Las llaves de los palestinos, el símbolo de una lucha irrenunciable
Un viaje y unas llaves. Un exilio forzado, como casi todos los exilios. Llevaron bajo el brazo recuerdos, la tristeza y la humillación de quienes son expulsados de sus hogares; y en sus manos, las llaves de aquello que quedaba en el pasado, apropiadas por nuevos habitantes: sus viviendas. Estaban acostumbrados a sufrir las colonizaciones eternas: del imperio otomano en 1519, de Gran Bretaña; pero esta ocupación parecía ser diferente.
Lo que se llamó históricamente la independencia de Israel en 1948 fue la Resolución 181 de la Organización de Naciones Unidas de la partición del territorio palestino en un estado árabe y otro judío. Lo que implicó, fue la destrucción de 480 aldeas, la expulsión de ochocientos mil palestinos de sus hogares y la apropiación del 78 por ciento del territorio de la Palestina histórica por parte de una minoría judía que habitaba la zona. Por su magnitud, se la llamó Al Nakba ("la catástrofe" en idioma árabe) y los palestinos, con la ilusión del regreso a sus casas, conservaron las llaves para volver, en un futuro cercano, a la tierra
que los vio nacer. Quedaba ya viejo el falso slogan sionista: "una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra".
La creación del "Hogar Nacional judío" se realizó bajo el mito del retorno a la "tierra prometida", ubicándose en el medio de los países con mayores reservas petroleras del mundo, y en el punto de control y
unión entre África, Asia y Europa. Esto se logró junto con el apoyo de la comunidad internacional, a expensas de desalojar a una población entera conformada por un millón de personas, con los campamentos de refugiados, problema aún sin solución, como fidedigno
reflejo del hecho. La operación de vaciamiento continuó con la confiscación de tierras, las matanzas en aldeas como Deir Yassin (1948), Sabra y Chatila (1982) y bombardeos constantes por parte del incipiente Israel. La asfixia se prolonga en la actualidad, con la Franja
de Gaza como estandarte, convertida la zona más densamente poblada del mundo, sin vegetación, y con servicios de agua una sola vez a la semana, cuando se abren las compuertas del muro.
Estigmatizados por luchar contra la invasión de su tierra bajo el término terroristas, con el intento de hallar los rastros de la dignidad pisados bajo borceguíes militares, para poder conservar la identidad,
los palestinos mantienen su resistencia cultural mediante la nostálgica poesía y el objetivo de lograr supremacía demográfica con una numerosa descendencia. Su lucha se acompaña de revueltas callejeras llamadas
Intifada o de los mártires de la desesperación. En un combate desigual de piedras contra balas de fusiles Galil y tanques blindados, Palestina intenta seguir viva frente a la comunidad internacional que la subyuga.
Después del Holocausto nazi, que asesinó a más de seis millones de personas, no se puede dejar de aceptar el derecho a la autodeterminación del pueblo judío, pero no sobre tierra ajena ocupada bajo fundamento religioso. Sin embargo, Israel repudia al Hamas, organización elegida democráticamente en 2006 en un proceso con
veedores internacionales y es el único país Occidental sin Constitución escrita. Pretende limitar el territorio palestino segregándolo mediante un muro de "seguridad", pero no tiene fronteras físicas delimitadas. Exige el cese de la resistencia palestina, que estaría avalada por la resolución 3070 de la ONU que dice que cualquier país colonizado puede liberarse por todos los medios posibles, incluido el de la lucha armada; pero tiene legalizada la tortura en sus cárceles israelíes. Promete ciudadanía y vivienda mediante la Ley de Retorno a cualquier persona del mundo perteneciente (nacida o
convertida) al judaísmo pero no a palestinos que habitaron la tierra desde que nacieron.
Todas estas realidades hablan de un Estado que no quiere posibilitar la convivencia pacífica de palestinos e israelíes. De un Estado que aún cree que existen las razas, de un Estado que ni siquiera pestañea
ante la idea de un asesinato selectivo, de un Estado que pronuncia la oximorónica frase de "luchemos por la paz", de un Estado racista que mantiene un enclave colonial en Palestina. De un Estado sionista que el pasado 15 de mayo cumplió 60 años en una tierra en donde, por un lado, reina el festejo del aniversario y, por el otro un recuerdo triste pero con la firme convicción del derecho al regreso por el que se lucha sin descansar jamás, aún con las llaves, firmes compañeras, aguardando en el bolsillo.
viernes, 23 de mayo de 2008
"A 60 AÑOS DE LA CREACIÓN DEL ESTADO DE ISRAEL" por Darío Yancán
Etiquetas:
GEOPOLÍTICA,
MANIFIESTO,
POLÍTICA
Publicado por DARÍO YANCÁN en 13:10
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