jueves, 21 de junio de 2012

"Quiero defender a los grandes criminales, incluido Bush" Entrevista a Jacques Vergès por Justo Barranco


El "abogado del terror" estuvo ayer en Barcelona. Jacques Vergès (Reunión, 1925), que ha sido abogado del nazi Klaus Barbie, del terrorista Carlos o de los militantes del FLN argelino durante los años de plomo de la lucha por la independencia, acudió ayer a Barcelona para presentar la reedición de su clásico "Estrategia judicial en los procesos políticos" (Anagrama), en el que expone su estrategia de ruptura en los juicios –el acusado se erige en acusador de los representantes legales de un sistema injusto–, repasando para ello procesos históricos como los de Jesús de Nazaret, Sócrates, Fidel Castro o Luis XVI. Hijo de padre francés y madre vietnamita, el protagonista del documental de Barbet Schroeder "El abogado del terror" se muestra inagotable pese a sus 84 años y acaba de protagonizar en un teatro de París un monólogo de dos horas, "Serial plaideur", donde se mide con Antígona o Juana de Arco.


¿Qué es la justicia, para usted?
La justicia es una institución hecha para resolver contradicciones que hay en la sociedad y que no son fundamentales. Por ejemplo, un hombre que comete un robo y dice que está en el paro, tiene cargas familiares, y no pone en duda el derecho de propiedad. El alquilado que no paga y dice quiero pero no puedo. Un hombre y una mujer que se divorcian y el hombre ha de pagar por la educación de los hijos. Por contra, y es el tema de mi libro, hay momentos en los que hablamos de una contradicción fundamental: los valores del acusado y los del juez son completamente contradictorios y es el propio fundamento de la sociedad el que se pone en duda. Por ejemplo, en Antígona, el rey Creonte rechaza honores funerarios a Polinices, su hermano, por traidor, y Antígona se pone hablar de la ley divina y le dice que no tiene el derecho de impedírselo. Y aquí hay una contradicción fundamental. Aparte de eso tomo el concepto de "proceso de ruptura", que se me ocurrió durante la guerra de Argelia.


¿Cómo se planteó el tema?
El juez militar le decía al acusado: usted es francés y por eso tenía argumentos como la Constitución francesa o el reconocimiento por la comunidad internacional del carácter francés de Argelia. El FLN es pues una organización terrorista y usted un criminal. Pero el acusado respondía: yo no soy francés, mi lengua maternal, usted lo sabe, no es la francesa, el Dios que adoro no es el mismo que el suyo, mis referencias históricas no son las mismas, tampoco las intelectuales: usted habla de Voltaire y Rousseau y yo hablo de Ibn Khaldun e Ibn Batuta. En estas condiciones considero que usted, juez, es un criminal por ayudar a mantener esta situación indigna. En ese momento la condena mayor era inevitable y lo que había que hacer era llamar a la opinión pública para hacer imposible la pena de muerte. Y esta era la estrategia que yo aplicaba. Antígona era condenada a muerte porque no había opinión pública a su favor, no había medios de comunicación, ni sindicatos, ni asociaciones. Hoy cuando jugamos a un proceso de ruptura en otra parte del mundo alguien puede levantarse para defenderlo. Y esto es la justicia para mí, una cosa hecha para resolver problemas en el interior de la sociedad, para fomentar el diálogo, pero cuando no es posible interviene una ruptura.


¿Y qué es el terrorismo?
Es una palabra muy amplia. Cuando Bush dice que declarará la guerra al terrorismo no tiene ningún sentido. Es como si en la guerra mundial alguien hubiera dicho que declararía la guerra a la artillería. Había artilleros franceses, rusos, alemanes, totalmente diferentes. No hay relación entre el terrorismo corso y el de Euskadi, o el de Irlanda y el de Bin Laden. Y se puede juzgar el terrorismo según el objetivo de los terroristas. Por otra parte la palabra terrorista se utiliza únicamente para las minorías que luchan y en cambio consideramos que es un acto de guerra la destrucción por los americanos de Hiroshima o Nagasaki, que es más grave que una bomba en un tren. O como cuando los ingleses destruyeron la ciudad de Dresde, desmilitarizada. Hay un terrorismo de Estado que no queremos ver. Por tanto la palabra terrorista es poco clara y hace olvidar un terrorismo de estado mucho más fuerte. En el curso de la guerra de Argelia había un diálogo entre un coronel y un responsable del FLN detenido. El coronel le preguntaba cómo podía justificar las bombas en las cafeterías, y él le contestaba que si fueran más ricos, tendrían aviones y los que lanzarían las bombas tendrían uniformes y se les impondrían condecoraciones y no destruirían un café sino todo un pueblo.


¿Por qué a partir de un cierto momento pasa de defender a luchadores anticoloniales a gente como Klaus Barbie, Carlos?
La tarea de un abogado es defender. Un médico que dijera yo no curo a los homosexuales que tengan sida porque estoy en contra de algunas prácticas sexuales le podríamos decir que volviera a leer el juramento hipocrático. El abogado está para defender, y no a sor Emmanuelle, ni inocentes, sino culpables. Defender no es disculpar, sino entender. Aclarar el camino que hace que un hombre como nosotros llegue a cometer un acto que reprobamos. Y cuando iluminamos este camino no hacemos una cosa subversiva sino que ayudamos a la sociedad. Durante la guerra de Argelia el ejército francés practicó torturas. En los procesos del FLN enseñábamos que habíamos dado al ejército un poder policial para el que no estaba formado. No se consideraba ni prisioneros de guerra ni sujetos al derecho común a los prisioneros del FLN. Estaban fuera de la ley. Los paracaidistas se los podían quedar un día o un año. Si los americanos en vez de invitar a un capitán francés especialista en tortura a Fort Bragg, Paul Aussaresses, para formar a los marines hubieran llamado a los abogados del FLN el escándalo de Abu Ghraib no hubiera tenido lugar.


