martes, 8 de julio de 2008

"LOS TRES MOMENTOS DE LA EXCLUSIÓN" por Gabriel Icochea R.





El discurso de la exclusión étnica y racial iniciado por Occidente implicó tres etapas diferenciadas: la primera surgió con la conquista de América y tuvo como principal mentor a Ginés de Sepúlveda y como adversario a Bartolomé de las Casas. La segunda se inició en el siglo XIX y tuvo como representantes a los fundadores de la antropología biológica Joseph Arthur de Gobineau y Vacher de Lapouge. La tercera, la experimentamos en la actualidad y desde hace más de una década fue denominada como el fenómeno de la “globalización”.


La discusión entre Bartolomé de las Casas y Ginés de Sepúlveda acontece en unos marcos disciplinarios que son el derecho natural y el derecho de gentes y tiene un sustrato metafísico-teológico. El contexto histórico es el de la conquista. Ramón Jesús Queraltó explica que debaten en torno a tres temas: “las relaciones ante los infieles, los poderes del Papa y del emperador, y el problema de la guerra y de la esclavitud” (1). Los temas, como podrá notarse, pretenden definir un cierto estilo de colonialismo.
Por lo demás, uno y otro sector se mueven con el paradigma escolástico. Esto implica que apelan a un mismo principio de autoridad. Es decir, tanto De las Casas como De Sepúlveda coinciden en considerar un conjunto de fuentes indiscutibles: las Sagradas Escrituras, la filosofía aristotélico-tomista y, en menor medida, la patrística. En realidad, es una disputa de “intérpretes”. A partir de las fuentes mencionadas se esbozaban posturas contrarias y cada una se consideraba una lectura “correcta”.
El fundamento de los colonialistas se basa en una noción tutelar de la conducta humana. Si bien el cristianismo implicaba una idea igualitarista en un sentido (todos son iguales ante Dios), el fundamento de cierta desigualdad encontraba su referente central en el libro primero de la Política de Aristóteles. “Regir y ser regidos no sólo son cosas necesarias sino convenientes, y ya desde el nacimiento unos seres están destinados a ser regidos y otros a regir” (2). Aristóteles utilizaba como analogía la composición bipartita del alma: la parte racional del alma deberá gobernar a la irracional. Del mismo modo –repetían los intelectuales del siglo XVI–, los esclarecidos en la fe cristiana deberán dirigir a los herejes. Es falso, por tanto, que la discusión entre los intelectuales del siglo XVI se haya centrado en demostrar la condición inhumana de los indios o su carencia de alma. La discusión era si los infieles en su condición de tales eran seres con un estatuto de inferioridad y si por tal motivo merecían el sometimiento y la confiscación de sus bienes. En el Demócrates segundo, Ginés de Sepúlveda estima que la legitimidad del uso de la violencia se da no sólo por una ignorancia de Cristo, sino por transgredir la ley natural (3). Las transgresiones más difíciles de perdonar eran dos: la idolatría y los sacrificios humanos. Ahora se sabe que toda la información que manejaban los teóricos del colonialismo provenía de Centroamérica y en especial de México. Esto explica el esmero del Inca Garcilaso por reconstruir una historia en la cual los incas suprimieron los sacrificios humanos como señal de civilización.


