Con el debido respeto y la latente actualidad que tienen las reflexiones de Pablo Giussani, intentaré enbarcarme en la entrega de este soberbio libro, que aunque ya tiene una casi treinta años, devela porque la Argentina es Argentina de hoy.
Retóricas, discursos, juegos dialecticos de "rebeldes" a quienes el traje de "revolucionarios" les quedó inmenso.
Los manejos de Perón, Mussolini y un grupo de aburridos burgueses jugando a ser desafiantes con "los padres" y luego llorando por el reto recibido.
Reconfiguremos el pensamientos con la valentía de ponernos en duda y de dialogar con nuestras miserias humanas.
Darío Yancán.
I
Durante un período de mi infancia viví con la curiosa convicción de que todas las cosas tenían una doble naturaleza, un doble ser: un ser para cuando se las miraba,otro para cuando no se las miraba.
No sé en qué momento llegué a esta extraña conclusión- quizás a las cuatro o cinco años de edad-, pero recuerdo que solía almorzar con la vista fija en una botella de vino,tratando de imaginar la transfiguración que se produciría en ella si yo, de pronto, cerraba los ojos.
Con los ojos abiertos, tenía delante una botella. Si los cerraba, la botella se convertía instantáneamente en un duende, lanzado a corretear traviesamente sobre el mantel, o sobre lo que terminaba por ser el mantel al librarse, también él, de mi mirada.
Si luego abría los ojos, toda la escena volvía a inmovilizarse, recobrando la cotidiana naturaleza de las cosas visibles: la botella volvía a ser botella y el mantel, mantel.
Me resultaría difícil precisar ahora, con medio siglo de experiencias acumuladas sobre aquellas primeras fantasías de mi niñez, hasta qué punto creía yo en esa sorprendente Weltanschaung infantil.
Pero quizá sirvan para medir el grado de realidad que yo asignaba a ese mundo escondido y misterioso las estratagemas que solía dedicar al desesperado intento de penetrarlo, de “verlo”
Recuero que mi celada favorita en esta diaria batalla por ganar acceso al mundo invisible era la de ir cerrando lentamente los ojos ante la botella, ofreciéndole la apariencia de un observador que se adormecía. Y a los pocos segundos los abría repentina y rápidamente con la esperanza de pescarla desprevenida y de poder percibir, siquiera durante una fracción de segundo, la silueta evanescente del
duende en transformación.
Recuerdo también el amargo desconsuelo con que volvía a encontrarme, desde el primer
instante, con la mera botella.
2
Años mas tarde, leyendo los hermosos estudios de Levi Brûhl y las fascinantes observaciones de Frobenius sobre la mentalidad primitiva, vine a enterarme de que pueblos enteros habían vivido durante generaciones y generaciones con esta misma concepción del mundo.
Resultaba que nuestra civilización occidental, con su hábito de atenerse objetivamente a lo que se experimenta de las cosas y a cifrar en relaciones de causalidad física los cambios del mundo exterior, era en el largo tiempo histórico un pequeño islote de racionalidad que sobrenadaba milenios de culturas mágicas en las cuales el mundo -el mundo en que se creía- nada tenía que ver con el
testimonio que nos daba de él nuestra experiencia.
Culturas en las que el trato del hombre con el Universo se fundaba en un suerte de “retrología” hechicera, que encaraba los signos exteriores y perceptibles de las cosas como embozos de una realidad distinta, enigmática y normalmente inaccesible, escondida detrás de ellas.
Hoy, millares de observaciones, de percepciones, de datos recogidos y creídos en nuestra experiencia sensorial de las cosas nos han llevado por inducción a explicar la lluvia como el producto de bolsones de baja presión atmosférica que atraen y concentran, en una relación de causa y efecto, las nubes dispersas en las áreas de alta presión. La mentalidad primitiva la explicaba como el llanto de dioses entristecidos en sus lejanas e invisibles moradas celestes.
Nosotros nos esforzamos por controlar las lluvias operando con procedimientos científicotécnicos sobre el mecanismo causal que las produce. El hombre primitivo trataba de llegar al mismo resultado alegrando a los dioses, levantándoles altares y sacrificándoles corderos.
Nosotros, en suma, ajustamos nuestro trato con las cosas a lo que sensorialmente percibimos de ellas, a lo que hay en ellas de visible, palpable, audible, experimentable. El hombre primitivo, ese "retrólogo”, lo ajustaba a la naturaleza oculta de las cosas, a lo que había en ellas de invisible,inaudible, impalpable, inexperimentable.
Hoy, a la luz de la racionalidad que existe siempre entre los estímulos que recibimos del mundo exterior y nuestras respuestas a ellos, la secuencia estímulo-respuesta en el hombre primitivo nos resulta absurda, ilógica y cómica por su ilogicidad.
