martes, 13 de noviembre de 2007

"EL DIOS DE LA VIDA NO APOYA GUERRAS SANTAS" por Alberto Araica



Meses atrás empezó al conflicto entre israelíes y libaneses a raíz de unas incursiones bilaterales en la frontera que incluyó la captura de algunos soldados.
No pensé que este acontecimiento iba a prolongarse tanto ni a alcanzar magnitudes de genocidio contra el pueblo libanés. Hasta ahora se habla de más de 350 personas muertas, daños cuantiosos, y centenares de heridos, la gran mayoría civiles libaneses, especialmente ancianos, mujeres y niños. Israel está utilizando toda su fuerza militar de la forma más descarnada contra la población civil del Líbano bajo el argumento de acabar con un grupo militar “terrorista” que (cierto o falso) fue elegido democráticamente por su pueblo. Al margen de las causas coyunturales, liderazgos locales, intereses nucleares regionales con Irán, control del agua, y otros, que no justifican para nada esta carnicería desatada por el estado de Israel, quiero destacar en los siguientes párrafos desde el punto de vista teológico dónde nace este espíritu sionista, expan-sionista, y militar del Estado de Israel.

En platicas informales algunos cristianos y amigos de este lado del mundo nos preguntamos, ¿de que lado está Dios en medio este conflicto?, ¿Es capaz el Dios que conocemos de apoyar a su pueblo escogido en esta barbarie?. Para contestarnos esas preguntas en su justa dimensión hay que ir más atrás y desempolvar la historia del “p ueblo escogido”, pero sobre todo quitarse el lente fundamentalista con que hemos leído la historia bíblica del Antiguo Testamento para poder diferenciar lo que es historia factual, historia metaforizada, e ideología agregada que sustenta la naturaleza sionista del Estado de Israel.

Este artículo levanta la tesis de que la ideología sionista y militar del Estado Israelita no tiene ninguna base bíblica o divina absoluta que la justifique (el hecho de que existen relatos de violencia en la Biblia no quiere decir que son bíblicos o divinos), sino que nace de la herencia militar de los rebeldes hapirus del siglo XVXIII a.C., la vocación expansionista del rey David, y la reforma del rey Josías que sienta las bases de lo que será la ideología pre-sionista post-exílica.

El objetivo es pues ofrecer a los líderes religiosos y pueblo cristiano algunas pautas histórico- teológicas para entender a la luz del pensamiento religioso las bases del pensamiento sionista y militar del Estado de Israel, y segundo; destacar que el Dios de la vida no apoya “g uerras santas” en su nombre sino la solidaridad y el respeto entre los pueblos como base para el desarrollo y la dignidad humana.

La herencia del espíritu militar de los Hapirus

Quiero empezar destacando que el espíritu guerrero militar de los judíos (hebreos) se remonta al movimiento de los llamados hapirus en la Palestina entre los siglos XV a XI a.C., que nace como un movimiento de marginados, que para su sobrevivencia se enmontañaron en Palestina para desarrollar una estrategia de “guerra de guerrillas”. La investigación científica identifica a los hapirus como grupos nómadas que perdieron su estatus económico y que decidieron vivir al margen de la sociedad vigente de su época. Hapiru no designaba un grupo étnico sino un grupo social heterogéneo, incluyendo ladrones, rebeldes, prisioneros de guerra, esclavos, y bárbaros, etc. Ser considerado un hapiru era una designación ofensiva, sin embargo es el término que da origen a nombrar al pueblo que forma la nación de Israel: los hebreos 1.

Antes del siglo XII a.C. Palestina (Canaán) cobraba importancia como pasaje comercial. Quien dominaba este territorio tenía la oportunidad de cobrar impuestos aduaneros; por esta razón muchas naciones (Egipcios, Persas, Asirios, Babilónicos, Romanos, etc) invadieron Palestina procurando mantener ahí su dominio. Con la caída del poderío egipcio en los territorios de Palestina, después del siglo XII a.C., las ciudades-estados cananeas empezaron a luchar militarmente por la primacía de la región. Se dice que nunca hasta entonces el número de hapirus fue tan grande como en este período, uniéndose a ellos gran parte de los hebreos que salieron de la esclavitud en Egipto con el Éxodo del 1220 a.C., grupo formado por “t oda clase de gente” (Ex.12,38), mezclándose con otros grupos rebeldes en el desierto, y otros que ya existían en las montañas cananeas. La investigación veterotestamentaria propone que la formación de Israel se dió a partir diferentes grupos de hapirus (forajidos, ladrones, fugitivos y mercenarios) de diferentes tradiciones (abrahámica, cananea, mosaica, sinaítica). Históricamente, la ocupación de las montañas cananeas a partir del siglo XIII, el asentamiento de grupos rebeldes al feudalismo local, y el asentamiento de campesinos forajidos, empezó a determinar la historia militar de la “t ierra prometida”.

