martes, 14 de agosto de 2007

"Ciudad SACER" Capítulo 1. Por Darío Yancán






El presente cuento, no pretende ser más que una interferencia en nuestra

anmistiante conciencia, ante la marginalidad, la discriminación y la segregación social.

Están convidados...





CAPITULO UNO

Los sectores de poder de la Argentina, siempre se asumieron como lo Uno. Lo Uno fue (y es) lo esencial, lo primero, lo indivisible, y lo bueno. Lo uno se propuso y se propone el control, el dominio, la exclusión o, sin más el exterminio de lo Otro. Nunca su inclusión. Lo Uno fue siempre lo Único: el Poder.
Lo Otro tuvo diversas encarnaciones: fueron los gauchos, los negros, los indios, (...) los subversivos y (hoy) la “delincuencia” y los nuevos inmigrantes (...)





-Dr. Saachez de La Canal, lamento comunicarle que todo terminó. Está todo perdido.
-Hemos muerto o pronto lo estaremos como el resto de los Privos.-

La sentencia del agente de seguridad sonó terminante, funeraria, sonó con la contundencia de lo que inexorablemente venía.

El Dr. Saachez de La Canal se resistió a creerlo, a aceptar el boicot de ese simple agente que seguramente formaba parte de la prole de hijos de la promiscuidad de la Urbe.
Giró para salir por la puerta del fondo y mientras giraba empuñó su inseparable Glock. Terminó el giro completo para volarle la cabeza, no había opción.
Total era sólo un sacer ... y quién era ese miserable para poner punto final a sus sueños y su vida.

Al acercarse a la ventana comprobó los dichos del agente. Cientos de individuos oscuros y sucios corrían por los cuidados jardines pisando irresponsablemente los canteros. Palos, piedras, cubiertas en llamas, saqueos, todo contra las viviendas. Entraban y salían por cada hueco de los muros, esos que los arquitectos llaman vanos, esos que en otro momento fueron utilizados para extender la vida interior en los parques y ahora se transformaban en posibilidad de acceso del peligro.

La vivienda del Dr. Saachez de La Canal, que en su momento había ganado el Premio Anual de Arquitectura InterCountries, ahora lo exponía como en bandeja. No era posible ocultarse tras tal nivel de evidencia.

Cuando fue detectado por el grupo de las mujeres que venían al final de la horda recogiendo comestible y valores, el Dr. Saachez de La Canal inició la cuenta regresiva hacia la sentencia del agente de seguridad. Las palabras,

“... o pronto lo estaremos como el resto de los Privos..., “

le retumbaron estrepitosas. Perdido por perdido, corrió hasta las dependencias y tomó la mayor cantidad de municiones para su amiga, la Glock. La misma que lo había acompañado desde hace tanto tiempo, desde aquel afortunado día en que se hicieron entrañables e inseparables. Día que gracias a ella, siempre tan precisa, estable y contundente, se aunaron. También gracias a su elección de la munición justa, trazante, y horadada, que permitió seguir la trayectoria del proyectil y una vez impactado, fragmentarse en cientos de esquirlas que destrozan los cuerpos.

Si no hubiese sido por ella jamás su vida podría haberlo llevado a la Consejería de Seguridad y a la Dirección de Mantenimiento del Orden. Si no hubiese sido por su ceguez en la persecución y eliminación de aquellos cuatro cartoneros que rodearon su Saab y se apoyaron sobre él.

Si no hubiese sido por su valor para encararlos e insultaros como, según consta en su denuncia, “lo tenían bien merecido por tocar propiedad privada e interrumpir la libre circulación de un ciudadano que paga sus impuestos”.

Si no hubiese sido por su precisión, puntería y frialdad para en cuatro disparos hacer 4/4.

Si no hubiese sido por el uso que de su caso hicieron los medios de comunicación que lo convirtieron en un referente de la Justicia y en un modelo de defensa de la vida de los Privos.

Si no hubiese sido por ella jamás su vida hubiese dado un golpe de fortuna.


Los cristales de su vivienda comenzaron a estallar, uno tras otro, irresponsables, defraudantes. Y los sacer comenzaron a ingresar sin respetar la jerarquía de los ambientes. Lo mismo les daba ingresar por la puerta de servicio (como era su obligación hacerlo) como por el Mall de recepción. Habían olvidado que su lugar social eran el de los prescindibles.

Qué tenían para ofrendarle a esta sociedad? – pensó - sólo fuerza bruta, mano de obra, su servilidad.

Como osaban creer que sus puertas eran las mismas que las de la gente útil, que las de los instruidos e inteligentes. Osaron eso y mucho más. Como decir que algunos posaron su culo mugriento en el BKF de nuevo diseño de la biblioteca.

Al Dr. Saachez de La Canal le sobraban las razones para disparar con sólo recordar la legislación preexistente, la jurisprudencia y la pertenencia al sector social, pero en este instante estaban ambas partes en suspensión, sin palabras posibles ni autoridad, en un estado de excepción donde quedaron liberadas a la supervivencia del más apto. En realidad lo que habían hecho caducar era el estado de excepción Prívico instaurado hacía dos décadas, había estallado el Status Quo, tabula rasa y paridad biológica.
Sin el amparo de su Ley, el Dr. Saachez de La Canal sintió la vida de los excluidos en carne propia, sintió lo que es ser materia orgánica prescindible. En ese instante conoció el desamparo y la ignominia de ver correr y morir a sus vecinos, ver morir el concepto de elegido, ver morir su estructura familiar.

Mayor soledad.

Sabía que nadie vendría en su auxilio, que los supuestos amigos no eran más que sus predadores al momento de salvar su pellejo, que eso era la competencia y el capitalismo ...

Salió violentamente de sus pensamientos, ellos seguían allí, tras el muro, golpeando. Dio los dos giros a la llave y tomó posición de tiro. Sólo necesitaron dos empujones para desintegrar la puerta.

Su Glock feliz y humeante volvió a la vida.

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