El momento científico

El racismo del siglo XIX se promueve desde la biología. Aquí el discurso de la exclusión cobra un carácter “científico”, así como antes el fundamento era metafísico. Esta discusión se desarrolla en un contexto que es el de la consolidación del Estado-nación en Europa. En este caso, el vínculo entre los saberes y el poder es mucho más evidente que en otros. Michel Foucault (4) percibe en la lucha de los saberes una lucha entre poderes. Sin embargo, en su aproximación específica al racismo sostiene que la guerra entre razas vendría a ser una herencia de otras luchas y el ejemplo paradigmático es, desde su punto de vista, el de la disputa entre los normandos y los sajones (5). Sin embargo, el presente trabajo presupone que la teorización en torno al racismo es posterior al siglo XVI.
Otra lectura de Foucault, sin embargo, nos brinda herramientas para cimentar nuestra postura. Una nueva concepción en torno al cuerpo ha debido preceder a la aparición del racismo. Una nueva visión en torno al cuerpo no sólo ha fundado las ciencias médicas –como pensaba Foucault–, sino que ha fundado, además, la antropología biológica. En la misma línea del filósofo francés podemos afirmar que el racismo fundó la antropología biológica y no al revés. De la misma manera, varios siglos atrás el derecho de gentes se enfrentará al reto de regular la conquista y, con ello, legitimar la colonización.
La antropología biológica realizó las primeras clasificaciones. Joseph Arthur de Gobineau considera la especie humana dividida en cinco grupos (raza amarilla, negra, blanca, india y monstruosa). Luego de Gobineau, Vacher de Lapouge especificó el vínculo entre la forma del cráneo y el desarrollo cultural. Los individuos denominados “dolicocéfalos” pertenecen a la raza aria y han demostrado un desarrollo mucho mayor en términos culturales. Los individuos “braquicéfalos” han corrompido este desarrollo. Además, el braquicéfalo no sería tan sólo un elemento de corrosión, sino de decadencia. Aquí aparece la verdadera pretensión de los racistas: la elusión del mestizaje. Los individuos, al mezclarse, se debilitan (6). Evitar el mestizaje es una propuesta permanente en el racismo. No es el exterminio de las razas inferiores, como muchos equivocadamente se plantean (7). El racista no quiere mezclarse. Tal vez, inspirados en nociones extraídas del darwinismo, se da por supuesto el aislamiento reproductivo que produce la especiación (8). Es decir, define a una especie el hecho de que sus individuos sólo se puedan mezclar entre sí. La elusión del mestizaje se cumple incluso en los sectores más radicales. Los nazis no pensaban en el exterminio de las razas (salvo los judíos y los eslavos), sino en el sometimiento y la esclavitud de todos aquellos grupos que no estaban dentro del concepto de raza aria.
Ahora bien, los racistas del siglo XIX muestran dos rasgos que cobran un carácter profundamente antimoderno: no creen en la igualdad entre seres humanos y, por otro lado, no creen en el progreso.
Por un lado, la igualdad es un presupuesto de todas las teorías contractualistas. El contractualismo, según Norberto Bobbio (9), es el tema central de la filosofía política moderna hasta Hegel. Los hombres, al conceder parte de su libertad y constituir una sociedad artificial que se denomina Estado, deben partir de un punto inicial, que es la igualdad.
Por otro, según estos pensadores, la historia no es un proceso con tendencia a la evolución. La historia ha tenido un momento culmen y luego un prolongado momento de decadencia. Los arios perdieron poder y fueron desplazados. Una idea semejante se esboza de algún modo en El Timeo de Platón. Aunque para el filósofo griego al florecimiento le suceda una catástrofe y esto implique en el mito la subsistencia de Egipto. Los presupuestos de los pensadores biologistas del siglo XIX se constituirían como una ideología de la “contrahistoria”. Este ideal tiene en términos prácticos una impronta ultraconservadora. Las utopías ultraconservadoras han idealizado el pasado. El pasado se muestra como una época dorada a la que debemos retornar. Así, los fascismos de este siglo idealizaron el imprio romano (en su versión italiana) o el mito de la grandeza germánica (en su versión alemana).


“No sólo la destrucción cultural, sino la imposibilidad de incluir en los esquemas de desarrollo a todos los países hace de la globalización un fenómeno cuestionable.”