Desde el punto de vista religioso, la tradición sinaítica es responsable de la corriente Yavista, una de las formas de pensamiento religioso y mitológico más antiguas y radicales (probablemente 900 a.C.), que se ocupa de presentar al Yahvé de Israel como un Dios a la altura e incluso más fuerte que los otros dioses de las naciones vecinas. Según este pensamiento teológico, Yahvé es un Dios celoso y no acepta otros dioses, es un Dios de las “g uerras santas” que aboga por la autodefensa de su pueblo. El poder del pensamiento yavista-monoteísta estriba en que el poder pertenece a Dios y a nadie más. En medio de esta influencia de pensamiento, los hapirus se alzaron en armas contra las ciudades-estados primitivas debilitadas por la ausencia del poder egipcio (siglo XIII), dando lugar a un sistema tribal de economía solidaria familiar, el cual apenas duró unos 200 años hasta la instauración de la monarquía davídica. Con la aparición de reyes israelitas se acaba el sistema democrático tribal, se centraliza el poder económico y religioso en Jerusalén, se oficializa la cúpula de poder en el nombramiento de sacerdotes afines al rey, se organiza el ejército israelita, y se empieza a cobrar tributos (impuestos) a los campesinos utilizando el Templo construido sobre el monte Sión como casa de control tributario. Esta experiencia bélica y guerrera de los diferentes grupos de hapirus fue heredada a las generaciones de turno constituyendo parte fundamental de la vida política y religiosa del pueblo judío, incluso durante la monarquía de los reyes.

La visión expansionista de David

En el año 1000 a.C., David de Judá surgió como rey de Israel, siendo además de un astuto político un gran militar. Su primer acto monárquico fue conquistar una nueva ciudad capital: Jerusalén, la que nombró “ci udad de David” (II Sam.5.6-12). Jerusalén era una fortaleza estratégica para los propósitos guerreros y expansionistas de David debido a su ubicación geográfica para la defensa ya que estaba rodeada de murallas. David le dio al pueblo hebreo un verdadero ejército armado y una mentalidad imperial y nacionalista. A su nueva ciudad hizo traer el “a rca de la alianza” donde se guardaban las tablas de la ley que Dios había dado a Moisés l oque permitió gradualmente ir centralizando y controlando el culto a Yahvé. El primer pacto entre Yahvé y su pueblo en el Sinaí había sido ahora substituido por un segundo pacto eterno entre Yahvé y el poderoso David, quien construyó ideológicamente la fe del pueblo judío a partir de su estatus de rey visto como hijo de dios haciendo legítimo su control absoluto de las tierras, los animales, la economía, y el ejército.

Algunos historiadores piensan que David heredó el espíritu guerrero de los hapirus, siendo él mismo jefe de una de estas bandas de saqueadores. Su grupo tenía alrededor de unos cincuenta hombres que incursionaban en las planicies, saqueando todo lo que encontraban en los caminos. La Biblia cuenta de David y su grupo que al estar con hambre topan con un templo y comen del pan sagrado panes de la proposición), además de solicitar armas al sacerdote del templo para seguir huyendo del rey Saúl (I Samuel 21, 1-16). También su lucha contra el filisteo Goliat (I Samuel 17) se ubica en este contexto de desarrollo militar de las fuerzas mercenarias de las tribus de Israel y los filisteos que dominaban parte del territorio 2.

