Tienen entre 18 y 30 años. Crecieron rodeados de tecnología, consumo y publicidad. No creen en el trabajo para toda la vida ni en la política, aunque la ecología logra movilizarlos. Cómo es y cómo ve el mundo esta generación hedonista, a veces díficil de decodificar
Si usted hubiera crecido en medio del auge y caída del menemismo y hubiera visto a sus padres perder ahorros y trabajo en 2001, ¿creería en serle fiel a una empresa por toda la vida, ahorrar durante años para tener casa propia o acomodar el tiempo libre a lo que las horas de trabajo permiten? Si sus padres le ofrecieran casa, comida y libertad, ¿encararía el esfuerzo económico y personal de irse a vivir solo? Si hubiera crecido bombardeado por la publicidad y acostumbrado al consumo, ¿no pensaría que el teléfono móvil envejece en unos pocos meses y se negaría a pagar por lo que baja gratis de Internet desde que era un chico?
Mirados así, a la luz de preguntas de sentido común, los jóvenes de veintipico no parecen tan irracionales, inmaduros ni descomprometidos como los de generaciones mayores los suelen ver, con una mezcla de crítica y nostalgia que a veces no puede esconder una dosis de admiración y envidia.
Se trata de la Generación Y, los que hoy tienen entre 18 y 30 años -el corazón del grupo, dicen los sociólogos, está en los que tienen entre 22 y 28-, que siguen cronológicamente y desconciertan a los pragmáticos e individualistas miembros de la Generación X, hoy entre los 35 y 45 años. También se los llama "millennials", "generación Google" o "iGeneration", en referencia a la presencia ubicua de la tecnología en sus vidas, no como dispositivos útiles para alguna función, sino como una extensión vital de sus cuerpos, sus intereses y sus modos de informarse y divertirse.
Aunque la sociología, el sentido común y los organismos internacionales sigan prolongándoles la adolescencia (la Organización Mundial de la Salud la hace llegar a los 25 años), la Generación Y transita sus carreras universitarias y accede a sus trabajos, ambientes donde el estilo hedonista, impaciente y de atención múltiple causa no pocos choques con las expectativas de docentes y jefes que, por ejemplo, se siguen asombrando de que en una entrevista laboral el interés principal del candidato origine preguntas como: "¿Cuántas semanas de vacaciones tengo?", o que los comentarios en clase empiecen invariablemente con: "Yo opino que...".
La empresa de análisis de opinión pública Ipsos, de origen francés, realizó en 2009 en nuestro país un estudio cualitativo de la Generación Y, a pedido del IAE, la escuela de negocios que recibió la inquietud de empresarios y directivos de Recursos Humanos. ¿Qué hacer con jóvenes creativos y talentosos, pero que parecen poco dispuestos a "ponerse la camiseta" corporativa dócilmente? En una línea similar, hace dos años, la Universidad Argentina de la Empresa (UADE) empezó a analizar a sus "millennials" para responder a las inquietudes de los profesores, y ese trabajo se tradujo en talleres, cuadernillos con consejos "para entenderlos" y un libro que está en camino: La generación emocional .
Ipsos trabajó a partir de grupos focales de jóvenes Y, entrevistas con miembros de la Generación X, complementados con un análisis cuantitativo, a partir de encuestas por Internet a ambos grupos.
Sus resultados dibujan una generación para la que el trabajo perdió su valor de estabilidad, que valora experimentar el consumo más que acumular bienes; jóvenes que quieren ser dueños de su propio tiempo, que aceptan la diversidad de buen grado, que arman sus salidas improvisando y sobre la marcha, que quieren ser reconocidos como adultos sin dejar la casa de sus padres, que desprecian la política tradicional pero se embarcan con ganas en causas ecológicas y solidarias. Jóvenes hijos del capitalismo triunfante, para quienes la caída del Muro de Berlín es más un tema de History Channel que un recuerdo. Jóvenes más libres, pero con menos seguridades.
"Cada uno siente que es libre para ir armando su propia biografía, pero con menos certidumbres. Es un mundo que ya no tiene aquellas estructuras que daban seguridad, sobre todo el trabajo", coincidió ante LA NACION Ana Miranda, coordinadora académica del Programa de Juventud de Flacso e investigadora del Conicet.