3
Otro recuerdo de infancia que aquí viene al caso es el de los relatos de mi tío Virgilio, un emprendedor industrial italiano con ocasionales inclinaciones aventureras, que dedicó un año de su vida a explorar en las nacientes del Amazonas tierras que él describía, quizá con razón, como jamás alcanzadas hasta entonces por el hombre blanco. Y en estas correrías, dijo haber estado en una aldea indígena cuyos
pobladores tenían un modo muy peculiar de hacer frente a las crecidas de un río.
Cuando el tío crecía y amenazaba desbordar su cauce, los indios de la aldea no hacían lo que racionalmente haría cualquiera de nosotros -huir, treparse a los techos o construir defensas físicas contra el desborde. Lo que hacían era correr con grandes palos a los establos y apalear ferozmente a sus animales, con preferencia los cerdos, que reaccionaban al castigo con estremecedores chillidos.
Era ésta una suerte de tecnología mágica que apuntaba a espantar con el estruendoso lamento de las bestias el espíritu maligno que se había apoderado del río.
Este modo de entrar en tratos con las cosas tiene dos implicaciones importantes. La primera, señalada por Levi Brûhl, es la imposibilidad de aprender con la experiencia. No es posible, en efecto, que la experiencia cuestiones, desmienta o corrija los contenidos de una concepción que empieza por negarle validez.
La segunda es la necesidad de delegar en otros una facultad cognoscitiva que el hombre común no está en condiciones de ejercitar por su propia cuenta. El conocimiento de la experiencia, tiene que emanar de la autoridad que se les reconoce a determinados individuos considerados excepcionales y superiores.
El saber, en esta concepción mágica del universo, no es algo que el hombre común ejercita, sino algo que recibe, una revelación difundida por hechiceros provistos de poderes extraordinarios que les permiten alcanzar, en raros y sublimes momentos de éxtasis, atisbos visuales de ese mundo normalmente invisible.
El santón puede ser un individuo aislado y solitario cuya sabiduría es aceptada como
incompartible por la comunidad. O puede ser el guía de un largo y complejo proceso iniciático recorrido por otros hombres con la esperanza de llegar a ser algún día, también ellos, privilegiados testigos del mundo verdadero.
4
Yo había olvidado aquella historia de los cerdos apaleados para calmar el río, hasta que la reviví de pronto, a principios de la década de 1970, en una sugestiva asociación de ideas, al observar las tortuosas relaciones que se desarrollaban en esos años entre los montoneros y el general Perón.
Eran relaciones plagadas, también ellas, de secuencias absurdas entre estímulos y respuestas, entre pasos a la derecha por parte de Perón y reacciones aprobatorias desde la izquierda, acompañadas de bizantinas explicaciones, por parte de los montoneros.
Las explicaciones respondían siempre, en lo esencial, a un mismo esquema básico,
consistente en degradar cada paso estratégico de Perón al rango de un paso táctico, como un modo de preservar en la trabajosa visualización montonera del viejo líder el mito de una estrategia exquisita y secreta, encaminada por sabios meandros y hábiles rodeos a la liberación nacional.
Una cosa que me intrigaba era precisamente la insólita y casi maniática insistencia con que los términos “táctica” y “estrategia” aparecían reiterados en el lenguaje montonero. Y finalmente llegué a la conclusión de que ambas expresiones estaban siendo disociadas de su acepción clásica en el vocabulario político convencional, y convertidas en fórmulas rituales de alusión a esa dicotomía mágica entre un mundo de realidades invisibles y un mundo de visibilidades irreales.
Había, así, un Perón “táctico”, inmerso en la irrealidad de lo visible, audible, palpable, y verificable, que tenía de confidente y delfín a López Rega1, bendecía a la derecha sindical y prometía con un guiño convertir a la Argentina en un país socialista “... como Bélgica”.
Y detrás de él estaba el Perón “estratégico” y verdadero, provisto de una realidad secreta a la que sólo tenían acceso ritual los iniciados, un formidable y gratificante Perón-duende que era invisible, inaudible, impalpable e inverificablemente revolucionario.
En esos años circulaba un chiste en el que Mario Firmenich2, instantes antes de morir fusilado por orden de Perón, junto con los demás integrantes de la conducción montonera, decía con entusiasmo a sus compañeros de infortunio: “ Qué me dicen de esta táctica genial que se le ocurrió al Viejo?" “.
A esta altura, han muerto o “desaparecido” ya millares de montoneros, como resultado de una represión cuya metodología fue de algún modo delineada por el propio Perón, cuando éste autorizó en 1973 la utilización de “cualquier medio” para poner fin a la infiltración de izquierda en su movimiento.
Los montoneros velaron a todos sus muertos, y aun hoy rinden homenaje a su memoria, bajo la consigna de “ hasta la victoria, mi general”, en lo que de alguna manera viene a ser una trágica reproducción de aquel chiste en el terreno de los hechos.
5
Si la conciencia hechicera descrita aquí como contenido de un particular tipo de relación con Perón fuera sólo una peculiaridad de los montoneros, sería de un valor teórico bastante relativo y de muy escasa utilidad para la comprensión de esa franja más amplia de fenómenos políticos que incluye al terrorismo en general o a la ultraizquierda genéricamente considerada.