¿Ha sentido fascinación por sus defendidos, como Carlos o Klaus Barbie?
Hay acusados a los que me siento muy cercano y otros no. A Carlos lo defendí cuatro meses, luego dejé su defensa. Si Barbie estuviera vivo y me propusiera pasar una semana de vacaciones con él, no sé si aceptaría. Nuestra visión del mundo es completamente diferente. La defensa que hice de él fue sólo jurídica: no se puede juzgar a un hombre que no ha sido extraditado, ni se puede juzgar por segunda vez a un hombre que ya fue juzgado en 1954. Es defender el derecho, la forma. Si Barbie me hubiera dicho que defendiera que la raza aria es la mejor, le hubiera dicho que eligiera otro abogado.
Pero, ¿se trata de absolver a sus clientes o de mostrar sus ideas?
Depende. Hemos de explicar por qué un cliente ha llegado a hacer cierta cosa. Durante la Revolución francesa el abogado realista Chaveau-Lagarde defendió a Danton, responsable de las masacres de septiembre, pero luego cuando la reina María-Antonieta le designó para defenderla aceptó. La reina entendió que podía defenderla pese a defender a Danton. Y la defendió con tanta pasión que al final de su defensa fue detenido.


¿Defendería al presidente de Sudán, acusado ahora de crímenes contra la humanidad?
Sí. Estamos aquí para defender a todo el mundo, incluso a nuestros enemigos. Un abogado que diga que no defiende a tal persona, le diré que no es abogado.


En el caso de Camboya, donde defiende a uno de los mandatarios de los khmeres rojos, usted afirma que no hubo genocidio.
No, no he dicho eso. Los acusados primero son perseguidos por crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra, pero no por genocidio, una palabra de la que abusamos. En segundo lugar, el cliente que defiendo dice que no tuvo responsabilidades en esto, que su puesto de presidente era ceremonial.
¿Pero no ha dicho usted que los muertos en Camboya fueron sobre todo por hambre?
Hay varias cosas. Hubo crímenes, cierto, pero se hace una amalgama con todo. Los americanos lanzaron tres veces más bombas en Camboya que en Japón. Estas bombas no contenían chocolate. Y a esos muertos se los pone en la lista de los khmeres rojos. Luego hubo un bloqueo y hubo una hambruna, y no por primera vez, ya hubo más durante la colonización francesa. No digo que no se cometieran crímenes, pero sí que no les podemos inculpar además de los crímenes de los otros.


¿Tiene límites para defender a alguien?
No, ¿hay límites para curar? Tendríamos incluso que defender a nuestro peor enemigo.


¿Un juicio es como una representación teatral?
Últimamente he hecho una en París, y en ella digo que un expediente de justicia es el principio de una novela, de una tragedia. Pero de ese drama que estamos viviendo frente a nosotros el abogado es el confidente del personaje principal, el que da nombre a la obra, Coriolano, Macbeth, Karamazov, y que siempre es el acusado, incluso el criminal. Muestro cómo la tragedia de Sófocles es como un proceso, igual que el proceso de Juana de Arco es como una tragedia.
¿No ha habido ningún caso que le haya marcado?
El de Djamila Bouhired, claro, con la que me casé. Pero también he defendido a Cheyenne Brando, una historia patética, una chica de 25 años que se suicidó. O defendí una madre que mata a sus dos hijos y se suicida tras un periodo de divorcio horrible. O un niño adoptado que lo descubre que cae en la droga y acaba matando gente. Pero sólo me conocen por las historias de las que se habla.


¿Qué le pareció la película de Barbet Schroeder?
Es importante, dos tercios de la película enseñan 50 años de nuestra historia, con las guerras de liberación, los atentados, la represión y la tortura a través del prisma de los procesos y de las vidas individuales. El último tercio no tiene interés al lado de este gran fresco. Quizá pensó que era muy favorable y pone a un periodista con temperamento policial que descubre que yo estoy en números rojos, que el banco me fiaba. O que el señor Carlos está convencido de que he querido irme a la cama con su mujer. Aunque sea verdad, no veo el interés. Y que he defendido a políticos africanos. Por qué no, también he defendido a políticos gaullistas. No le veo interés.


¿Hay alguien a quien quiera defender y no haya podido?
Quiero defender a todos los grandes criminales, incluido Bush.


¿Le fascina el mal?
No, pero forma parte de la sociedad y de la vida. Dostoyevsky era un hombre que detestaba el nihilismo pero todos sus personajes son nihilistas porque se planteaba preguntas e intentaba comprender. Hace 50 años defendí a una chica que había abortado. Eso era el mal. El fiscal le decía: has destruido una vida humana, carne de tu carne. Hoy el que se arriesga a ir a prisión no es quien aborta sino el loco que intenta impedir entrar a la clínica para llevar a cabo lo que se llama interrupción voluntaria del embarazo. Un crimen se ha convertido en un acto legítimo.

¿Y qué ha comprendido usted?
Creo que nuestra profesión es la más hermosa porque nos permite asumir el máximo de humanidad posible. Defendemos asesinos, celosos, sólo nosotros estamos cerca de ellos, el juez no los conoce, les hace preguntas, nosotros sí, hablamos con ellos de todo, de vida o de música. Hay una leyenda amazónica de una serpiente que lleva los ojos de todos los que come, nosotros también canibalizamos a nuestros clientes, a uno le cojo su virtud, a otro su vicio, a uno valor, a otro debilidad, y veo el mundo con más complejidad que sólo con mis dos ojos.

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