis crítico del discurso. De una manera enfática, ha mostrado no solo los límites que la lingüística “tradicional”, sino la necesidad de llevar a cabo un análisis interdisciplinario y transdisciplinario que permita una interpretación crítica no sólo social (académica) sino política (de intervención concreta). ¿Cuáles serían los alcances y límites del análisis del discurso que propone? ¿Hasta qué punto el aspecto “crítico” del análisis del discurso puede convertirlo en un simple comentario de textos? ¿Cómo evalúa el pasaje concreto de la interpretación académica a la intervención política?
–El ACD no es un método sino una actitud crítica, socialmente comprometida, en la ciencia del discurso. Esa actitud no es una garantía de buena ciencia, y, como en cada línea de investigación, hay trabajos buenos y malos. Hacer análisis críticos de problemas sociales necesita el uso de los métodos más avanzados y sofisticados de las ciencias sociales y humanas. Problemas sociales como el racismo, el sexismo, el clasismo, la pobreza, y tantos más, son tan complejos que no se pueden analizar de una manera superficial, y con métodos más bien impresionistas, como, por ejemplo, los de la crítica literaria impresionista que conocemos hasta hoy. Por otro lado, tampoco los análisis más sofisticados en lingüística formal nos ayudan a comprender y resolver problemas sociales si no se relacionan con estudios más amplios del discurso, de la interacción social, de la comunicación, de la cognición y de las estructuras sociales. Solamente en los últimos años empezamos a comprender cómo muchos de esos fenómenos y estructuras están interrelacionados. Para eso necesitamos teorías y métodos muy sofisticados y multidisciplinares. Además, la ciencia más sofisticada no sirve sin la acción social y política y sin la resistencia de los grupos dominados. Un ejemplo preciso: el rol fundamental del feminismo en la sociedad.
¿Hay características particulares que permitan diferenciar el discurso racista del no racista o los grados de racismo que tienen los discursos?
–El discurso antirracista precisamente evita esa polarización, no enfatiza las diferencias sino las similitudes, y no esconde las malas cosas de nuestro grupo. Un ejemplo: el caso de las viñetas contra Mahoma en el periódico danés Jyllands Posten en septiembre de 2005, que crearon una alarma entre musulmanes en el mundo entero. Hicimos un estudio de la cobertura de ese conflicto en la prensa, también en la prensa más o menos progresista, como El País en España. Los resultados de la investigación confirman todas las hipótesis sobre el rol de la prensa en la reproducción del racismo: se hablaba casi solamente sobre la intolerancia, la violencia y el atraso social de los musulmanes y de los árabes, y se enfatizaba los logros de la civilización europea, como la libertad de prensa y de pensamiento. Ni una palabra sobre la otra historia europea, como la de la esclavitud, del colonialismo, del fascismo, del Holocausto o de las guerras mundiales. Y, además, no se decía ni una palabra sobre las tradiciones culturales y científicas de las culturas árabes y musulmanas, o la variación tremenda entre musulmanes. Tampoco sobre la historia del catolicismo de la Inquisición, del Opus Dei y la oposición hasta hoy día, en España misma, contra casi todos los avances sociales de derechos humanos, como el derecho al aborto, al divorcio y los matrimonios gay. Había muchos artículos sobre la libertad de prensa, pero ningún artículo sobre el racismo en Dinamarca, por ejemplo, tanto en la política como en la prensa danesa. La polarización entre el Mundo Europeo Bueno y el Mundo Musulmán Malo era casi total. Hubo solamente muy pocos artículos más críticos de profesores famosos antirracistas. Claro, profesores blancos, otra vez. Los representantes de “ellos” obviamente no tenían acceso a la prensa para explicar su visión del evento. Así puedo mencionar docenas de casos de la polarización entre “nosotros” y “ellos”.
lunes, 4 de febrero de 2008
"NOSOTROS Y LOS OTROS: Entrevista a Teun Van Dijk" por Salvio Martin Menendez.
Etiquetas:
COMUNICACIÓN,
DISCRIMINACIÓN,
ESTADIO ACTUAL,
POLITICA DE GÉNERO
Publicado por DARÍO YANCÁN en 4:24
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