Pero la verdad es que el análisis de cualquiera de estas manifestaciones acaba por descubrir en ellas un común trasfondo de magia que lleva a considerarlas como residuos de una mentalidad históricamente remota o limitada hoy como fenómeno normal a ciertas etapas de la niñez.
En 1963, el Uruguay todavía era “ la Suiza de Sudamérica”. Bajo un inocuo gobierno colegiado, cuyos innumerables defectos no incluían, por cierto, el de ser opresivo, preservaba su orgullosa democracia en medio de las rutinarias dictaduras que se sucedían en el resto del subcontinente. Las libertades de expresión y de asociación gozaban de plena vigencia, los estados de sitio y las campañas por la excarcelación de los presos políticos eran exotismos que la prensa sólo mencionaba en sus páginas de información internacional, y la escasa policía local observaba con escrupulosidad la prohibición de practicar allanamientos después de la caída del sol.
En ese Uruguay y en ese año, Raúl Sendic3 dirigía ya a sus compatriotas llamados a la
resistencia contra lo que describía como un régimen “fascista”.
En ese mismo año, guerrilleros y armamentos eran desembarcados sobre las costas de
Venezuela para alimentar una guerra antifascista contra el gobierno constitucional, democrático y pluralista de Rómulo Bentancourt.
También en 1963 se abría en medio de las dictaduras que asolaron a la Argentina durante los últimos 50 años un raro y reluciente paréntesis de libertades públicas y respeto por los derechos humanos bajo el manso gobierno de Arturo Illia. Ese paréntesis fue el momento elegido por el “ Comandante Segundo” para lanzar desde Salta una “guerra de liberación”.
En 1977, las calles de Italia exhibían pintadas firmadas por la Autonomía Operaia4, en las que el nombre del entonces primer ministro Giulio Andreotti aparecía seguido por una cruz gamada, con el signo “igual” interpuesto entre ambos.
Podríamos haber recorrido de cabo a rabo el Uruguay del gobierno colegiado, la Venezuela de Bentancourt, la Argentina de Illia y la Italia de Andreotti sin que nuestra experiencia sensorial de las cosas descubriera el menor indicio de un Estado fascista. Y, sin embargo, había en todos esos países centenares o millares de jóvenes consagrados, sacrificada y abnegadamente, a formas de lucha
armada contra el fascismo.
En todos ellos estaba funcionando a tambor batiente el mecanismo de las secuencias locas entre estímulo y respuesta. ¿ Qué diferencia hay entre responder al inofensivo colegiado uruguayo con una “ guerra popular antifascista” y responder a la credia del río con bastonazos a los cerdos.
1 José López Rega, un ex policía aficionado a las ciencias ocultas, se convierte a mediados de los años '60 en secretario privado del general Perón y desde ese cargo acaba por ejercer una enorme influencia sobre el viejo líder político y sobre su tercera esposa, María Estela Martínez de Perón. Designado ministro de Bienestar Social en el gobierno surgido del casi plebiscitario triunfo electoral que obtuvo el peronismo en marzo de 1973, llegó a ser el virtual “hombre fuerte” de la Argentina bajo la gestión de la señora de Perón, quien sucedió en la presidencia a su
esposo tras la muerte de éste en julio de 1974. Sus relaciones con el matrimonio Perón fueron comparadas a menudo con las de Rasputín con el zar Nicolás II y la zarina Alejandra. Se le atribuyó el patrocinio de un terrorismo de Estado que se manifestó en las actividades de la denominada Alianza Anticomunista Argentina (AAA).
2 Mario Eduardo Firmenich, nacido en 1949, se convirtió en máximo líder de la organización Montoneros después que murió Fernando Abal Medina el 7 de setiembre de 1970, en un encuentro armado con la policía. Como otros dirigentes del grupo, proviene del área católica de extrema derecha. Amigos del general Aramburu suelen invocar este origen para respaldar la tesis de que el secuestro y el asesinato del ex presidente fueron cometidos en connivencia con sectores internos del régimen militar encabezado por el general Onganía.
3 Raúl Sendic fue el fundador y máximo dirigente del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros. Nacido el 16 de marzo de 1926, milita desde su adolescencia en las filas del Partido Socialista de Uruguay, que lo ve ascender rápidamente a puestos de conducción, primero como dirigente de la Juventud Socialista y más tarde como integrante del comité ejecutivo partidario. En los primeros años '60 se aparta de la agrupación para poner en marcha laorganización guerrillera, luego de cumplir en 1960 una visita a Cuba que resulta decisiva para orientarlo en esta dirección. Capturado en 1972 en medio de la campaña militar que habría de destruir al movimiento tupamaro, Sendic sufre un largo período de prisión, que aun continúa en 1984, y durante el cual fue sometido, según fehacientes denuncias, a terribles torturas.
lunes, 10 de octubre de 2011
"MONTONEROS, LA SOBERBIA ARMADA" por Pablo Giussani. SEGUNDA ENTREGA.
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Publicado por DARÍO YANCÁN en 4:29
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