La globalización

Tal vez el aspecto más discutible del presente trabajo sea el relativo a la globalización. Este proceso implica la unificación tanto de la economía como de las comunicaciones. La globalización apuesta por un mundo en el que las mismas normas regulen la vida social. Éste es el requisito indispensable para que exista intercomunicación entre unos espacios y otros. Esta homogeneidad, sin embargo, se encuentra fuertemente cuestionada, porque atenta contra la diversidad cultural. Charles Taylor y Will Kimlycka, por citar dos nombres importantes, deslizan severas críticas contra dicho proceso. La superación del Estado-nación desde el punto de vista de Kimlycka se encuentra motivada porque los Estados incluyen en sus territorios una cada vez más creciente diversidad étnica (10). El Estado-nación reconocía una sola lengua, una sola tradición, una sola religión, etcétera. Si el Estado se muestra en esta versión homogeneizante, entonces su intolerancia es evidente y su carácter será excluyente de forma inevitable. Un Estado multicultural será aquel que reconozca la diversidad de culturas. El correlato de los Estados multiculturales será la existencia de ciudadanos multiculturales.
La “globalización” es un fenómeno no muy simple de comprender. Hace más de una década Francis Fukuyama anunció el inminente triunfo de la democracia liberal. Éste era el lado político de la globalización. Pero sus dos supuestos oponentes (los nacionalismos y los fundamentalismos religiosos) parece que se mantienen. Sin embargo, a ellos se ha sumado la protesta activa de grupos que van desde los ecologistas hasta la ultraizquierda. No sólo la destrucción cultural, sino la imposibilidad de incluir en los esquemas de desarrollo a todos los países, hace de la globalización un fenómeno cuestionable.


A modo de conclusión


En este esquema hay algunas constantes que toman diversas formas. Una de ellas es el tema de la tolerancia. Aunque la idea común en la filosofía política es considerar que la tolerancia es un tema moderno, ya en el discurso de Bartolomé de las Casas se presenta de forma embrionaria un apoyo a la diversidad y las relaciones pacíficas entre los individuos, a pesar de poseer creencias diversas. Es sabido que las relaciones pacíficas son consecuencia inevitable de la tolerancia. Prueba de ello es que la tolerancia surge como una propuesta alternativa a las guerras religiosas. John Locke, en su Carta sobre la tolerancia (11), postula una separación entre las cuestiones de fe y las cuestiones civiles. Aceptar al “otro” es el reto de la tolerancia. En el caso de la conquista de América, el otro es un infiel que debe ser catequizado. Y en el caso de la globalización, el “otro” es un subdesarrollado que debe aceptar las reglas de la modernización. En el caso del racismo biologista, el discurso es más violento: el “otro” es un inferior que debe aceptar el vasallaje o el exterminio. Estas diferencias se construyeron en contextos históricos distintos. En los tres casos, la actitud de los Estados es expansiva, incluso en el del racismo biologista (paradigma dentro del cual se encuentra el nazismo). La tendencia parece orientarse al ensimismamiento, pero coincide con los imperialismos de fines del siglo XIX y de inicios del siglo XX. En el discurso cristiano y en el discurso moderno que fundamenta la globalización hay ideales igualitaristas que se revelan en fórmulas simples: todos somos iguales ante Dios y todos somos iguales por naturaleza, lo cual implica que todos podemos lograr los índices del desarrollo. En el caso del discurso biologista, todos somos desiguales por naturaleza.
He aquí una muestra de discursos “instrumentalizados”. Tomando distancia de cualquier dramatización, no debemos suponer una “mala fe” de los teóricos. Así, Ginés de Sepúlveda no es un malvado protoinquisidor ni Gobineau es un nazi violento. Los dos a su manera (el primero en el plano de la metafísica y el segundo en el de la ciencia) sostenían argumentos que parecían consistentes. Más allá de cualquier psicología del conocimiento, se debería medir en términos sociales los efectos del discurso. Los tres son discursos instrumentalizados que sirvieron y sirven aún para justificar ciertas formas de poder. Al fin y al cabo nos preguntamos: ¿no está instrumentalizado el discurso acerca de la democracia liberal? ¿No está instrumentalizado el discurso acerca de los derechos humanos? ¿No acaban siendo finalmente otros discursos que se traducen en prácticas de exclusión? He aquí un reto por resolver.


(*) Estudió filosofía en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima. Pronto publicará su primer libro, Occidente desde la periferia, conjunto de ensayos.

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