En la Argentina, la Generación Y representa el 22 por ciento de la población, y la paridad de género entre ellos es un hecho: el 52 por ciento son mujeres y el 48 por ciento son varones. Sin embargo, una aclaración se impone. En países desiguales como la Argentina, el grupo que es retratado por estas características es el que pertenece a una franja socioeconómica media y media alta, con un capital económico y educativo que le permite, por ejemplo, cambiar de trabajo, postergar la salida de la casa paterna hasta terminar la maestría o emprender un viaje exploratorio por Asia.
Este grupo, sin embargo -que según algunos investigadores no superaría el 20 por ciento de los jóvenes de veintipico argentinos- forma parte de un fenómeno global, que en Europa y Estados Unidos se caracteriza con la instalación de los llamados "valores posmateriales", que priorizan la autonomía, la autoexpresión y la calidad de vida por sobre la satisfacción de necesidades materiales, que se dan por sentadas. Como ha señalado el cientista político norteamericano Ronald Inglehart, de la Universidad de Michigan, que trabaja el tema desde los 70: "este cambio responde a la modificación de las condiciones existenciales, de crecer con el sentimiento de que la supervivencia es precaria a hacerlo con la sensación de que está garantizada".
Muchas de las características que recogió Ipsos en su estudio, y los que la UADE define en los suyos, identifican al miembro de la Generación Y con un adolescente, que rechaza la autoridad y hace planteos emocionales aun en el trabajo. "La mayor esperanza de vida genera una modificación del ciclo vital. Hoy, después de la tercera edad, hay una cuarta, y en el otro extremo también se extienden otras etapas antes no socialmente habilitadas", describió Miranda.
Según rastreó Ipsos, el trabajo es una de las áreas en las que más claramente se ve la diferencia entre los X y los Y. "Un X se define por su trabajo y a través de lo que hace. Quieren seguir aprendiendo, planifican una carrera, aceptan el statu quo. Para un Y, el trabajo es lo que le permite llegar a lo que quiere, que suele ser la libertad personal y el placer. Por eso, repiensan su empleo cada tanto y están dispuestos a cambiarlo si no se ajusta a sus expectativas", analizó Luis Montesano, director cualitativo de Ipsos.
Así, si un X afirma que "el trabajo es un aspecto fundamental en la realización de una persona", un Y estaría más inclinado a afirmar: "El trabajo me permite tener mis cosas" o "lo necesito para vivir pero lo primordial es sentirme cómodo". Por eso, si un X es paciente mientras "crece" en su empleo, el Y tiene otros planes. "A los 40 no voy a querer estar donde estoy ahora. Me gusta la repostería"; "No quiero el estilo de vida de los 40 y pico. Trabajan desde las 8 de la mañana hasta las 12 de la noche", o "Yo les diría a mis jefes: ´comprate una vida´", según recogió Ipsos.
Hay quienes detectan diferencias según el área de la industria de que se trate. "Esto es más cierto en áreas económicas en expansión, como la tecnología y la informática, donde sí la rotación es más alta y los jóvenes consiguen sus trabajos con más facilidad", apuntó Martín Cuesta, director del Departamento de Ciencias Sociales y Humanidades de la UADE y coordinador del trabajo sobre los "millennials".
La inmediatez ante todo
La familia representa para ellos un eje central, pero de modo bien diferente del de sus antecesores. "Están cómodos en la casa de sus padres. Para ellos, la adultez no tiene que ver con la independencia. Están formateados hacia la inmediatez, y por eso les cuesta ver el beneficio más allá de un esfuerzo. No quieren atravesar pérdidas", evaluó Montesano. Algunos investigadores señalan que los padres juegan su parte en esto. "Somos otros adultos. Hoy no es tan necesario pensar en una ruptura tan fuerte entre padres e hijos como en generaciones anteriores", comentó Miranda.
La amistad también es un valor Y, pero con una mirada ambivalente. Por un lado, los amigos cercanos -el club, la escuela, la universidad-, pero también los cientos de contactos en Facebook. "Si la Generación X usa Facebook para reencontrar a sus conocidos, los Y acumulan contactos a quienes hablan, ignoran o bloquean según su preferencia", analizó Montesano. En el tiempo libre, la ausencia de un plan definido es un sinónimo de libertad y disfrute: "Estaba chateando a la una de la mañana y pintó algo que hacer". La mirada sobre la pareja es funcional, postergada para un más adelante impreciso. "Primero hay que viajar, terminar los estudios, gastar plata en ellos mismos", dijo Montesano.