David estableció una sociedad de clases dentro de la nación de Israel, poniendo las bases para la franca opresión que impondría después de su muerte su hijo Salomón, quien nombró gobernadores para controlar las tribus, supervisar el trabajo forzado (la leva) y la recolección de impuestos. El gobierno de la nación israelí se hizo entonces piramidal y dictatorial: campesinos oprimidos, gobernadores, ejército, sacerdotes y el rey. El templo de Yahve construido bajo Salomón sobre el monte Sión, en Jerusalén, y bajo el control de los sacerdotes y la realeza era una pieza importante en esta estructura social, ya que aseguraba con sus rituales religiosos la legitimidad del poder y el falso respaldo de un “dios opresor” acomodado por los escritores a la coyuntura e intereses históricos de los poderosos del momento (I Reyes 12, 1-11).

Las bases pre-sionista de la Reforma de Josías (622 a.C.)

Cuando Salomón muere alrededor del 922 a.C., el reino se divide en dos: al norte el reino de Israel; y la sur el reino de Judá. El reino del norte fue conquistado por los asirios en el 722 a.C., y destruido su imperio. El reino del sur fue conquistado por los babilonios en el 586 a.C., y su pueblo llevado al exilio durante cincuenta años hasta que después de la conquista de babilonia por los persas, los exiliados judíos pudieron retornar a Judá para reconstruir la ciudad y el templo. Es importante señalar, que el dios del pueblo conquistado pasaba a ser súbdito del dios del pueblo conquistador, de modo que en el contexto de la invasión asiria el Dios de Israel fue simbólicamente declarado súbdito de Azur, dios nacional de los asirios.

Es así que surge entre los judíos el movimiento “so lo JHWH” en el sur de Palestina, como punta de lanza de la resistencia anti-asiria y que fue adoptado por Josías quien se constituyó en rey a partir del 622 a.C.

Josías buscó establecer la legitimidad del reino monoteísta, reconstruyendo la unidad y la identidad fracturada del pueblo durante el exilio, impulsando su movimiento yavista radical sobre una alianza entre Yahve, el rey, y el pueblo (II Reyes 23,1-3), y además monopolizando la fe alrededor del templo en Jerusalén como único centro de adoración. Políticamente Josías buscaba reconcentrar las fuerzas dispersas de la nación y la unidad del pueblo alrededor del poder religioso y militar como parte de las medidas anti-asirias, mientras que en lo religioso se oficializaba la adoración única y exclusiva del Yahve guerrero. Las bases de la reforma de Josías desde mi punto de vista dan lugar al proceso de evolución del pensamiento sionista posterior basado en: el retorno a la tierra de Palestina, la unidad nacional en el seno del pueblo judío, el desarrollo nacional que pasa por una revolución individual del ciudadano judío, y la transición del estado pasivo de esperar la llegada del Mesías hacia una actitud proactiva de restauración y afirmación política. En otras palabras, Josías retomó el camino truncado de la monarquía israelita justificando su actuación política con el pensamiento sacerdotal, quienes desde su perspectiva de poder re-escriben la historia del pueblo escogido dando a Yahvé un énfasis de Dios guerrero, cruel, vengador, exclusivo y conquistador; en otras palabras un dios potencialmente pro-sionista.

Ante esta opresión ideológica y religiosa surge un grupo de profetas del pueblo con una visión anti-templo, como Jeremías, Miqueas, Sofonías, y Urías quienes denunciaron de manera radical los abusos del poder guerrerista de la monarquía judía, respaldando la lucha popular desde las tradiciones religiosas del pueblo3.
En resumen, la relación espontánea, solidaria, y libre que habían heredado los hebreos al salir de Egipto entre Yahvé y su pueblo, fue suplantada por una ideológica imperial sostenida por la rigidez de una religión legalista, exclusivista, alienada y vertical (post-exílica), diseñada por la línea de pensamiento sacerdotal a la luz de la amenaza de los asirios, y por lo tanto desarraigada de la vida de los pobres. Este no era el Dios que sacó a su pueblo de Egipto (Ex. 20,2).

El Dios del nuevo pacto está a favor de la vida

La legitimación de las guerras, sean cuales sean, y el extermino indiscriminado de pueblos enteros “e n nombre de Dios” constituye una falacia teológica y una manipulación burda de los principios del reino de Dios. Cualquiera que diga que el Dios de la vida está del lado de los invasores guerreristas se hace cómplice de las atrocidades y crímenes contra tanta gente inocente en Palestina. El Dios que conocemos en las palabras y los hechos de Jesús al lado de los oprimidos, los pobres, los refugiados, los quebrantados de corazones y los cautivos (Lucas 4,18) no es el Dios de este pueblo invasor que arrogantemente abusa de su condición de “escogido”.