La relación con el dinero también se ve transformada. Si para un X representa seguridad y futuro, para un Y es posibilidad de disfrute inmediato: "Quiero ir a Tailandia"; "Me lo gasto en chocolate"; "Lo gasto en mí". Permite, además, viajar, una experiencia central en el imaginario de los de veintipico, pero con algunas condiciones. "Si un X aspira a conocer París, Londres o Nueva York, un Y quiere ir a China y tener la experiencia de ser otro".
Es un lugar común calificar a esta generación como "nativos digitales", para reflejar el significado esencial que tiene para ellos la tecnología, a la que no pueden separar de sus vidas ni de sus funciones: es comunicación, es diversión personalizada y móvil y, sobre todo, debe ser exhibible. La estética de los aparatos que usan es central, algo que las empresas que los producen tienen muy claro. Sin embargo, no es una generación a la que la publicidad la convenza fácil, porque a fuerza de escuchar sus apelaciones ubicuas, ya no le creen. "Nacieron rodeados de publicidad, se saben buscados, saben que hay sobrepromesa en el mercado y conocen más esos trucos. Para ellos, marketing es sinónimo de mentira y no están dispuestos a pagar por lo que se puede tener gratis", dijo Montesano.
¿Se convertirán los Y en X cuando crezcan? Hacer un pronóstico es complicado, porque, como dice Inglehart, "el cambio intergeneracional es lento" y porque, como señaló Miranda, "las sociedades cambian un poco y se reproducen un poco". Sin embargo, algunos cambios de fondo habrían llegado para quedarse. "El rol del trabajo, la exploración de múltiples estímulos, la exhibición de la vida privada y el poder sobre el propio tiempo van a quedar", arriesgó Montesano.
Quizás haya sido la antropóloga Margaret Mead la que tempranamente mejor caracterizó la brecha generacional. En 1970, escribió que este desconcierto aparece cuando "no hay adultos que sepan más que los mismos jóvenes acerca de los que éstos experimentan".
Ser Y, un lujo de minorías
Entre los jóvenes de sectores menos favorecidos, valores como la estabilidad laboral siguen siendo prioritarios
Hay muchas maneras de ser joven en la Argentina, y pertenecer a la Generación Y es sólo una de ellas. "Son quienes terminaron la universidad a los 24, hicieron un posgrado hasta los 26 y tienen credenciales para poder negociar en el mercado laboral, con un capital educativo importante", resumió Marcelo Urresti, sociólogo e investigador en temas de juventud en el Instituto Gino Germani de la UBA. "Para la clase media, el trabajo es una experiencia personal de crecimiento y la estabilidad entonces no es un valor. Los otros no tienen chance y lo que más quisieran es un trabajo estable", señaló.
La investigadora del Conicet Ana Miranda coincidió con esta distinción, que sin duda marca diferencias entre los jóvenes de distintos grupos sociales: "En la Argentina, la posibilidad de postergación de la adultez se sostiene por la capacidad económica de la familia, que paga un viaje, el primer departamento o una maestría".
Para la mayoría de los jóvenes argentinos, lograr un trabajo de calidad y vinculado con los estudios previos (algo que se logra cada vez más tarde y retrasa también otras decisiones vitales, como casarse o tener hijos) sigue siendo un objetivo difícil de alcanzar, y por eso la estabilidad -un valor tan poco Y- es valorada.
Urresti propone una comparación sencilla con un joven alemán. "En Alemania, poseer una casa no es un valor, porque el alquiler es barato y comprar es muy caro. Así que un alemán cambia fácil de casa y de barrio. En la Argentina, la vivienda es un valor, porque se llega a ella con mucho esfuerzo y porque hay especulación con la propiedad. En Alemania, si uno quiere ir a recorrer Oriente por un año, la empresa da permiso, valora la experiencia y guarda el puesto de trabajo. Acá es causa de despido."
No es la única contradicción que la sociedad argentina adulta podría revisar sobre sus jóvenes, a quienes se critica por inmaduros e inconstantes -o, en sectores populares, se estigmatiza como vagos o delincuentes- pero también se les cierran posibilidades de empleo. "Muchas de las actitudes que se critican en los jóvenes se pueden observar también en los adultos. Los jóvenes expresan lo que vieron y aprendieron de alguien", apuntó Miranda.
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