Está claramente afirmado por la mayoría de historiadores serios que las narraciones guerreristas y tiránicas de Dios fueron elaboradas y re-editadas por intelectuales religiosos de influencia deuteronomista y sacerdotal afines al poder imperial en el tiempo de Josías4. Como explicamos, esta época se caracterizaba por ser una en que el imperio asirio dominaba en el antiguo oriente, de modo que el encuentro de los intelectuales judíos con la ideología asiria marcó profundamente y de forma decisiva no solo los principios de la ideología presionista, y militar hebrea, sino también la formación e historia del Antiguo Testamento (Dt.7:1-6).

Es así que los deuteronomistas escribiendo en la época de dominación asiria y bajo la influencia ideológica de Josías, explican en el libro de Josué la conquista militar de la tierra prometida, habiendo sido conducidos por un Dios guerrero y déspota. De esta manera, Dios es presentado como uno conquistador, militar y sangriento que le ha dado potestad a su pueblo (y le sigue dando) para arrasar sin compasión con los territorios vecinos “paganos”. El libro de Josué proveyó una justificación teológica para la política expansionista y militar de Josías, siendo estos relatos la punta de lanza de una ideología que promueve las “g uerras de JHWH” (Dt.20, Jos. 10, Jueces 4), incluyendo lo que se conocía en el Antiguo Testamento como “e l libro de las batallas de Yahvé” (Números 21:14) en el que se contaban todas las hazañas del pueblo israelita conducido por su Dios.


A modo de conclusión, quiero decir que el lente fundamentalista con el que tradicionalmente hemos sido enseñados a ver el accionar de Dios al lado de las “guerras santas” de su pueblo sigue siendo usado “i ntencional y premeditadamente” por algunos para que los pueblos occidentales lean equivocadamente los abusos de los estados guerreristas y conquistadores, cualquiera que éstos sean.

Estos textos que nos hablan de un Dios violento promueven una visión distorsionada, estrecha y exclusivista del evangelio y del pueblo de Dios. Creo que no debemos acercarnos a este conflicto entre Israel y el Líbano haciendo una lectura fundamentalista, confundiendo la revelación divina en la historia de la humanidad con la historia metafóricamente escrita y acomodada a la luz de intereses coyunturales y particulares: la forma en que leemos la Biblia afecta la manera en que leemos la historia. Una cosa es la intervención divina en la historia de la salvación de la humanidad, y otra muy distinta es como los autores del Israel ancestral nos cuentan esa historia bíblica a tono con un contexto específico.

Se hace urgente una reflexión seria sobre el paradigma histórico-factual con el que seguimos leyendo y entendiendo la palabra revelada, y que sigue marcando nuestro que hacer cristiano a tono con el pensamiento judío. Dos preguntas debemos hacernos al acercarnos a la historia del Antiguo Testamento: primero, ¿qué significaron esas narraciones en el contexto del pueblo judío cuando fueron escritos?, y segundo, ¿porqué los escritores israelitas nos cuentan esas historias de ese modo?.

Finalmente, el Dios guerrero no ha sido nunca una referencia absoluta en la Biblia, ni será jamás este Dios uno aliado con los ejércitos guerreros. El Dios de la vida es el Dios de un nuevo pacto con la humanidad, es el Dios de la gracia para todos y todas, es el Dios que “h a venido para que tengamos vida y vida en abundancia” (Juan 10,10). Ese Dios está al lado de la humanidad sufriente, el verdadero pueblo de Dios: la humanidad solidaria y digna, que aboga por la paz y la autodeterminación de sus pueblos, “que convierte las espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces” (Isaías 2,4).


1 Bootz Everton, Paralelos sociológicos y teológicos entre el movimiento hapiru de los siglos XV al XI a.C. enPalestina., PIPER, 1999


2 Gottwald Norman, Las tribus de Yahvé: un abordaje socioreligioso
de Israel entre 1250-1050 a.C.


3 Pixley Jorge, Historia Sagrada Historia Popular de Israel, CIEETS, 1989

4 Romer Thomas, Un Dios Enigmático, FEET – CIEETS, 2000

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